Capítulo
25
Llegaron a la gala formal del museo, Frank vestía un traje sastre de impecable negro y corbata color marrón y Ariadna un vestido rojo tipo organza, corto un poco más arriba de la rodilla, de talle al busto con delicados y finos tirantes, chaqueta negra de terciopelo y zapatos altos también negros, acompañando su atuendo con unos discretos aretes, cadena y anillo de plata con piedras rojas talladas en formas de gotas, un lujoso reloj de puño a juego y una cartera roja estilo sobre. Se había peinado con un moño un poco más arriba de la nuca dejando caer su coqueto flequillo a un lado de la frente, su maquillaje era propio para la noche, acentuando como siempre sus ojos con sombras gris-marrón-negro, una buena capa de rímel en sus largas pestañas y su acostumbrado brillo rojo de cerezas, su exquisito perfume impregnaba con el aroma a su paso y Frank intentaba mantenerse lúcido para no perder la cabeza cuando la veía con ese atuendo. La chica era condenadamente despampanante y cualquiera podía caer a su lado como pájaros heridos al solo verla, Ariadna podía ser sinónimo de fatalidad para cualquier hombre que le entregara el corazón ya que tenía el poder para cuidarlo o destruirlo, así era ella, un arma de doble filo que haría caer hasta al mismísimo Bond si se lo propusiera, Ariadna prefería ser una sexy heroína que una damisela medieval, prefería tomar el control de todo y no ser la aburrida sumisa que hace y dice todo lo que le ordenan, eso era lo único que odiaba de algunos libros, protagonistas carentes de carácter que preferían ser las víctimas sufridas y que tenían la suerte de hallar a su hombre perfecto, odiaba ese tipo de historias, desde pequeña odió a Blanca Nieves y a Cenicienta y supo que ese tipo de mujer le provocaba náuseas, la chica prefería tener un carácter agresivo y determinante en todos los aspectos, a ser una más como la mayoría lo eran a cambio de tener un hombre.
Exactamente donde está la fuente estaba hermosamente decorado para la ocasión, mesas con fina mantelería y vajilla además de los preciosos candelabros con arreglos florales que adornaban el centro de las mismas, era de impecable gusto francés. Ariadna no pudo evitar pensar en su hermana Aurora y en lo extasiada que se sentiría al ver las decoraciones para el evento, disimuladamente tomó algunas imágenes para luego mandárselas, su hermana tenía una gran creatividad y sin duda podría sacar provecho del arte francés cuando mirara las imágenes. Exposiciones de algunas pinturas que se podían apreciar estaban colocadas alrededor de lo que era ese patio y al fondo estaba listo el estrado principal adornado con una enorme pintura de Velásquez del siglo XVII, así también como de otras obras impresionistas y esculturas clásicas evocando la mitología. Mientras Ariadna admiraba fascinada toda la decoración y las réplicas de los faroles del siglo XIX que iluminaban el lugar, muchos la admiraban a ella, incluyendo Charles que no dudó en tomarle una fotografía de cuerpo entero sin que se diera cuenta para mandársela inmediatamente a su colega de Toronto que esperaba conocerla, el talento, la inteligencia y la belleza de una mujer encontrada en una era como una joya que dicha persona no estaba dispuesta a perder.
—Pienso raptarte esta noche —le dijeron haciéndola brincar del susto, el acento francés casi la derrite.
—Jean me asustaste, no hagas eso por favor —la chica intentó sonreír al verlo también vestido muy formal.
—No pude evitarlo, toda tú me atrae sin que pueda detenerme, estás hermosamente radiante, si no quieres llamar la atención debiste usar otro vestido —le dijo mirándola de pies a cabeza.
—Bueno pero no abuses. —Se defendió evitando ruborizarse a la vez que guardaba su móvil—. Sólo quise arreglarme un poco y estar presentable.
—Te arreglaste lo suficiente como para llamar la atención hasta del mismo presidente, eres realmente preciosa.
—Ya basta Jean, ya no quiero más halagos, me incomodan un poco.
