Capítulo

47

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Después de que el artista se diera una ducha y de que cenaran con pizza se retiraron a su habitación, la chica observaba a su Adonis moverse de un lado a otro por la recámara, debía preparar su equipaje, tenía un viaje a la Toscana por asuntos familiares y pensaba salir el sábado por la tarde. La chica estaba melancólica y suspiraba al verlo, sentía que todo había pasado muy rápido y no se habían conocido lo suficiente, ella también debía de volver a Ontario.

—Ven conmigo Ariadna —le dijo él soltando las prendas que tenía en las manos, llevándose las mismas a la cara a la vez que sujetaba su cabello, se sentía extraño.

La chica se acostó en su cama boca abajo y abrazando una almohada, exhaló.

—Debo volver a Ontario, mi tiempo en Europa ha terminado.

—Tu tiempo de trabajo sí pero no conmigo —la miró fijamente—. No quiero que termine, quiero que estés a mi lado.

—Yo también quiero estar contigo pero… también tengo una vida en mi país y estoy desesperada por ver a mis hermanas.

El hombre evitó tensar la mandíbula, sabía que la situación de ambos no era fácil.

—Trabaja conmigo, quédate conmigo, tenemos todo para estar juntos.

Ariadna suspiraba y sentía que no era justo, ¿Por qué todo debía de ser difícil?

—¿Viajas mucho? —le preguntó ella y él debía de ser honesto.

—Algo, cuando hay giras debo viajar, mis pinturas se pasean por todas partes y debo promoverlas, mis agentes se encargan de eso.

—En sí… ¿Dónde resides oficialmente?

—Aquí y en Florencia.

“Hijo predilecto de Florencia” —recordó la chica.

—Recuerda que los viñedos de mi familia están en la Toscana —continuó él—. Yo nací allá, casualmente hay una reunión familiar a la que no puedo faltar, es por eso que debo viajar.

—¿Y esta enorme casa es tuya?

—Es de mi familia, cuando ellos están en la ciudad y yo quiero mi espacio me mudo a un piso que tengo.

—¿Tienes un apartamento? —preguntó la chica levantando una ceja.

—Sí, ¿te gustaría conocerlo? ¿Quieres que pasemos allá la noche?

—¿Es aquí mismo en Roma?

—Sí, es más céntrico.

La chica sonrió y asintió, un lugar más pequeño y acogedor era lo que necesitaba para sentirse mejor.

—Ariadna quiero que estés conmigo —sujetó sus manos y las besó—. Quiero que te quedes y trabajes conmigo, te quiero a mi lado en cada uno de mis viajes, eres la mujer que quiero conmigo.

—Ángelo me halagas, pero… mi vida en Ontario… mis hermanas… y para colmo odio volar, no me gusta hacerlo.

—¿Ni siquiera en la comodidad de un jet privado?

La chica alzó las cejas, eso no lo había pensado y no debía extrañarle.

—Nunca he volado en uno —dijo un poco apenada, él sonrió.

—Pues creo que ya es tiempo que conozcas otras experiencias de una nueva vida que te espera, si tú lo deseas.

—Una vida que me aterra.

Ángelo no pudo evitar ponerse triste.

—¿Y la prensa? —inquirió la chica exhalando—. ¿Qué les vas a decir ahora?

—No te preocupes por ellos, no estamos en la obligación de rendir ninguna declaración sobre nuestra vida privada, ignóralos si te acosan y si llega el momento de hablar lo haré, diré que nos dimos la oportunidad de conocernos mejor y que estamos intentando una relación, sabiéndote conmigo van a respetarte más, de ahora en adelante y mientras estés a mi lado no saldrás sola, voy a asignar a Logan como tu guarda espalda.

—¡¿Qué?! —la chica lo miró asustada, el asunto iba demasiado rápido y eso no sabía manejarlo.

—Tranquila.

—Ángelo eso no… no es necesario.

—Siendo mi pareja sí.

—¿Tu pareja?

—Tranquila preciosa —besó la punta de su nariz—. Será mejor que dejemos este tema para después y nos vayamos a disfrutar nuestra privacidad a otro lugar, ¿Te parece?

La chica asintió sin poder procesar el asunto, no estaba preparada para cambiar su estilo de vida.

