Capítulo 9

Baldwin se sentó y estiró las piernas todo lo que le permitió aquel apretado asiento. Se abrochó el cinturón de seguridad y se preparó para hacer aquel rápido viaje a Atlanta. En cuanto el avión ascendió y el piloto terminó de saludar al pasaje, abrió el ordenador portátil para revisar el correo electrónico. El expediente de la chica desaparecida apareció ante sus ojos. Shauna Lyn Davidson.

Lo había llamado Terry Grimes, el agente de campo que había estado llevando los casos de Alabama y de Luisiana. Le habían ordenado que mantuviera a Baldwin al tanto de todo para acelerar la investigación, y él había obedecido, aunque con cierta renuencia al principio. Entregarle su caso al experto en perfiles criminales más célebre de todo el FBI le había molestado. Pero durante aquella última conversación que había mantenido con él, Baldwin percibió el sonido del pánico en su voz.

—Baldwin, han identificado el cuerpo de Shauna Davidson en Georgia. Estaba en un descampado junto a una carretera rural, cerca de Adairsville, saliendo por la I-75. Parece lo mismo: el cuerpo tirado en un descampado, estrangulado y sin manos. ¿Qué pretende este tipo?

—Grimes, les has dicho lo que tienen que buscar, ¿no? Tienen que encontrarlo.

—Sí, mierda, lo sé, lo sé. Están buscando la mano. Yo voy hacia allá. ¿Tú vienes?

—Estoy en camino, tío. Espérame allí.

Baldwin miró el reloj y vio que era demasiado pronto para pedir una copa. Se suponía que aquél iba a ser un día bonito, tranquilo, en la cama con la mujer a la que amaba. No un día para enfrentarse a la muerte. Sin embargo, allí estaba, en un avión camino de Atlanta, a la caza del Estrangulador.

Ser experto en perfiles criminales significaba pasar muchas horas en sitios extraños, pero cuanto más trabajaba para el FBI, más se daba cuenta de lo parecidas que eran todas las situaciones. Un loco mataba a un inocente, y volvía a hacerlo otra vez. Se establecía un modus operandi, se consultaba al FBI y Baldwin tenía que subirse a un avión.

Él había elegido aquella vida, aquel mundo. Tenía la rara habilidad de desconectar, de no dejarse afectar por los detalles horribles de los casos. Sin embargo, aquella habilidad estaba empezando a debilitarse. No sabía exactamente lo que debía hacer: si quedarse en el FBI o si establecerse por sí mismo. Le encantaría llevarse a Taylor de la Policía Metropolitana, pero sabía que eso no iba a suceder demasiado pronto.

Se apartó todas aquellas cosas de la cabeza. Tenía que concentrarse, y pensar en Taylor Jackson desconcentraría incluso al más fuerte de los hombres.

La policía local de Alabama y de Luisiana había hecho lo correcto en los procesos de sus casos. Las autoridades de Alabama trabajaban en estrecha colaboración con la policía de Baton Rouge. Habían hecho los análisis correctos y habían llevado a cabo las investigaciones necesarias, y todavía no tenían ni una pista de quién había estrangulado a Susan Palmer, le había cortado las manos y la había tirado a un descampado de Baton Rouge.

Sin embargo, era el caso de Jeanette Lemier el que había llamado la atención del FBI, al descubrir que había conexión y similitudes entre ambos asesinatos, y cuando habían encontrado la mano de la primera víctima bajo el cuerpo de la segunda.

Los detalles de ambos casos se mantenían en secreto con la esperanza de que en algún momento surgieran respuestas. Dos familias pudieron enterrar sólo partes de sus adoradas hijas. Y ahora, dos familias más iban a recibir los cuerpos incompletos de sus hijas para darles sepultura. Baldwin rezó para que todo terminara allí.

Baldwin había estado al tanto de los crímenes, pero no involucrado activamente en la investigación. La llamada de aquella mañana iba a cambiarlo todo. El FBI podía reclamar jurisdicción completa de ser necesario, porque los secuestros y los asesinatos cruzaban los límites de varios estados, pero hasta el momento, las policías locales habían cooperado, y parecía que eran una gran ayuda en la investigación, y no un estorbo.

Los dos agentes que formaban el equipo original del FBI, Jerry Grimes y Thomas Petty, eran listos y experimentados. Cuando Jessica Porter había desaparecido, y la policía local había descubierto que su dormitorio estaba lleno de sangre, habían cargado los detalles del caso en la base de datos del Programa de Detención de Criminales Violentos. Al conseguir una concordancia del modus operandi, el FBI había enviado a Grimes y a Petty para ayudar a evaluar el escenario.

Cuando habían examinado el apartamento, habían llamado a Baldwin y le habían puesto al corriente del caso. Le habían enviado la información de la que disponían, que no era mucha. Baldwin sacó la delgada carpeta de su maletín y comenzó a refrescarse la memoria. Estaba escrita al estilo seco e impersonal de los informes de la policía, uno que no permitía que las emociones interfirieran y destruyeran la objetividad de los oficiales y los agentes.

