Capítulo 30
Christina Louise Dale, más conocida como Christy por su familia y amigos, era un caso triste. Tenía diecinueve años, era delgada y como no tenía dinero para ir a la universidad ni notas lo suficientemente buenas como para obtener una beca, trabajaba muy duro y se relacionaba con los estudiantes de universidad de Roanoke todo lo que podía. Era autodidacta, pero cuando lo mencionaba, muchos de los chicos de la universidad ni siquiera sabían lo que significaba. Era una pena que, siendo más lista que todos ellos, no pudiera ir a su misma clase.
Continuó educándose a sí misma y leyendo todo lo que caía en sus manos. Consiguió un trabajo para poder permitirse las oportunidades que, hasta el momento, se le habían negado en su corta vida. La compañía matriz del hospital de su pequeña comunidad concedía becas a los empleados pobres que dedicaban voluntad y dedicación para obtener una educación más extensa, pero sólo en el campo médico. Y a ella le parecía bien. Siempre podía estudiar con aquella empresa y después, cuando fuera un poco mayor, elegir otro camino que le gustara más.
Christy era una empleada diligente, aunque fuera del colegio su comportamiento era un poco cuestionable. Bebía demasiado, se drogaba un poco y salía con demasiados hombres.
Baldwin sabía todas aquellas cosas, y más, así que mientras observaba el cuerpo sin vida de Christy, tirado al borde de la carretera en Asheville, Carolina del Norte, no podía evitar preguntarse si la pobre muchacha no sabía lo peligroso que era acostarse con hombres extraños, montarse en coches que no eran el suyo y, lo más importante, llevarse a un extraño al motel al que solía ir cuando no quería que su madre supiera lo que estaba haciendo.
Sin embargo, la madre de Christina sí lo sabía. Sabía todo lo que hacía su hija y, o no le importaba, o no creía que pudiera cambiar las cosas. Cuando Baldwin se había sentado frente a ella, pocas horas después de saber que alguien se había llevado el cuerpo de Christina de la habitación número tres del motel Happy Roads Inn, Charlie Dale no se había quedado muy sorprendida.
Charlie Dale fumaba constantemente y llenaba de humo el pequeño espacio de la caravana en la que vivía con su hija, no tenía muchas cosas buenas que decir de Christina. Se había quedado embarazada con quince años y, al saberlo, su novio adolescente se había largado y nunca había vuelto a aparecer. Charlie siempre había vivido sola con Christina, según le dijo a Baldwin. Y aquella chica nunca iba a llegar a nada, porque siempre estaba bebiendo y saliendo por ahí con hombres. El hecho de que eso fuera lo mejor que podía hacer su madre no significaba que su hija tuviera que hacerlo también. Ella siempre había querido algo mejor para Christina, le dijo a Baldwin, pero nunca había sabido cómo conseguirlo.
Mientras Baldwin miraba a Christina, sintió una tristeza enorme, tanto por la muerte de la chica como por la vida que le había tocado vivir durante su corta existencia.
Cuando habían recibido una llamada que les informó del hallazgo de un cadáver en Asheville, en Carolina del Norte, Baldwin ni siquiera había parpadeado. El asesino no estaba planeando demasiado sus golpes. Ahora que estaban siguiendo su rastro tan de cerca, él secuestraba, mataba y tiraba el cadáver rápidamente.
Christy no había estado desaparecida ni siquiera un día, y Baldwin estaba sobre su cadáver golpeado, mirando las cuchilladas que tenía en el pecho, las muñecas sanguinolentas, preguntándose dónde aparecería su mano. La de Marni Fischer estaba a pocos metros. ¿Dónde estaban las del resto de las chicas?
Aquel asesino en serie metódico y cuidadoso se había lanzado a una matanza rabiosa. Cada una de las víctimas moría más rápidamente que la anterior. Un asesino sofisticado y organizado podía tardar años en realizar el siguiente crimen. Aquél se estaba descompensando a un ritmo que Baldwin no había visto desde hacía una década.
El cambio era fascinante desde el punto de vista empírico. Era el talento de Baldwin, separar las víctimas y las vidas de las víctimas de los crímenes. Psicológicamente era fácil. El mensaje del asesino no les llegaba. Aquello le estaba frustrando y por eso, estaba aprovechando oportunidades, sin preocuparse demasiado de las posibles consecuencias. El final de su juego había empezado.
