Capítulo 46

Baldwin se instaló en la sala de juntas, al otro lado del pasillo y de la sala de interrogatorios donde estaba Jake Buckley. Tenía los expedientes del secuestro de Whitney y de Quinn esparcidos ante él por la mesa. Leyó toda la información; la historia le resultaba muy familiar.

Whitney y Quinn eran unas niñas de doce años, listas y alegres, que un día desaparecieron. Aquel día habían estado jugando después del colegio, como dos niñas pequeñas que no tenían responsabilidades aparte de divertirse y fantasear. Ambas eran rubias, de ojos azules y felices. Baldwin supo todo aquello por las fotografías que acompañaban a los expedientes. Fotografías anteriores al secuestro.

Las fotografías posteriores, hechas cuando las niñas habían aparecido y la policía las había llevado a la comisaría mientras avisaban a sus padres, contaban una historia muy diferente. Sus ojos estaban apagados, no había sonrisas, sólo miradas perdidas. Las dos niñas habían recibido una paliza, y tenían los ojos amoratados; Quinn tenía un labio partido. La única manera de distinguirlas era leer la etiqueta blanca que había bajo la fotografía de cada una de las niñas. Había una fotografía de Whitney mirando a la cámara como si no se diera cuenta de que estaban fotografiándola. No había inocencia en aquella mirada, tenía los ojos de una mujer del doble de su edad que había conocido una vida de maltrato. Lo que podían hacerle tres días a un niño era abrumador.

Aquel día iban en bicicleta hacia casa. A Whitney se le había pinchado una rueda, y en vez de volver por el bosque, como todos los días, habían decidido tomar el camino largo, empujar las bicicletas por el Bulevar, para volver a casa.

Baldwin pasó una página y vio una fotografía del secuestrador. Era Nathan Chase, un obrero de la construcción de treinta y siete años, que estaba en paro más tiempo que trabajando. Se había acercado a las niñas, les había ofrecido un helado, algo para que pudieran refrescarse en aquel día de calor veraniego. También se había ofrecido a llevarlas a casa para que no tuvieran que empujar las bicicletas.

En la edad de la inocencia, antes de que hubiera alertas ámbar y que a los niños se les hablara de los horrores que había escondidos detrás de cada esquina, las niñas habían aceptado. Después de todo, estaban en el Bulevar. Llevaron las bicicletas hasta la parte de atrás de la furgoneta. Después de que la bicicleta de Quinn estuviera en el maletero, y ella hubiera subido a la cabina, él agarró a Whitney y la metió junto a su hermana sin contemplaciones. Arrancó el vehículo, dejando la bicicleta pinchada de Whitney allí mismo. Y después, ellas desaparecieron. Se esfumaron.

Pero la historia había tenido un final feliz. Las chicas habían aparecido tres días después en la Avenida Charlotte, sucias, ensangrentadas, pero vivas. Un buen samaritano las había visto caminando hacia casa y había llamado a la policía.

Había sido Whitney la que había explicado que Chase se había emborrachado y había perdido el conocimiento, y ellas habían podido escapar.

También fue Whitney la que identificó a Chase y a su camioneta. Dio descripciones detalladas de su casa, un bungalow pequeño y sucio de dos habitaciones situado en la Avenida Charlotte. Las niñas habían estado todo el tiempo a menos de cinco kilómetros de su casa. Quinn no dio nunca información, sólo asintió para confirmar la versión de Whitney. Su mayor problema había sido el síndrome de estrés postraumático. Había sufrido tal choque que había estado callada durante semanas después del secuestro, según el expediente. Whitney, después de contar la historia, dio toda la información que pudo y se había quedado sentada en silencio, esperando a que sus padres fueran a recogerlas. La más fuerte de las gemelas.

La policía había seguido las indicaciones de Whitney y había encontrado a Nathan Chase en su casa, bebiéndose una cerveza y viendo una película en la televisión. Se había limitado a sonreír mientras lo esposaban, y no había negado ni confirmado las acusaciones.

Lo habían juzgado y condenado con la declaración de Whitney. Quinn se negó a ir al juzgado y a subir al estrado, pero el jurado declaró culpable a Chase en menos de dos horas. Lo sentenciaron a treinta años; mucho tiempo para un secuestro en los primeros años ochenta. Estaba cumpliendo condena en Riverbend, una prisión de máxima seguridad que se había abierto en mil novecientos ochenta y nueve. Pasaba los días viendo la televisión, leyendo, trabajando en la biblioteca y siendo un prisionero modelo.

Baldwin se apoyó en el respaldo de la silla, frotándose los ojos. Nathan Chase. ¿Qué clase de hombre era capaz de secuestrar a dos niñas pequeñas, pegarles, pero después dejar que se escapen? ¿Y de quedarse sentado en casa, tomando cerveza y esperando a que los policías fueran a detenerlo?

Baldwin siguió revisando los expedientes. No había ni una sola mención de agresión sexual. En las declaraciones de las niñas se hablaba de golpes y de noches sin dormir. Dijeron que él les había hablado, les había contado historias, había intentando entretenerlas. Las probabilidades de que no las hubiera agredido sexualmente eran tan pocas que Baldwin finalmente fue a buscar a Taylor para consultar sus dudas con ella. Estaba en su despacho, tomando un refresco y leyendo un expediente.