Después de preparar una pequeña maleta y de llevar un poco de provisión de la alacena al menos para desayunar, la pareja salió en el Ferrari de Ángelo, él quería compartir todo con ella, él quería que la chica se quedara al menos más tiempo con él. Al llegar la chica se asombró, era un apartamento completo, lujoso y muy cómodo, piso y cielo de madera pulida estilo renacentista era el puro gusto y estilo de su Adonis, sólo tenía dos habitaciones y un estudio, la sala, el comedor y la cocina estaban a la vista y la decoración le fascinaba, entre lo barroco, clásico y moderno como era el apartamento de un artista soltero, lleno de pinturas y esculturas que la maravillaban, los candelabros del techo la dejaban sin aliento y después de guardar todo en la cocina Ángelo la llevó a la recámara, la enorme cama tenía dosel también, preciosas alfombras, cortinas y una pequeña chimenea, muebles de madera pulida muy parecida a la habitación en la que durmió en Florencia, se sentía extasiada. Al conocer el baño de la recámara supo que deseaba estrenar esa bañera, deseaba hacer el amor ahí, deseaba recorrer el cuerpo desnudo de su Adonis y enjabonarlo, deseaba que él hiciera lo mismo con ella, deseaba entregarse a él teniendo al agua como testigo.

Antes de la media noche la chica se vistió con la camisa de la pijama de seda azul marino de su amor y sintiendo sed, descalza y con el pelo suelto salió de la habitación a la cocina para beber un poco de agua aprovechando que él estaba en el baño afeitándose. Miró todo lo que había en el refri pero no sentía hambre sólo pensó en su ilusión de intentar hacerle un desayuno a su amorcito, miró de nuevo los huevos e hizo un puchero achinando los ojos, negó con la cabeza, seguramente a él no le importaría comer cereal integral o pan tostado con mantequilla y jugo o algún emparedado ya que había dicho que le gustaban, exhaló y bebiendo su vaso de agua cerró el refri. Cuando  salía de la cocina se encontró con él, Ariadna se ruborizó al ver la expresión de él observándola con su camisa, sin duda le parecía muy sexy y se preguntaba que había debajo de su atuendo aparte de la perfección de un cuerpo femenino, se acercó a ella y la besó.

—¿Debo sentir celos de mi camisa? —preguntó sonriendo  después de saborearse y rodeándola con sus brazos—. Creí que ya estabas acostada

—Hmmm aún no, ¿Celos por qué? Sólo vine por un vaso con agua —le dijo ella acariciando la piel afeitada de su cara, se mordió los labios, el perfume de su Adonis comenzaba a embriagarla, vestía el pantalón de la pijama y una camiseta blanca que se ajustaba a su perfecto pectoral.

—Tengo celos de que mi camisa acaricie tu cuerpo —besó la punta de su nariz—. Pero me alegra que te guste mi pijama —él sonrió y la chica apenada también.

—Perdón, sí, me gusta mucho, es muy cómoda y siendo tuya imagina entonces que eres tú el que me acaricia.

—Hmmmm… creo que mejor lo haré directamente y sin intermediarios —la besó sonriendo a la vez que mordía suavemente su labio inferior, Ariadna sentía enloquecer con sus gestos y su manera de ser—. Me halaga que la uses, te queda mejor que a mí, sin duda mucho mejor, ¿Te gusta mi apartamento? —preguntó aferrándola a su cuerpo deseando que entrara en su piel.

—Es precioso, pero mejor no quiero imaginar…

—¿Las mujeres que han pasado por aquí? —se  apresuró a decir adivinado los pensamientos de la chica, ella hizo un puchero y frunció el ceño.

—Lo siento, no tengo derecho a…

—Ariadna lo que he tenido han sido aventuras —le dijo él besando suavemente sus labios—. Aventuras que no valen la pena y que por ese motivo no traigo a mi recinto sagrado.

—¿Pero yo estoy aquí…? —lo miró desconcertada.

—Porque no eres una aventura —la miró fijamente.

La chica abrió la boca desconcertada, él quería demostrarle que era diferente para él y lo estaba logrando.

—¿Y que soy? —se atrevió a preguntar con reservas.