Los forenses habían tenido mucho trabajo en la habitación del motel. Habían tenido que tomar muestras de la sangre que había en la habitación y habían encontrado cientos de huellas, miles, casi demasiadas como para tomarlas todas. Por aquella habitación había pasado mucha gente, y además, Baldwin suponía que el asesino llevaba guantes, puesto que no habían hallado huellas en ninguno de los escenarios anteriores.
Por primera vez, encontraron una diminuta cantidad de semen mezclado con la sangre de las sábanas. En otra situación, aquello habría sido causa de celebración. Como no había pruebas recogidas del evento anterior con el preservativo rasgado, no había nada con lo que comparar el nuevo ADN. Otra señal reveladora de que el asesino estaba nervioso, de que estaba perdiendo el control. Se estaba volviendo torpe.
Baldwin les había ordenado a los técnicos que introdujeran el ADN en el sistema CODIS para ver si existía alguna concordancia, pero no tenía demasiadas esperanzas. Aquellos asesinatos le parecían nuevos, los primeros crímenes importantes de un hombre. Y a medida que se adentraba más en el caso y el ritmo de los asesinatos se aceleraba, más creía en su teoría. El hecho de no encontrar una muestra de ADN igual en la base de datos confirmaría aquel elemento del perfil que había dibujado.
Baldwin le había pedido a Grimes que enviara algunos hombres al bar que frecuentaba Christy para averiguar si alguien la había visto hablando o marchándose con alguien. Sin embargo. Grimes lo había informado de que nadie había visto nada fuera de lo corriente. Uno de los camareros le había dicho que Christy hablaba con muchos hombres, y que podía haber estado con cualquiera. Nadie le prestaba mucha atención a una chica alocada mientras coqueteaba y tomaba copas.
Baldwin también le había dicho a Grimes que preguntara si alguien recordaba a un hombre joven y moreno, pero los camareros le respondieron que estaban en un bar de universitarios; al menos la mitad de los clientes respondía a aquella descripción.
No tenían nada más con lo que seguir. Baldwin hizo una seña para indicar que sacaran el cuerpo de Christy de entre los arbustos y que se la llevaran a la morgue de Asheville. Mientras la ponían en la camilla, Baldwin se sentía como un estúpido, sin tener la más mínima idea de cómo detener a aquel asesino furioso.
Era hora de reservar una habitación en un hotel, tomar algo y pensar en todo aquello, preferiblemente, hablando con Taylor. Se había dado cuenta de que el mero hecho de hablar con ella le aclaraba la cabeza, y en aquel momento, Baldwin necesitaba una sesión de estrategia, necesitaba exponerlo todo y ver qué estaba pasando por alto. Porque estaba pasando por alto algo importante, y de ese modo no iba a conseguir atrapar al asesino.
Observó cómo metían el cadáver de Christina Dale en la furgoneta del médico forense. Los árboles le parecían muy verdes, la neblina de las montañas muy morada, el aire de verano sorprendentemente fresco y limpio, y sólo un poco impregnado del olor de la muerte. Todo le parecía más grande que la vida, más real que la realidad, y todo le causaba dolor de cabeza. Las montañas siempre le hacían eso.
Baldwin salió de la ducha y puso la televisión. Hacía mucho calor en su habitación, así que se sentó al borde de la cama con la toalla y vio las noticias locales. Hablaban del hallazgo del cadáver de Christina Dale. El reportero dio los detalles, que eran superficiales, porque Baldwin se había asegurado de que no se supiera demasiada información. Trazó los movimientos del asesino durante las últimas semanas, y terminó con la advertencia de que todas las mujeres de Asheville extremaran las precauciones. Un buen consejo.
Apagó la televisión y sacó los expedientes. Los extendió sobre la cama en orden cronológico, y comenzó a revisarlos, comenzando con Susan Palmer. Había similitudes claras entre las víctimas. Todas tenían ojos y pelo oscuros, todas eran jóvenes, entre dieciocho y veintiocho años. Tenían complexión física parecida, fuerte y atlética. Y todas trabajaban en algo relacionado con la medicina. ¿Estaban enfrentándose a un médico que había perdido la cordura? Aquélla era la mejor teoría por ahora.
Estaba empezando a sentirse impotente. Aquel asesino se movía cada vez más rápidamente, y aunque su comportamiento tenía un patrón claro, no había manera de predecir en qué ciudad iba a matar. Lo único que podían hacer era atraparlo. Y no se estaban acercando a esa meta.
