Capítulo 36

Grimes entró por las puertas de la Universidad de Carolina del Norte y se quedó asombrado con la belleza del campus. Parecía un lugar muy agradable para pasar cuatro años de la vida. Siguió el camino de la entrada hasta un gran panel con un mapa del campus, con todos sus edificios incluidos. Buscó el centro de salud, lo encontró y se dirigió a él.

Salió del coche y entró en el tranquilo edificio. Había una zona de recepción, y Grimes le preguntó a la recepcionista si podía hablar con la persona responsable del centro de salud. La muchacha le dijo que esperara y se ausentó.

Minutos más tarde, salió una mujer de una habitación trasera, con el pelo negro y canoso y una expresión dura.

—Lo siento, señor, pero éste es un centro de salud privado para los estudiantes del centro, y tiene que marcharse.

Él le mostró la placa, asegurándose de que viera bien la tarjeta azul y blanca del FBI. De todos modos, ella siguió siendo impertinente.

—Supongo que quiere hacer preguntas sobre la pobre muchacha que apareció muerta en el pueblo. Bien, no es una de nuestras estudiantes, y no tenemos nada que ver con ello. Así pues, le agradecería que se marchara.

—¿Ha terminado, señora? Porque tengo unas cuantas preguntas, y le agradecería a usted que se callara y las respondiera.

La grosería la dejó callada, y Grimes aprovechó el silencio.

—Necesito saber si envían análisis de laboratorio o cualquier otra cosa al Hospital Comunitario de Asheville.

La mujer se lo quedó mirando fijamente.

—Si el estudiante necesita algún análisis, lo enviamos allí, al hospital. En algunos casos, pueden hacer cosas para las que nosotros no tenemos capacidad. En pocos casos. Aquí damos un servicio médico muy completo.

—Deme un ejemplo. ¿Cuándo fue la última vez que enviaron a un estudiante al hospital?

—Bueno, ayer enviamos a una joven para que se hiciera unos rayos X. Nuestra máquina está estropeada. Ella estaba enferma desde hace unos días, y el doctor pensó que debíamos asegurarnos de que no padece neumonía.

—¿Y quién es la chica?

—Eso no puedo decírselo. Es información confidencial…

—Señora, dígame quién es o la arresto en este mismo momento. No tengo tiempo para estas tonterías suyas. ¿Quién?

La mujer se indignó.

—Muy bien. No tiene que gritar. Se llama Noelle Pazia. ¿Contento?

—No. Dígame cómo puedo ponerme en contacto con Noelle.

—Bueno, supongo que yo puedo llamarla si insiste.

Él la tomó por el codo y la llevó hacia la puerta de su pequeña oficina.

—Vamos a hacer esa llamada. Estoy intentando asegurarme de que una de sus estudiantes no tiene ningún problema.

La mujer puso una cara que le recordó a la mascota de su hija, un conejo que arrugaba la nariz cuando se asustaba, y descolgó el teléfono. Marcó una extensión, preguntó por Noelle Pazia y alzó un dedo para indicar que la habían dejado en espera.

Al cabo de unos segundos, dijo:

—Hola, soy la enfermera Brooks, del centro de salud. ¿Está ahí Noelle? No, no está ahí. ¿Y cuándo la viste por última vez? Ya sabes que está muy enferma, y tiene que estar en cama. ¿No? Oh, vaya. Sí, querida. Gracias.

Colgó y miró a Grimes.

—No estaba en su habitación. No durmió allí anoche, según su compañera de habitación. Supongo que eso significa que se fue con alguno de sus amigos.

La enfermera puso cara de indignación. Era evidente que no aprobaba un comportamiento tan escandaloso.

—Muchas chicas de aquí hacen eso.

—¿Sabe si Noelle tenía novio?

—Bueno, no, pero…

—Llame de nuevo a ese número. Necesito hablar con la compañera de habitación. Dígale que se encuentre con nosotros ahora mismo, y lléveme hacia su residencia.

La mujer obedeció, y en cuanto colgó el teléfono Grimes la tomó por el brazo y la guió hacia su coche. Mientras conducía hacia la residencia de la chica, se le encogía más y más el corazón. Tenía el presentimiento de que Noelle Pazia no había ido a dormir a la habitación de su novio, sino que estaba en la cuneta de una carretera de Louisville, en Kentucky.

Salió del coche y fue rápidamente hacia la entrada de la residencia. Había una chica pelirroja, muy guapa, esperando junto a la puerta. Tenía cara de preocupación, y en cuanto él se acercó, le preguntó:

—¿Dónde está Noelle?

