Capítulo 22

Taylor tenía una enorme resaca. Recordaba vagamente la noche anterior, cómo había llorado sobre su cerveza, y que más tarde había tomado whisky. Gran error, ella odiaba el whisky. Había vomitado en cuanto había terminado la copa. Aquél había sido el momento en que Sam había decidido que Kat las siguiera a casa con el coche de Taylor. El trayecto era corto, y Sam había acostado a Taylor en la cama. Taylor se despertó con dolor de cabeza y náuseas.

Después de su breve charla con Baldwin, se había dado una ducha y había salido para el trabajo con las gafas de sol puestas para protegerse los ojos del sol brillante. ¿Cuándo se había vuelto el sol tan poderoso y había comenzado a irradiar aquella luz de mediodía a una hora tan temprana? Taylor estaba segura de que nunca había relucido tanto.

Entró en su Xterra con un gesto de dolor. Se sentó y puso la radio, y sintonizó Lucy, su emisora favorita de rock alternativo, a un volumen soportable. Después se perdió en la música.

Muchas veces había intentado averiguar el momento exacto en que se había enamorado de Baldwin. Lo que le había atraído de él en primer lugar era su vulnerabilidad. Ella había percibido que se sentía vacío en cuanto lo había conocido, había visto el reflejo en su propio corazón. ¿Había sido amor a primera vista? ¿Fue la primera vez que se rozaron, sin darse cuenta, las manos? Ella se había sentido muy atraída por su alma torturada, y había buscado su propio perdón mientras intentaba ayudarlo a que él consiguiera el suyo.

Sacudió la cabeza para salir de su ensimismamiento. El dolor de cabeza había empezado a remitir. Baldwin. Ahora, él era su hombre. Ojalá estuviera allí con ella. Él la consolaría con sus manos fuertes, le levantaría el pelo de la nuca, le murmuraría al oído mientras le acariciaba el cuerpo. Y ella se lo permitiría. Pero en ese momento, tan pronto en su felicidad, Taylor iba a estropearlo todo. Se posó la mano en la frente mientras sentía una náusea. Mierda.

Arrancó el motor y metió la marcha. Se dirigió hacia el West End, hacia las afueras de Belle Meade. Había prometido, antes de quedarse totalmente dormida, que desayunaría con Sam en Starbucks aquella mañana.

Taylor entró al aparcamiento y paró el motor. Bajó del coche y se dirigió a la cafetería; al entrar, vio a Sam en un rincón acogedor, con butacas tapizadas y una pequeña mesa de cristal llena de bebidas, magdalenas de canela e integrales y bizcocho de limón. Taylor tuvo que contener una carcajada. El embarazo de Sam la estaba superando, y su amiga devoraba cualquier cosa dulce que tuviera cerca.

—Ahí está, la mujer a la que desean todos los hombres y que todas las mujeres envidian. Siéntate antes de que se te quede frío el café, chica.

—No le deseo mi posición a nadie hoy. Me siento fatal.

—Sí, no tienes buen aspecto. Pero llevas unas gafas muy bonitas.

Taylor se acercó y le dio un abrazo a su amiga. Después alargó el brazo para tomar el café, y en aquel momento, se oyeron unas sirenas en la calle, acercándose más y más.

—¿Lo oyes? Espero que no sea nada.

—Sí, seguramente será un ama de casa de Belle Meade, que tiene un padrastro —dijo, y las dos se echaron a reír.

Cuando terminaron, Taylor se dio cuenta de que Sam estaba impaciente por darle una noticia.

—He ido a hacerme una ecografía esta mañana.

—Ooooh, ¿y te han dicho lo que vamos a tener?

—Bueno, en cierto modo. Hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que sea niña.

Taylor empezó a sonreír, e inmediatamente se preguntó si iba a ser tan guapa como había sido su madre. Casi estuvo a punto de perderse la siguiente frase de Sam.

—Y hay muchas posibilidades de que también tengamos un niño.

Taylor se quedó inmóvil.

—¿Mellizos? ¡Mellizos! Oh, Dios mío, Sam, no has perdido el tiempo, ¿eh? ¡Familia instantánea! ¿Está Simon a punto de morirse?

—Sí, pero está feliz. Dice que así podemos dejar de preocuparnos por el nombre perfecto. Podemos llamarles Uno y Dos. Yo le he dicho que parece que está poniéndoles nombre a unas placas de cultivo, pero él se ha echado a reír.

Simon Loughley era el propietario del único laboratorio forense de la ciudad, privado y muy discreto. Y también muy caro. La Policía de Nashville había usado sus servicios en varias ocasiones, para casos difíciles.

Sam continuó parloteando, para diversión de Taylor. Sabía que Sam quería ser madre, y no podía estar más contenta por el hecho de que fuera a tener mellizos.