—Una hermosa e inteligente mujer que vale mucho, serás lo que tú quieres ser para mí, quiero algo diferente y sé que tú eres diferente.

—Ángelo me asustas —le dijo la chica abrazándolo—. Temo no estar a tu altura o a la altura de tu familia.

—¿Y por eso no quieres acompañarme a la Toscana?

La chica bajó la cabeza, no sabía qué contestar.

—¿Sabes lo que significa para un hombre como yo el querer presentarte a mi familia? —le preguntó levantando la cara de ella con la punta de sus dedos. Ariadna se asustó—. Significa que no quiero jugar ni perder más mi tiempo, de aventuras me cansé y ninguna llegó a darme tanta satisfacción como tú en tan poco tiempo, no sé lo que me pasa Ariadna, cuando te conocí creí que serías una más pero no es así, contigo pierdo los sentidos y me siento… no sé… me desconozco a mí mismo, no creí poder sentir algo así y lo que esto sea me agrada, me gusta, me entusiasma y me ilusiona. Eres una razón para mí que no creí conocer, eres un motivo para que yo sea diferente y desee cosas que nunca antes había deseado, no se trata sólo de sexo, sino de compañía, de amor, de tener a alguien a mi lado, de pensar en tener una pareja estable con la cual considerar tener una familia en el futuro.

Ariadna se sentía en shock y sin disimularlo abrió la boca, más amada no podía sentirse, más halagos no podía desear, él era perfecto en todo, lo abrazó con fuerza de nuevo.

—¿Y bien? —insistió él—. Después de confesarme como nunca antes lo había hecho con nadie… ¿Vienes conmigo a la Toscana unos días?

La chica lo miró sintiendo confianza, debía ser aún más valiente y aprobar esa prueba de fuego que se le presentaba.

—Sí —contestó firmemente soltando el aire—. Iré contigo.

El hombre le regaló su mejor sonrisa, la levantó y la giró emocionado, la besó intensamente.

—Eso me hace muy feliz —le dijo él saboreándose.

—Pero sólo unos días, recuerda que debo volver a Ontario.

—Lo sé y lo entiendo, intentaré resignarme pero al menos olvidémonos de todo en los próximos días, conocerás nuestras tierras, beberás nuestros vinos, te deleitarás con el paisaje, ¿Te gusta montar?

—Sí, me encanta —contestó la chica entusiasmándose.

—Hmmm… ansío verte con un traje ajustado y fusta en mano —la besó de nuevo—. Disfrutaremos nuestros paseos, llamaré a Logan ahora mismo para darle instrucciones y que tengan todo listo en la mañana, saldremos a medio día.

—Pero no tengo traje de equitación.

—Lo compraremos, harás todas las compras que quieras en Florencia.

Ariadna sonrió, Ángelo se adentró a su estudio llevándose a la chica con él, encendió la luz y se acercó a su escritorio.

La chica se asombró al ver la galería que tenía ahí también y más cuando en una esquina cerca de la ventana miró algo que le llamó su atención, un torno de madera para alfarería, abrió la boca y se apresuró a él, lo observó, lo estudió y se sentó para probarlo, servía, el pedal de pie lo hacía girar y se sintió como una niña con juguete nuevo, era parecido al suyo pero el de Ángelo lo superaba, cuando él terminó con la llamada la notó y se acercó a ella, sonreía al verla.

—¿Te gusta?

—Sí, mucho —contestó sin dejar de verlo y de probarlo.

El hombre al notar su pose no pudo evitar excitarse, la camisa sólo cubría las mejores partes pero al verla abierta e inclinada tanto sus piernas como parte de sus pechos sobresalían muy bien, lo que lo hizo tragar en seco.

—Es una antigüedad —le dijo él sentándose detrás de ella para orientarla creyendo que no sabía usarlo—. Es un auténtico torno de rueda del siglo XVIII.

La chica se asustó y se detuvo, levantó las manos, nunca había tocado una antigüedad como esa y temió haberlo arruinado, hasta dejó de respirar, tragó en seco.

—Lo siento, no sabía que era tan antiguo, creí que servía para trabajar en él.