—No lo sé. Tenía la esperanza de que me lo dijeras tú.

—Yo pasé la noche con mi novio —dijo la muchacha, y se oyó un resoplido de la enfermera. Grimes se volvió hacia ella y la señaló, como advertencia para que no interrumpiera.

—Continúa —le dijo a la chica.

—Él vive en el pueblo. Es artista. Noelle no estaba en la habitación cuando volví esta mañana, sobre las ocho. Su cama estaba hecha, pero ella siempre hace la cama, y se levanta muy pronto, así que no me pareció raro. Pensé que habría ido a desayunar. Sin embargo, no ha vuelto a la habitación.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste?

—Ayer por la mañana. Iba al centro de salud otra vez, a buscar unas medicinas. Tiene muchas horas de clase este semestre, así que está estudiando mucho, sola y en grupo. Seguro que ha tenido sesión de estudio con su grupo en la biblioteca. Puede hablar con ellos. Aquí está la lista de sus números de teléfono; Noelle la tiene en la puerta de la nevera. Por favor, dígame si está bien. Su padre se va a volver loco si le pasa algo. Es una chica muy buena, no bebe, ni siquiera sale con chicos, por Dios. Está aquí sólo para estudiar.

Grimes le lanzó a la enfermera una mirada fulminante. Estaba deseando librarse de ella.

—Hágame un favor. Vuelva al centro de salud. Me pondré en contacto con usted si necesito algo más.

—Muy bien —dijo la enfermera con un resoplido, y se marchó.

Grimes tomó la lista de números que le dio la compañera de Noelle y comenzó a llamar. Dio con dos contestadores antes de que alguien respondiera. Era un chico llamado Harish, que le explicó que Noelle había estado con él y con los demás miembros del grupo de estudio en la biblioteca durante dos horas la noche anterior. Hicieron un descanso sobre las nueve y media, y ella tuvo una llamada telefónica y salió para no molestar al resto de los estudiantes. Después, no había vuelto a la biblioteca, pero a nadie le había extrañado, porque Noelle estaba enferma y no se encontraba muy bien, y todos habían pensado que había ido a acostarse.

Grimes le dio las gracias y colgó. Se volvió hacia la compañera de piso.

—¿Tienes una fotografía reciente de Noelle?

Ella asintió.

—Sí, en la habitación. Espere, se la traeré. Cree que ha desaparecido, ¿verdad?

—No lo sé, pero necesito esa fotografía. Gracias.

La chica salió corriendo hacia las escaleras, y Grimes llamó a Baldwin. Él respondió al instante. Grimes le informó de la situación, incluyendo el hecho de que la chica desaparecida había ido al Hospital Comunitario de Asheville para hacerse unas radiografías porque la máquina del centro de salud de estudiantes estaba estropeada. Cuando terminó, la compañera de piso apareció con una fotografía.

Grimes miró los suaves ojos marrones y le dio las gracias a la muchacha. Tomó nota de su número de teléfono y le prometió que la llamaría en cuanto tuviera información sobre Noelle. Después entró en su coche y salió del campus. Sin embargo, pasó junto a la biblioteca y se detuvo. El poema. Baldwin le había dicho que a una periodista de Nashville le habían enviado un poema que indicaba que habían secuestrado a otra chica. Decidió inspeccionar la biblioteca. Si el poema estaba allí, tendrían la confirmación de que aquello también era obra de su hombre.

Aparcó y entró en el edificio, observando el jardín y las puertas, pero no encontró nada extraño. A un lado de la entrada había un tablón de anuncios, protegido con una pantalla de plástico transparente. Se acercó y buscó entre la gran cantidad de anuncios que habían dejado allí los estudiantes, ofertas de clases particulares, de un equipo de yoga, de alojamiento… allí estaba. Bajo dos pedazos de papel de colores. Grimes vio una hoja blanca pinchada en el corcho. Abrió el plástico, y con su bolígrafo, apartó el resto de los papeles. Grimes leyó el poema en voz alta.

Mira esta Pulga, y mira

qué trivial es lo que me niegas.

Me picó a mí primero, y ahora te pica a ti,

y en esta pulga, tu sangre y la mía se mezclan.

Mierda. Otro. Miró a su alrededor frenéticamente, como si el asesino estuviera por allí escondido, disfrutando del espectáculo. No había nadie.

