Capítulo 6
Taylor se despertó temprano y puso la televisión. Pese a la predicción de Baldwin de que no iban a encontrar a Shauna Davidson en una zona cercana, se había organizado una búsqueda. Las noticias de la mañana lo estaban retransmitiendo: una fila de hombres y mujeres con pantalones y camisetas azules, con palos largos, moviéndose con atención por el área cercana al edificio de apartamentos de Shauna. Cómoda al saber que la investigación progresaba, Taylor se fue a la ducha, se arregló y se marchó a conocer el resultado de la autopsia de Jessica Porter.
Condujo por la autopista, moviéndose entre el tráfico y admirando, distraídamente, la belleza del día. Pensó en la conversación que había tenido con Baldwin antes de acostarse. Él estaba convencido de que el Estrangulador del Sur seguía actuando, y de que las pruebas del apartamento de Shauna Davidson conectarían aquel caso con los otros tres asesinatos. Baldwin tenía un sexto sentido en lo referente a sus casos, algo muy apreciado y necesario en su trabajo.
La tarea de establecer perfiles era como ser un poco criminal uno mismo. Él tenía el don de entender lo que había en la mente de los asesinos a los que buscaba. Aquello asustaba un poco a Taylor algunas veces, y también su intensidad y su decisión, pero él obtenía resultados. Taylor tenía la esperanza de que, teniéndolo a jornada completa en el caso, quizá el misterio de Shauna Davidson tuviera una resolución feliz, pero no lo creía. Había demasiada sangre en la habitación de la chica.
Su pequeña debutante. Taylor soltó un resoplido. Odiaba que él la llamara eso, y él lo sabía. A Baldwin le gustaba pincharla con aquel alfiler un poco, de vez en cuando. Demonios, ella hubiera dado cualquier cosa por hacer desaparecer aquella parte de su pasado. Taylor provenía de una familia muy rica, y se había criado en una zona lujosa de Nashville llamada Forest Hills. Había disfrutado de todos los privilegios de una niña bien educada, incluyendo un baile de debutantes al que había acudido de mala gana para ser presentada en la sociedad de Nashville, en la Nochevieja siguiente a su décimo octavo cumpleaños. Un tejemaneje social sin sentido.
Todavía tenía ganas de reírse al recordar la furia que habían sentido sus padres cuando ella les había dicho que iba a ser policía. En opinión de sus padres, ella sólo tenía dos opciones aceptables: o casarse con un abogado o un médico y tener hijos enseguida, y dedicarse a organizar eventos caritativos, como su madre; o en segundo lugar, estudiar para ser abogada o médica ella misma y durante el proceso, encontrar novio y comenzar la carrera del matrimonio y los hijos rápidamente.
Sin embargo, Taylor era Taylor, y descartó ambas opciones. No quería llevar la misma vida vacía que su madre: comidas, meriendas, compromisos para hacer labores caritativas con alguna organización, sin envejecer nunca, sin perder el vacío que llenaba su vida. No podía soportar aquella idea.
Eso no era para ella. Taylor quería emoción, incluso peligro. Quería vivir, experimentar la realidad, y necesitaba algo que le permitiera ser normal, no tener que fingir. Nashville no era una ciudad grande, y debido a su rebelión contra los planes que sus padres le habían hecho, conocía a gente de todo tipo de vida en la ciudad. Y policías. Muchos policías. Había tenido algunos encontronazos con la ley, y como resultado, no sólo había conseguido salir de los problemas a base de encanto, sino que también había trabado amistad con algunos oficiales, que habían influido mucho en su decisión de hacerse policía.
Taylor tenía una visión utópica del propósito de las fuerzas del orden, del servicio a la sociedad, así que, contra el deseo de su madre, había decidido ir a la Universidad de Tennessee, se había licenciado en investigación criminal y había solicitado el ingreso en la Academia de Policía rápidamente. Allí había cimentado relaciones con la gente con la que iba a hacer su carrera profesional.