—Sí, como ves si sirve, está intacto. —Ángelo tomó sus manos y las acarició dándole confianza—. Sólo que nunca lo he probado, no soy muy bueno con el barro, sólo lo compré para tenerlo como adorno nada más.

El hombre desvió la mirada hacia los pechos de la chica a través de los hombros de ella, su respiración comenzaba a ser tibia.

—Para ser una antigüedad está perfecto —le dijo la chica sin dejar de ver el instrumento—. Yo tengo uno parecido en el taller de mi casa.

—¿Te gusta moldear? —preguntó él muy cerca de su cuello, la chica evitaba perder los sentidos.

—Sí, me gusta hacerlo, he hecho algunas vasijas para los arreglos florales de mi hermana, gustan mucho, se venden muy bien.

—¿Tienes horno? —insistió él rozando sutilmente la piel de la pierna de Ariadna, la chica estaba olvidando hasta su nombre.

—Sí, uno pequeño —contestó manteniéndose alerta, se saboreó, ni siquiera se dio cuenta cuando la soltó, gimió.

—Hmmm… una labor muy caliente —sonrió subiendo los dedos sutilmente—. Digo, me imagino en esta época de verano lo incómodo que debe de ser soportar semejante calor.

La chica cerró los ojos y comenzaba a estremecerse, recordó su fantasía con la escena de Ghost y brincó sin querer, estaba por hacerse realidad salvo por la ausencia del barro, pero era el momento perfecto, ella, él, un hombre perfecto que la traía loca y el deseo quemando ya su cuerpo, si se concentraba sólo en sus roces la iba a hacer tener un orgasmo, mordió sus labios.

—Sí, si el calor… puede ser incómodo o placentero —dijo en un hilo de voz, Ángelo besó su cuello, una mano ya la tenía en su sexo y la otra ya masajeaba uno de sus pechos por debajo de la camisa, la chica no puedo evitar retorcerse.

—Eres deliciosa, ¿Lo sabías? —susurró besando y lamiendo su cuello, Ariadna lanzó su cabeza hacia atrás y buscando más placer abrió más las piernas, el hombre se deleitaba masajeando su intimidad a través del panty de encajes que usaba, masajeaba y apretaba la punta del pezón desnudo y firme de la chica, su erección ya saludaba el trasero de ella.

—Ángelo ¿Qué haces? —le preguntó ella sin saber qué había dicho.

—Dándote placer —contestó apartando el panty y metiendo sus dedos, la chica arqueó su cuerpo, su respiración comenzaba a acelerarse.

—Sí, más… —fue lo único que pudo decir, Ángelo asaltó su boca y la devoró, no había suficiente aire en la habitación para ellos, la chica llevó una mano hacia atrás y lo tocó, lo estimulaba también, Ángelo gimió.

Sentir sus dedos dentro de ella y las caricias en su seno estaban haciendo delirar a la chica y más, cuando sentía entre su mano la erección de él, el tamaño y el grosor la hacía gemir y ahogar ese deleite en los labios de su Adonis, lo quería con ella, lo quería dentro de ella, ambos estaban excitados y necesitaban entregarse al placer y explotar. Se pusieron de pie, el espacio donde estaba el torno era muy pequeño y no podrían maniobrar, además de poder quebrar el instrumento, ella se prendió del cuello de él y él la levantó haciendo que sus piernas lo rodearan, la sujetó de su trasero a la vez que la estimulaba y saliendo del estudio se dirigieron a la habitación, cayeron en la cama. Ángelo la devoraba queriendo beberse todo de ella, la despojó de su camisa desnudándola para él, se perdió en el sabor de sus pechos y quitándole el panty de un solo tirón bebió su excitación, Ariadna no paraba de gemir, la lengua del pintor hacía maravillas en su interior y la obligaba a arquearse y pedir más. Cuando el subió de nuevo buscando su boca la chica tomó el control y lo acostó, se sentó a horcajas sobre él y comenzó a masajear su erección, Ángelo cerró los ojos para disfrutar el momento, quería sentirse ese barro en las manos de la chica, ella lo desnudó también y junto con el masaje en sus testículos al mismo tiempo estimulaba su pene, lo llevó a su boca y saboreó su glande, lo rodeó con su lengua y comenzó su labor de adentro y afuera, ella se las ingeniaba para acariciar testículos y pene a la vez, tanto estimuló al hombre con el ritmo de sus manos como con su boca que él sintió que ya no podía detenerse, la levantó y la miró.

