Capítulo 13

Taylor y Fitz llegaron a la entrada de urgencias del Hospital Baptista y aparcaron. Abrirse paso entre la multitud de la sala de urgencias fue una aventura. Taylor contó seis pacientes con hemorragias en diferentes partes del cuerpo. Las luces fluorescentes hacían que la sangre pareciera de color naranja. A ella se le formó un nudo en la garganta. La última vez que había pasado por aquellas puertas había sido en una camilla, con su propia sangre a punto de derramarse sobre el suelo de linóleo.

Su último caso le surgió en la mente súbitamente. Siempre estaba allí, justo debajo de la superficie.

Baldwin y ella se habían conocido durante la investigación de aquel caso, cuatro meses antes. Él estaba en la ciudad disfrutando de una temporada sabática, y la Policía Metropolitana de Nashville necesitaba la ayuda de un experto en perfiles criminales. Surgió una relación de beneficio mutuo, durante la que Baldwin y Taylor tuvieron que pasar juntos largas horas y situaciones tensas. Al tener que estar juntos, dos personalidades fuertes en conflicto, había nacido entre ellos una atracción inevitable. Estaban siguiendo la pista de un sospechoso armado. Al final, acorralado, el sospechoso desesperado se había enfrentado a Taylor, y había perdido.

Aunque no sin un precio.

Incluso tantos meses después, ella todavía veía el cuchillo blandido ante sí, lo sentía hundiéndose en su carne. Había matado al hombre, pero antes, él le había dejado un recuerdo permanente, una cicatriz en la yugular.

Se llevó la mano a la garganta. No habría querido que las cosas hubieran sido diferentes. Baldwin y ella formaban un buen equipo. Cuando Taylor había estado a punto de morir, él estuvo a su lado, no se marchó. Sin embargo, volver a aquella sala de urgencias le provocó a Taylor un escalofrío, y se quitó todo aquello de la cabeza.

—Fitz, ¿dónde estará?

—Probablemente, en la planta de cirugía. El jefe le pidió al médico de urgencias que la ingresara con el nombre de Jane Doe, para que los medios de comunicación no se enteraran. Vamos a ver si ha funcionado.

Fitz se acercó al mostrador de información, le mostró la placa a la recepcionista y preguntó por la habitación de Jane Doe. Después, se volvió hacia Taylor con una sonrisa y le hizo una seña hacia el hospital, y ambos se alejaron antes de que la recepcionista se interesara demasiado. Hasta el momento, la treta estaba funcionando.

Cuando subieron a la planta de cirugía, se acercaron al puesto de enfermeras.

—¿Tienen a Jane Doe aquí? —preguntó Taylor, intentando mostrar preocupación.

La enfermera la miró fijamente, y Taylor se dio cuenta inmediatamente de que todo el mundo sabía que Betsy Garrison era Jane Doe. Sin embargo, la enfermera le siguió la corriente.

—Acaba de salir de la recuperación. El médico está con ella en este momento. Es al final del pasillo, en la habitación trescientos veinte.

Le dieron las gracias y caminaron hacia la habitación. Miraron al interior y vieron a dos hombres. Uno era el médico, vestido de verde, y el otro era Brian Post, el compañero de Betsy. Tenía cara de congoja, pero después de un momento se rió y se sentó junto a la cama. Taylor llamó suavemente a la puerta. Todos miraron hacia arriba y les hicieron señas a Fitz y a ella para que entraran.

Betsy Garrison, la dura y guerrera jefa de la Unidad de Crímenes Sexuales de la Policía Metropolitana de Nashville, estaba sentada en la cama, con un enorme vendaje blanco que le cubría toda la parte izquierda de la cabeza. Estaba magullada y exhausta, pero sonrió tanto como pudo.

—Taylor, Fitz, vamos. Uníos a la fiesta.

Taylor se colocó al otro lado de la cama, frente a Post, que estaba mirando a Betsy con el ceño fruncido y una expresión posesiva. «Eso es interesante», pensó Taylor. «Parece que Post tiene algo más que una preocupación profesional por su compañera».

Taylor se inclinó y le dio a Betsy un cuidadoso abrazo. Fitz se apoyó contra la puerta del baño, con incomodidad. Era un tipo chapado a la antigua y no le gustaba ver a las damiselas en apuros. Betsy se dio cuenta inmediatamente. Cuando habló, tenía la voz quebrada, todavía ronca de la anestesia.

—Fitz, veo que tu caballeroso sentido de la justicia está picado. ¿Por qué no te llevas a Brian a tomar una taza de café? Me ha estado mimando demasiado.

No tuvo que decirlo dos veces. Fitz le hizo un gesto a Post, que se levantó de mala gana. Le dio un breve beso en la parte de la cabeza que Betsy no tenía vendada y siguió a Fitz fuera de la habitación.

Taylor se sentó y miró a Betsy con expectación. Se conocían desde varios años atrás. Habían hecho patrulla juntas. Eran buenas amigas, y se respetaban mucho.

Betsy comenzó.

—Parece peor de lo que es. Me rompió la nariz y el pómulo. Pero los médicos lo han arreglado todo, y voy a quedar mejor que antes. Ese médico tan encantador me retocó la nariz, de paso. ¡Se acabó el caballete prominente!

Taylor sonrió.

—Estás siendo muy valiente. ¿Cómo estás, en realidad?

Betsy se desinfló ligeramente, intentó sonreír pero sólo pudo hacer una mueca.

—Me duele muchísimo. Estoy avergonzada. Me siento como una idiota. ¿Mi sospechoso me viola? Si eso se sabe en la policía, tendré que dejar el puesto. Ninguno de los chicos volvería a mirarme igual. Brian ha estado a punto de morirse al verme así.

