Capítulo 52
Taylor y Baldwin estaban revisando toda la vida de Reese Connolly. Su pequeña casa de dos habitaciones del West End era sencilla, limpia, y con pocas pistas sobre la naturaleza del asesino que vivía entre aquellas paredes. Había un agujero en el jardín trasero. Marcus había visto tierra recién removida, y después de investigar, descubrieron seis pequeños montículos. En el primero habían encontrado una mano de mujer en estado de descomposición. Estaban excavando el resto de las tumbas en miniatura.
Sonó el teléfono de Taylor. Ella suspiró y respondió. No estaba preparada para lo que oyó.
Quinn Buckley estaba histérica, gritando. Taylor intentó calmarla, pero sin éxito. Consiguió entender algo, que los niños de Quinn habían desaparecido, y que Quinn había recibido la orden de acudir al lugar donde estaban jugando su hermana y ella el día en que las secuestraron. Taylor recordaba, del expediente de Quinn y Whitney, que estaba detrás de la antigua casa de sus padres, en el Bulevar de Belle Meade.
El equipo de homicidios se dividió en dos. Taylor y Baldwin fueron hacia el parque. Tardaron sólo diez minutos. La casa de Reese era accesible desde las carreteras principales, y condujeron en aquella noche oscura sin problemas.
Taylor y Baldwin estaban tensos y alarmados. No hablaban, estaban sintonizados el uno con el otro, y se preparaban emocionalmente. Cuando había niños implicados, algunas veces los resultados podían ser muy malos. Tendrían que concentrar sus esfuerzos en poner a los niños a salvo.
Llegaron al Bulevar de Belle Meade, y Taylor fue mirando las direcciones hasta que llegaron a la casa que había sido de los Connolly cuando sus hijas eran pequeñas. Empujaron la cancela y entraron con facilidad. Quinn les había mencionado que la casa se había vendido recientemente, pero que todavía no estaba habitada. Un golpe de suerte. No tenían que enfrentarse a los dueños.
Taylor y Baldwin avanzaron en silencio hasta la casa. Había dos coches ante ellos, en el paseo circular de la entrada. Taylor reconoció el Jaguar clásico verde botella que había visto en casa de Quinn. El otro coche no lo conocía. Era un Jeep Wrangler negro. Pidió el nombre del propietario por radio después de dar el número de la matrícula. Estaba registrado a nombre de Reese Connolly.
Entonces, había llegado el momento. Todas las pistas, los pasos en falso, las muertes de los dos últimos meses se decidirían en aquel momento. Reese Connolly se enfrentaba por última vez al mundo. Y lo estaba haciendo con dos inocentes a su lado.
Taylor y Baldwin se acercaron sigilosamente por un lateral de la casa. Su única oportunidad de ayudar a Quinn y a sus hijos era la sorpresa. Reese no sabía que estaban allí, preparados para detenerlo.
—¿Cómo quieres hacerlo? —le preguntó Taylor, mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. La luna les proporcionaba suficiente luz como para resultar de ayuda.
—Vamos a hacerlo despacio. Iremos por el bosque. Con suerte, Quinn exageró. Entremos ahí y veamos lo que hay que ver. Quizá no tengamos que actuar.
Taylor pasó la mano por su pistola Glock, que llevaba a la cintura. Desenganchó la correa de la funda y oyó el correspondiente clic de la de Baldwin, que estaba a su derecha. Le hizo un gesto entre las sombras, indicándole que avanzara. Ella encendió una linterna, cubrió el borde con una mano para que nadie los viera y se movió en medio de la oscuridad hacia el jardín trasero de la casa.
—Por aquí —susurró Baldwin, señalando una pequeña abertura que había en el bosque—. Ése es el camino hacia el claro.
Caminaron encorvados por entre las ramas, y después de unos cincuenta metros, el sendero se ensanchó. Veían el claro justo delante de sí.
Con cuidado de no hacer ruido, Taylor siguió avanzando seguida de Baldwin. Ya oía sollozos, ruegos, y la voz fuerte del hombre que había acabado con ocho vidas.
