Capítulo 19

Taylor dejó el coche en el aparcamiento de su bar favorito mientras intentaba olvidar durante un rato su preocupación por Betsy Garrison. No había nada que ella pudiera hacer si la prensa tenía la información, así que sería mejor dejar que Price se encargara de todo.

Cuando entró en el local, recibió varios saludos afectuosos. Era un bar muy grande, lleno de humo, oscuro, con grandes televisiones de plasma por las esquinas, de modo que los aficionados al deporte pudieran ver los partidos de sus equipos. Los clientes habituales tomaban una copa en la barra, y otros echaban monedas en las máquinas tragaperras, como si fueran a recuperar el dinero con un golpe de suerte.

Antes de que Taylor estuviera sentada en su taburete favorito junto a la barra, un vaso helado de Guinness apareció delante de ella. Se había aficionado a la adorada bebida de Baldwin, y la había pedido tantas veces que los camareros no se molestaban en preguntarle qué quería. Miró la cerveza con melancolía, con anhelo. Sabía que no debía beber, pero el alivio que iba a obtener si se emborrachaba merecería la pena. Razonó: La noche anterior se había tomado unas tres cervezas. Si no hubiera hablado con el médico aquel día, si no hubiera sabido la noticia, se habría tomado al menos otras tres aquella noche. Quizá pudiera fingir que aquello no estaba ocurriendo y tomar la primera de todos modos. Le pareció una buena idea. Casi por arte de magia, el vaso subió hasta sus labios, y Taylor dio un trago ávido, como si no hubiera tomado líquidos en semanas. La segunda pinta fue incluso más suave que la primera.

Sam entró en el bar como un torbellino, y todas las cabezas se volvieron a mirarla. Sam era una belleza, con su pelo moreno recogido en una coleta. Incluso después de un largo día cortando a los muertos de Nashville, estaba tan fresca como si acabara de salir de la ducha. Mientras envolvía a su mejor amiga en un abrazo, Taylor percibió el delicioso olor de los polvos de talco. Estuvo a punto de atragantarse con él. Sam la miró, y Taylor supo que se había dado cuenta de que ocurría algo. Taylor se había agarrado una buena borrachera una o dos veces en el pasado, y Sam se dio cuenta de que iba otra vez en aquella dirección. Como era buena amiga, se limitó a sonreír.

—¿Cuál es la emergencia, cariño? Hola, Kat —le dijo a la camarera con una sonrisa—. Quisiera una botella de agua. Y otra para mi amiga —añadió, y se volvió hacia Taylor—. ¿Qué ocurre? —le preguntó sin rodeos, y su sonrisa se desvaneció.

Taylor respiró profundamente.

—En realidad, no sé por dónde empezar. ¿Te suena el caso del Hombre de la Lluvia?

—Sí. ¿Por qué te preocupas por eso, si no es de tu División?

—He estado echando una mano. Y esta noche va a salir en las noticias. Otra víctima, y me temo que van a dar nombres. Esto es todo lo que puedo contarte, ¿de acuerdo?

Sam asintió. Conocía las particularidades de una investigación.

—Y por otra parte, me angustia lo que tiene que estar pasando Baldwin con el Estrangulador del Sur. ¿Te parece que no es para estar disgustada?

—Vamos, Taylor. Eso es lo normal en un día de trabajo para ti. Dime lo que te pasa en realidad.

Taylor la miró fijamente. Típico; no podía mentirle a Sam. Sería mejor que se lo soltara ya. Tomó aire y dijo:

—Hoy he hablado con el médico.

—Oh, no, querida. ¿Es el hígado?

Taylor soltó una carcajada seca y tomó un trago de cerveza.

—No. El hígado me funciona perfectamente. Es otro problema diferente. Estoy embarazada.

Sam no perdió el tiempo.

—Así que estás aquí sentada, emborrachándote. Un modo excelente de controlar el estrés, Taylor.

Taylor comenzó a sacudir la cabeza.

—Nooo, no es eso en absoluto. Estoy…

—Estás completamente perdida. No estás preparada para tener un hijo. No se lo has dicho a Baldwin porque no sabes cómo va a reaccionar. No sabes qué pensar, ni cómo actuar, ni qué hacer. ¿Lo he resumido bien?

Taylor la miró con cara de pocos amigos.

—Bueno, ya está bien. Se supone que tienes que animarme. No…

—¿No qué? ¿Qué quieres que haga? Eres una mujer adulta. Puedes tomar decisiones por ti misma. ¿Querías que tirara la cerveza al suelo y que te echara un sermón? Lo haré si quieres. Pero no creo que quisieras hablar conmigo para eso. Así que emborráchate y habla.

Taylor se inclinó un poco hacia atrás. Mierda. Aquél era el problema con las amigas. No condenaban. Se dio cuenta de que andaba buscando pelea, y contuvo una contestación desabrida. Entonces, vio que Sam le hacía un gesto a Kat. Junto a su codo apareció un paquete de tabaco. Sam lo abrió, sacó un cigarrillo, se lo dio a Taylor y encendió una cerilla.

—Aquí tienes. ¿Por qué no te fumas un cigarro, de paso? Desahógate ahora, chica, porque mañana las cosas tienen que cambiar. Por ahora, desahógate.

Libertad. Eso era exactamente lo que quería Taylor. Sam era doctora, y conocía los riesgos. Si ella decía que estaba bien, lo estaba. Encendió el cigarro, le dio una profunda calada y expulsó el humo, con cuidado de dirigirlo en la dirección contraria a Sam.

Sam habló con más suavidad.

—Querida, sé que en este momento estás tan asustada que no puedes ver las cosas con claridad. Vas a superarlo. Todo va a salir bien.

Taylor dejó que las lágrimas comenzaran a caer.