Capítulo 45

Taylor y Baldwin llegaron al Centro de Justicia Criminal con ánimo. Después de unos días infernales, parecía que habían atrapado al Estrangulador, y que posiblemente, el caso del Hombre de la Lluvia se había resuelto. Taylor estaba contenta con su trabajo.

Llegaron a la zona de Homicidios charlando. Cuando doblaron la esquina, se encontraron con Fitz, con Lincoln, con Marcus y con el capitán Price, que estaban esperándolos.

—¿Qué sucede? Parece que acaba de estropearse la fiesta, sin haber empezado. ¿Dónde está Buckley?

Taylor miró hacia las salas de interrogatorio. Las luces estaban encendidas en una de ellas. Jake Buckley, el Estrangulador del Sur, estaría detrás de aquella puerta. Sintió un golpe de excitación.

Price respondió a Taylor con una expresión sombría.

—Ha pedido un abogado. No quiere decir nada. Sólo repite la palabra abogado. El… eh… necesita un teléfono para hacer la llamada, pero todavía no hemos encontrado un teléfono que funcione.

—Buena jugada, capitán. ¿Por qué no me deja intentarlo, para ver si quiere colaborar? Tenemos algo de información sobre él de su esposa. Veamos si su sentimiento de culpabilidad hacia ella hace que hable.

—Por eso estábamos esperando. Adelante. Pero si lo pide de nuevo, tendremos que dejar que llame a su abogado. Bueno, el cuerpo está en la sala de autopsias. Estaba hecho trizas, según dijo el oficial que hizo el arresto.

—¿Hecho trizas? —preguntó Taylor.

—Parece que la habían apuñalado, que está degollada y tiene un par de huesos visibles, rotos. Destrozada.

—¿Y las manos? —preguntó Baldwin.

—Intactas. Parece que entró en una locura asesina, y quizá lo interrumpieron antes de que pudiera terminar y decidió echar el cadáver en el maletero del coche. No lo sé. Y hay más noticias: había una bolsa en el hueco de la rueda de repuesto, que contenía herramientas para asesinar. Cuerda, cinta, un cuchillo militar tipo K-Bar, escalpelos… los técnicos lo están analizando todo. Oh, y mira esto.

Price le entregó a Taylor una carpeta verde. Baldwin miró por encima de su hombro mientras ella la abría. Lo primero era una fotografía del cuerpo mutilado de Ivy Clark, metido en el maletero del coche. Después, una fotografía de la bolsa de las herramientas. Una bolsa inofensiva de cuero negro, llena hasta el borde de muerte.

Price sonrió tristemente.

—Está todo ahí. Pero eso no es lo mejor. Mira el primer plano.

Ella pasó a la siguiente fotografía. Había unas iniciales muy claras grabadas en el cuero: JWB. Taylor sacudió la cabeza de puro asombro.

—Su caja de herramientas personalizada. Qué práctico. Muy bien, dejadme hablar con él. Veremos lo que saco en claro —dijo. Miró a Baldwin—. ¿Listo?

—Listo.

—Entonces, vamos allá.

Price hizo un gesto hacia la puerta de la sala de interrogatorios.

—Nosotros estaremos al otro lado, observando. Buena suerte.

Taylor abrió la puerta y pasó a la habitación. Era relativamente pequeña, pintada de azul, y amueblada con una mesa y cuatro sillas. Les dio a Price y al resto del equipo unos segundos para situarse, mientras Baldwin se sentaba en una de las sillas frente al hombre, que estaba muy demacrado. Taylor lo miró: tenía más o menos su edad, unos treinta años, pero su aspecto desarreglado le añadía una década a su belleza dura. Le había crecido la barba y tenía el pelo revuelto. Tenía una pequeña gota de sangre en la comisura de los labios. Taylor pensó que aquél sería el mejor modo de conseguir que se abriera. Miró a Baldwin, que a su vez asintió. Ella estaba al mando, y él la secundaría cuando fuera necesario.

Jake Buckley la miró cuando entró con los ojos llenos de odio. No estaba tan derrotado como parecía minutos antes. Taylor chasqueó la lengua, salió de la habitación y volvió con una caja de pañuelos de papel. Le ofreció uno, un gesto conciliador. Él lo tomó y se lo llevó a los labios.

—Parece que le han golpeado un poco ahí fuera, señor Buckley. Lo siento. Espero que esto sólo sea un malentendido, que ninguno de nuestros hombres quisiera herirlo. De todos modos, no fue profesional por su parte, y hablaré con el oficial que llevó a cabo el arresto, me aseguraré de que esto figure en su expediente. ¿Puedo ofrecerle algo, señor Buckley?

