Capítulo 44
Quinn Buckley estaba empezando a preocuparse. Jake debería haber llegado ya a casa, y no había aparecido. El FBI lo estaba buscando, se había lanzado una alerta nacional de búsqueda de su coche, y no daba resultado. Ella estaba sola en casa, en la cocina vacía, con una taza de té y el corazón destrozado. Llevaba varios días sin poder hablar con su hermano, y no había podido organizar el funeral de su hermana. Los niños se habían ido a jugar a casa de un amigo. Quinn no recordaba haberles dicho que podían ir, pero había una nota de Gabrielle diciéndoselo. La casa estaba silenciosa e inquietante, y Quinn tenía la sensación de que iba a volverse loca. Sabía que no era posible que Jake Buckley hubiera matado a aquellas chicas. Jake podía ser muchas cosas, un cobarde, un adúltero, un mal marido, sí, era todo eso. Pero no era un asesino, y cuando ella recibió la llamada de John Baldwin, del FBI, había accedido a hablar con él de algunos detalles sobre Jake que él no podía confirmar. Quizá estuviera tan sola que necesitaba que alguien se sentara a su lado, la tomara de la mano y le dijera que la comprendía.
Se fue al estudio, la única habitación de la casa que era suya. Quizá consiguiera alegrarse un poco con un libro. Entró en la estancia y tomó aire. Allí, en mitad de la habitación, estaba Reese, su hermano pequeño. Ella se sobresaltó y soltó un gritito. Él la miró con unos ojos llenos de tristeza indescifrable.
—Dios mío, Reese, me has asustado. ¿Cuándo has entrado aquí? Ni siquiera he oído el timbre de la puerta. Oh, me alegro de verte. ¿Cuándo has llegado?
Se acercó a él y lo abrazó. Reese era alto, tan alto como Jake. Tenía el pelo negro, rizado, y una sonrisa de donjuán, los ojos azules y un hoyuelo en la barbilla. Tenía la mandíbula ancha y la nariz recta, y Quinn no pudo evitar mirarlo con admiración. Era tan guapo. Y tan joven. Ella se sintió llena de orgullo durante un breve instante.
—Cariño, llevo días intentando dar contigo, pero no lo he conseguido.
—Lo siento, Quinn. Ya te dije que estaría incomunicado. Ha sido magnífico. Asombroso. He aprendido mucho. Llegué anoche, y oí tu mensaje en el contestador. ¿Por qué necesitabas hablar conmigo?
Quinn no sabía cómo darle la noticia. Sabía que Whitney y Reese no estaban muy unidos, pero eran familia, y eso tenía que contar para algo. Lo tomó de la mano y lo llevó hasta la butaca más próxima. Después se sentó frente a él.
—Cariño, Whitney tuvo un accidente y murió. Ocurrió… bueno, estaba viniendo hacia aquí en su coche. No sabía si te habrías enterado por alguno de tus compañeros de viaje, si alguien se lo había dicho a ellos. Quería contártelo yo misma.
Reese no reaccionó, y a Quinn se le encogió el corazón. No podía odiarla, no tanto. Reese la miró con los ojos oscurecidos.
Quinn le apretó las manos.
—Lo sé, cariño, lo sé. Es horrible. Hay más. La policía se ha llevado el ordenador portátil de Whitney. Parece que ha estado relacionándose, de algún modo, con el asesino que ha matado a esas chicas en el sureste del país. Tampoco sabía si te habías enterado de eso. ¿Reese? ¿Reese?
Reese tenía la mirada perdida y había palidecido. Se le derramó una sola lágrima, y sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad. Quinn siguió hablando, intentando llenar el silencio incómodo.
—No lo entiendo. Whitney, ¿implicada en esos asesinatos? No creo que sea posible, y la policía no me da muchos detalles. Estoy segura de que ella iba a escribir una historia sobre el caso, y estaba intentando verme el día antes de…
Se le quebró la voz, y tuvo que esperar a recuperarse para poder seguir hablando.
—El día antes de morir. Oh, Reese, ¿qué vamos a hacer?
Por fin, Reese la miró, y apartó sus manos de las de ella.
—Entonces, ¿no lo sabía?
—¿Que no sabía qué, cariño?
Reese se levantó y se acercó a una de las estanterías. Con un dedo esbelto, acarició el lomo de cuero labrado de un libro.
—Todo ese trabajo —murmuró para sí.
