Capítulo 49
Taylor y Baldwin detuvieron el coche frente a la casa de Quinn Buckley. Habían llamado para asegurarse de que ella iba a recibirlos, y se habían quedado sorprendidos porque fue Jake Buckley quien respondió. Él se había negado a dejar que fueran a su casa, hasta que Quinn había tomado el otro teléfono y le había dicho que aquélla era su casa y que él ya no podía decir nada al respecto. Él había colgado airadamente, y ella les había dicho que podían ir a visitarla. Taylor bajó la ventanilla para presionar el botón del comunicador, pero la cancela se abrió antes de que tuviera que hacerlo. Era evidente que Quinn los estaba esperando.
Taylor condujo hasta la casa. Quinn los estaba esperando en las escaleras de la entrada. Salieron del coche y subieron hasta ella.
—Han dicho que era importante, algo sobre Whitney. ¿Qué es? —les preguntó, sin saludarlos.
Tenía unas ojeras muy marcadas, el pelo lacio y la nariz enrojecida. Había estado llorando. Taylor lo sintió mucho por ella.
—Es algo sobre Whitney, efectivamente. Tenemos un boceto que queremos enseñarle. Una testigo dice que vio a este hombre en un ordenador, en el mismo momento en que Whitney recibió un correo electrónico. ¿Podemos entrar?
Quinn se sobresaltó, y después se encogió de hombros. Se volvió y entró a la casa.
La actividad era evidente. El equipaje de Jake Buckley estaba en el vestíbulo. Buckley estaba a los pies de la escalera, con una actitud desafiante. Taylor asintió a modo de saludo, y Baldwin lo ignoró por completo. Ya no era una persona que les interesara.
Sin embargo, Buckley no iba a dejarlos pasar sin pelear.
—Eh, ustedes dos. ¿Cuándo me van a devolver mi coche? Necesito un medio de transporte, ¿saben?
Taylor se volvió hacia él.
—Se lo devolveremos cuando terminemos con él, señor Buckley. Hay muchas pruebas en ese coche, y tenemos que procesarlas. Lo tendrá en pocas semanas, supongo.
—¿Semanas? Dios Santo, señora, no tienen derecho a…
Taylor lo señaló con el dedo.
—Tengo todo el derecho del mundo. Estoy dirigiendo una investigación, por si acaso se le ha olvidado. Se halló el cadáver de una chica en su coche, señor Buckley. ¿Podría tener un poco de respeto por ella?
Taylor se dio la vuelta de nuevo, furiosa. «Qué completo imbécil», oyó por detrás de su hombro. Contuvo la risa. Baldwin había hablado para que sólo ella pudiera oírlo, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una risita. Estaba completamente de acuerdo.
Siguieron a Quinn a la biblioteca. Ella les hizo un gesto hacia el sofá y cerró las puertas. Todavía oían a Buckley soltando bravatas en el pasillo.
Quinn se sentó en su butaca y sacudió la cabeza.
—Está completamente superado por todo esto. Esta mañana le he pedido el divorcio y le he echado. No quiere marcharse.
Taylor se inclinó hacia ella.
—Puedo ocuparme de eso, si quieres.
—Ya veremos. Bien, y ahora, ¿qué es lo que van a enseñarme? ¿Una fotografía de alguien?
Baldwin sacó el boceto de su maletín y se lo entregó a Quinn.
—¿Reconoce a este hombre? Creemos que es la persona que le estaba enviando poemas a su hermana.
Quinn tomó el dibujo con la mano firme, pero soltó un jadeo al verla. Soltó el papel como si quemara, y palideció.
—¿Qué ocurre, Quinn? ¿Lo ha reconocido?
Taylor se agachó para recoger el papel del suelo. Quinn había empezado a llorar, al principio en silencio, después con sollozos. Estaba intentando hablar, pero ni Baldwin ni Taylor la entendían.
—Quinn, por favor, tiene que calmarse. Respire hondo, ¿de acuerdo? —Baldwin le hablaba con la voz muy suave, y le tomó la mano—, inténtelo de nuevo. Dígame quién es.
Ella respiró profundamente unas cuantas veces, tragó saliva y miró a Baldwin a los ojos.
—Es Reese.
Taylor se puso en pie.
—¿Reese Connolly? ¿Su hermano pequeño?
Quinn asintió. Las dos palabras que había pronunciado la habían hecho envejecer veinte años.
—No lo entiendo. ¿En qué pensaba? ¿Por qué iba a enviarle esos poemas a Whitney? No pensarían que tiene algo que ver con esto, ¿verdad? Es imposible, él ha estado fuera del país. No hay manera de que Reese… Oh, Dios mío.
Ella se puso en pie de golpe, y Baldwin también, formando un triángulo rígido, como si estuvieran esperando a ver quién se movía después. Quinn fue la primera. Se desplomó.
—Mierda, se ha desmayado. Baldwin, haz algo.
Baldwin la miró con desconcierto.
—¿Y qué quieres que haga? Ha perdido el conocimiento.
—Bueno, pues despiértala. Tú eres médico, haz lo que hagan los médicos en estos casos. Tenemos que averiguar dónde está Reese. Ella tiene que saberlo, es su hermano, después de todo.
—Soy psiquiatra, no internista, Taylor —dijo él.