Él la miró a los ojos con un poco de arrogancia. La palabra «señor» lo había puesto otra vez en una situación de control. Él tenía dinero y poder, y debían tratarlo con respeto. Una mujer al servicio del estado para interrogarlo era exactamente lo que necesitaba. Taylor lo estaba manejando perfectamente.

Se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados, sonriendo.

—Vamos, señor Buckley, ¿quiere que le traiga algo? ¿Un café, quizá? ¿Un refresco? ¿O un poco de hielo para ponerse en esa herida?

Buckley la miró.

—Café solo, con dos terrones de azúcar. El hielo no es necesario. Parece que a usted le hace más falta que a mí.

Taylor ignoró aquel comentario sobre su ojo amoratado.

—No hay problema, señor Buckley. Voy a buscárselo.

Sonrió de nuevo, de un modo amistoso, y salió al pasillo. Lincoln fue a su encuentro con una taza de café en la mano. Ella le guiñó el ojo, y después volvió a entrar en la sala.

Taylor le entregó el café y se sentó frente a él, junto a Baldwin.

—Bueno, señor Buckley, siento que haya tenido que pasar esto. Entendería que no quisiera hablar conmigo, pero me encantaría oír su versión de la historia. ¿Cómo se hizo esa herida en el labio? ¿Fue uno de los oficiales de la patrulla?

Buckley la miró con un gesto desdeñoso.

—No crea que no sé lo que pretende, señorita. Está intentando que confiese algo de lo que no sé nada. Lo único que sé es que me pararon en la carretera, me sacaron a la fuerza del coche y uno de los agentes de la Policía Metropolitana me agredió. Después me trajeron aquí. ¿Qué demonios se creen que están haciendo? Juro que me voy a encargar de que los echen a todos ustedes.

La miró con una expresión hostil y exigente. Taylor podía imaginarse a aquel hombre como un asesino, y aquel pensamiento le heló la sangre. Estuvo a punto de dejar de actuar, de decir alto y claro lo que pensaba de aquel canalla, pero se contuvo y asintió.

—Lo entiendo, señor Buckley. Le pido disculpas en nombre de todo el departamento. Lamentamos mucho haberle causado inconvenientes. Pero, seguramente, usted entenderá que tenemos un problema que aclarar. Después, haremos lo que esté en nuestras manos para sacarlo de aquí, para que pueda volver a casa con la señora Buckley. Quinn, ¿verdad? Estará muy preocupada por usted, señor, porque ha salido en las noticias esta noche. Probablemente está en casa, llorando porque no sabe lo que está ocurriendo. ¿Le gustaría llamarla?

—¿Que yo he salido en las noticias? ¿Qué demonios significa eso?

—Dígame una cosa, señor Buckley. Su esposa mencionó que le gusta la poesía.

—¿De qué me está hablando ahora?

—Oh, creo que lo sabe. De poemas de amor. Ella mencionó que se los mandaba al principio de su relación. ¿Sigue teniendo esa costumbre, señor Buckley?

—¿Y eso qué importa? Le enviaba poemas de amor a mi mujer. ¿Me convierte en alguien diferente a los demás?

—¿Y enviárselos a la hermana de su mujer? ¿Le convierte en alguien diferente a los demás?

—¿Enviarle poemas a Whitney? ¿De qué me está acusando, detective?

—Soy teniente. Y le estoy preguntando si tuvo una aventura con la hermana de su mujer, señor Buckley. Con su hermana gemela, que da la casualidad de que ha muerto.

Jake Buckley abrió y cerró la boca, respiró profundamente y habló en tono de amenaza.

—No sé nada de la muerte de Whitney. Haré que le retiren la placa por esto, teniente. Quizá no sea abogado, pero me doy cuenta de cuándo me están calumniando. ¿Es eso lo que le han dicho a mi esposa? ¿Que la engañaba con su propia hermana? ¿Qué piensan que soy, un monstruo?

—Quizá lo sea.

—Y quizá quiera saber a qué se refiere con lo de que he salido en la televisión.

Era hora de mostrar las cartas. Taylor alzó las manos, con las palmas hacia arriba, intentando calmarlo.

—De acuerdo, señor Buckley. Seguro que sabe que lo hemos estado buscando durante los dos últimos días. Y tenemos un pequeño problema. ¿Podría explicarnos por qué estaba esa chica en el maletero de su coche?

Buckley abrió unos ojos como platos, y su arrogancia desapareció durante un instante.

—¿Qué chica? ¿De qué demonios me está hablando?

—¿Y la bolsa con los cuchillos, la cuerda y la cinta? ¿Su caja de herramientas, llena de pruebas?

Buckley se movió en la silla.

—No sé de qué me está hablando.

Taylor se puso en pie y comenzó a caminar por la habitación.