—Sólo digo la verdad, ven vamos. —Le ofreció el brazo como un caballero—. Quiero mostrarte algunas obras del lugar antes de que comiencen con los actos y te aparten de mi lado.
Ariadna sonrió y lo aceptó para no parecer descortés, caminaron lentamente por todo el lugar reservado admirando la decoración que los envolvía esa noche.
Cuando se llegó la hora de comenzar el evento cada quien se sentó en su mesa y Ariadna no tenía otro remedio que compartirla con Frank y los demás lujuriosos que ya no podían disimular su atracción por ella, de lejos Jean no dejaba de verla y a distancia le sonreía, él debía estar en la mesa con sus compañeros de traducción, desgraciadamente esa diferencia de escala social le recordaba donde estaba él y donde estaba Ariadna, comenzaba a sentirla inalcanzable como le sucedía a la mayoría de los hombres que se cruzaban con ella y en sus adentros le dolió, posiblemente ella lo olvidaría al salir de Francia en cambio él la recordaría por mucho tiempo más. Cuando los actos terminaron y hubo un entremés musical antes de la cena, el chico se apresuró a buscarla para invitarla a bailar, le importó un cacahuate la mirada glacial que Frank le lazó y sabiéndolo Ariadna lo desafió y aceptó la pieza musical, la inconfundible música francesa de ritmo sensual entre acordeón y cuerdas era propicia para evocar el calor de la pasión y un sutil y fugaz encuentro erótico al puro estilo francés.
—Tu perfume me seduce —le dijo el chico inhalando el aroma del cuello de Ariadna, la sujetaba fuertemente de la cintura—. Me encantaría tenerte así para siempre.
—Jean por favor… —la chica intentaba disimular ante todos.
—Es la verdad, me encantas, quiero decírtelo, quisiera decirte muchas cosas.
—Jean recuerda nuestra plática cuando regresábamos de la disco.
—Ariadna no sé que me ha pasado pero tú… eres tú, me dejas sin habla, sin respiración, sin sentidos, jamás había experimentado esto con nadie más.
—Jean discúlpame, pero todos los hombres dicen lo mismo.
—No sé qué te tiene tan a la defensiva pero me gustaría mostrarte que soy diferente.
La chica no pudo evitar recordar a Alonso y a Steve, suspiró.
—Es natural que el ambiente ponga todo romántico pero por favor, no me digas que estás enamorado de mí y que me amas de la noche a la mañana, ya te dije que no me gusta jugar.
—Ariadna dame una oportunidad, esta noche he tenido más que claro cuál es mi lugar, tú estás muy alto y yo siento que no puedo alcanzarte por favor, seamos sólo dos personas normales, no me importa lo que has pasado ni lo que has sido, me importa la mujer que tengo delante de mí, la que tengo en mis brazos ahora, a la que desearía regalar el cielo estrellado de Rouen, por la que moriría porque me mirara de manera diferente y por la que daría todo sólo por un beso de sus dulces labios.
Ariadna se detuvo por un momento y lo miró fijamente, no podía creer lo que había escuchado pero las palabras de Jean la habían estremecido, giró la mirada tensando la mandíbula y continuó con el baile, necesitaba asimilarlo.
—¿Me permites esta pieza? —Frank los interrumpió y ambos se detuvieron, Ariadna levantó una ceja mirándolo fijamente y Jean no pudo ocultar su desagrado cuando lo escuchó.
El chico no tuvo más remedio que aceptar sin poner resistencia, levantó las manos en señal de rendición y los dejó en la pista, sin decir nada regresó a su mesa.
—Me duelen los pies Frank —le dijo Ariadna cuando él la sujetaba de la cintura para seguir bailando.
—Inventa otra excusa si quieres, las mujeres son muy buenas dominado los tacones, están acostumbradas y supongo que tú no eres la excepción.
La chica lo miró frunciendo el ceño, más directo y cínico no podía ser, tensó sus labios y exhaló.
—Estás radiante esta noche —intentó cortejarla—. Sin duda irreconocible, pareces una actriz de cine, tu cabello, tu cara, tu piel, tu cuerpo, toda tú perfecta.
