Capítulo 4
Baldwin se excusó para llamar a Quantico, y Taylor le hizo un gesto a Fitz para que se acercara. Él atravesó el terreno como un general dirigiendo a sus tropas, su enorme barriga precediendo a sus pies.
—¿Qué hace aquí el federal? —preguntó en tono neutral.
Taylor lo miró, intentando averiguar si la pregunta tenía alguna intención, pero la cara de Fitz era de cautela. Pensó que era sólo eso, una pregunta.
—Adivina —le dijo.
—Está aquí para hacer un perfil del asesino, porque hay un patrón.
—Exacto. Ha matado a dos chicas antes que a ésta. Al menos, tenemos una posible identidad. Jessica Ann Porter, de Misisipi. ¿Dónde está Lincoln?
—En el coche, con Marcus.
—Necesito que haga magia con el ordenador. Dile que quiero toda la información que tengan los federales sobre este asesinato. La primera era una chica de Alabama, que fue hallada en Luisiana, en abril. La segunda era de Baton Rouge y la dejaron en Misisipi, en junio. Que obtenga los detalles y ya veremos lo que tenemos para trabajar. Los federales han ocultado datos sobre los casos, incluyendo el hecho de que el asesino lleva una mano de la víctima anterior al nuevo escenario del crimen. Estoy segura de que Baldwin compartirá todo lo que sabe, pero quiero tener un expediente propio sobre este tipo.
—¿Estás segura de que te lo va a dar todo?
Taylor le guiñó un ojo y sonrió.
—Estoy segura.
Taylor estaba dando el toque final a una salsa boloñesa. La probó, añadió otra cucharada de orégano y volvió a probarla. Mmm. Ajo. Echó otro a la cazuela y la tapó mientras saboreaba la rica mezcla de especias que impregnaba el vapor.
Estaba anocheciendo, y la oscuridad se acercaba rápidamente. Puso el pan a calentar en el horno y después se sirvió una copa de Chianti de Montepulciano que le había descubierto el propietario de la bodega de su barrio, un hombre amable con un gusto excelente para los caldos de la Toscana. Sonrió y tomó un sorbo.
Mientras esperaba a que terminara de hacerse la salsa, se sentó en la mesa de la cocina a tomarse la copa de vino observando las luciérnagas flotar sobre su terraza. Tenía una casa sencilla; era una cabaña de troncos de madera que se había comprado años antes, muy acogedora, situada en las colinas del centro de Tennessee. Por la zona había ciervos y conejos, y Taylor había visto una zorra con sus cachorros aquel mismo año. Tenía privacidad y tranquilidad, todo lo que necesitaba una detective de homicidios que trabajaba en exceso.
Sam había llegado al escenario y había preparado el cuerpo de Jessica para el traslado. El cuerpo estaba deshidratado y caliente, y había resultado difícil de manipular. A los camilleros se les había escapado de las manos cuando iban a ponerla sobre la camilla, y la cabeza se había salido de la bolsa. Las moscas se habían puesto a revolotear con furia. Taylor maldijo aquel tiempo sofocante. La muerte no era más fácil con frío, pero era más soportable.
La autopsia de Jessica Porter iba a realizarse al día siguiente, por la mañana, y Taylor estaría allí, como muestra de respeto a la víctima y para intentar adelantarse al asesino de Jessica. Siempre había pruebas. Hasta el más meticuloso de los asesinos se dejaba algo atrás. El hecho de que aquél pudiera ser su tercer asesinato resultaba muy molesto, por decirlo suavemente.
Las manos desaparecidas inquietaban a Taylor. La muerte, por lo general, no era bonita. El hecho de que el criminal se llevara las manos de sus víctimas era un intento evidente de ocultar su identidad. Dejar a la muchacha en mitad de un campo a treinta y cinco grados de temperatura haría el resto. Pero, ¿por qué demonios dejaba una mano de la víctima anterior en el nuevo escenario del crimen?