—Ariadna ya casi… tranquila —le decía encontrando la respiración, su pecho subía y bajaba.

—Eso quiero —le dijo ella con la mirada más lujuriosa que podía mostrar sin dejar de tocarlo—. Quiero que eyacules, quiero beberte.

El hombre alzó las cejas y la miró sin poder creer lo que había escuchado, no se imaginó lo directa que era o la transformación que tenía.

Ella lo miró de nuevo y sonrió, se inclinó y llevó el miembro a su boca de nuevo, el hombre se sentía un monigote, era ella la que lo dominaba y eso le gustaba, sentía que ya no podía escapar, Ariadna era como una vampira que estaba chupándoselo enterito y temía dejar todas sus fuerzas allí, la chica demostraba su excitación de diferentes maneras y él estaba loco por conocerla en todas esas facetas. Ariadna era la pareja de sus sueños, nunca sus encuentros serían aburridos y dejándose llevar gruñó su orgasmo, gimió el nombre de la chica placenteramente sintiendo un tremendo bienestar en su cuerpo sacudido, necesitaba respirar.

—Mío… —le dijo la chica muy sonriente levantando la cara y saboreándose—. Eres completamente mío.

El hombre la miró y se incorporó encontrándose con ella, la besó apasionadamente sintiendo el sabor de su esperma en la boca de Ariadna, ella se hundió en su miembro y comenzó a montarlo, el ritmo de sus caderas lo dominaba y enloquecía, apretó su trasero y besó sus pechos, la chica disfrutaba ese encuentro y queriendo más intentaba controlar su orgasmo que llegaba, bajó el ritmo de sus movimientos para disfrutarlo lentamente. Ángelo la acostó y estando encima de ella la penetró con más fuerza, sus embestidas la hacían delirar.

—Eres muy apasionada Ariadna —le decía en cada vaivén—. Pero esto no es sólo sexo, quiero que dejes tu corazón en la cama, quiero que me lo des, quiero ser tu dueño en todos los aspectos, quiero sentirte mía hasta cuando respires.

Bajó la intensidad de sus penetraciones y se inclinó, la besó de nuevo, entrelazaron sus dedos y quiso que ella disfrutara el momento, entraba y salía lentamente, la chica sentía un delirante placer que se llevaba sus sentidos, su cuerpo comenzaba a sucumbir y deseaba dejarse llevar.

—Más, más… —repetía ahogada en su propia excitación.

—¿Eres mía?

—Sí.

—¿Cómo?

—En cuerpo y alma.

Ángelo sonrió y se impulsó con fuerza complaciéndola, pronto la chica en segundos se tensó debajo de su cuerpo, el hombre sintió beber su aliento que le pertenecía, Ariadna aruñó su espalda y gimió su nombre, el nombre que ahora llevaría tatuado no sólo en su piel sino en su corazón.

—Eres mía Ariadna, me perteneces entera —el hombre buscaba respirar derrumbado en el pecho y cuello de la chica—. No puedes librarte de mí.

—Sí, sí, soy tuya, tuya, no quiero librarme de ti —le contestó buscando el aire también, estaba mareada—. Siento que soy otra mujer, me has enseñado algo diferente y me encanta la idea de ser tuya, completamente tuya.

Se besaron de nuevo y se escondieron entre las sábanas, querían amarse hasta que el cansancio los venciera y hasta que se quedaran dormidos con sus cuerpos enlazados como uno sólo, deseaban estar siempre unidos y caminar juntos la vereda de una nueva vida que comenzaban.

 

A la hora del desayuno…

—Ariadna y los huevos, los huevos y Ariadna —se decía la chica observando el par que había sacado del refri, mientras los ponía a un lado de la estufa.