La chica tragaba en seco no quería hablar y darle cuerda, al estar tan juntos comenzaba a sentir la erección de Frank crecer.
—¿Me disculpas? Voy al baño —le dijo sin darle tregua, se separó de él y caminó rápidamente a la mesa, cogió su bolso y a paso acelerado se dirigió al baño.
Jean había notado eso y se alertó al verla alejarse, pero prefirió quedarse en la mesa un momento al ver que Frank intentaba salir de la pista a paso lento tragándose la humillación, ya las tenía contadas y se la iba a cobrar una por una.
Cuando Ariadna salió del sanitario se quedó por un momento frente al espejo, se miró y exhaló, no se sentía bien, lo que ella anhelaba no lo tenía en su vida y comenzaba a preguntarse si estaba perdiendo las estrellas por estar contando piedras. Pensó su situación y supo que lo que más anhelaba era una pareja, necesitaba amar y que la amaran, necesitaba sentirse plena en lo sentimental, lo laboral prácticamente lo tenía resuelto pero su vida personal estaba vacía y deseaba a alguien a su lado, deseaba volver a sentir el calor de un cuerpo que la hiciera estremecer, que la amara, que la hiciera mujer de nuevo. Sacudió la cabeza ante lo último y se lavó las manos, tenía muchos días sin sexo y su cuerpo ya no soportaba la tensión, debía liberarse en un orgasmo.
—Primero lo primero —se dijo poniéndose un poco de crema en las manos—. Vibro, vas a tener que cumplir esta noche, llegando al hotel serás al primero que busque.
Exhaló con un poco más de ánimo, se arregló su peinado y retocando su maquillaje colocándose un poco más de perfume, salió del baño. El pasillo estaba solo, a luz tenue y misterioso, a lo lejos se escuchaba la música así que no dudó en acelerar el paso sintiendo una presencia sobrenatural en el ambiente, sabía que el palacete era antiguo y lo que menos quería era un encuentro cercano del tercer tipo, esto último la hizo sonreír, un encuentro cercano “con” el tercer tipo lo asoció a Jean y negando con la cabeza seguía sonriendo, cuando de repente alguien la sujetó con fuerza por la espalda tapándole la boca, la inmovilizó y amenazaba con asfixiarla. Ariadna estaba asustada, forcejeaba con el hombre pero él era muy fuerte y sometía la resistencia de la chica, la llevó en retroceso a una habitación cercana cuya puerta estaba medio abierta y casi arrastrándola la metió, ambos entraron, la habitación estaba oscura y apenas la luz de la luna iluminaba por la ventana de cristal. El hombre cerró la puerta un poco empujándola con una pierna ya que la chica no lo dejaba tranquilo y sujetándola con más fuerza la amenazó.
—Tranquila preciosa —dijo con voz ronca—. Más te vale que cooperes y te portes bien, sólo quiero una cosa nada más. ¿Te gustaría complacerme?
Ariadna negaba asustaba y musitaba sus gritos sabiendo que nadie la escuchaba, por su mente pasaron muchas cosas y no sabía qué hacer.
—No voy a soltar tu boca porque sé que vas gritar pero si no haces lo que te digo te voy a estrangular aquí mismo, tú decides como quieres complacerme, viva o muerta ya que de todas maneras serás mía.
Al escuchar eso la chica se asustó más, cerró los ojos con fuerza y comenzó a rogar por su vida, se quedó quieta.
—Muy bien, así me gusta —continuó el hombre—. Aún así no voy a soltarte la boca pero voy a liberar un poco tu cintura, no intentes ningún movimiento porque te mueres, estoy armado y no dudaré en usar mi arma contigo.
La poca respiración de la chica estaba ardiendo de pánico, asentó como pudo y prefirió calmarse e intentar pensar con claridad.
—Bien —susurró el hombre en su oído a la vez que bajaba su mano hasta su vientre, buscó su sexo a través del vestido y lo apretó, ella brincó ante la sensación y él la sujetó de nuevo con fuerza—. Tranquila preciosa, sólo quiero algo de ti, eres tan hermosa y deseable, tal sensual y coqueta que me haces arder, quiero disfrutarte un momento, quiero sentirte plenamente y comenzar a hacerte mía a mi manera.
