Capítulo 5
Whitney Connolly estaba sentada al ordenador, en el despacho de su casa, enviando correos electrónicos a gente de todo el país. Era su ritual matutino. Se levantaba, iba a Starbucks en busca de un café, saludaba a la gente que conocía y a los que no conocía con una sonrisa de humildad y volvía a casa, al ordenador. Contestaba primero a los correos de los amigos, porque eran la categoría menos numerosa. Además, como generalmente eran los más amables de todos, entraba al grupo siguiente con una sensación de paz.
Los admiradores. Eran de todos los colores, tamaños y formas. Hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Agradables y no tan agradables. Era difícil escapar de aquellos mensajes; la cadena de televisión emitía en pantalla las direcciones de correo electrónico de sus reporteros mientras daban las noticias, y los publicaba junto a su fotografía en la página web de la cadena, de modo que fueran accesibles para el público.
Whitney sentía que era importante contestar, dar las gracias a aquéllos que habían disfrutado con su trabajo la noche anterior, ser cortés con los que no habían disfrutado. Ser la principal reportera del mercado de Nashville tenía sus desventajas. Era inevitable que molestara a algunos espectadores, y sentía que era su responsabilidad reconocer la insatisfacción e intentar remediarla. Relaciones comunitarias, y todo eso.
Aquélla, sin embargo, era una buena mañana. Tenía cuarenta correos de admiradores, y sólo cinco que no estaban contentos con su actuación. Leyó cuidadosamente los comentarios, deshaciéndose de los majaretas con un sencillo «Siento que no te gustara la emisión. Me esforzaré por corregir el problema». Después les dio las gracias efusivamente a quienes enviaban mensajes generosos y afectuosos, y respondió con seriedad las preguntas de aquéllos que pensaban que sabían más del mundo que ella. Terminado aquel grupo, tomó un buen trago de café y se puso a trabajar en el grupo siguiente. El más importante. El de los pronosticadores.
Whitney tenía una vasta red de informadores por todo el país. Llevaba años cultivando aquel grupo, añadiendo contactos legítimos y no tan legítimos a medida que pasaba el tiempo. Tenía aspiraciones, grandes aspiraciones. Sabía que estaba a una historia de conseguir sus objetivos. Ser la primera periodista de televisión de Nashville era algo bastante bueno. Su cadena tenía la mayor audiencia de todo el mercado.
Ella se encargaba de cubrir noticias durante la semana y, los fines de semana, en las noticias de las diez de la noche, se sentaba en la silla de presentadora. Sin embargo, en lo más profundo de sí, sabía que podía hacer más que ser presentadora a jornada completa. Llevaba mucho tiempo pagando sus cuentas y, a los treinta y cuatro años, era hora de empezar a trabajar para uno de los grandes. Quería ir a Nueva York. No a Atlanta, donde todos parecían iguales y no se les permitía expresar sus propias opiniones. No, Nueva York era el lugar en el que debía estar, y estaba a sólo una gran historia de ir.
Tenía el físico, eso estaba claro. Era alta, tenía las piernas largas y el pelo rubio; una nariz perfecta que no había tenido que alterar con la cirugía estética, unos labios carnosos que habían visto muy poco trabajo, y un par de pechos perfectos que le habían costado una fortuna. Las cejas bien dibujadas, un poco más oscuras que su pelo, y unos ojos azules que, según le habían dicho muchas veces, eran espectaculares. Sí, tenía el físico necesario. Y también el cerebro. Por no mencionar que tenía la ambición para hacer el trabajo. Sólo necesitaba la historia adecuada.
Mientras revisaba los correos electrónicos, buscando la dirección que la convertiría en una estrella, se tomó un pequeño descanso y puso la televisión, el canal para el que quería trabajar.
Saltó una alerta de noticia en la pantalla, y Whitney notó que se le aceleraba el pulso. Después de todo, era una reportera consumada. ¿Qué sería? ¿Un bombardeo al otro lado del mundo? ¿Una sentencia importante? ¿Un político sorprendido con una jovencita? Las malas noticias eran buenas noticias para una reportera. Cuando la cara de preocupación del presentador llenó la pantalla, ella sintió una agradable calidez por todo el cuerpo. Se apoyó en el respaldo de su sofá y sonrió. Él había golpeado de nuevo.