Taylor se había quedado sorprendida cuando Baldwin le había explicado cuál era la firma del asesino. Después, había hecho la pregunta más evidente: ¿Dónde estaba la otra mano?
Él había respondido con una risa sin alegría.
—Eso es lo que todos queremos averiguar.
Al menos, habían encontrado el cuerpo de Jessica, y tenían una investigación abierta sobre el asesino. Taylor se estaba preguntando cuál sería la conexión entre Jackson, Misisipi y Nashville cuando oyó que se abría la puerta de la casa.
—¿Cómo está mi debutante favorita?
Ella le lanzó una mirada desagradable al dueño de aquella voz grave, lo cual hizo que él sonriera. Atravesó la distancia que los separaba de tres zancadas y la abrazó sin miramientos. Ella metió la nariz en el hueco de su cuello y suspiró. Olía bien, a fresco. No había olor a muerte, sólo a jabón y a cedro. Lo acarició con la nariz una vez más y después le dio un empujón. Él se tambaleó hacia atrás y alzó una mano para detener el torrente que estaba a punto de llegar.
—Maldita sea, Baldwin, ¿por qué no me lo has dicho?
—Vamos a cenar pasta, ¿no? Huele muy bien.
Taylor lo fulminó con la mirada, y él se encogió de hombros tímidamente.
—¿Qué querías que hiciera, Taylor? ¿Cómo iba a saber yo que ese tipo iba a venir a Nashville? Jessica Porter desapareció hace tres días, y no me lo comunicaron inmediatamente. Vamos, Taylor, dame un respiro. Ni siquiera sabía que era el Estrangulador hasta que vi el cuerpo de la chica.
Él alargó la mano para acariciarle la mejilla, pero ella se dio la vuelta y fue a los fogones para remover la salsa.
—Vamos, cariño. Si yo pensara que tenía algo sobre este tipo, te lo habría dicho. No ha actuado durante un mes. Tenemos muy poca información, cosas que hemos averiguado de milagro. No nos da mucho con lo que trabajar. Manos desaparecidas y cadáveres.
Taylor se volvió a mirarlo.
—A mí me parece mucho —replicó—. ¿Vas a formar un grupo de investigación?
—Por ahora sólo soy yo. Sabía que podía trabajar contigo en este caso, así que trabajo por cuenta propia. Hay otros dos tipos trabajando en los casos antiguos, Jerry Grimes y Thomas Petty. Yo compartiré información con ellos, ellos la compartirán conmigo. Ya sabes cómo funciona.
Baldwin había estado trabajando como asesor. El FBI se lo había cedido al Departamento de Homicidios de la Policía Metropolitana de Nashville tres meses antes. Su ayuda había sido inestimable para los casos de Taylor. Y, por supuesto, compartir cama con él era un beneficio adicional.
Ella lo miró con aprobación.
—Trabajas muy deprisa. ¿Has hablado con Price?
Él se sentó a la mesa, asintiendo.
—Garrett Woods hizo la llamada.
Woods era el jefe del FBI de Baldwin, y amigo de Mitchell Price, el director de la División de Investigaciones Criminales de la Policía Metropolitana. Homicidios era responsabilidad suya.
Taylor se volvió hacia los fogones.
—Tengo hambre. Podemos hablar de esto más tarde.
Baldwin le sonrió.
—¿Y quién dice que vamos a hablar?
Taylor estaba en la ducha cuando sonó el teléfono. Salió del baño envuelta en una toalla y se dirigió hacia el contestador. El mensaje era breve.
—Llama —dijo una voz; era la de Fitz.
Era tarde, y Taylor estaba cansada, pero marcó el número de su móvil y esperó la respuesta.
—¿Diga?
—Fitz, soy Taylor. ¿Qué pasa?