El hombre rápidamente tocó uno de sus pechos y lo apretó, gimió, se deleitó con el tamaño, lo masajeó, estaba ansioso por no perder el tiempo, bajó y metió la mano a través del vestido para tocar el sexo de Ariadna, se deleitó imaginado ese panty de encajes que le ajustaba y ceñía perfectamente sus labios íntimos.
—Abre las piernas —ordenó.
La chica negó en sus balbuceos, intentaba contener sus lágrimas.
—Obedece —insistió amenazante.
Ariadna podía sentir la erección del hombre clavarse en su trasero, era otro tipo de arma pero igual de grueso calibre.
—¿O lo haces por las buenas o lo haces por las malas? —inquirió evitando perder la paciencia a la vez que lamía el lóbulo de su oreja.
Ariadna no tuvo más remedio que obedecer, separó un poco las piernas. Él sin perder el tiempo apretó con más fuerza su sexo y comenzó a acariciarlo a través del panty, con el pulgar hacía círculos en el monte Venus de la chica y con el dedo medio apretaba lo que sentía como la entrada al paraíso y el clítoris de la chica. Ariadna sólo podía sentir la ardiente y excitada respiración del hombre en su cuello, estaba aterrada, ese tipo la estaba violando a su modo. Él sin pensarlo más hizo a un lado el panty e introdujo el dedo medio, Ariadna brincó y él la sujetó con más fuerza, el calor que la chica desprendía de la entre pierna lo tenía a ebullición, metió otro dedo y comenzó a deleitarse sintiendo sus fluidos que, sin que ella pudiera detenerlos, la estaban lubricando. Él, la sentía dispuesta.
—Sí, así… —susurraba el hombre—. Estás lista para mí, tu cuerpo te ha traicionado y aunque no lo desees quieres sentirlo, ¿Quieres que te regale un orgasmo? ¿O dos? ¿O tres? Puedo darte los que quieras.
El hombre intensificó la penetración con sus dedos de manera descomunal, Ariadna los sentía muy dentro de ella, eran grandes, la llenaban, el pulgar jugaba con su clítoris y no podía evitar retorcerse, estaba perdida.
—Mmmm… deliciosa —dijo el hombre que la llevaba a la fuerza hacia un sofá de cuero en el que él cayó llevándosela con fuerza y sujetándola de la misma manera encima de él, como quería la tenía.
El hombre aprovechó para abrirle las piernas con fuerza y penetrarla con gusto, Ariadna gemía musitando sus gritos, sus lágrimas caían y se retorcía ante lo que él le hacía, sus dedos entraban y salían con rapidez, apretaba y estimulaba el clítoris a la vez que él no paraba de gemir su excitación, la chica sentía la erección del hombre clavarse con fuerza en su espalda y ese roce, él lo provocaba a modo de masturbarse a sí mismo.
—Sí, sí… —repetía el hombre—. Muévete así, pon resistencia, eso me excita más, mueves tus caderas a mi ritmo, busca tu placer, el placer que te doy y que estoy disfrutando en darte.
Ariadna se hartó y con valor movió ambas manos y le clavó las uñas en los brazos a él, el hombre se quejó y la soltó lanzándola al suelo haciendo que la chica se lastimara la rodilla derecha, luego la sujetó de los hombros y muy molesto, levantándola y llevándola a un escritorio cerca de la ventana, la lanzó también prohibiéndole girarse.
—Hiciste que te soltara pero si intentas algo más te mueres y nadie lo sabrá, piensa en tu familia y en lo trágico que será para ellos saberte muerta por razones desconocidas en Francia.
Al imaginar a sus hermanas Ariadna ya no pudo evitar más las lágrimas, no paraba de temblar.
—Inclínate un poco en el escritorio, coloca tus manos en él, apóyate en la madera —ordenó roncamente y Ariadna podía escuchar cuando se chupaba los dedos, estaba probando sus fluidos.