Se inclinó apoyada en sus manos y hablaba con ellos como si pudieran escucharla y contestarle, se había levantado antes que su Adonis y vestida con la misma camisa de la pijama de él, intentaba retar a los huevos que tenía frente a ella, no sabía si amenazarlos o rogarles que estuvieran bien, quería al menos hacerle unos huevos revueltos a su amorcito y llevarle el desayuno a la cama, quería atenderlo, quería consentirlo pero también temía fallar en su misión, los miraba y los volvía a mirar como si se tratara de un duelo del viejo oeste y por un momento se sintió Clint Eastwood en sus famosas escenas y recordó la melodía del clásico de “El bueno, el malo y el feo” se rió sin darse cuenta de lo que pensaba y hasta ganas de ver la película le dio, negó con la cabeza y se preparó para duelo. Buscó un tazón, una espátula y un sartén, se sentía tan optimista que preparó el aceite de oliva, la sal y un poco de pimienta, respiró hondo y con cuidado quebró el primero, cerró los ojos, frunció el ceño y con el rabillo de uno conteniendo el aire miró con reservas y lo vertió en el tazón, clara y yema salieron bien, la chica exhaló y sonrió, hizo lo mismo con el segundo y salió igual, ambos huevos estaban bien, reía y reía sin parar, los sazonó, los batió y con el sartén caliente procedió a cocinarlos y a revolverlos.

—Siiiiiiiiiiii!!!!!!! —gritó emocionada al ver que se cocinaban bien—. Pude con los huevos, pude con los huevos, ¡¡¡awwww al fin pude con los huevos!!!

Brincaba como niña pequeña haciendo alarde de su logro sin percatarse que él estaba detrás de ella.

—Veo que estás muy feliz, me alegra saberte así y vaya que lo hiciste muy bien, creo que el que debería brincar soy yo, pero me alegra haberte complacido… habernos complacido.

Ariadna se giró asustada al verlo sólo con el pantalón de la pijama mostrándole todo su perfecto pectoral, con los brazos cruzados y apoyado en el umbral de la entrada a la cocina, su sonrisa la mataba de amor, no pudo más y corrió hacia él, se prendió de su cuello y brincó rodeando su cintura con sus piernas, él la sujetó con ambas manos de su trasero descubierto y se besaron intensamente.

—Eres perfecto mi Adonis, eres perfecto en todo —le dijo sin aliento—. Pero debo llamar a mi hermana para decirle lo que hice con los huevos.

Puso los pies en el suelo y él la miró con desconcierto.

—¿Me prestas tu teléfono? —preguntó ella muy sonriente.

—Oye no, ¿Cómo es eso que le vas a decir a tu hermana sobre mis…?

Ariadna lo miró y se carcajeó con ganas a la vez que lo abrazaba.

—No Ángelo, no es lo que piensas, me refiero a los huevos del sartén —regresó a la estufa y puso el sartén a un lado, apagó la hornilla—. Mi logro no es por lo que hice con los tuyos sino con estos, mi hermana debe de saber que al fin pude hacer huevos revueltos.

Ángelo se ruborizó y se rió con ganas también, se acercó a ella y sujetándola de la cintura la besó suavemente de nuevo.

—Bueno… puedes decirle lo que hiciste con los del sartén pero no lo que hiciste con los míos, te aseguro que aún están más revueltos que estos —desvió la mirada al sartén a la vez que comenzaba a acariciarla de nuevo, Ariadna sintió perder los sentidos cuando él besaba su cuello—. ¿Te gustaría probarlos de nuevo? ¿Vamos a la tina?

Ariadna mordió sus labios y se saboreó, por supuesto que quería, lo deseaba, deseaba a su Adonis con una intensidad abrumadora, lo adoraba, sentía que quería vivir el resto de su vida con él, quería estar con él para siempre.

—Bueno… creo que mi hermana puede esperar —dijo perdiendo los sentidos cuando él había levantado una de sus piernas y la había penetrado con sus dedos jugando en su vagina, Ariadna sentía a su ídolo erguirse sobre su pelvis y ya no pudo más—. Pero antes de la tina, lo quiero hacer aquí.

Ángelo sonrió, se besaron apasionadamente y él la levantó a horcajadas sobre su cintura para llevarla a la isla de la cocina, harían de ese lugar su altar sucumbiendo a su deseo y entregándose de nuevo a la pasión, haciendo el amor. El desayuno, la tina y los preparativos para el viaje a la Toscana también podían esperar.