En realidad, el aumento de ritmo en las actividades del criminal era algo beneficioso. Así era más fácil que cometiera un error. No había ningún asesino tan inteligente. El hecho de que hubiera dejado una muestra de ADN en el escenario de uno de los crímenes era el primero de lo que Baldwin esperaba que fueran muchos errores. En aquel momento sonó su teléfono. Apagó la televisión y miró la pantalla del móvil. Era Taylor.
—Hola, cariño —le dijo suavemente.
—Baldwin, ¿estás bien? He estado viendo las noticias. Debes de estar agotado.
—Sí, bueno, el crimen no espera. Esto va de mal en peor. Cada vez que nos acercamos a él, se escapa de nuevo. No puedo encontrar un solo indicio de lo que va a hacer después.
—¿Quieres que lo repasemos juntos? Quizá te sirva de ayuda tener un par de ojos y de oídos frescos.
—Sí, puede que sea buena idea. Pero antes, ¿cómo va todo por ahí? ¿Qué tal tu caso del violador?
—No muy bien. ¿No has visto las noticias? Los medios de comunicación nacionales están dando cobertura al caso del Hombre de la Lluvia. Tienen un caramelito, un buen misterio. ¿Y a quién no le gusta la historia de un violador en serie? Para rematar, tenemos una víctima que piensa que el violador es un policía. Oh, ¿y te has enterado de lo de Whitney Connolly?
—Cariño, he estado muy ocupado. ¿Whitney Connolly, la reportera del Canal Cinco? ¿Qué ha pasado?
—Tuvo un accidente ayer. Se mató, y mató a otras tres personas. Fui al escenario del accidente con Sam antes de que supiéramos que era Whitney. Ha sido horrible. No puedes poner las noticias sin ver sentidos homenajes a su persona. Yo he estado trabajando con su hermana gemela, Quinn Buckley, para intentar averiguar si Whitney estaba enfrentándose a algún problema grave. Murió de camino a casa de Quinn. Quería avisar a su hermana de algo. Todavía no hemos averiguado de qué se trataba. Yo llevo todo el día revisando sus objetos personales, primero en su casa y después fui a la morgue a recoger las cosas que sacaron de su coche. No he averiguado nada.
—Bueno, siempre me pareció un poco frívola.
—John Baldwin, ¿me estás diciendo que saliste con ella? ¿Qué secretos estás ocultando? Creía que no las conocías.
Taylor tampoco conocía a Baldwin en el Padre Ryan, pero él sí la conocía a ella. Era imposible que alguien no conociera a Taylor Jackson. Su capacidad para hacerse amiga de los demás estudiantes de todos los cursos y su actitud despreocupada hacían que destacara.
—No salí con ella. Ni siquiera hablamos. Sólo digo que parecía un poco frívola. Y siempre me he preguntado qué ocurrió de verdad en su secuestro.
—Buena observación. Le mencioné el nombre del secuestrador a Quinn, por si acaso había alguna posibilidad de que los miedos de Whitney tuvieran algo que ver con él. Ella mencionó que todavía estaba en la cárcel y que no iba a salir en libertad condicional hasta dentro de quince años. Yo quería ver cuál fue la acusación, así que revisé el expediente. Nathan Chase está en la cárcel por más que un secuestro. Agresión sexual, lesiones, violación con agravantes y sodomía. Esas chicas sufrieron algo más que un secuestro. No sé cómo consiguieron mantenerlo en secreto.
—Recuerdo que fue todo muy discreto. Y tenían mucha influencia y poder de su lado. Peter Connolly, su padre, era un abogado poderoso, si recuerdo bien. Además, tenían protección especial por ser menores de edad. ¿No hubo rumores cuando las cambiaron al Padre Ryan?
—Pues sí, claro, pero no trascendieron. Los profesores y empleados del instituto castigaban a cualquiera que bromeara sobre el incidente, y poco a poco, se olvidó. Creo que era más fácil para ellas estar en un entorno nuevo, y nadie prestó demasiada atención. Por supuesto, ahora sé que debió de ser un infierno para las niñas.
—Entonces, ¿Whitney estaba intentando llegar a casa de Quinn cuando tuvo el accidente? ¿Y no has averiguado nada?
—No. En su coche no se encontró nada más que su teléfono móvil y su bolso. Ni expedientes, ni notas, ni nada más.
—¿Y alguien miró en la memoria de su teléfono? Algunas veces yo hago eso cuando estoy por ahí, conduciendo, y quiero grabar lo que estoy pensando.
Taylor comenzó a reírse.
—Eres muy inteligente, ¿sabes? Será mejor que compruebe si hay algo en su teléfono. Estoy segura de que a nadie se le ocurrió mirarlo. Voy a trabajar en eso y volveré a llamarte.