—Deja de lloriquear, Quinn, se te va a hinchar la cara. Querrás estar guapa para las cámaras mañana, ¿no? Querrás ser una guapa mamá, llorando con ese estilo reservado tuyo, lamentando la muerte de tus hijos y de tu único hermano. Oh, pero ésa no es la verdad, ¿no? Después de todo yo no soy tu hermano. Sólo un pobre niño que nadie pensaba que pudiera asimilar la verdad. Whitney y tú se lo permitisteis, Quinn. Les dejasteis perpetrar esa mentira.
Hubo un movimiento, y una voz aguda atravesó la oscuridad. Uno de los niños había gritado, y había sido amordazado.
La voz de Quinn estaba llena de emoción.
—Reese, tú no lo entiendes. Teníamos doce años, Reese. Doce. Nos quitaron la inocencia en un sofá que apestaba a cerveza y a alcohol. Por favor, Reese, mis hijos no tienen nada que ver con esto. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar, muchas cosas que solucionar. Te ayudaré en todo lo que pueda. Te sacaré del país para que no te juzguen. Pero, por favor, Reese, deja en paz a mis hijos. Son inocentes, y no deben ser castigados por los pecados de su madre.
Quinn estaba suplicando. Con su voz para cubrir los movimientos, Taylor avanzó y se apoyó contra un árbol, con el arma preparada. Se arriesgó a asomarse para mirar hacia el claro. Quinn estaba aproximadamente a diez metros de ellos; Taylor la veía con claridad a la luz de la luna. Reese, sin embargo, no estaba visible. Era sólo una voz en la noche. Tampoco veía a los niños.
Quinn siguió intentando convencer a Reese para que soltara a los niños. Debió de empezar a moverse, porque la voz de Reese resonó por el claro.
—No te muevas un centímetro más, Quinn. Este cuchillo que tengo contra la garganta de Jake Junior podría resbalárseme.
Quinn alzó las manos en señal de derrota y retrocedió varios pasos. Taylor se dio cuenta de que, desde el ángulo de Quinn, podría ver a Reese. Podría ver el cuchillo apretado contra la garganta del niño.
Quinn dejó de negociar por las vidas de sus hijos y comenzó a pedirle respuestas a Reese. «Buena chica», pensó Taylor. «Que siga hablando, para que podamos rodearlo y terminar con esto». Le envió aquel mensaje a Quinn, rezando para que pudiera percibir su presencia.
Baldwin miró a Taylor. Alzó una mano con los dedos extendidos. Le estaba diciendo que le concediera cinco minutos para ponerse en situación; después, lo atraparían. Ella asintió y vio cómo Baldwin se alejaba, agachado. Si Quinn pudiera mantener a Reese ocupado durante cinco minutos más…
Taylor se concentró en la conversación que estaban manteniendo Quinn y Reese.
—Reese, por favor, cariño, dime por qué. ¿Por qué mataste a todas esas chicas? ¿Por qué te volviste loco de esa manera?
—¡No estoy loco! —gritó él, y uno de los niños soltó un quejido—. Cállate, pequeña mierda. Cállate o te mataré, ¿me oyes? Quinn, esta charla va a conseguir que tus hijos mueran. Pero responderé a tu pregunta. Lo hice por mi madre.
—Reese, tú no…
Él la interrumpió.
—No me digas lo que no sé. Lo sé desde que tenía catorce años. Creo que era mayor como para comprenderlo. Mi madre fue violada y tuvo un hijo. Lo único que teníais que hacer era decirme la verdad; ahora no estaríamos aquí. Pero no lo hicisteis. Lo escondisteis, os avergonzasteis de mí, de lo que había ocurrido. Leí el diario de Whitney el día en que murieron tus padres. Entonces lo entendí, por fin. Ella era fuerte, y deseaba con todas sus fuerzas que el mundo supiera que yo era su hijo. Aunque no lo admitiera nunca, yo lo sabía. Lo sabía por cómo me miraba. A medida que fui creciendo, se apartó de mí. No quería tener que admitir lo mucho que se había equivocado. Pero yo la habría perdonado, Quinn. Le habría perdonado cualquier cosa a mi madre.