—…así que le dije al médico que me estaba bien empleado por usar la píldora anticonceptiva durante todos estos años. Cuando los óvulos se dieron cuenta de que por fin podían salir, corrieron hacia la puerta. Es raro, pero tengo la sensación de que van a ser niño y niña.

Taylor se inclinó hacia Sam y le dio un suave abrazo.

—Va a ser maravilloso, cariño. ¡Vamos a dar una gran fiesta!

Sam la miró, buscando en su rostro la confirmación de que Taylor había dejado descansar sus demonios por su propia situación. En aquel preciso instante sonó el teléfono de Taylor, y le dio una excusa para poder apartar la mirada. Ella abrió el móvil y respondió.

—Taylor Jackson —dijo, e inmediatamente comenzó a moverse en el sofá—. Hola, doctor Gregory. No, estoy bien —respondió. Entonces, se quedó en silencio durante un momento. Y después, un momento más—. ¿Está seguro? —la ligereza de su tono de voz hizo que Sam la mirara con toda su atención. Taylor tenía una sonrisa de oreja a oreja—. Muchas gracias. No, de veras. Gracias.

Colgó el teléfono, mordiéndose el labio.

—¿Buenas noticias?

Taylor se apoyó en el respaldo de la butaca.

—Parece que la enfermera Shelby confundió dos resultados. Hay una mujer cuyo apellido es Taylor que está embarazada. Yo no.

—Me pareció que podría ocurrir algo así. Tú no tenías aspecto de estar embarazada.

—¿Y por qué no me lo dijiste? Me habría venido bien dudar un poco anoche.

Taylor no sabía si llorar o reír. Sin embargo, sentía un alivio abrumador. No era el momento adecuado para Baldwin y para ella. Quizá, bueno, ¿quién podía saberlo?

Sam le dio unos golpecitos en el brazo. No tenía que decir nada.

Después de un largo instante, Taylor comenzó a hablar, pero justo cuando abrió la boca saltó el busca de Sam. Ella miró la pantalla y llamó por teléfono. Rápidamente dejó de ser la emocionada futura mamá y se convirtió en la doctora forense. Cuando colgó, estaba sacudiendo la cabeza.

—Maldita sea, tengo que irme. Ha habido un accidente de tráfico mortal en la entrada del Bulevar de Belle Meade. Por eso hemos oído tantas sirenas. ¿Vienes?

—Claro, ¿por qué no? De todos modos estoy esperando a que me llamen Marcus y Lincoln.

Las dos mujeres se pusieron en pie rápidamente y fueron hacia sus respectivos coches. Sam le indicó que la siguiera y desapareció en el interior de su nuevo BMW 330Ci plateado, el regalo de bodas de Simon.

El accidente era tan truculento como habían presagiado las sirenas. Las víctimas estaban cubiertas con sábanas, pero el pavimento estaba lleno de sangre, de cristales y de pedazos de automóvil. Había una muñeca en mitad de la calzada, bajo un cristal templado hecho añicos.

Taylor se maravilló de la habilidad que tenía Sam para dejar a un lado su vida normal y dedicarse al trabajo. Estaba repartiendo órdenes, mirando bajo sábanas, moviéndose por aquel caos como un cisne por un lago. Ella era la forense, y su trabajo era enfrentarse a la carnicería, pero Sam era tan eficiente que todo estuvo bajo control en cuanto ella entró en escena. Taylor se sentó en el capó de un coche patrulla para quitarse de en medio. No era un caso suyo, y ya había gente suficiente circulando por allí como para que ella se interpusiera.

Sam se acercó a ella, con la cara un poco pálida.

—¿Estás bien? —le preguntó Taylor, preocupada.

Sam sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—Sí, pero esto es horrible. La mujer del X5 se abalanzó sobre el Audi como un tanque. Los ocupantes del Audi murieron en el acto. Eran una madre y dos niños pequeños. El carné de conducir de la madre dice que se llamaba Tina Young. Están identificando a los niños por los nombres de sus mochilas, Meredith y Jason. Los dos estaban en la escuela elemental. Al menos, podré decirles a sus familiares que fue rápido, que no creo que se dieran cuenta de nada.

—¿Y quién conducía el X5?

—Se llamaba Whitney Connolly. No llevaba el cinturón de seguridad, y con el impacto atravesó el parabrisas.

Taylor se quedó impresionada.

—¿Whitney Connolly, la reportera del Canal Cinco?

—Sí.

—Oh, Sara, esto se va a llenar de furgonetas de televisión. ¿Qué puedo hacer?

—Intenta distraerlos mientras yo hago que se ocupen de ella, ¿de acuerdo? Si aparece alguien del Canal Cinco, seguramente reconocerán su coche.

—¿Digo que no hay comentarios, o quieres que confirme su identidad?

Sam miró hacia el accidente durante un instante.

—Puedes confirmar su identidad, pero sólo al Canal Cinco. De todos modos, tienen que saberlo. Usa tu discreción.