—¿Nadie le ha mencionado que tenía el cadáver de una chica en el maletero del BMW, señor Buckley? Una chica llamada Ivy Tanner Clark. Usted la conoció en Louisville. Está bien, señor Buckley. Sé cómo funcionan estas cosas. Conoció a una chica, y se hizo amigo suyo. Quizá las cosas se pusieron un poco duras, y de repente, ¡bam! Está muerta, y usted no sabe qué hacer. Así que la mete en el maletero de su coche y conduce hacia su casa, pensando que encontrará un buen lugar para tirarla por el camino. ¿Es eso lo que ocurrió, señor Buckley? ¿Es eso lo que ha estado haciendo durante el último par de meses, señor Buckley? ¿Conocer chicas de aquí y de allá, y engatusándolas para que se fueran a algún sitio con usted? ¿Ponerse un poco juguetón, o demasiado juguetón, hasta que las cosas se le iban de las manos y ella terminaba muerta accidentalmente?

Taylor se detuvo a pocos centímetros de Buckley.

—No. No, no, no, eso es imposible. No es verdad. Yo no he matado a ninguna chica. No tengo ni idea de qué…

Taylor lo interrumpió.

—Claro que sí, señor Buckley, eso es lo que ha estado haciendo. Viajar por el sureste, recogiendo chicas, asesinándolas y transportando sus cadáveres. ¿O es que se le ha olvidado? ¿Y sus manos, señor Buckley?

Taylor se inclinó hacia la cara de Buckley. Él estaba aterrorizado.

—¿Qué has hecho con sus manos, Jake? ¿Te importa que te llame Jake? ¿Les dices tu nombre antes de matarlas, Jake? ¿Acaso estabas intentando pasarlo bien y se te fue de las manos? Pero averiguaste que te gustaba, ¿no? Te gustaba violarlas, y asfixiarlas. Y después les dabas el golpe de gracia, ¿no, Jake? Les cortabas las manos, te llevabas una y la tirabas junto al siguiente cadáver. ¿Es así como funcionaban las cosas, Jake?

—¡No! ¡No! No, yo no he hecho nada de eso. Quizá sea un idiota, pero no un asesino. ¡Yo no he matado a nadie! Dios, quiero un abogado. Quiero llamar a mi abogado. ¡Ahora mismo! —rugió él, con los ojos blancos de pánico.

Taylor se dio la vuelta y salió de la habitación. Baldwin la siguió. Dejaron a Jake Buckley balbuceando como un niño en la sala de interrogatorios y se reunieron con el resto del equipo de homicidios.

Los cuatro hombres estaban sonriendo.

—Buena actuación, teniente —le dijo Price—. Lo has asustado tanto que se le olvidó pedir a su abogado hasta el final. Bien hecho, chica.

—Gracias, gracias. Pero tenemos que conseguir que diga algo más que «No, yo no lo hice». ¿Baldwin?

Baldwin estaba mirando al suelo, pensativamente.

—¿Baldwin?

Él la miró a los ojos.

—Hay algo que no encaja.

—Bueno, eso ya lo sabemos. Un tipo normal no mata a las chicas de su cita al final de la noche.

—No, es otra cosa. Cuando tú le dejaste creer que tenía el control de la situación, fue muy arrogante. Sin embargo, en cuanto lo acusaste, se acobardó. Este asesino no haría algo así. Por los mensajes que ha estado enviando, por la naturaleza sensacionalista de este crimen, creo que estaría fanfarroneando. No creo que hubiera dejado que lo acobardaras así.

—Vamos, señor federal, concédale un respiro a la chica. Puede entrar ahí y hacer que ese tipo suelte cualquier cosa que ella quiera oír.

Fitz no le estaba gruñendo a Baldwin, pero claramente estaba presionándolo.

—Puede que sí, pero yo no sé si es él. Tenemos que revisar las pruebas y conseguir su ADN. Podemos obligarle a que nos entregue una muestra ahora, ¿verdad?

Taylor asintió.

—Entonces, vamos a hacerlo. Podemos compararlo con el semen que se obtuvo en el escenario del crimen de Christina Dale. No estoy convencido de que él sea el asesino. Quizá un cómplice… no sé, demonios. Vamos a conseguir más pruebas.

Fitz se quedó mirando fijamente a Baldwin, como si fuera un marciano.

—Baldwin, ese hombre tenía a Ivy Clark en el maletero del coche, e iba a Nashville a toda velocidad para deshacerse del cuerpo. Tenía la bolsa de herramientas en el coche con las iniciales estampadas en el cuero. ¿Qué más necesitas? —preguntó. Después alzó una mano—. No, no respondas. Iré por la prueba y haré que la analicen.

Se marchó por el pasillo.

Baldwin se volvió hacia Taylor, cuya sonrisa había desaparecido.

—Vamos a dejar que Buckley se consuma durante un rato. Quiero ver el expediente sobre el secuestro de Whitney y Quinn.