Se arrodilló junto a Quinn, cuyos párpados ya temblaban. Elevó la mano débilmente, buscando apoyo. Baldwin se la agarró y le tomó el pulso al mismo tiempo. Era sólo un desmayo. La ayudó a levantarse y la sentó en el sofá.
Taylor fue en busca de una bebida fría. Encontró una botella de agua mineral en la nevera y se la llevó a la biblioteca. Quinn tenía mejor aspecto, pero de todos modos le dio la botella.
A los pocos instantes, Taylor miró a Baldwin, y él se sentó junto a Quinn.
—Quinn, necesito que me diga dónde está Reese. ¿Dónde vive?
Quinn les dio una dirección. Taylor tomó su teléfono y se alejó al otro extremo de la habitación. Fitz respondió.
—Fitz, tengo la dirección del Estrangulador. Se llama Reese Connolly… sí, su hermano pequeño. Escucha, tienes que ir allí ahora mismo. Con suerte… sí, nos veremos allí. Muy bien, entonces. Y ve armado. Ese tipo es peligroso.
Colgó y se acercó de nuevo a Quinn y a Baldwin. Quinn estaba hablándole. Las palabras le salían como en un torrente.
—Ahora tiene sentido. Reese conoce esos poemas. Cuando empezamos a salir juntos, Jake me enviaba notitas. Las dejaba en el buzón de correos, o en la nevera. Entonces era muy romántico. Reese también lo sabía, porque vivió con nosotros hasta que comenzó la universidad. Nos casamos después de que él se hubiera trasladado a la residencia de estudiantes. Ya saben que era un niño excepcional. Muy inteligente. Comenzó la universidad cuando sólo tenía quince años. Ahora tiene veintiuno y está haciendo la residencia en Vanderbilt. Estoy muy orgullosa de él. Es imposible que haya asesinado a esas chicas. Enviar los poemas, sí, aunque yo no lo entiendo, pero él puede conocerlos. Y puede hacerlo con su ordenador portátil. Pero los asesinatos, no. Ha estado en Guatemala. No hay manera.
Estaba balbuceando, y Baldwin intentó guiar su discurso.
—¿Se puede confirmar de algún modo?
—Sí, claro. Voy a llamar a uno de los médicos con los que viajó. Yo no he podido ponerme antes en contacto con ellos porque las comunicaciones no lo permitían, y por eso Reese no sabía que Whitney había muerto, pero volvieron ayer… Reese no está involucrado en ese espanto.
Abrió uno de los cajones del escritorio y sacó una agenda de cuero marrón. Pasó las páginas, bajó el dedo hasta una de las anotaciones y, con la otra mano, marcó el número. Cuando la respondieron, comenzó a hablar.
—Jim Ogelsby, ¿cómo estás? —el amable saludo iba acompañado de una sonrisa—. ¿Tuvisteis un viaje maravilloso? ¿Sí? Eso es increíble. Quiero que me lo contéis todo. No, tengo una pregunta que hacerte. ¿Cómo le fue a Reese? ¿Qué? ¿No? Él… ¿estás seguro? De acuerdo, gracias, Jim. No, ya hablaremos más tarde. Nos vemos.
Colgó el teléfono con los ojos muy abiertos.
—Jim dice que Reese no los acompañó en el viaje. Les dijo que no había conseguido ponerse las vacunas necesarias porque tenía alergia. Mintió —dijo, en un tono de voz dolido, asombrado—. Me mintió en todo. ¿Cómo ha podido hacerlo? Dios Santo, ha estado aquí todo el tiempo.
Taylor asintió.
—¿Podía saber Reese cuál era el itinerario de Jake?
—Claro que sí. Yo siempre enviaba una copia del itinerario a Whitney y a Reese. La secretaria de Jake lo recopila una vez al mes, y yo tenía la costumbre de enviárselo.
Entonces, el horror se reflejó en su rostro.
—Piensan que Reese estaba intentando incriminar a Jake, ¿no es así?
Baldwin asintió.
—Es posible. ¿Sabía Reese los problemas que estaban teniendo Jake y usted?
Quinn lo pensó durante un minuto.
—Yo siempre intenté mantenerlo en secreto, pero estoy segura de que se me escaparon algunas cosas. Por supuesto, los dos son hombres, y a veces, los hombres se entienden y saben lo que están haciendo fuera de la casa.
—¿Le caía mal Jake a Reese? —preguntó Baldwin.
—No lo sé. Siempre fue respetuoso y cortés. No estaban muy unidos.
Baldwin asintió, y después miró a Taylor.
—Quinn, ahora tenemos que irnos. Tenemos que encontrar a Reese. Por favor, cierre las puertas con llave cuando nos vayamos. Estará segura aquí. Pero no salga hasta que la llamemos, ¿de acuerdo?
Quinn se sentó con las manos en el regazo, inmóvil. Finalmente, los miró.
—Haré lo que me digan, pero, por favor, no le hagan daño. Él no lo sabe, no puede saberlo. Todo esto es un gran malentendido. Por favor, cuando lo encuentren, dejen que sea la primera en hablar con él.
—¿Qué es lo que no sabe, Quinn? —preguntó Taylor.
—Que no es nuestro hermano —susurró Quinn, mirando al cielo.