Capítulo 32
Taylor se despertó con energía. Se duchó, se vistió y desayunó, y rápidamente, se puso a trabajar en el asunto que tenía entre manos: el teléfono móvil de Whitney Connolly. Haciendo avanzar las opciones en la pantalla, encontró la memoria y presionó el botón. La voz de Whitney flotó por el aire, recitando una lista de tareas por hacer. La última de aquellas tareas era importante, y Taylor la repitió varias veces.
—Hablar con Quinn sobre las notas.
Eso era todo. No había más pistas ni instrucciones. Ni siquiera parecía que fuera importante. ¿Estaba hablando sobre los correos electrónicos? Taylor llamó a Quinn para preguntarle si sabía de qué podía tratarse, pero Quinn no sabía a qué podía referirse su hermana. Taylor se disculpó por no poder darle ninguna noticia.
—No, Taylor, estás haciendo lo que puedes. Agradezco mucho tu ayuda. Van a entregarme el cuerpo de Whitney hoy. Creo que vamos a celebrar el funeral la semana que viene, en cuanto consiga ponerme en contacto con mi marido y mi hermano pequeño y lo organicemos. Los dos están fuera de la ciudad. Te agradecería que vinieras.
—Por supuesto. Sólo tienes que dejarme un mensaje con el día, la hora y el lugar, y allí estaré.
Colgaron, y Taylor se sintió fatal. La hermana de Quinn había muerto, su marido estaba siempre fuera de la ciudad por trabajo y ella ni siquiera conseguía dar con su hermano pequeño para organizar el funeral. Para llevar una vida privilegiada, parecía que Quinn Buckley estaba muy sola.
Taylor decidió que lo mejor que podía hacer era irse a la oficina. Se hizo una coleta, tomó las llaves y se dispuso a salir. El teléfono sonó justo cuando estaba en la puerta. Descolgó el auricular y oyó la voz grave de Baldwin.
—Hola, cariño. ¿Qué tal van las cosas por Carolina del Norte?
—Bueno, no ha desaparecido nadie esta mañana, así que supongo que estamos mejorando. No puedo predecir a este tipo, Taylor, y me está volviendo loco.
—Entonces, siéntate y escríbeme un poema de amor —dijo ella, bromeando—. Eso te distraerá y te pondrá la cabeza donde debe estar.
El comentario fue acogido con un silencio total. Taylor no se sintió herida exactamente, pero sí sintió una punzada. Normalmente, Baldwin le habría dicho algo cariñoso, pero se había quedado callado. Antes de que ella pudiera decir algo, él habló.
—¿Qué te ha hecho decir eso?
—Bueno, lo siento, cariño, sólo era una broma. Lo tengo en la cabeza desde que los vi en casa de Whitney Connolly. Tiene un novio o un admirador que le enviaba poemas de amor por correo electrónico, y leí un par de ellos cuando estaba revisando sus cosas. No es nada importante.
Sin embargo, Taylor sintió toda la intensidad de Baldwin por el teléfono.
—Taylor, ¿recuerdas qué poemas eran? ¿Algo en particular sobre ellos?
—No, no les presté mucha atención. Vaya, Baldwin, ¿qué ocurre?
—No hemos hecho público esto, así que tienes que mantenerlo en secreto. El asesino deja poemas a las víctimas. Poemas de amor, clásicos de Wordsworth, Coleridge, Yeats. Tienes que conseguirme los poemas del correo de Whitney Connolly.
—¿En los escenarios del crimen? Yo no recuerdo haber visto nada de eso en el apartamento de Shauna Davidson.
—Uno de los hombres de Grimes lo encontró en un cajón de su escritorio. Son inofensivos; a menos que sepas lo que estás buscando, las notas son muy fáciles de pasar por alto.
—Dios, Baldwin, si me lo hubieras dicho habría prestado más atención ayer. Ni siquiera los leí todos, sólo miré un par de ellos.
A Taylor comenzó a darle vueltas la cabeza. Le encantaba la inyección de adrenalina que llegaba con un descubrimiento importante en un caso. Las cosas estaban empezando a tener sentido. Las notas.
—Baldwin, Whitney estaba intentando ponerse en contacto con su hermana desesperadamente ayer, ¿no te acuerdas? Me sugeriste que escuchara la memoria de su teléfono, y había un mensaje diciendo que tenía que hablar con Quinn sobre las notas. ¿Qué te parece?