La chica obedeció aterrada, casi no podía ver lo que había sobre él pero prefirió obedecer, se inclinó como quiso.
—Muy bien, me encanta, excelente vista —dijo el hombre a sus espaldas que se deleitaba imaginado su trasero, el vestido se le levantaba un poco.
El hombre se paró justo detrás de ella y con ambas manos tocó sus piernas y comenzó a subir por ellas hasta levantar el vestido y ver la plenitud de su trasero, el panty rojo de encajes era parcialmente hilo y al tocarla de nuevo y sentir su calor lo hizo gemir, metió sus dedos a la vez que apretaba todo de nuevo y su pulgar hacía presión en el ano, Ariadna se asustó más, las intenciones del hombre la tenían en un extremo pánico.
—Voy a hacer algo más pero más te vale que no intentes nada —amenazó—. Si te mueves un tan solo milímetro te mueres.
Ariadna temblaba a horrores como si se tratara de una nevada, prefería obedecer y preservar su vida. Sintió como el hombre se hincó a la vez que le mordía una nalga y luego la otra a la vez que su lengua saboreaba su piel.
—Abre las piernas de nuevo —ordenó, Ariadna tuvo que obedecer.
Al hacerlo hizo a un lado el panty y metió su lengua en el sexo de la chica, estaba empapada como quería y deliciosa según él, sujetó sus caderas con fuerza para atraerla más a él, Ariadna se retorció ante eso, se concentraba en no sentir el orgasmo pero el cuerpo comenzaba a traicionarla, el hombre lamía y chupaba todo con ansiedad, la lengua la llenaba y se deleitaba en saborear esa cálida vagina, esos fluidos lo tenían hipnotizado, la chica era deliciosa y Ariadna sentía que ya no podía más, hasta que él se separó y entonces ella respiró, necesitaba concentrarse. El hombre se puso de pie y ella pudo escuchar cuando abría el cierre de su pantalón, supo que ya no iba a escapar.
—Deliciosa, simple y espectacularmente exquisita —susurró el hombre que había sacado su pene y apretaba la punta del mismo en la entrada del sexo de la chica que aún tenía el panty. Ariadna se asustó y tragó su miedo—. Ahora vas a ser mía, te voy a hacer mía y lo vas a disfrutar, te ordeno que te dejes llevar y lo disfrutes, gime para mí, dame tu placer, siéntelo, gózalo, regálame tu orgasmo y entrégate a este encuentro casual bajo el cielo francés.
El hombre hacía presión con su miembro para excitar más a la chica, ya le faltaba poco para penetrarla, sólo el diminuto panty lo impedía y ya lo iba a quitar, por fin iba a penetrarla y a embestirla con fuerza haciéndola gemir de placer y hacerle ver lo que era la hombría de un desconocido. Ariadna no tenía escapatoria y sólo podía arriesgarse a hacer algo, recordó una técnica de defensa que Salvatore le había enseñado y este era el momento para ponerla en práctica, era ahora o nunca y debía arriesgarse aunque mirara pasar su vida en segundos. Cuando el hombre procedía a bajar lentamente el panty, ella flexionó sutilmente la pierna levantándola y preparando su pie en un abrir y cerrar de ojos, con fuerza elevó la misma haciendo que el tacón del zapato golpeara la mano del hombre que sujetaba su pene el cual se llevó también una parte del impacto. El hombre se quejó y cayó de rodillas sin saber lo que le había pasado y Ariadna, aprovechó para empujarlo dándole un punta pie en el pecho haciéndolo caer al suelo completamente, como la habitación estaba a oscuras ella no pudo verle la cara, como pudo aprovechó salir corriendo del lugar a la vez que cojeaba un poco por la rodilla, en el pasillo estaba su bolso esperándola, lo cogió sin dudarlo y corrió para buscar ayuda, el terror que acaba de pasar no se le olvidaría fácilmente, el problema era que no sabía quien la había atacado y debido a eso, no podría confiar en ninguno de los hombres que la rodeaba.