—He pensado que querrías saberlo. Hemos recibido un aviso de la desaparición de una chica hace media hora. Se llama Shauna Davidson, de Antioch. No sé si será importante, pero lleva desaparecida desde ayer. No volvió a casa anoche, o eso dice su madre. Shauna no contesta al teléfono de su casa ni al teléfono móvil. La madre vio las noticias, se enteró de que habíamos encontrado a una chica muerta en un campo y pensó que podría ser su hija. Está completamente desesperada. El problema es que, aunque la chica del descampado no es Shauna Davidson, Shauna tampoco está localizable.
A Taylor se le encogió el estómago.
—¿Es morena?
Oyó cómo Fitz pasaba unas páginas.
—Sí. Morena de ojos castaños, un metro sesenta y siete centímetros de altura, sesenta y tres kilos, dieciocho años.
—¿Dónde trabaja? ¿Apareció por el sitio?
Fitz pasó otras cuantas hojas.
—No lo dice. Una chica como ésa, supongo que trabaja en una tienda de ropa o de camarera en un bar. Si vive en Antioch, seguramente trabaja en Hickory Hollow, o algo por el estilo. Voy a intentar averiguarlo. Ahora voy hacia su casa. Hay oficiales en el escenario, y por radio han dicho que quizá haya algo. Puede ser que su cerradura esté reventada, o puede ser algo más.
—Bueno, ve y mira cómo están las cosas. Esperemos que sólo esté ilocalizable.
—Estoy en ello. Te llamaré si te necesitamos.
—Gracias por avisarme. Nos veremos mañana por la mañana, a menos que pase algo esta noche.
Colgó el teléfono y miró el reloj. Las diez menos cinco.
Tomó una Coca Cola Light y fue hacia el salón. Baldwin se había quedado dormido en el sofá, con un grueso expediente entre las manos. Reconoció la rotulación: Confidencial, FBI. Se quedó mirándolo durante un instante. No quería despertarlo, pero sabía que tenía que hacerlo. Él querría enterarse de aquello. Le agitó el hombro suavemente y él se sobresaltó.
—¿Qué pasa? —se incorporó bruscamente, y el expediente se le cayó al suelo. Taylor vio las fotografías espantosas del escenario del crimen. Le ayudó a recogerlas y se preguntó qué demonios estaban haciendo enfrentándose a la muerte todos los días. Era algo que pensaba más y más a menudo últimamente.
—Fitz acaba de llamar. Ha habido un aviso de desaparición de una chica de dieciocho años llamada Shauna Davidson. Él va hacia su piso ahora mismo, y va a llamar si me necesitan. Quería ver si están diciendo algo en las noticias.
La expresión de preocupación de Baldwin fue suficiente para confirmar sus miedos. Era probable que Shauna Davidson no volviera a casa aquella noche.
Taylor puso la televisión y se sentó en el sofá. La historia principal era la del hallazgo del cadáver de Bellevue. Los periodistas estaban narrando lo que había ocurrido aquel día, cuando la policía había descubierto el cuerpo de Jessica Porter. Nashville adoraba sus crímenes.
Taylor cambió a otros canales, y todos estaban contando lo mismo.
—Mierda —susurró.
Baldwin sonrió débilmente.
—Parece que se ha corrido la voz.
Taylor puso el Canal Cinco. Whitney Connolly, su principal reportera, estaba en el escenario. Parecía un circo, ¿qué esperaban encontrar? La policía había limpiado por completo el terreno, y no quedaba nada que ellos pudieran ver, pero las imágenes tomadas durante el día eran oro. Las cámaras estaban perfectamente enfocadas para captar el paisaje del descampado, la autopista llena de luces azules y de vehículos de la policía.
Taylor se encogió al darse cuenta de que el Canal Cinco había filmado a los técnicos de la policía científica dejando caer la bolsa del cadáver mientras la ponían sobre la camilla. El cámara había conseguido un buen plano de las moscas extendiéndose como una nube de polvo. Precioso.