El hecho de que lo hubieran dejado apartado no se le había escapado. Baldwin, el niño mimado del FBI, estaba por ahí, siguiendo una pista sólida, mientras Grimes se había quedado atrás, intentando descubrir algo útil. Al menos, había encontrado el último poema.

Sacó una bolsa de plástico del bolsillo de su chaqueta y guardó la nota junto a su chincheta. Quizá hubiera huellas, quién podía saberlo. Después volvió al coche y salió del campus hacia su hotel. Puso la fotografía de Noelle Pazia en el asiento delantero, junto a él. Noelle lo miraba con sus enormes ojos castaños, acusatorios, tristes, solitarios, y él temió por ella. Pronto lo sabría.

Abrió el teléfono y marcó un número que se sabía de memoria. Respondió un hombre.

—Soy yo —dijo Grimes.

—Hola, papá, ¿qué tal? ¿Tienes alguna novedad para mí?

—Sí. Acabo de descubrir que ha desaparecido una chica en Asheville. Se llama Noelle Pazia. También han encontrado un cadáver en Louisville, Kentucky. Supongo que es ella, pero tú tendrás que hacer el resto del trabajo.

—Gracias, papá. Te dejo, voy a transmitir esto inmediatamente.

La línea se cortó.

«Así es mi vida», pensó Grimes. «Fastidio el caso al no encontrar los poemas; mi mujer me dejó hace cuatro meses; mi hija caprichosa no me habla a menos que necesite dinero, y mi hijo me usa para conseguir información de primera mano y abrirse camino como productor de noticias en Nueva York». Baldwin lo mataría si supiera que las filtraciones provenían de él.

Entró al aparcamiento del hotel y frenó el coche. Tomó la fotografía de Noelle y se dirigió a la recepción. La oficina de Louisville debía de haber enviado ya la información.

—¿Tiene algún fax para mí? Soy Grimes, del FBI.

El recepcionista asintió y le entregó un sobre grande. Grimes tomó el sobre y se encaminó hacia el bar. Pidió un whisky, le dio un sorbo, intentando calmarse el corazón. No quería saber si Noelle Pazia estaba muerta. No quería imaginarse aquellos ojos castaños sin vida, grises. Sin embargo, no tenía más remedio. No podía pedirle al camarero que comparara las fotografías.

Así que se bebió el whisky de un trago, sacó la fotografía que le había dado la compañera de piso de Noelle y la puso sobre la barra. Después abrió el sobre. Lo que vio le produjo náuseas.

No había duda. Noelle Pazia estaba muerta.

Apartó la vista del sobre y pidió otra copa. El hombre le dio la botella, como si acabara de decidir que no merecía la pena rellenar el vaso una y otra vez. Grimes asintió para darle las gracias y se llenó la copa hasta el borde. Le temblaban las manos al llevársela a la boca. Tenía que hablar con Baldwin, darle la confirmación. Antes de que pudiera hacerlo, sonó su teléfono.

La llamada no duró mucho. Colgó, y rápidamente, olvidó a Baldwin. Puso el teléfono en la barra y sacó sus credenciales. Observó la placa del FBI. Todas las cosas que significaba para él: fidelidad, lealtad, bravura. Ah, aquel maldito caso.

Maldito Estrangulador del Sur.

Maldito Baldwin y maldito FBI.

Malditas las siete chicas que habían muerto a manos de aquel maníaco.

Noelle le miraba con sus ojos de niña, y él oyó su voz en la mente.

—Estás borracho, Grimes. No tienes por qué disgustarte tanto. Estas cosas pasan. Ya lo sabes. Estas cosas pasan y no puedes hacer nada por remedirlo. Sólo tienes que intentar atrapar al hombre que me hizo esto. A todas nosotras. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Tienes que atraparlo y detenerlo, porque va a hacerlo de nuevo.

Los enormes ojos castaños comenzaron a llorar, y Grimes cerró el sobre. Dios, ya no lo soportaba más.

Comenzó a gritar, histérico, moviendo los brazos y diciendo incoherencias. Había tomado más de la mitad de whisky, y parecía que necesitaba un buen lugar donde echarse a dormir. Al menos, eso le parecía al camarero. Se acercó e intentó calmarlo. Grimes estaba llorando y balbuceando, tirando el líquido de su vaso por la barra y el asiento de al lado. Se llevó la mano al arma, y cuando el camarero intentó detenerlo, blandió la pistola en el aire. Llorando, le pidió al hombre que le dijera a Baldwin que lo sentía. Después se puso el cañón en la sien y apretó el gatillo.