Capítulo 7

Taylor notó la mano subiendo lentamente por la parte posterior de su muslo. Se estiró lánguidamente, hundiendo más la cara en la almohada. La mano se acercó más y más a sus braguitas, y ella respiró profundamente, con impaciencia.

El sonido agudo del teléfono la despertó por completo, como la maldición ahogada que soltó el hombre a quien pertenecía la mano.

—Demonios, ¿quién llama tan temprano? —gruñó Baldwin.

—Si tuviera que adivinarlo, diría que es de trabajo. Normalmente, nadie me llama a estas horas de la madrugada a menos que haya muerto alguien.

Le apartó la mano juguetonamente, porque pese a la llamada, sus dedos no habían variado el camino. Se estiró por encima de la cama y descolgó el auricular. Tenía razón.

—Teniente Jackson al habla.

—Taylor, soy Price.

El capitán Mitchell Price no la llamaba a su casa a menos que fuera estrictamente necesario. Ella se incorporó y se colocó la almohada detrás de la espalda, para sonar, por lo menos, como si estuviera despierta y levantada.

—Buenos días, capitán. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Tenemos una situación que hay que controlar —dijo Price, de un modo malhumorado que no era habitual en él. Taylor podía imaginarse qué era lo que podía haber ocurrido para que él le hablara de un modo tan seco. Miró por la ventana y vio que estaba lloviendo suavemente.

—Hemos tenido otro ataque del Hombre de la Lluvia —dijo el capitán con la voz tensa—. Nos hemos visto involucrados en la investigación por la víctima a la que ha elegido. Necesito que vayas a casa de Betsy Garrison.

—¿Ha violado a la directora de la investigación del caso? ¿Me lo dice en serio?

Price suspiró, y Taylor sintió lástima por él.

—Ha estado a punto de matarla. La han llevado al Baptista, pero hay que procesar el escenario del delito y el jefe pidió que fueras tú personalmente.

—Oh, oh, eso no puede ser bueno.

El Departamento de Policía de Nashville tenía un nuevo director, y no todo el mundo estaba contento con el elegido.

—El quiere una mujer de grado superior en el caso. Tú eres la teniente de homicidios. Si Garrison muere, la investigación será nuestra de todos modos. Quizá esté pronosticando algo, o quizá sólo quiera que todo esto tenga buen aspecto para la prensa. No lo sé. Si puedes dejar «lo que estés haciendo», te agradecería que fueras al apartamento y después me informaras de lo que está pasando.

Taylor sintió un breve momento de pánico. No era posible que él supiera «lo que estaba haciendo». No, sólo le estaba gastando una broma. Price era así. Un policía de la vieja escuela, medio misógino, medio afectuoso, medio sensible. Ella le siguió la corriente.

—Está haciendo suposiciones, capitán.

—Sólo me imagino que estarás intentando tener vida privada. Ahora, ve al apartamento y haz que me sienta orgulloso —dijo él, y colgó.

Taylor se quedó con una extraña sensación de satisfacción. Sabía que, seguramente, el hecho de que ella acudiera a la escena del delito había sido idea de Price.

Colgó el auricular y miró a Baldwin, que estaba al otro lado de la habitación. Su teléfono había sonado, pero ella no lo había oído. Mientras él hablaba en voz baja, su expresión se volvió de abatimiento. Aquello no podía ser bueno.

Él sonrió desganadamente y se despidió de quien hubiera decidido estropearle la mañana. Volvió a la cama, se metió entre las sábanas y le dio un pequeño beso.

Taylor metió los dedos entre su pelo, demasiado largo para los estándares del Bureau y perfecto para los de ella. Las canas plateadas le recorrían desde las sienes a las ondas de la nuca. Ella le acarició el cuello con suavidad.

—¿Malas noticias, cariño? —le preguntó.

—Tengo que irme a Georgia. Han encontrado a Shauna Davidson.

Y aquellas pocas palabras terminaron con la ternura de su mañana.