El teléfono de Taylor volvió a sonar. Fitz le pedía que fuera al apartamento de Shauna Davidson. El poder pasar una noche tranquila era demasiado soñar. Colgó y fue a vestirse.
Whitney Connolly, que ya no tenía más ropa sucia que lavar, estaba pidiendo a todos aquéllos que tuvieran información sobre el cadáver que se había encontrado en Bellevue que llamaran a la Policía Metropolitana. Su reportaje había sido más completo que los de los otros canales. A Taylor le daba la sensación, algunas veces, de que Connolly disfrutaba con su trabajo un poco más de lo normal. Informar sobre muertes y desastres le iba muy bien.
—Whitney Connolly es más tenaz que un pit bull. Parece que disfruta informando sobre crímenes locales, que quiere enterarse de todo lo que hay que saber —dijo Baldwin distraídamente, confirmando la opinión de Taylor. Ella lo miró. Estaba absorto en sus pensamientos, mirando la pantalla.
—Fui al colegio con ella.
Eso captó la atención de Baldwin, que se volvió hacia Taylor.
—¿Una compañera debutante del Padre Ryan? —bromeó él.
—Dios, Baldwin. Sí, supongo que sí, ella y su hermana gemela, Quinn. Eran un año más pequeñas que Sam y yo. Ellas debían de estar en primer año cuando tú estabas en el último. Sé que llegaste al colegio tarde en tu último año, pero, ¿no te acuerdas de ellas? Aquella historia… —se quedó callada cuando sonó el teléfono de Baldwin.
Él respondió bruscamente.
—¿Sí? Sí, me he enterado. No, no. Sí, de acuerdo. Bien. Entonces, mañana.
Después colgó y comenzó a pasearse por la habitación.
—Era Garrett para asegurarse de que me había enterado de lo de la chica desaparecida. Estoy oficialmente destinado a este caso a jornada completa, no sólo como asesor. Supongo que iba a ocurrir.
Taylor le lanzó la más dulce de sus sonrisas, y su teléfono sonó también. Ya estaba en pie, con el arma colocada al costado, lista para salir.
—Bienvenido a mi pesadilla. Vamos.
Cuando llegaron al edificio, Fitz los recibió en las escaleras. Los dejó pasar delante de él y, mientras los seguía hacia el apartamento, les puso al corriente.
—El primer oficial que llegó al escenario llamó a la puerta pero no oyó movimientos dentro. El casero le dio una copia de la llave y él abrió. Estaba cerrada desde dentro, pero no con el cerrojo echado, sólo la llave. El oficial entró y dio una vuelta. Estaba todo normal hasta que llegó al dormitorio. La cama está deshecha y llena de muestras biológicas. Los chicos de la policía científica están terminando de recogerlas. También hemos hecho un sondeo entre los vecinos, pero ninguno se acuerda de haberla visto anoche ni hoy. No tiene buena pinta.
En la puerta del apartamento, pasaron por debajo del cordón policial al interior. Quedaba poca gente. Taylor los saludó mientras observaba la escena.
Shauna Davidson vivía bien. El piso estaba decorado con buen gusto, con un estilo moderno, y no había nada fuera de lugar, ni una taza, ni un periódico viejo por la mesa. Buen gusto y obsesión por el orden. Interesante para una chica joven.
A la derecha había una cocina pequeña y un pequeño pasillo que llevaba a una habitación de invitados, una sala y, finalmente, al dormitorio principal. Allí, las cosas no estaban tan ordenadas.
El edredón estaba tirado en el suelo y las sábanas estaban llenas de sangre, hechas un lío, a los pies del colchón. Taylor observó a un técnico que estaba junto a la cama, esperándola.
—¿Han tomado Polaroids que muestren exactamente cómo lo encontraron?
—Sí, señora. Hemos intentado tomar las muestras sin alterar demasiado el escenario.
—Entonces, ¿han puesto las cosas en orden? ¿Concuerdan con las Polaroids?