Quinn lo oyó, pero no entendió lo que decía.
—¿Qué, cariño? No te he oído. ¿Estás bien?
Él se volvió hacia ella con una pequeña sonrisa.
—Todo mi trabajo. Ella no lo supo.
Comenzó a reírse, y Quinn se quedó desconcertada, sin saber qué hacer. El dolor adoptaba muchas formas, y aunque sabía que Reese no le tenía demasiado cariño a su hermana, pensó que la risa no era el mejor modo de reaccionar emocionalmente ante su muerte.
—Vamos, Reese Connolly, no sé qué te pasa. Acabo de decirte que tu hermana ha muerto, y te echas a reír. ¿Qué te pasa?
Él se estaba riendo más, y tenía la cara llena de lágrimas. Se acercó a Quinn, le dio un abrazo y después, riéndose, salió de la habitación. Quinn oyó desvanecerse la risa, y después oyó un portazo en la puerta principal. El motor de un coche rugió, y Reese se alejó de la casa.
Ella se hundió en la butaca en la que había estado sentado él antes de reaccionar de un modo tan extraño al conocer la muerte de Whitney. No entendía qué le había ocurrido. Sabía que no había modo de que él supiera la verdad, pero quizá estuviera equivocada, y él los hubiera estado engañando durante todo aquel tiempo.
Sonó el timbre de la puerta, y ella respiró profundamente y fue a abrir. Taylor Jackson y un hombre, que seguramente sería el agente del FBI con quien había hablado Quinn, aparecieron en el umbral. Taylor tenía un ojo amoratado y una sonrisa tensa. El agente del FBI tenía una expresión preocupada.
—Pasen, pasen, por favor —les dijo, y los observó atentamente mientras entraban.
Estaba ocurriendo algo. Demonios, ¿qué más podía pasar? La policía había confiscado el ordenador de Whitney. Estaban buscando a su marido. Su hermano pequeño se había echado a reír cuando había conocido la noticia de la muerte de su hermana. La vida de Quinn se estaba desintegrando poco a poco, y ella no sabía cómo evitarlo.
Taylor y Baldwin se sentaron en la biblioteca, junto a Quinn.
—Por favor, díganme qué pasa. ¿Cuál es la verdadera razón de que el FBI esté buscando a mi marido?
Baldwin se inclinó hacia delante con las manos en las rodillas.
—Señora Buckley, tenemos motivos para creer que su esposo ha estado involucrado en varios crímenes que hemos estado investigando durante las pasadas semanas.
Quinn echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Creen que Jake es el Estrangulador del Sur. Por favor, señor Baldwin, Jake no es más estrangulador que yo. Eso no es posible. Él no es capaz de matar. Puede que se acueste con todas las mujeres que tiene cerca, pero, ¿matar? No.
Baldwin no se dejó convencer.
—Señora Buckley, parece que no lo entiende. Su marido ha estado en las mismas zonas en las que desaparecieron las chicas, y en los mismos sitios donde se hallaron sus cadáveres. Eso ya son pruebas suficientes contra él. ¿Ha tenido noticias suyas hoy?
—No, pero eso no significa nada. Pueden pasar días sin que Jake dé señales de vida. No tengo ni idea de dónde está la mitad del tiempo… —su voz se acalló. Miró por la ventana durante un instante—. Lo dicen en serio, ¿verdad? Por eso se llevaron el ordenador de Whitney. Creen que es Jake quien le envió esos mensajes con los poemas. Pero, ¿por qué iba a hacer eso? Jake no le envía poemas a nadie —dijo, y se le quebró la voz—. Al menos, ya no.
Entonces, abrió mucho los ojos.
—Es un canalla. Se estaba acostando con ella, ¿no? Le estaba enviando poemas de amor, como hacía con… Dios Santo, ¿es que no hay nada sagrado? Eso tiene sentido. Mi perfecto marido acostándose con mi perfecta hermana. ¿No es lógico?
Baldwin asimiló aquella información y la almacenó en el cerebro para repasar después la entrevista.
—Señora Buckley, sé que esto es muy duro para usted. Ha perdido a su hermana, y su marido… bueno, no sabemos dónde está, o qué ha estado haciendo estas últimas semanas. Me gustaría que me diera su permiso para llevarme unos cuantos objetos personales del señor Buckley. Nos gustaría hacer algunos análisis para ver si los resultados concuerdan con…
Quinn revivió, echando fuego por los ojos.
