Capítulo 23
Baldwin se puso la mano sobre los ojos para protegerse de la deslumbrante luz del sol y observó la ajetreada actividad que se desarrollaba alrededor del cuerpo. Cada persona, en un escenario del crimen, tenía una tarea asignada, pero sin embargo parecían hormigas en un picnic, caóticas y ocupadas. La similitud con los escenarios anteriores era desconcertante. Baldwin se agachó para pasar por debajo de la cinta amarilla y se acercó a aquel bullicio de actividad. Marni Fischer estaba recibiendo la mejor atención que podía recibir un cadáver.
Se aproximó a ella. La muchacha estaba desnuda, boca arriba, con los brazos extendidos a cada lado del cuerpo. Brazos que terminaban a la altura de la muñeca. Las manos no estaban en su sitio. Ahí terminaba la similitud; Baldwin había acertado. El asesino estaba intensificando el grado de violencia.
Observó lo que había sido la cara de la chica. Tenía cuchilladas desde la frente a la barbilla, de unos dos centímetros de profundidad, líneas entrecruzadas y profundas hechas con rabia. Baldwin se preguntó qué habría hecho Marni Fischer para enfadarlo tanto.
Tomó nota de que debía revisar la actividad sexual. El modus operandi previo había sido la seducción, pero eso también podía haber cambiado.
Marni tenía las piernas cruzadas a la altura de las rodillas, y una cadena de oro alrededor de los frágiles huesos del tobillo derecho. A Baldwin le pareció más un grillete que un adorno.
Otra zona, más pequeña, se había acordonado a pocos metros del cadáver de Marni. Una mano pálida, con la palma hacia arriba en un gesto de súplica, descansaba entre la hierba alta. Al menos, se estaban haciendo cada vez más expertos en los hallazgos de la mano de la víctima anterior. La policía sabía lo que tenía que buscar, y lo encontraban rápidamente. ¿Por qué había empezado el asesino a dejar manos alejadas del cuerpo? Otro punto que añadir a su creciente lista de caprichos. Eran los elementos que conformaban la mente de un criminal.
Comenzó a soplar una brisa caliente, y Baldwin se sorprendió al ver un cúmulo de nubes negras que se acercaban desde el oeste, cubriendo furiosamente las montañas. Se preguntó cuánto tiempo llevaba allí, mirando el cuerpo fijamente. Lo mejor sería moverse antes de que comenzara a llover. La belleza de una tarde de verano del sureste del país: se avecinaba una tormenta.
Se dio la vuelta y miró a Grimes. El hombre no había mejorado. Había decaído constantemente desde que los habían avisado del hallazgo del cuerpo de Marni Fischer. En aquel momento estaba intentando evitar el foco de una furgoneta de televisión en vez de acompañar a Baldwin en la observación del cuerpo. Tenía que encontrar la manera de que Grimes pudiera descansar un poco; sin embargo, mientras aquel asesino anduviera suelto, no era probable que eso ocurriera pronto.
Con una última mirada hacia Marni Fischer, comenzó a caminar hacia Grimes. Sin embargo, oyó una voz teñida de sarcasmo:
—¿Podemos moverla ya, agente?
La voz pertenecía a un sargento joven de la policía local, un hombre corpulento, pelirrojo y con pecas. Tenía las manos apretadas y una expresión de animosidad. A los locales casi siempre les molestaba que el FBI se entrometiera en su terreno. Baldwin entendía su frustración: El FBI aparecía, literalmente, para robarles el caso delante de sus narices. Exactamente lo que le había ocurrido a Taylor.
—Llame a sus compañeros. Pueden moverla, sí. Además, va a empezar a llover.
Se dio la vuelta y le hizo un gesto a Grimes. Era hora de llevarla a la morgue. Sacó el teléfono móvil del bolsillo e hizo una llamada. Alguien ladró un «¿Qué?» a modo de saludo.
—Garrett, soy Baldwin. Estoy en Roanoke.
—¿El mismo tipo?
—Eso parece. ¿Tienes el perfil geográfico ya?
—No, el ordenador no ha terminado. He estado mirando el mapa por mí mismo, y creo que has dado con algo. El problema es que el programa necesita como mínimo ocho puntos para ser preciso. Lo que nos dé, por lo tanto, será incompleto. Preferiría trabajar sin él.
—Está bien, pero de todos modos, si escupe algo, dímelo. Es mejor que nada, que es lo que tenemos ahora. El tipo es cada vez más violento, Garrett. Le ha cortado las manos, como a las demás, pero le ha destrozado la cara a cuchilladas. No sé, Garrett, hay algo que se me escapa de esto. La posición de la chica es artificial, está colocada como las demás, pero no soy capaz de entrever los motivos de este caso. El tipo se mueve demasiado deprisa, viaja por muchos estados, no sé si vamos a atraparlo en el acto. Está dirigiéndose a un objetivo, y nos permitirá saber qué es cuando esté preparado. ¿Y cuántas chicas más se llevará hasta que llegue a ese punto?