PERSPECTIVA GENERAL DEL CASO: JESSICA ANN PORTER

La víctima es una mujer blanca de dieciocho años. Mide un metro sesenta y dos centímetros y pesa cincuenta y cuatro kilos y medio. Tiene el pelo castaño y largo, y los ojos marrones. Nació el veintisiete de abril de mil novecientos ochenta y seis en la ciudad de Jackson, Misisipi. Tiene una marca de nacimiento en forma de fresa en el bíceps izquierdo, un anillo con una pequeña bola de cristal en el ombligo y las orejas perforadas. La víctima desapareció mientras volvía a casa desde su puesto de trabajo de recepcionista en el hospital general de Jackson. La víctima…

—Oh, demonios —murmuró Baldwin—. No puedo hacerlo así —dijo.

Era demasiado impersonal. Cerró la carpeta del expediente y pensó en la conversación que había tenido con Grimes. El hombre estaba bastante abatido cuando lo había llamado. Acababa de salir del apartamento de la chica, y había terminado de recopilar las declaraciones de sus familiares y sus amigos. Baldwin repasó su diálogo. Tenía el don de extraer lo que necesitaba con total exactitud de una conversación. Algunas veces, Taylor lo odiaba por ello, porque nunca podía salvarse de nada. Sonrió al pensarlo, y después se concentró en la base de datos de su mente.

Había sido una noche tranquila. Durante los meses anteriores, Baldwin había estado trabajando en la Oficina de Campo de Tennessee, como experto en perfiles criminales de la región. Baldwin había estado también trabajando en casos de la Unidad de Ciencia de la Conducta del FBI de Quantico, respondiendo a sus consultas cuando era necesario. No estaba exactamente retirado, pero sí en una especie de temporada pseudosabática que le permitía estar en Nashville con Taylor. Aquello estaba funcionando perfectamente hasta la llamada de teléfono, la voz familiar que le había retumbado en el oído.

—Supongo que hablo con el estimado doctor Baldwin —le había dicho alguien con sarcasmo—. Soy Jerry Grimes. Estoy en Misisipi, trabajando en un caso.

Baldwin recordó cómo se le había acelerado de impaciencia el corazón. Sus sentidos se pusieron en alerta. Grimes no lo estaba llamando por iniciativa propia, sino que seguía las órdenes de un superior. Él le había hecho partícipe de todos los detalles.

—Tenemos a una chica desaparecida. Joven, morena. Tiene toda la pinta de ser…

—El Estrangulador —dijo Baldwin, con miedo y adrenalina en el cuerpo.

—¿Cómo lo sabes, Baldwin?

—Por intuición.

—Pues sí, buena intuición. La chica se llama Jessica Ann Parker. Seguramente, lo habrás visto en las noticias.

—No, no he visto mucho la televisión. Me imagino que está muerta, o no me estarías llamando.

Grimes se había quedado en silencio durante un momento, y después le había respondido con la voz entrecortada.

—No, sólo ha desaparecido. Tenemos unas sábanas llenas de sangre, pero sin señales de forcejeo. Es como si se hubiera desvanecido en el aire. Nadie la ha visto desde que salió del trabajo.

Baldwin recordó la descripción que Grimes había hecho de la joven.

—Es una chica muy guapa. Tiene el pelo castaño y los ojos marrones y grandes, de esos que te atrapan. Y eso sólo de las fotografías. Era la reina del baile del instituto, tío. Se estaba preparando para volver a la universidad en otoño, y quería ser enfermera o médica, algo con lo que pudiera ayudar a los demás. Trabajaba de voluntaria en un albergue para gente sin hogar de la ciudad, y les llevaba comidas a los enfermos confinados en casa. La chica era una santa, y ninguna de las personas con las que hemos hablado tenía nada malo que decir de ella.

Baldwin recordó que había pensado que Grimes se estaba tomando aquello de manera demasiado personal.

Grimes continuó:

—Sabía que había algo raro y que probablemente debía avisarte, por si acaso.

Baldwin no podía hacer otra cosa que escuchar al hombre. Los casos de niños afectaban incluso al mejor investigador, y hablar de ello era lo mejor algunas veces. Cuando colgaron, Baldwin le había prometido que haría un poco de investigación sobre manos desaparecidas y lo que podían significar. Entonces, Jessica Porter apareció en un descampado de Nashville, junto a la mano de Jeanette Lernier.

El teléfono había sonado de nuevo, aquella mañana temprano. Baldwin vio el número en la pantalla del identificador y supo que era Jerry Grimes, que lo llamaba a causa de Shauna Davidson. Y tenía razón.

—Tenemos otro cuerpo, Baldwin. Estamos bastante seguros de que es la chica que desapareció en Nashville.

Aquella llamada lo había puesto en el avión. Se repetía en su mente, con la cadencia de una canción infantil.

Susan Palmer, Alabama. Hallada en Luisiana. Jeanette Lernier, de Baton Rouge. Hallada en Misisipi. Jessica Porter, de Misisipi, hallada en Nashville. Shauna Davidson, de Georgia…

Aunque había estado pensado en silencio, la mujer del asiento del otro lado del pasillo le lanzó una mirada de pena y de disgusto al mismo tiempo. Debía de haberse puesto a hablar en voz alta sin darse cuenta. Baldwin sonrió para reconfortarla lo mejor que pudo y volvió a guardar los expedientes en el maletín. Cuando el piloto abrió la radio del avión para informarlos de que iban a aterrizar en Atlanta, se dio cuenta de que estaba nervioso por el desafío.