Taylor avanzó por entre los árboles, intentando ponerse en una posición desde la que pudiera ver a Reese. Avanzó desde un árbol a otro. Después de dos minutos, casi podía tocar a Quinn. Y sólo quedaban tres minutos más.
Reese continuó su diatriba.
—Hice lo mejor. Si mi madre no quería reconocer que era su hijo, quizá mi padre sí quisiera. Y lo hizo. Recuerdas a mi padre, ¿verdad, Quinn? ¿Nathan Chase? Seguro que él te recuerda con cariño. No, no me malinterpretes, no digo que lo que hizo estuviera bien. Tampoco está bien lo que he hecho yo. Pero tenía que ser así. Tenía que ayudar a mi madre. Y ésa era la mejor idea. Algo que captara la atención de Whitney. Algo que la convirtiera en una estrella. Ya sabes que quería convertirse en reportera de una cadena de televisión nacional. Se tomó muchas molestias para conseguirlo, haciéndose perfecta. Sólo necesitaba una historia que la hiciera destacar. Y yo se la di.
A Quinn se le cortó la respiración.
—¿Me estás diciendo que mataste a ocho chicas para ayudar a Whitney a conseguir un gran reportaje? ¿De eso se trataba todo?
—A siete. Una de ellas se murió. Era una idea maravillosa. Algo que llamaría la atención de todo el país. Sobre todo, el hecho de transportar los cadáveres de un estado a otro y dejar una mano junto a ellos. Sabía que eso involucraría a la gente necesaria, que lo dramatizaría todo. Y pensé que era adecuado: mi madre verdadera nunca me había tocado, nunca me había tenido en brazos como hijo suyo. Al principio no tuve estómago para ello, pero a medida que avanzaba, me acostumbré.
«El vómito», pensó Taylor. En la primera escena del crimen. Estaba tan nervioso y asustado que había vomitado. Eso explicaba las marcas de titubeo que tenía Susan Palmer en el brazo. Ojalá Reese hubiera parado entonces.
Sin embargo, él estaba fanfarroneando. No había esperanza de que hubiera conservado algo de cordura.
—Se me daba muy bien. Incluso empecé a pasármelo bien. Y además incriminé a tu estúpido marido.
Reese parecía un niño en aquel momento. Un niño que quería una palmadita en la cabeza como premio por su buen comportamiento.
—Lo hice todo por ella, Quinn. Sabía, en el fondo, que si la ayudaba, me querría otra vez, como me quería cuando éramos niños. Soy su hijo, maldita sea. Pero ahora que ha muerto, el trabajo que hice no ha servido para nada. ¡Para nada!
Su grito resonó por el oscuro vacío del claro, y Taylor aprovechó el momento para salir de las sombras con el arma apuntada hacia el sonido de la voz de Reese. En cuanto estuvo detrás de Quinn, lo vio. Su silueta se recortaba contra el cielo nocturno. Y también veía a Baldwin, acercándose a él por la izquierda. Estaban en posición de parar aquello.
Quinn había estado en silencio durante los últimos momentos. Cuando habló de nuevo, su tono era fuerte y decidido, como si hubiera tomado una decisión.
—Dame a mis hijos, Reese. Me aseguraré de que no vayas a la cárcel, de que quedes libre. Siento que las cosas hayan sido así. Siento que te hayas visto obligado a matar para conseguir que te prestáramos atención. Te aseguro que ahora la tienes. Has sido malo, Reese, un chico muy malo. Pero puedes salir de esto. Deja a los mellizos y te ayudaré.
