Capítulo 8

Taylor estaba en estado de alerta cuando llegó a casa de Betsy Garrison. Betsy vivía en el este de Nashville, en una zona que antiguamente estaba poblada de traficantes de drogas y de prostitutas. Sin embargo, el barrio se estaba rehabilitando, como decían sus moradores. Había restaurantes nuevos en las casas victorianas, reformadas para que recuperaran su antigua gloria. La zona se había llenado de profesionales jóvenes, y había coches lujosos aparcados en los garajes. Los árboles se alzaban hacia el cielo e incluso las ardillas y los pájaros habían tomado un color de prosperidad.

Sin embargo, la calle de Betsy estaba de luto aquella mañana de lluvia. Cuando Taylor detuvo su Xterra negro, sólo reconoció otro coche que estaba aparcado estratégicamente al otro lado de la calle, un Ford F-150 pickup abollado. Taylor suspiró. Nada de coches marcados para aquel viaje. Podía decirse que la policía actuaba de incógnito, para proteger a uno de los suyos. No había cinta amarilla para marcar el cordón policial, ni furgonetas de la prensa en la acera.

Se había mantenido en secreto. Las noticias se habían dado de un modo privado, sin usar la radio, haciendo todas las llamadas a teléfonos fijos y móviles personales. Ni siquiera la ambulancia había llegado hasta la casa. El compañero de Betsy de la División de Crímenes Sexuales la había sacado por la puerta trasera de su casa y la había metido en el asiento trasero de su coche para transportarla al hospital.

Taylor sacudió la cabeza al mirar la camioneta vieja. Claramente, Fitz necesitaba un coche nuevo, pero se negaba obstinadamente a comprarlo, y juraba que iba a conservar su camioneta hasta el final. Por el aspecto que tenía el coche, parecía que aquel final no estaba lejos. Ella aparcó detrás, bajó a la acera con cuidado de no pisar los charcos y abrió el paraguas. Después caminó rápidamente hacia la puerta trasera de la casa.

Fitz estaba allí, esperándola, con el omnipresente cigarrillo entre los labios. Estaba encendido, y aunque Taylor sintió una punzada de irritación hacia Fitz, que había dejado de fumar miles de veces sin éxito, metió la mano en el bolsillo en busca de su propio tabaco. Sacó un cigarro, lo encendió e inhaló profundamente. Sintió un ligero cosquilleo en la garganta, que le recordó que los médicos se enfadarían si supieran que estaba fumando, pero descartó el pensamiento con un movimiento de la mano. Fitz se dio cuenta y sonrió.

—¿Justificando tu adicción al nocivo tabaco ante tus médicos otra vez?

Taylor sonrió afectuosamente. Fitz la conocía muy bien. Llevaban varios años trabajando juntos, y pese al hecho de que ella era veinte años más joven que él, y además mujer, nunca había tenido ningún problema con que fuera su jefa. Al contrario; él había sido uno de los que había apoyado su ascenso a teniente el año anterior, cuando muchos miembros del cuerpo no lo habían hecho.

Y él era uno de los que tampoco rechazaba al nuevo jefe; sin embargo, así era Fitz. Siempre dispuesto a ayudar, cerca de la jubilación y sin preocuparse un pimiento por la política. Además, el nuevo jefe había reestructurado el departamento de modo que Fitz había conseguido un ascenso y una subida de sueldo, lo cual había mejorado su humor. Más para retirarse, como decía jovialmente, Fitz había pasado a ser sargento de Homicidios y tenía a seis detectives trabajando por debajo de él. Sólo respondía ante Taylor, y ella, como teniente del departamento, sólo respondía ante Mitchell Price. Era una jerarquía estricta, pero la gente de Homicidios se las había arreglado para salir indemne y con más poder del que tenían antes.

Price, el capitán, tenía control sobre toda la División de Investigaciones Criminales, y los tenientes de cada división lo informaban a él, y a nadie más que a él. Eso le proporcionaba más autoridad pero menos supervisión, así que dependía de sus tenientes para que arreglaran el mundo por él. Él debía responder directamente ante el jefe, y los dolores de cabeza de la política le valían la pena, porque podía mantener a su gente fuera de la refriega.