—No quiero sacar conclusiones apresuradas, pero quiero que consigas esos poemas y me los leas, para ver si son los mismos que han aparecido en las escenas del crimen. Tal vez el asesino sea admirador de Whitney Connolly, quién sabe. ¿Puedes llegar a ese ordenador?
—Sí, voy a llamar a Quinn Buckley y a pedirle permiso para entrar otra vez en casa de Whitney. Te llamaré en cuanto los tenga delante.
Después de hablar con Taylor, Baldwin decidió seguir explorando la página web de Health Partners. Navegó por el sitio hasta que halló una sección llamada Contacte con nosotros. La abrió, y entre todas las oficinas que había en el país, encontró una en Nashville. Hizo bajar y subir la página, pero no encontró más información. La empresa debía de tener un listado de oficinas y ejecutivos, pero él no la encontraba en aquella página. No importaba; lo averiguaría por teléfono.
Marcó el número de Health Partners y a los pocos instantes oyó una voz con acento sureño.
—Health Partners. ¿En qué puedo ayudarle?
Él carraspeó y dio una respuesta rápida, un poco absurda.
—Hola, soy el agente especial del FBI John Baldwin, y necesito que me proporcione un organigrama de su compañía.
—Señor, ¿hay algún problema?
Muy bien. Había conseguido hablar con alguien a quien no impresionaban sus credenciales ni su voz de policía.
—No, señora, no hay ningún problema, pero me gustaría averiguar más cosas sobre sus empleados. ¿Podría proporcionarme alguna información?
—Sí, sí puedo hacerlo, pero ¿qué necesita el FBI de nosotros? ¿Estamos siendo investigados por algo? Creo que será mejor que hable con el señor Louis Sherwood. Él es el presidente, así que podrá decirle todo lo que necesite. Por favor, espere un momento.
Baldwin tuvo la sensación de que esperaba una hora, pero probablemente sólo fueron unos minutos, antes de oír una voz al otro lado de la línea.
—Hola, soy Louis Sherwood. ¿Puedo ayudarle en algo, agente Baldwin?
—Sí, señor. Me gustaría conseguir cierta información sobre los viajes de sus ejecutivos. Estoy llevando a cabo una investigación, y el nombre de su empresa ha salido a la luz en relación al caso. ¿Está dispuesto a darme esa información?
Sherwood no titubeó.
—Es acerca del Estrangulador del Sur, ¿verdad?
—Sí, efectivamente. Es el caso en el que estoy trabajando. ¿Le resulta familiar?
—Sí, y me alegro de que se haya puesto en contacto con nosotros. Tengo entendido que tres de las víctimas trabajaban en nuestra empresa, en un puesto u otro. Creo que eso merece una conversación cara a cara, ¿no le parece?
—Por supuesto, señor. ¿Cuándo puede reunirse conmigo?
—Cuando le resulte conveniente a usted. ¿Está en la ciudad?
—No, señor, estoy en Carolina del Norte, pero tenía pensado ir a Nashville hoy, si nada me retiene aquí.
Como el secuestro de otra chica, por ejemplo.
—Llegaré a Nashville a última hora de la tarde. ¿Está libre a esa hora?
—Lo estaré esperando. ¿Necesita la dirección?
Baldwin tomó nota de las indicaciones y le dio las gracias a Sherwood. Era agradable hacer un poco el detective a la vieja usanza en vez de tener que mirar cadáveres de chicas. Ahora necesitaba la información sobre los poemas que iba a facilitarle Taylor, y era hora de volver a casa. Pensó en que alquilaría un coche y volvería conduciendo, en vez de hacerlo en avión. Grimes iba a quedarse en Asheville un poco más, para terminar con los resultados de la autopsia de Christina Dale y los otros aspectos de la investigación. Baldwin necesitaba algo de tiempo para pensar, y el trayecto de cuatro horas hasta Nashville era la oportunidad perfecta.
Llamó a Grimes y le contó sus planes, y también le dijo que iba a reunirse con Louis Sherwood. Grimes le dijo que aquello sonaba muy bien, y le pidió que le mantuviera al tanto de todo. Baldwin no le mencionó los poemas del correo electrónico de Whitney Connolly. Era mejor tener la confirmación de sus sospechas antes de añadir más variables al juego.
Colgaron, y Baldwin llamó a la recepción del hotel y pidió que le reservaran un coche de alquiler. A los diez minutos bajó al vestíbulo, se despidió y se puso en camino hacia Nashville.