Quinn comenzó a moverse hacia Reese. Taylor vio que Quinn tenía algo en la mano, y se dio cuenta de que quería hacerse la heroína. Había encontrado un arma y la había llevado a su encuentro con Reese. Continuó caminando hacia él; Taylor tenía que interrumpir aquello antes de que fuera demasiado tarde. Taylor salió desde detrás de Quinn y Reese la vio por primera vez. El pánico se apoderó de él.
—Quinn, ¿quién demonios es ésa? ¿Has llamado a la policía? Te dije que no lo hicieras. Quería hablar contigo. Ahora, mira lo que has conseguido. No me dejas otra elección.
Taylor oyó moverse la hoja y le gritó a Reese.
—¡Baja ese cuchillo! ¡Tíralo, Reese! No podrás salir de ésta a menos que tires el cuchillo y sueltes a los niños. Después podremos hablar. Tíralo ahora, Reese —le ordenó Taylor. Después se acercó a Quinn—. No te muevas, Quinn. Quédate donde estás. Deja que nosotros nos encarguemos.
Siguió avanzando despacio, con extrema cautela, hacia Reese. Él estaba asombrado, confundido, y de repente, oyó la voz de Baldwin desde detrás.
—Estás rodeado, Reese. Deja el cuchillo y podremos sacarte de aquí con vida.
Quinn hizo caso omiso de las instrucciones de Taylor y siguió andando lentamente hacia delante, intentando salvar a sus hijos.
—Reese, no puedes hacerlo. No puedes matar a tu propio hermano. Reese, escúchame. Jake Junior es tu hermano. Jillian es tu hermana. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Son tu hermano y tu hermana, Reese. No puedes matarlos. Por favor, Reese. Por favor.
Reese estaba cada vez más agitado. Taylor vio desaparecer la hoja del cuchillo, y vio sangre en el cuello de Jake Junior. Jillian comenzó a llorar. Aquella visión fue demasiado para Quinn.
Saltó hacia delante y corrió durante los últimos metros. Taylor intentó agarrarla, pero era demasiado rápida, como un ciervo que hubiera salido asustado de los arbustos. Apuntaba a Reese con el arma.
—¡Quinn, no! —gritó Taylor, pero era demasiado tarde.
Quinn se detuvo a poca distancia de Reese, apuntó y apretó el gatillo. Reese cayó antes de que la voz de Taylor se hubiera acallado. Los niños corrieron hacia su madre y se abrazaron a sus piernas.
Taylor corrió hacia Reese. Estaba tendido en el suelo, con un agujero en el pecho, sangrando profusamente. Estaba perdiendo mucha sangre y no podrían salvarlo a menos que la ayuda llegara rápidamente. Ella llamó por radio y dio la alarma de que estaba junto a la víctima de un disparo.
Baldwin estaba palpando el cuerpo de Reese, asegurándose de que no tuviera más armas. Se guardó en el bolsillo el cuchillo que Reese tenía en las manos y asintió hacia Taylor. Estaba limpio. Mantuvo la pistola apuntada hacia Reese, aunque no parecía que fuera necesario.
Taylor se volvió hacia Quinn, que todavía tenía la pistola en alto.
—Dame el arma, Quinn. Dámela. Eso es. Buena chica.
Quinn miró a Taylor como si fuera una extraña. No se resistió cuando Taylor le quitó la pistola suavemente. Cuando ya no la tuvo entre las manos, Quinn se derrumbó. Se abrazó a sus hijos, llorando de alivio. Taylor le quitó las balas a la pistola y se las guardó en el bolsillo. Después se metió el arma descargada en la cintura de los pantalones, por la espalda.
Quinn se recuperó y habló con sus hijos.
—Quedaos con esta señora un momento. Tengo que hablar con vuestro tío.
Los niños obedecieron; estaban demasiado aterrorizados como para no hacerlo. Se acurrucaron contra las piernas de Taylor. Taylor les dio unas palmaditas en la cabeza, distraídamente, mientras observaba a Quinn.
Quinn se acercó a Reese y se quedó de pie sobre él durante unos segundos, esperando a que él la mirara. Finalmente, él consiguió enfocar la vista en ella. Quinn miró a Taylor y a Baldwin para que le dijeran lo que debía hacer.