Taylor dio una calada profunda a su cigarro y se apartó de la cabeza las miradas de desaprobación de los médicos mientras se pasaba dos dedos por la cicatriz que tenía en el cuello. Le dio a Fitz un breve abrazo, apagó el cigarrillo a medio fumar en la suela del zapato y se guardó la colilla. No quería alterar el escenario del delito.

—Bueno, cuéntame qué ha pasado. Me hiciste el informe sobre Shauna Davidson, ¿verdad?

—Sí. No era una rata de centro comercial, como yo pensaba. No estaba trabajando. Estaba haciendo cursos de verano, eso es todo. Los ricos ociosos… —dijo, y sonrió a Taylor. Ella arqueó la ceja y él se rió. Después continuó—: Había salido con unos amigos después de clase. Nadie tiene demasiados detalles todavía. Pero los conseguiremos, no te preocupes.

—Muy bien. Tendremos que pasarle toda la información al agente Baldwin, porque va a trabajar en el caso.

—Taylor, acerca de Baldwin.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa con él?

Él la miró y ella se dio cuenta de que sabía exactamente qué tipo de tareas estaban desempeñando Baldwin y ella. Fitz siempre había sabido entenderla muy bien.

Taylor se ruborizó.

—Sí, bueno. No nos preocupemos ahora por eso. Vamos a concentrarnos en esto por el momento, y después revisaremos toda la información que tengas sobre Shauna Davidson. ¿Betsy está bien?

—No sé la historia completa, pero me han llamado justo antes de que llegaras. Va a sobrevivir, pero tienen que operarla para limpiar algo, una hemorragia en la cavidad del ojo. Le rompió el pómulo, Taylor. Le dio una paliza tremenda.

—Ése no es su modus operandi.

—No. Normalmente las ata y las viola, y después se escapa. Pero esto era algo personal. La ató, la violó y después le dio una paliza. Después de una hora, ella consiguió liberarse un brazo y llamó a su compañero, Brian Post, para que viniera a buscarla y la llevara al hospital. No llamó a Price hasta que estuvo allí. Quería mantenerlo en secreto. No queremos que la prensa se entere de esto. «El Hombre de la Lluvia agrede a la investigadora que lleva su caso». Se cebarían en la noticia.

—Qué valiente ha sido, manteniéndose fría de ese modo.

—Y que lo digas. He hablado con Post, y me dijo que estaba totalmente calmada y fría. Sólo se disgustó cuando le dijeron que tenían que operarle el ojo, porque va a estar de baja un tiempo y no podrá ayudar en la investigación. Tiene la cara rota, y quiere volver inmediatamente. Tiene agallas, la chica.

—Bueno, ¿y qué quieren de nosotros?

—Que entremos en la casa y procesemos nosotros el escenario del delito. No quieren que entre ningún técnico de la Policía Científica para mantenerlo todo en secreto. Hasta ahora sólo lo sabemos Price, el jefe, su compañero, tú y yo. Y quieren que siga así.

—¿Tienes el instrumental para procesar la escena? ¿Y una cámara?

Él señaló a sus pies. En el suelo había un maletín grande.

—Lo recogí todo de camino hacia acá.

—Gracias por ser tan previsor. Allá va mi pregunta: ¿No crees que el Hombre de la Lluvia se enfadará si no ve su obra de arte en las noticias?

—Creo que Betsy quiere encargarse de ello más tarde.

—Está bien. Pero de todos modos, necesitamos una declaración suya.

—Post ya lo ha hecho. Cuando terminemos aquí, podemos pasar por el Baptista y recoger la declaración, e incluso hablar con ella si ha salido de la operación.

Taylor observó la puerta trasera, cuya cerradura estaba forzada. Tenían que ponerse a trabajar.

—Manos a la obra.