Su primera dosis de realidad no tardó mucho en llegar. Un día había tenido que acudir al escenario de un apuñalamiento y, cuando había llegado, se había encontrado con un joven tendido en el suelo, en un portal destartalado. Estaba rodeado de familiares llorosos y de amigos que intentaban detener la sangre que brotaba de la herida que tenía en el estómago. En plena desesperación, intentaban meter por el agujero los intestinos del chico. No consiguieron nada. Se desangró ante sus ojos.
La ambulancia llegó instantes después, pero demasiado tarde como para evitar que Taylor perdiera gran parte de su inocencia en una calle oscura, en el peor barrio de la ciudad. Terminó de procesar el escenario del crimen y volvió a la comisaría, y cuando estaba en el vestuario, se dio cuenta de que tenía las botas llenas de sangre. Nunca había sido capaz de describir la emoción abrumadora que sintió en aquel momento, pero pronto aprendió a dejar los sentimientos a un lado.
Estuvo a punto de echarse a reír al recordar a aquella chica asustada por un poco de sangre en el calzado. Desde entonces había visto muchas cosas, las suficientes como para debilitar su visión idealista de la policía. A los treinta y cinco años, se había convertido en la teniente más joven de todo el cuerpo, dirigía un experto equipo de detectives de homicidios y había visto más sangre de la recomendable, por su propia arma y por la de otros. Sí, el idealismo se había desvanecido ya.
Frenó delante del Edificio Médico Forense de la calle Gass, segura porque al menos sabía quién era, y era relativamente feliz con aquella persona. Relativamente.
Baldwin le había sugerido que solicitara el ingreso en la Academia, que soportara todos los rigores necesarios para llegar a convertirse en agente del FBI, pero ella se había negado.
Ella era de Nashville.
La doctora Sam Loughley, forense y mejor amiga de Taylor, estaba cosiendo la incisión en forma de Y griega del pecho de Jessica Porter cuando Taylor entró en la sala de autopsias.
—Vaya, qué rápida eres. No pensaba que hubieras terminado ya.
Sam alzó la vista y sonrió a través de su protección de plástico transparente.
—No es que yo sea rápida, es que tú eres lenta. Ya son las siete y media. Tim, ¿te importaría terminar esto?
—Claro, doctora, no hay problema.
Sam le entregó el instrumental a su ayudante y se dirigió hacia la sala de descontaminación, quitándose la bata y los guantes mientras caminaba. Taylor la siguió obedientemente.
Después de que Sam se hubiera lavado, ambas fueron a tomar una taza de té al despacho de Sam, para poder hablar sobre la autopsia.
—No sufrió un maltrato excesivo.
—No sé, Sam, que te estrangulen y te corten las manos me parece un poco excesivo, ¿no?
Sam asintió.
—Bueno, por supuesto. Me refiero a que no la maltrató horriblemente, ni la golpeó. Las manos se las cortó post mortem. El estrangulamiento fue manual, no había señales de violación. No era tan malo como otras cosas que he visto. Sólo tenía algunas magulladuras y rasgaduras que yo asociaría con unas relaciones sexuales bruscas, pero consentidas. Él usó un preservativo lubricado, y yo no he encontrado nada que pudiera darnos su ADN. El doctor John Baldwin, agente especial del FBI, llamó temprano y me dijo que enviara todas las muestras al laboratorio del FBI. Será más rápido así.
Pese a todos los esfuerzos que se habían hecho para remediarlo, Nashville no disponía de su propio laboratorio forense para analizar las muestras de los escenarios de los crímenes. Baldwin les había ahorrado muchos problemas.
—Entonces, ¿no tienes más información que darme?
—No, Taylor. No tendré los resultados hasta dentro de dos días, así que habrá que esperar. Baldwin mencionó que éste es un caso federal.
—Parece que piensa que es obra de un asesino en serie al que el FBI ha bautizado como el Estrangulador del Sur. Basándose en el modus operandi, éste es su tercer asesinato —le explicó Taylor—. Me pregunto qué hace con sus manos, y por qué deja una en cada escenario.