—No lo toques, Quinn. Le disparaste en el pecho, y tiene el pulmón destrozado. No sé si sobrevivirá.
—Sólo quiero hablar con él un momento —dijo ella, con las mejillas llenas de lágrimas, y se arrodilló junto a Reese.
—Reese, yo soy tu madre. Lo siento muchísimo. Tienes razón, deberíamos habértelo dicho.
Reese respondió con la voz llena de dolor.
—No, no es cierto. Era Whitney. Whitney era mi madre.
Tosió, y entre sus labios apareció un borbotón de sangre. Estaba malherido.
Quinn negó con la cabeza.
—No, no es verdad. Soy yo. Nos recluyeron a las dos después del secuestro, pero fui yo la que se quedó embarazada.
Reese intentó hablar otra vez, gruñendo del esfuerzo.
—Pero… Nathan me dijo… que había violado… a Whitney.
—Oh, Reese. Éramos gemelas. Él no sabía quién era quién. No se lo dijimos.
Comenzó a oírse el ruido de las sirenas en la distancia. Taylor les murmuró a los niños que se quedaran allí, y se acercó a Quinn.
—Ahora tienes que retirarte, Quinn. Tienes que dejar espacio para que atiendan a Reese —dijo.
Quinn estaba en el suelo, apartándole el pelo de la frente, murmurándole. La sangre brotaba constantemente de la herida que tenía en el pecho, y Taylor vio que tenía gotas de sudor en el labio superior. Le estaba susurrando a Quinn, una y otra vez, siempre las mismas palabras.
—Lo siento. Lo siento.
Las sirenas llegaron hasta ellos. La ambulancia se detuvo en la carretera y los técnicos de emergencias se acercaron rápidamente por el claro. Taylor tiró de Quinn hacia atrás.
—Tenemos que dejarles sitio para que trabajen, Quinn.
—¿Podrán salvarlo?
Baldwin se acercó y le puso una mano sobre el brazo.
—Deja que trabajen, Quinn. Tienes que venir conmigo.
Baldwin le hizo una seña al oficial de patrulla que había llegado con la ambulancia.
—Por favor, llévese a la señora Buckley al coche. Necesita sentarse.
El hombre se la llevó.
Taylor arqueó una ceja.
—¿Vamos a tener que acusarla?
—Acaba de pegarle un tiro a un hombre. Creo que hay suficientes pruebas para alegar defensa propia, pero tenemos que alejarla de la escena.
Quinn se sentó en el coche patrulla con la mirada baja. Baldwin avisó a otro policía para que atendiera también a los niños. Ninguno estaba gravemente herido, sólo estaban muy asustados. Jake Junior tenía un poco de sangre en el cuello. Uno de los técnicos se acercó para curarlo. Estarían bien. Se los llevaron al coche con su madre, que los abrazó. Baldwin los observó durante un momento. Recordarían aquella noche para siempre, eso estaba claro. Después, se volvió hacia el protagonista de lo que había ocurrido.
Los técnicos estaban colocando a Reese en una camilla para llevarlo al hospital. Taylor se acercó a ellos.
—¿Se salvará?
Los técnicos tenían las manos manchadas con su sangre.
—Sí —respondió uno de ellos—, creo que llegaremos al hospital sin problemas. Un centímetro más y el impacto lo habría matado.
—Entonces, esperen un momento.
Se sacó las esposas del bolsillo posterior. Reese estaba gruñendo y maldiciendo, incoherente de dolor y débil por la pérdida de sangre. Ella le esposó la muñeca a la barra de la camilla.
—Está arrestado. No le quiten esa esposa, ¿entendido?
Los técnicos comenzaron a protestar.
—Pero no podemos…
—No discutan conmigo. Los seguirá una patrulla de policía por su propia seguridad. Ahora, márchense.
Después, Taylor se acercó a Baldwin con una sonrisa en los labios.
—Lo atrapamos.