—Sí, señora, así es como lo encontramos. Entramos, vimos la sangre, nos retiramos y comenzamos a tomar fotografías. Después recogimos todas las muestras. No es tanto como parece, y los restos biológicos estaban desecados. Llevan ahí al menos un día. Hemos empolvado la cama y las mesillas de noche para obtener huellas, y hemos conseguido algunas. Si podemos hallar alguna identificación, se lo diremos rápidamente. En cuanto usted termine, lo embolsaremos todo y nos lo llevaremos.
Taylor asintió y le dio las gracias. El joven salió del dormitorio. Ella se volvió hacia Baldwin y hacia Fitz.
—¿Y bien? —preguntó.
Baldwin observó la habitación, la sangre. Taylor veía las señales de reconocimiento en su rostro. Esperó. Él caminó por la habitación, tomó notas y algunas fotografías.
Taylor observó a Fitz de reojo. Se estaba impacientando. Y ella también.
—Baldwin, dinos algo. ¿Qué pasa?
Él cerró la libreta y se colgó la cámara del hombro.
—Todo me resulta familiar. Es parecido a lo que he visto en los apartamentos de las otras chicas. La cama deshecha, la sangre. Creo que las seduce, consigue que lo inviten a su casa y se acuesta con ellas, después las estrangula y les corta las manos. Transporta el cuerpo al lugar en el que ha elegido la siguiente —dijo, y sacudió la cabeza—. Shauna Davidson. No sé dónde vamos a encontrarla, pero ella es la cuarta víctima. Ese tipo está acelerando las cosas.
Baldwin caminó por la habitación.
—No hay señales de que la cerradura haya sido forzada, al igual que con las otras chicas. Creo que las elige en algún sitio, en un bar, en una biblioteca, quién sabe. Ellas lo invitan a su casa. Quizá las cosas se les vayan de las manos, quizá el sexo comience de manera consentida, pero rápidamente, están muertas. No hay señales de lucha. Creo que debe de atarlas —dijo, y se acercó al cabecero de la cama—. Necesito que vuelva el técnico.
Fitz salió y volvió con uno de los policías científicos. Baldwin le señaló el cabecero de hierro forjado de la cama.
—Se le ha olvidado algo —dijo.
El técnico se puso rojo. Había una fibra de color claro pegada al cabecero. La recogió rápidamente y se disculpó.
Mientras se marchaba, Baldwin le dio una palmada en la espalda.
—Probablemente, será de una cuerda. Las encontramos también en los demás escenarios. Por eso no hay señales de forcejeo, porque las ata. Este tipo de asesinos se excita con la indefensión. La ira, la excitación, el placer, todo le llega del mismo sitio. Tiene alguna fijación con las manos de las chicas, pero todavía no he averiguado qué puede ser. Las pruebas del fetichismo están aquí; no creo que lo haga para ocultar sus identidades. Está muy organizado y lo tiene todo planeado de antemano. El hecho de que se deshaga de alguno de sus trofeos es interesante. Es una pista, un reguero de migas de pan que nos está dejando. Quiere darles relevancia a los crímenes. Llevarse los cadáveres a otro estado, las mutilaciones… todo eso son esfuerzos calculados para que los crímenes sean más horribles y ostentosos. Una receta segura para involucrar al FBI. Quiere que lo conozcamos, que estemos seguros de que es él. No va a desviarse de sus pautas, porque se han convertido en su firma. Ahora sólo tenemos que averiguar quién es.
El Programa de Detención de Criminales Violentos los conduciría a los asesinatos correspondientes si el sistema tuviera una concordancia. Baldwin había estado buscándola y, por el momento, no había tenido éxito.
Dejó de caminar, con los ojos brillantes.
—Es un desafío. Está disfrutando del hecho de dejarnos perplejos. No sabemos predecir adónde se dirige, y con eso sabe que nos tiene pendientes de un hilo. Está pidiéndonos que intentemos encontrarlo.