—¿Se ha vuelto loco? ¿De verdad piensa que voy a subir y le voy a traer algo que puede implicar a mi marido en un crimen? Tráigame una orden, señor Baldwin. Yo no voy a ayudar a incriminar a mi marido en algo que no hizo.
Taylor intervino.
—Quinn, las dos sabemos que lo mejor que puedes hacer es dejar que llevemos algunas cosas al laboratorio para eliminar a Jake de la lista de sospechosos. Sería más fácil para todos si colaboras en este momento. Piénsalo, Quinn. Han matado a siete chicas, y hay una octava desaparecida. Tu marido ha desaparecido del mapa, y tu hermana quería advertirte de que estabas en peligro. Todo encaja. Ayúdanos a ayudarlo.
Quinn negó con la cabeza, y se le escapó un sollozo.
—No. Y ahora, quiero que se marchen.
Se puso en pie con los brazos cruzados. Tenía los ojos llenos de lágrimas de frustración.
Baldwin y Taylor se levantaron también y se dirigieron hacia la salida. Entonces, oyeron un llanto suave al otro lado de la puerta. Quinn también lo oyó, y abrió para ver de qué se trataba. Gabrielle, la niñera italiana, estaba llorando suavemente. Quinn salió y la consoló.
—Gabrielle, no pasa nada. Todo se va a solucionar. Sarà tutto id di destra, cara. Non si preoccupi.
Gabrielle alzó la cabeza y fulminó a Quinn con la mirada.
—No, no se va a solucionar. No tiene ni idea. No es posible que el señor Buckley haya hecho nada de eso. Lo sé —dijo, y comenzó a llorar con fuerza. Un torrente de italiano surgió de entre sus labios—. Sto facendo l'amore con il Signor Buckley per parecchi mesi. Siamo nell'amore. Non significo danno a voi. É il mio amante. E il vostro difetto, Signora Buckley. Non è di destra voi non lo ama come.
Gabrielle se irguió, y Taylor reconoció inmediatamente su mirada. Una mujer enamorada. No como Quinn Buckley, resignada pero orgullosa. Aquella chica estaba locamente enamorada de su jefe, y había decidido decírselo a su esposa.
Taylor miró a Quinn. Parecía que se había encogido diez centímetros, y se abrazaba a sí misma con fuerza.
—Quinn, ¿qué ha dicho? —le preguntó Taylor con preocupación.
Quinn no dejó de mirar a la niñera. Por fin, respondió.
—Dice que Jake y ella tienen una aventura. Que están enamorados. Que es culpa mía, porque yo no lo quiero lo suficiente. ¿Es así, Gabrielle? Yo no amo lo suficiente a mi marido, así que tú pensaste en quererlo en mi lugar. ¡Sal de mi casa! Voi poco squaldrina. ¡Voi sorca!
Gabrielle abrió mucho los ojos, y Taylor se dio cuenta de que Quinn debía de haberle lanzado un terrible insulto en italiano. La chica gritó y salió corriendo de la habitación.
Quinn se hundió en una de las butacas del pasillo. Parecía tan pequeña, tan frágil, que Taylor no pudo resistirse a tocarle el hombro para darle un poco de consuelo. Quinn se puso rígida, y Taylor apartó la mano rápidamente.
—Lo siento, Quinn. Siento que las cosas sean así. ¿Estás segura de que no hay nada que quieras decirnos?
Quinn no se movió durante un momento. Después suspiró y asintió. Había perdido las ganas de luchar.
—Volvamos al estudio. Ayudaré en todo lo que pueda.
Los tres entraron de nuevo a la biblioteca. Taylor y Baldwin volvieron a sentarse en el mismo sofá, y observaron cómo Quinn se paseaba por la sala. No la interrumpieron cuando por fin comenzó a hablar.
—Jake y yo tenemos problemas desde hace un par de años. Hace dos meses tuvimos una gran pelea, un domingo por la noche. Jake se estaba preparando para uno de sus viajes de trabajo. Yo quería que se quedara en casa, que me eligiera por encima de Health Partners por una vez. Entonces fue cuando admitió que me había estado engañando. Se había acostado con una becaria que había conocido, alguien que trabajaba para una empresa con la que él trabaja también. La aventura fue breve, sólo un par de días, pero fue como si decidiera, en aquel mismo momento, que ya no quería estar más conmigo. Yo no sabía qué hacer. ¿Qué mujer está preparada para aceptar que su marido ya no la quiere? Hice lo único que podía hacer: pedí que me redactaran los papeles de separación. Se los di el lunes pasado, por la noche. Por eso no respondí al teléfono cuando llamó Whitney. Le estaba diciendo a mi marido que podía despedirse de mis hijos, de la casa, de mi dinero y de mí. Él salió de aquí hecho una furia, y no he vuelto a verlo desde entonces.