—No lo sé. Lo único que puedo decirte es que la mano que recuperasteis ayer no tiene el nivel de descomposición que puede esperarse de un miembro extirpado hace un mes, así que tengo la teoría de que ha estado congelada. También le están haciendo todos los análisis a la mano. Bueno, vamos a salir a comer algo. Me muero de hambre.
Fueron a desayunar y se pusieron al día sobre su vida privada, sin hablar más del caso. Sam estaba embarazada, y entusiasmada por la llegada de su primer hijo. Todas sus conversaciones últimamente se centraban en el niño. Cuando terminaron la enésima ronda de búsqueda de nombre para el bebé, Taylor dejó a Sam de vuelta en el centro forense y se fue a trabajar.
Lincoln había reunido toda la información que ella le había pedido sobre los casos previos, información que Baldwin debía de haber ampliado en algún momento, ya que las fotografías de la escena del crimen eran copias de los originales con el sello del FBI en la esquina inferior derecha. Las carpetas estaban sobre su escritorio, y Taylor se concentró en ellas.
Sin embargo, había pocas novedades aparte de lo que Baldwin ya le había contado. El primer asesinato, el de Susan Palmer, había ocurrido el veintisiete de abril. Habían denunciado su desaparición, y cuando la policía fue a su apartamento, encontró una réplica de la escena que Taylor había visto en el piso de Shauna Davidson. Las fotos de la zona donde se había hallado el cadáver de Susan también le resultaban muy familiares. Había hierba alta que ocultaba un poco el cuerpo en las primeras imágenes. Las fotografías de primer plano daban muchos detalles de las heridas de los muñones de los brazos. Distraídamente, Taylor pensó que el fotógrafo estaba perdiendo el tiempo trabajando para la policía, porque se le daba muy bien hacer que una escena tomara vida.
Había un detalle en una de las fotografías que le llamó la atención. Tomó una lupa y la examinó. Después volvió al informe y emparejó la tarjeta numerada con la línea del informe. Número treinta y ocho, vómito sin identificar. Memorizó aquel detalle y continuó.
Abrió el otro expediente y se encontró con una fotografía de la víctima. Jeanette Lernier tenía una sonrisa amplia y unos ojos alegres. Parecía alguien que a Taylor le habría caído muy bien. Su viveza trascendía la foto. Taylor leyó el informe, y de nuevo, constató todas las similitudes entre los diferentes asesinatos.
Después leyó las declaraciones de los testigos. La familia y los amigos de Jeanette adoraban a la chica, eso estaba claro. La gente que no estaba muy cerca de la familia hacía comentarios desdeñosos, acusando a la chica de vivir demasiado deprisa. Uno decía que pensaba que Jeanette tenía una aventura con un compañero de trabajo, pero los informes suplementarios no hacían referencia a aquel detalle. Tomó nota de preguntarle el motivo a Baldwin.
Cuando terminó con la inspección, se puso a organizar toda la información sobre el caso de Jessica Ann Porter. Hizo una carpeta exhaustiva sobre el asesinato, en la que reunió todos los informes de los diferentes oficiales que habían estado en la escena del crimen. Era un trabajo tedioso, pero necesario. Aunque el FBI se hiciera cargo del caso y se lo arrebataran, quería tenerlo todo minuciosamente organizado.
Estuvo trabajando sola casi todo el día. Lincoln y Marcus estaban fuera, y Fitz estaba dirigiendo la búsqueda de Shauna Davidson y reuniendo más información sobre la chica desaparecida. A las cinco en punto decidió dar por terminada la jornada. No había tenido noticias de Baldwin, pero supuso que él iría a su casa en algún momento de la noche. En aquel momento no debía molestarlo, porque él tendría suficiente con su propia investigación. Se llevó a casa la carpeta sobre Shauna, por si acaso.