Suspiró, y se pasó una mano por el pelo.
—Entonces, Baldwin, te sugiero que des cinco pasos por delante de donde estamos ahora.
—Estoy haciendo todo lo que puedo. Voy a estar presente durante la autopsia. Necesito ver…
Garrett lo cortó.
—Lo sé. Adelante.
Baldwin se metió el teléfono en el bolsillo y se apoyó contra el coche del sheriff. Exhaló un suspiro largo. En mitad de todo aquello, echaba de menos a Taylor. Ella lo había salvado de sí mismo, del mundo de la muerte y los moribundos. Había salvado su alma. Sólo el hecho de pensar en ella le hacía sonreír, siempre. La deseaba, anhelaba su contacto, sus besos, su voz, cualquier cosa que pudiera sacarlo de aquel descampado tétrico y llevarlo hasta su abrazo. Siempre le asombraba comprobar lo íntimamente ligados que estaban el sexo y la muerte.
Miró a su alrededor, y se preguntó por enésima vez qué estaba haciendo. Estaba persiguiendo a otro asesino, cuando podría estar en casa, junto a Taylor, protegido de la realidad de su vida. Debería dejar aquel trabajo para siempre. Taylor había curado su corazón, pero los asesinos todavía pululaban por su mente. Baldwin sólo quería ir a casa, pero se alejó del coche. Tenía que acudir a la morgue y presenciar la autopsia. Ya no tenía más tiempo para el amor. Se endureció, cambió de pensamientos y se acercó a Grimes.
—Eh, ¿estás listo para ir a la autopsia? Dicen que la van a adelantar por nosotros.
—Baldwin, ve tú. Yo voy a quedarme aquí con los técnicos de la policía científica, para ver si podemos averiguar algo, cualquier cosa útil, antes de que la lluvia borre las pruebas.
Baldwin asintió.
En menos de una hora, tenía puestos los guantes y la bata profilácticos. Abrió la boca para hablar, pero fue interrumpido por el forense, un médico joven llamado Rusty Sampson.
—Ajá.
—¿Ajá qué, doctor?
—Luchó contra él. ¿Ve los hematomas de los antebrazos? Son lesiones defensivas, sin duda. Además, tiene una contusión en la cabeza. Quizá encuentre un hematoma subdural cuando lleguemos al cerebro. Recibió muchos golpes, y quizá perdiera el conocimiento. Y tiene fracturado el hueso hioide.
—¿La estranguló antes o después de mutilarla?
—Hay algunos coágulos en los cortes de la cara, así que yo diría que fueron hechos peri mortem. Sin embargo, las manos le fueron amputadas después de la muerte. Aunque eso no es de mucha ayuda, porque le destrozó la cara.
—¿Fue violada?
—No sé si puedo decirlo con seguridad, pero mire lo que encontré en su organismo.
El forense le mostró una placa con un pequeño fragmento que parecía piel traslúcida en el centro.
—Es parte de un preservativo. Está arrancado del borde. Se perdió dentro de ella. No parece que tenga semen, aunque, por supuesto, lo enviaré al laboratorio. La víctima tenía magulladuras laterales, también. No son más que especulaciones, pero quizá él perdiera el preservativo y tuviera que buscarlo, ¿sabe? No son tan fuertes como parece, y se pueden rasgar con una uña.
—Me pregunto…
Baldwin se alejó, con la mirada perdida. ¿Se habría dado cuenta el asesino de que el preservativo se le había resbalado, y por eso había castigado de aquel modo tan severo el cuerpo de Marni? Quizá se hubiera sentido desesperado por retirarlo rápidamente. Para un asesino que quería ocultar su identidad, era algo muy importante. Un contratiempo así podía haberlo enfurecido.
—¿Puede darme una hora aproximada de la muerte?
—Llevaba muerta entre dieciocho y veinte horas cuando la encontraron ustedes.
—Había desaparecido hace sólo dos días.
Baldwin no añadió el resto de su pensamiento. El asesino no había perdido el tiempo. A aquella víctima la había secuestrado, la había matado y la había tirado en menos de cuarenta y ocho horas.
—¿Algo más?
—No. Tendré más información cuando haya recibido los informes de toxicología.
—De acuerdo. Gracias, doctor. Avíseme si hay algo significativo.
Otro callejón sin salida, pensó Baldwin mientras se marchaba. Lo mejor sería ir en busca de Grimes y decírselo.