Baldwin tamborileó con los dedos en el brazo de la butaca.
—¿Tuvo una aventura con una becaria? ¿Sabe dónde fue?
—Creo que fue en Nueva Orleans, durante el Mardi Gras, o algo así.
—¿Mencionó su nombre?
—Oh, era algo francés. Empezaba por jota.
—¿Jeanette Lernier? —preguntó Baldwin.
Quinn agitó una mano.
—Puede ser. No quise oír los detalles —dijo. Después de un momento, siguió—: Espere un momento. Sabía su nombre. Ya sabían que estuvo con ella. ¿Cómo…? No, no quiero saberlo.
Dejó de hablar, derrotada, y se puso una mano sobre los ojos.
Baldwin y Taylor se miraron. Quinn debía saberlo. Baldwin respiró profundamente.
—Jeanette Lernier fue la segunda víctima del Estrangulador del Sur.
Quinn bajó la mano y abrió los ojos. Al fin, comprendió.
—Dios mío —susurró.
Se les estaba acabando el tiempo. Taylor carraspeó.
—¿Jake no ha llamado a casa esta semana? ¿No ha tenido noticias suyas?
—No, teniente —respondió Quinn, y soltó una risa aguda—. Quizá no he hecho bien las cosas. Debería haberle dicho la verdad desde el principio, cuando nos conocimos.
—¿La verdad sobre qué, señora Buckley? —preguntó Baldwin suavemente.
Ella lo miró durante un momento, con frialdad, analizándolo, y después apartó la vista.
—La verdad sobre lo que nos ocurrió a Whitney y a mí cuando éramos pequeñas. Sobre la farsa que eran nuestras vidas. Lo recuerdas —le dijo a Taylor en tono de acusación—. Probablemente ya sabes toda la historia, siendo policía.
Los tres se sobresaltaron cuando sonó el teléfono de Taylor. Tuvo la tentación de dejarlo sonar, pero supo que debía responder.
—Lo siento muchísimo. Por favor, permíteme que atienda esta llamada. Yo no sé la historia entera, Quinn. Los informes policiales y las transcripciones de un juicio sólo cuentan la mitad. Me gustaría oír tu versión. Discúlpame un momento.
Miró la pantalla. Era Fitz. Ella descolgó y salió de la habitación.
—Hola, soy Jackson.
Mientras él hablaba, ella no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.
Colgó y volvió junto a ellos. Baldwin y Quinn estaban callados. Taylor respiró profundamente antes de hablar. Aquella noticia iba a provocar un abismo en la vida de Quinn, tan grande, que seguramente el daño sería irreparable.
—Quinn, tengo noticias sobre Jake.
Quinn no la miró.
—Adelante. El día de hoy no puede empeorar.
—Lo han arrestado. Lo pararon en la sesenta y cinco, en dirección a Nashville, desde Kentucky. Tenía… —su voz vaciló durante un instante, pero después se recuperó—. Tenía un cadáver en el maletero del coche. Creemos que se trata de Ivy Tanner Clark, la chica que desapareció ayer de Louisville.
Baldwin se puso en pie para comenzar a hacerle preguntas, pero ella alzó una mano.
—Están llevándolo al Centro de Justicia Criminal, al centro de la ciudad. El agente especial Baldwin y yo tenemos que ir inmediatamente. Tenemos que interrogarlo después de que lo hayan fichado. ¿Entiendes lo que estoy diciendo, Quinn?
Quinn tenía los labios apretados. Asintió una vez.
—¿Necesito conseguirle un abogado?
—Tiene derecho. También puede renunciar a él y hablar con nosotros. Nos vamos ahora, y así podrás decidirlo.
—No. No, maldita sea. Que se pudra. Si ha hecho esto, no voy a ayudarlo.
Salió de la habitación y Taylor oyó sus pasos por las escaleras. Se encogió de hombros y se volvió hacia Baldwin.
—Vamos. Quiero pasar unos momentos a solas con el señor Buckley.