—Deberías irte a dormir, cariño. Son casi las doce. Estoy seguro de que el teléfono de Whitney Connolly puede esperar hasta mañana. Tienes que recuperar fuerzas. Acuéstate.
Le asombró que Taylor no discutiera con él. Sólo le dijo que era una buena idea, y que volverían a hablar por la mañana.
Cuando colgaron, Baldwin volvió a sus expedientes. Puso las fotografías de todas las chicas sobre la cama y las observó mientras repasaba todos los hechos mentalmente. Su conexión más evidente era su relación con el campo de la medicina. Quizá su asesino hubiera recibido maltrato por parte de una guapa enfermera morena cuando era pequeño. Soltó un resoplido. Podría ser algo tan sencillo como eso.
Decidió reorganizar los expedientes. Sería más fácil encontrar similitudes y diferencias si estaban todos juntos en una carpeta con subcarpetas. Dónde les gustaba ir a comer, dónde iban a hacer deporte, dónde trabajaban, toda aquella información fue extraída y colocada en nuevas pilas.
Bien, pensó. Susan Palmer acababa de conseguir un trabajo en el Hospital Comunitario de Huntsville. Jeanette Lernier tenía una beca en una empresa de marketing. Jessica Porter trabajaba de recepcionista en el Hospital Comunitario de Misisipi; en Jackson. Shauna Davidson estaba trabajando… demonios, no lo decía. Sólo que estaba haciendo el curso preparatorio para Medicina en la Universidad Estatal de Tennessee. Marni Fischer era residente en el Hospital Comunitario de Noble. Christy era recepcionista en el Hospital Comunitario de Roanoke.
Baldwin abrió el teléfono móvil y llamó a Grimes. Respondió el contestador, y él dejó un mensaje.
—Grimes, soy Baldwin. ¿Tienes la vida profesional de Shauna Davidson? No está en el expediente. Llámame en cuanto lo oigas, ¿de acuerdo?
Colgó y comenzó a caminar por la habitación. Jeanette Lernier no encajaba en el perfil del resto de las chicas, trabajaba en marketing. Todas las demás chicas trabajaban en un hospital de su localidad. Shauna iba a estudiar medicina. Hospital comunitario. Hospital comunitario. Mmm.
Era hora de dar un salto. Lanzó una búsqueda en Google escribiendo Hospital Comunitario de Jackson, y en la pantalla apareció la página web del centro. La leyó, y detectó al final de la portada el apartado Acerca de Health Partners. Cuando iba a abrirlo, sonó su teléfono móvil. Grimes lo estaba llamando, por fin.
—Shauna Davidson había estado asistiendo a unos cursos de verano, sobre todo de microbiología e inmunología. Tuvo que pasar las semanas siguientes haciendo prácticas. Eso es todo.
—Pero Grimes, ¿dónde hizo esas prácticas?
—En el Hospital Comunitario de Nashville. ¿Por qué, Baldwin, tienes algo?
—Después te lo diré —respondió, y colgó el teléfono para poder hacer clic en el vínculo a Health Partners.
Entró en una página web sofisticada y accesible. Alguien había invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo haciendo aquella página. Rápidamente, se hizo evidente que Health Partners era la empresa matriz de las organizaciones de los hospitales comunitarios. Leyó toda la información, extrayendo los nombres y su situación. La empresa tenía hospitales en varios estados, todos ellos por la costa este y por el sureste. Aquello era demasiado; si el asesino se estaba concentrando en hospitales de aquella compañía, tendrían que poner en alerta desde Florida hasta Delaware.
Baldwin cerró el ordenador, abatido. Aquél tenía que ser el vínculo, pero sólo había servido para ampliar el círculo, no para estrecharlo.
Llamó de nuevo a Grimes, pero volvió a oír su contestador. Demonios, ¿ya estaba durmiendo? Acababa de hablar con él y le había dicho que volvería a llamarlo. Baldwin miró el reloj. Eran las dos de la mañana. Llevaba conectado a Internet más de dos horas. Bueno, sí, era probable que Grimes estuviera durmiendo. Aquello podía esperar hasta el día siguiente. Lo mejor que podía hacer era solicitar una investigación sobre todos los empleados de los hospitales comunitarios en los que trabajaban las chicas asesinadas, y esperar que descubrieran alguna aberración. Tenía que haber algo más.
Baldwin decidió acostarse. Quizá se le ocurriera algo en sueños.