Capítulo 20

Whitney iba conduciendo en mitad de un ataque de pánico. Había estado llamando a Quinn a su casa, a su teléfono móvil, al club de campo, durante el día anterior y aquella misma mañana. Su hermana no había respondido ni en casa ni en el móvil, y en el club de campo no la habían visto desde el lunes, después de que terminara su partido de tenis. Le dejó un mensaje en el contestador, diciéndole que iba a verla, y que la esperara si estaba en casa.

Si escuchaba el mensaje, debía llamarla rápidamente. Le dejó el mismo mensaje en el móvil, y se dio cuenta de que estaba empezando a parecer una histérica. Tenía que controlarse; quizá estuviera equivocada. No era imposible que sólo se tratara de una coincidencia, pero tenía que decírselo a su hermana cara a cara, para que pudieran resolverlo juntas. Quizá no estuvieran muy unidas, pero Whitney la quería, y haría cualquier cosa por proteger a Quinn.

Pisó el acelerador de su flamante BMW X5 por entre el tráfico de la Autopista 70. En aquella parte de la carretera, desde Bellevue hasta la zona de West Meade, siempre había retenciones. La gente sabía que había un control de velocidad para atrapar a los conductores que pasaban la colina a más de noventa kilómetros por hora, el máximo permitido. Zigzagueó entre los coches y tocó el freno al llegar a las luces intermitentes que había enfrente de San Enrique, que le advertían que debía circular a veinticinco kilómetros por hora para no atropellar a ningún colegial rezagado. Después volvió a acelerar para pasar la intersección. Vio a un peatón agitar un puño en el aire por el espejo retrovisor, pero no disminuyó la velocidad.

El todoterreno brilló bajo la luz del sol y cegó brevemente a los demás conductores al pasar como una exhalación, evitando por poco los espejos laterales y los parachoques. Hubo un fragor de pitidos, y mucha gente le dedicó gestos obscenos, pero Whitney ignoró el peligro en el que se estaba poniendo a sí misma y a los demás. El West Meade se bifurcaba en la Autopista 70, y la Autopista 100 estaba tan congestionada como siempre. Encontró el corto tramo de carretera en el que la Autopista 70 se convertía brevemente en la Autopista Memphis-Bristol; vio la señal de la Belle Meade Mansión como un borrón blanco, y se dio cuenta de que se había pasado la salida a Leake Avenue. No importaba, llegaría a casa de Quinn por la entrada principal a Belle Meade. Vio el destello de las vías del tren a su izquierda, y de repente estaba en la entrada.

Supo que iba demasiado deprisa cuando intentó girar a la derecha. Frenó en seco, y el X5 derrapó y giró noventa grados en el Bulevar de Belle Meade. Whitney había perdido el control; el coche se tambaleó y embistió a los dos purasangres de bronce que adornaban la entrada al enclave de Belle Meade.

Los caballos, de tamaño natural, se alzaron por el aire y cayeron al pavimento con un gran estruendo. El impacto no detuvo su coche, que continuó su derrape a través de la mediana hacia el tráfico que avanzaba en sentido contrario por el Bulevar. Los conductores viraron para esquivarla, pero un Audi familiar siguió su camino. El BMW de Whitney se estampó contra él. Aplastó el coche y a sus tres ocupantes.

En medio del pánico, ella se había olvidado de ponerse el cinturón de seguridad. El impacto lanzó a Whitney a través del parabrisas como si fuera un misil. Su pie izquierdo se enganchó en el parabrisas y su cuerpo roto, ensangrentado, quedó tendido sobre el capó brillante, mezclándose con dos mariquitas aplastadas, los tres unidos para siempre en la muerte.