—¿Qué tal? —le preguntó.

—Estoy intentando acelerar las cosas con el sospechoso del caso del Hombre de la Lluvia. Norville Turner. Trabaja en el taller de la policía, de mecánico de los coches patrulla. Parece que no hay una gran psicosis detrás de su comportamiento. Es un gran aficionado a la policía, pero no pudo entrar en el cuerpo porque suspendió cuatro veces el examen de acceso a la Academia. Así que se ha pasado el tiempo intentando vengarse de nosotros. Pensó que al planear sus delitos de un modo extraño se haría misterioso. Es un violador común y corriente. La buena noticia es que ha admitido la comisión de las violaciones, lo cual es un primer paso excelente. Ahora tenemos que esperar a los análisis de correspondencia del ADN, y todo eso, pero parece que es nuestro hombre.

—Eso son muy buenas noticias, cariño.

—Sí, me alegro de que haya terminado. ¿Y tú? ¿Qué estás haciendo?

—Intentando averiguar por qué en el expediente del secuestro de Whitney y Quinn Connolly no se menciona la agresión sexual por ningún sitio.

—¿No? Qué raro. ¿No hay documentación al respecto?

—Nada. En los informes del hospital no figura nada de que se les realizara una exploración física.

—Bueno, eso no puede estar bien. Chase fue a la cárcel después de que lo declararan culpable de secuestro y agresión sexual. Yo misma he visto esas páginas. Tiene que haber una parte de los expedientes que ha desaparecido.

Taylor comenzó a rebuscar por su escritorio, pero no encontró nada, así que fue a la oficina de Homicidios. Miró por los papeles del escritorio de Fitz y encontró una carpeta delgada con la etiqueta de Connolly.

—Aquí hay algo. Parece que Fitz no tomó todos los expedientes. Veamos —dijo. Abrió la carpeta y leyó.

—Aquí dice que sólo una de las niñas sufrió agresión sexual. Ésa es la razón por la que no está en los informes del hospital, y de que no se incluyera en las declaraciones de la noche que las encontraron. Salió a la luz unas semanas más tarde. Mmm. Esto sí que es raro. No dice cuál de las niñas fue violada —dijo, y le entregó la carpeta a Baldwin—. Es extraño, ¿verdad? Este informe lo hizo el médico personal de las niñas, pero no identificó a cuál de las niñas le ocurrió. Claro que esto fue hace veinte años. Aunque sigue siendo raro, ¿no crees?

Volvieron al despacho de Taylor. Baldwin se sentó en una silla y puso los pies sobre el escritorio.

—¿No me dijiste que hubo rumores sobre las chicas después de que las cambiaran al Padre Ryan?

—Sí, claro que los hubo. Pero fueron sólo eso, rumores. Llegaron a primero cuando yo estaba en segundo, y yo no sabía mucho de ellas. Antes iban a Harpeth Hall, y creo que me acuerdo de que alguien dijo que se habían tomado un año sabático antes de venir al Ryan. Sé que su madre estaba embarazada mientras sucedía todo esto. Tuvieron un hermano pequeño, ¿cómo se llamaba? Oh, sí, Reese. Reese Connolly. Quinn dijo que es médico, que está haciendo la residencia en Vanderbilt.

Baldwin arqueó una ceja.

—Los tiempos coinciden, ¿no te parece? Se toman un año libre, y de repente tienen un hermano pequeño.

Taylor se quedó asombrada.

—¿Crees que una de ellas se quedó embarazada de Nathan Chase, que tuvo a Reese y que sus padres lo ocultaron? Vaya, eso sí que es horrible. Sólo tenían doce años. Pero hay una pregunta importante: ¿cuál de las dos se quedó embarazada?

—Eso tenemos que averiguarlo. Mientras, quiero ver si Nathan Chase ha tenido visitas últimamente. Me da la sensación de que lo que les ocurrió a Whitney y a Quinn hace veinte años tiene algo que ver con lo que está ocurriendo hoy. ¿Te acuerdas de que Quinn dijo que debería haberle dicho a Jake la verdad desde el principio? ¿Crees que estaba intentando confesar que tuvo un hijo, y que su marido la rechazó por ello?

—Dios, Baldwin, ahora estás haciendo elucubraciones. No hay pruebas que puedan demostrar eso.

—Tal vez no, pero quiero una lista de las visitas que ha recibido Nathan Chase. Eso lo haremos por la mañana. Ahora vamos a casa. Estoy demasiado cansado como para pensar en algo más hoy. ¿Ha habido alguna novedad en el ordenador de Whitney?

Baldwin había dejado el ordenador en el despacho de Taylor aquel día.

—No, nada desde que arrestamos a Jake Buckley.

—Puede que eso sea una señal. Vamos. Salgamos de aquí.

Taylor asintió, así que recogieron sus cosas y salieron del edificio. Cinco minutos después, en el ordenador de Whitney Connolly comenzó a parpadear una luz que avisaba de que había recibido un nuevo correo.