Sam volvió hacia el escenario del accidente, moviéndose rápidamente para colocar lonas amarillas sobre los cadáveres.

Taylor cruzó la calle. Los oficiales uniformados estaban cortando el paso. Nadie podría entrar a la zona salvo las furgonetas de los medios de comunicación. Y ya estaban llegando. Taylor sintió alivio al ver que la primera era del Canal Cinco, y entonces recordó que tenían la historia del Hombre de la Lluvia. Sería mejor que no se lo mencionaran. Al menos, podrían tener una pequeña charla y aclarar las cosas. Taylor les hizo un gesto para que se desviaran hacia la cuneta.

Reconoció a la reportera y a su cámara. Afortunadamente no era Edith, pero aquella reportera en particular había cubierto muchos de los casos de Taylor, y era detestable. Taylor supo que tendría que ser rápida para impedirles que la evitaran. Le indicó al conductor que bajara la ventanilla y metió la cabeza en la furgoneta.

—Tommy, Stacy, me alegro de veros.

—¿Cuándo fue la última vez que se alegró de vernos en un escenario, teniente? ¿Y por qué está aquí? Creía que esto sólo era un accidente de coche.

Stacy Harper era una rubia de bote con gafas de concha cuadradas y un fuerte acento yanki. Había ido a trabajar al Canal Cinco desde el Canal Dos el año anterior. Conocía Nashville, pero a Taylor le parecía un poco quejumbrosa. Se rumoreaba que estaba saliendo con un jugador de rugby de los Titanes de Tennessee, lo cual no era sorprendente. Tenía un tipo de atractivo que volvía locos a los hombres.

—Es un accidente de coche, pero tengo que deciros algo.

—¿Qué, teniente? Tenemos que empezar a filmar la escena para que yo pueda hacer el reportaje del mediodía. ¿Quiere hacer algún comentario sobre el Hombre de la Lluvia?

—Déjalo, Stacy. Concéntrate. Whitney Connolly ha tenido un accidente. Su X5 aplastó a otro coche. Sus tres ocupantes han muerto.

A Stacy comenzaron a brillarle los ojos. No había nada como un buen escándalo para elevar los niveles de audiencia del mediodía.

—Entonces, ¿va a arrestarla por homicidio involuntario? ¿Estaba ebria? Tengo que llamar a mi productor, va a quedarse sin habla.

Stacy comenzó a sacar el teléfono, pero vio la mirada de Taylor y se quedó inmóvil. Entonces se dio cuenta de todo.

—Oh, no puede ser. Ella no ha…

—Sí, ha muerto. Creo que sí que tienes que llamar a tu productor. Sólo os lo decimos para que podáis hablar con la cadena y hacer lo que tengáis que hacer.

Tommy y Stacy se miraron. Iba a ser un día muy complicado. Se pusieron en acción, pasaron a la parte trasera de la furgoneta y comenzaron a hacer llamadas.

El resto de las furgonetas de televisión aparecieron a los pocos instantes, todo el contingente de ABC, CBS, NBC y Fox, pero no parecía que hubiera mucha actividad. No instalaron el satélite, no desenrollaron cables, no filmaron. Parecía que la noticia de la muerte de una colega de profesión se había extendido y, según le dijeron a Taylor, no iban a filmar como muestra de respeto a ella. Se reunieron fuera de los vehículos, olvidando las enemistades entre las cadenas. Un cortejo funerario improvisado en el West End.

Gracias a Dios, ninguno pidió información sobre el Hombre de la Lluvia. Estaban demasiado impresionados como para pensar con claridad, por una vez.

Taylor los dejó y cruzó la calle hacia Sam. Le pareció que su amiga todavía estaba muy pálida, y se imaginó qué aspecto tendría ella misma. La primera oleada de adrenalina se había disipado, y la resaca había vuelto con saña. Se sentía muy cansada. Cuando llegó junto a Sam, fue a pasarle el brazo por los hombros, pero se retiró al ver que tenía sangre en la manga.

—Te has manchado —le dijo.

Sam se miró el brazo con sorpresa.

—Mmm, qué torpe. Bueno, saldrá. ¿Cómo ha ido todo con los periodistas?

—Bien. No van a filmar ni a sacar fotografías. Están muy afectados, intentando dilucidar cómo van a dar la noticia sin alterar a toda la ciudad. No se están comportando como si fueran buitres, lo cual es muy agradable. No tienes que preocuparte de nada.

Sam sonrió.

—Gracias, Taylor, eres la mejor. Voy a la morgue. ¿Tú estás bien?

—Sí. Yo tengo que ir a la oficina. Me tomaré una aspirina y me pondré al día con algunas cosas. Espero que los chicos hayan resuelto todos mis casos para que pueda apoyar la cabeza en el escritorio y dormir durante una hora.

—Todos los hombres del mundo, y tan poco tiempo. Dile hola a Baldwin de mi parte —le dijo Sam. Después le apretó el brazo cariñosamente y se alejó.