—Pero Brian tiene algo más que un deber profesional hacia ti, ¿no?

Betsy se movió con incomodidad en la cama, y las sábanas almidonadas crujieron con el movimiento.

—Me has pillado. Llevamos saliendo unos seis meses. Es un tipo estupendo. Sé que todo el mundo dice que no se debe salir con un compañero de trabajo, pero…

Antes del horrible caso que había estado a punto de costarle la vida a Taylor, ella se había visto atrapada en el tiroteo de uno de sus detectives de homicidios. El hecho de que se hubiera acostado con él no era del dominio público. Taylor miró a Betsy a los ojos, preguntándose si ella había sabido algo de aquella vieja aventura. Le pareció que la frase de Betsy no tenía doble sentido, y dejó el comentario a un lado.

—Bueno, ahora cuéntame lo que ocurrió anoche.

Los ojos de Betsy se apagaron un poco, pero ella respondió:

—Me había quedado dormida en el sofá. Me desperté al oír un ruido fuera. Fui a la cocina a ver qué pasaba, y allí estaba él. El Hombre de la Lluvia, con su verdugo de esquiar negro, goteando en el suelo de mi cocina. Intenté enfrentarme a él, ¿sabes?

—¿Dónde estaba tu arma?

—Estaba en el piso de arriba, en la caja fuerte. Tengo mucho cuidado con ella. Mi hermana trae a los niños de visita sin avisar todo el tiempo. No quiero que haya un accidente. Intenté hablar con él, le pregunté qué estaba haciendo en mi casa. No dijo una palabra; se abalanzó sobre mí como si fuera una bala de cañón. Me dio un puñetazo tan fuerte que me dejó sin conocimiento. Cuando lo recuperé, él había terminado y se estaba marchando. Yo ni siquiera estuve despierta cuando me violó. No sé si eso es bueno o malo, pero me alegro de no recordarlo, al menos por ahora. Le añade un insulto a la herida, ¿sabes?

Taylor lo sabía. Y le daba las gracias a su buena fortuna.

—Lo que me pareció extraño es que entrara y saliera en menos de veinte minutos. Cuando oí el ruido, vi que eran las tres y cuarto. Cuando me desperté eran más o menos las cuatro menos veinte minutos, y él ya se había ido. No tuvo mucho tiempo para divertirse, ¿sabes?

Taylor se levantó y se acercó a la ventana.

—Pero él nunca se entretiene en la escena, ¿no? Las otras mujeres a las que ha violado dicen que es bastante indiferente. ¿Te dio esa sensación?

—¿Antes o después de que me dejara sin conocimiento de un puñetazo?

—Ah. Es cierto.

—Taylor, tú y yo sabemos que a este tipo no le interesa el sexo. Es un hombre extraño que siente la necesidad de dejar constancia de algo, de decir algo. Nunca había sido violento hasta ahora.

—¿Crees que va a seguir así?

—Francamente, no lo sé.

—Deja que te pregunte una cosa. ¿Cómo sabes que es el Hombre de la Lluvia?

—Oh, ¿no te lo han dicho? Dejó su ADN.

—Pero no lo había hecho nunca, ¿verdad? Eso es una buena noticia.

Betsy sacudió la cabeza cuidadosamente, e hizo un gesto de dolor.

—Tenemos su ADN de otras violaciones. Usa preservativo, pero es descuidado, y cuando se lo quita, siempre deja caer una o dos gotas. Hemos mantenido en secreto ese detalle porque no hemos podido conseguir que el maldito Buró de Investigación de Tennessee pase las nuevas muestras por el CODIS. Al menos, por ahora no.

El CODIS era una base de datos de muestras de ADN que llevaba un retraso de un año o más. La base de datos era tan célebre que su laboratorio estaba inundado de muestras que había que incluir en el sistema.

Betsy continuó:

—Lo analizaron hacía un par de años, después de las violaciones del año dos mil dos. No encontraron correspondencia, pero entonces la base de datos estaba en su infancia. Las muestras de dos mil cuatro están allí, pero no han podido procesarlas. Si ese tipo está en el sistema, lo encontraremos. Es sólo cuestión de conseguirlo antes de que todos muramos de viejos.

Taylor sacudió la cabeza.

—Necesitamos nuestro propio laboratorio. Quizá, al tratarse de ti, le den un nuevo empujón al asunto.

—Dios, no, no podemos dejar que esto se sepa. Taylor, por favor, tienes que encontrar otro modo.

—Lo sé. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano por protegerte —dijo Taylor.

Betsy continuó con su análisis.

—El Hombre de la Lluvia se lleva el preservativo, ¿de acuerdo? Pero tenemos el espermicida. El laboratorio conoce la firma química, y nosotros tenemos la marca. Se corresponde con la de todas las violaciones —dijo, y con una media sonrisa, añadió— ¿Ves? No hemos estropeado el trabajo completamente en la Unidad de Crímenes Violentos.

Taylor se dio cuenta de que a Betsy se le cerraban los ojos, y decidió preguntarle lo que tenía en mente.

—¿Crees que sabe quién eres?

—Claro que sí. Dimos una conferencia de prensa hace un par de semanas, después de la última violación. Así que sabe que yo estoy en el caso. Lo que no sabe es que nos estamos acercando mucho.

—O quizá sí, y quiere que te retires. ¿Por qué piensas que os estáis acercando tanto?

Betsy recuperó el brillo de la mirada y dijo, con una expresión petulante:

—La última víctima cree que puede reconocerlo.