Se pusieron guantes de látex y fundas protectoras para las botas, y comenzaron a procesar la escena, empezando por la cerradura, que Taylor empolvó para obtener las huellas. Sacó una huella decente del pomo, tomó fotografías de todo y después, entraron lentamente a la casa.

Parecía que había pasado un tornado por allí. La mesa de la cocina estaba volcada, y la superficie de cristal se había roto. Había salpicaduras de sangre en los añicos, y un rastro de sangre que salía de la cocina. Taylor lo siguió, fotografiándolo, hasta el salón. Había más sangre en el sofá, y una de las lámparas estaba tirada en el suelo, aunque el resto de la estancia no tenía mal aspecto. Taylor vio una cuerda en el suelo, frente al sofá.

—Creo que entró por la puerta trasera y la sorprendió en la cocina. Hay mucha sangre. ¿También le rompió la nariz?

Fitz estaba asintiendo.

—Sí, le dio bien en la cara antes de que ella tuviera oportunidad de hacer algo.

—Entonces, la golpeó en la cocina, la arrastró al salón y la agredió sexualmente en el sofá. ¿Cuándo la ató?

—Según lo que me dijo Post por teléfono, la incapacitó en la cocina, y cuando Betsy se despertó en el sofá, estaba atada como un cerdo de Navidad. Cuando terminó de violarla, le ató las piernas.

—Parece que amarró la cuerda al sofá, por la parte trasera del respaldo —dijo Taylor, mientras recorría la habitación haciendo fotografías—. ¿Ves los extremos de la cuerda aquí? Ahí debe de ser donde ella consiguió soltarse. Está bien, vamos a terminar.

Se pusieron a trabajar en el procesamiento del escenario del delito, y pudieron recoger las escasas pruebas que el violador había dejado allí. Embolsaron la cuerda; él siempre llevaba una cuerda común y corriente, de nylon, de las que podían comprarse en todas las ferreterías del país, así que era prácticamente imposible seguir aquel rastro. No había más pruebas físicas que pudieran recoger. Tenían la huella dactilar del pomo de la puerta trasera, pero aquello era parte de su modus operandi. Trabajaron rápida y minuciosamente, y al final, se miraron. Pobre Betsy. Por muy valiente que hubiera sido, había pasado por un infierno.

El violador, que tenía el apodo de «El Hombre de la Lluvia», llevaba aterrorizando a las mujeres de Nashville durante cinco años. Se había ganado el apodo porque sólo actuaba cuando llovía. Había agredido a siete mujeres, ocho con Betsy, entrando por la puerta trasera de sus casas, atándolas y violándolas. Eran delitos sencillos, directos. Nunca hablaba, llevaba un verdugo de esquí y siempre usaba preservativo.

Sus víctimas habían declarado que parecía como si no tuviera interés por lo que hacía. Se limitaba a atarlas, se ponía el preservativo, las violaba y salía por la puerta trasera. Nada más. Nunca había golpeado a ninguna de ellas; las amenazaba para que obedecieran apuntándolas con un arma a la cabeza, o con un cuchillo en el costado. Tenía un modus operandi relativamente inofensivo, algo que los expertos clasificaban como el de un violador caballeroso. Hasta aquel día, ninguna de sus víctimas había resultado herida.

Taylor y Fitz terminaron y se dirigieron hacia el jardín. Allí fumaron en silencio durante un rato, hasta que Taylor sintió la necesidad de comentar lo evidente.

—¿Crees que ha sido un imitador?

—Creo que debemos tener en cuenta esa posibilidad, dado el nuevo modus operandi. Si esa huella de la puerta es suya, podrán establecer la correspondencia con las otras. Qué chiflado. Dejar una huella y una cuerda. No tenían su huella fichada, así que nunca había tenido problemas con la ley. ¿Cómo es posible que un ciudadano respetuoso con las leyes se convierta en un violador?

—Fitz, si supiera la respuesta, podría salir en la televisión y ganar millones de dólares. Vamos al hospital a ver si Betsy ya ha salido de la operación.