Capítulo
26
Como pudo la chica llegó al área de la recepción hecha un mar de lágrimas, pasó por encima de varias personas a su paso que en su francés le preguntaban lo que le había pasado para poder ayudarla, pero en ese momento su mente estaba en blanco y todo lo que sabía del idioma se le había olvidado. Una de las damas de sociedad que estaba cerca de una de las estatuas y la miró se apresuró a auxiliarla, Ariadna no paraba de llorar y temblar, parecía un animal asustado.
—S'il vous plaît mademoiselle, cálmese —la sujetó abrazándola y acercándola a una mesa próxima—. Tranquila, ¿Puede hablar? ¿Qué le pasa? ¿Necesita un médico?
Ariadna no podía hablar, temblaba, estaba muy nerviosa y no podía controlarse, la mujer le ayudó a sentarse.
—¡S’il te plait, aide moi! —gritó la mujer haciendo llamar la atención de los presentes—. La fille est nerveuse.
La mujer se apresuró a darle una copa de agua fría para que se calmara cuando la sentó, mientras todos los de la delegación que conocían a Ariadna se apresuraron a ver qué pasaba. Jean prácticamente saltó sobre las personas para llegar primero y auxiliarla.
—Ariadna ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás en ese estado? ¿Por qué lloras? —Jean le tomó ambas manos pero ella inmediatamente se soltó, estaba a la defensiva y muy agresiva, no parecía estar en sus cabales, su mente estaba bloqueada y de verdad que más parecía un animal asustado y acorralado.
—¿La conoces? —le preguntó la mujer al chico.
—Es norteamericana, llegó con la delegación de Estados Unidos representando uno de los museos.
—Ariadna, ¿Qué pasó? —preguntó asustado Charles que se acercaba a ella.
La chica estaba en shock, su mente no podía procesar nada, necesitaba abrazar a sus hermanas, necesitaba estar con ellas.
—Creo que necesita un médico —dijo la mujer—. Es necesario llevarla a un hospital, necesita algún tranquilizante o algo, además tiene un golpe en la rodilla, es necesario que un especialista la vea.
—¿Dónde demonios está Frank? —pregunto Richard mirando hacia todas direcciones.
—Aquí estoy, ¿Qué pasa? —preguntó llegando a la mesa y al ver a Ariadna se arrodilló ante ella y la sujetó de ambos brazos, la chica al sentir eso brincó para soltarse de nuevo—. Ariadna soy Frank, ¿Qué te pasó?
—No me toquen, no me toquen —repetía llorando con los nervios destrozados—. ¡Que nadie me toque!
—¿Qué está pasando? —preguntó el mero director del museo acercándose a la chica—. ¿Qué le sucedió a la joven?
—Eso queremos saber, no ha dicho nada, su mente no está bien, hay que llamar a un médico —contestó la mujer que la había asistido.
—Estábamos bailando y me dijo que iba al baño —dijo Frank—. Me extrañó que se tardara tanto pero como todas las mujeres se tardan frente al espejo…
—Ariadna dinos, ¿qué pasó? —insistió Jean sintiéndose impotente al no poder ayudarla.
—Dejémosla respirar —dijo la mujer—. Por favor, hay mucha gente a su alrededor, la chica está abrumada y no puede pensar, veré si me dice algo a mí.
Los hombres se apartaron un poco y la mujer se acercó más a ella, se hincó frente a Ariadna y sujetando suavemente sus manos le habló tranquilamente.
—Ariadna mírame, me llamo Stephanía y soy una gran admiradora del arte en todas sus manifestaciones, me gustaría ayudarte, ¿Puedes confiar en mí? ¿Puedes decirme que te pasó?
La chica temblaba a horrores mientras se abrazaba sola, no dejaba de ver el suelo, respiraba con dificultad, parecía no escuchar ni reaccionar.
—Ariadna querida, ¿me escuchaste? —insistió la mujer—. Soy una amiga y me encanta el arte, quiero ayudarte, ¿puedes decirme lo que te pasó?
—Intentaron violarme —logró decir, sus labios temblaban, toda ella temblaba.
—¡¿Qué?! —dijeron al unísono todos los hombres, Frank y Jean cambiaron de colores.
—¿Pero cómo? —preguntó asustado el director del museo—. Eso es imposible, la seguridad…
—Que venga la policía y que cierren las salidas del museo, hay que evitar que ese tipo huya —sugirió Charles.
El director asentó y en su francés gritó dando la misma orden, los guardias que los custodiaban obedecieron.
—Creo que ya tuvo el tiempo para huir —le dijo John.
—¿Ariadna sabes quien fue? —preguntó Jean apretando los dientes en su enojo y evitando explotar—. ¿Lo conoces?
La chica negó con la cabeza a la vez que la mujer con su pañuelo le limpiaba la cara, su perfecto maquillaje se le había corrido.
—Ariadna ¿Lo viste? ¿Tienes alguna noción de cómo puede ser? —preguntó Frank sintiendo que deseaba patear a medio mundo.
—En necesario interrogar a la señorita —dijo en francés el jefe de la guardia que estaba de turno.
—No parece estar en condición —dijo Stephanía en su idioma—. Además ella no habla francés.
—Yo le voy a traducir, para eso me pagan —dijo Jean—. Es necesario que diga lo que sabe y que ese desgraciado no se escape, si no pudo hacerlo con ella puede ser con otra, hay que detenerlo.
—El chico tiene razón —secundó Charles—. Es necesario saber los pormenores del suceso, al parecer no tenemos seguridad aquí, esto es indignante.
—¿Ariadna puedes hablar? —insistió el chico—. Habla tranquilamente, toma tu tiempo, di la verdad, yo te voy a traducir para que tomen nota.
La chica asintió en piloto automático sin dejar de ver el suelo, estaba perdida en su mente, Stephanía le dio a beber un poco más de agua y luego se preparó para hablar.
—Estaba saliendo del baño —comenzó a decir con un evidente miedo en su voz que se quebraba por el llanto y los nervios—. Solamente había caminado unos cuantos pasos cuando de pronto un hombre salió de la nada y me sujetó con fuerza tapándome la boca y amenazando con asfixiarme.
Jean traducía palabra por palabra al jefe de la guardia del museo que tomaba nota muy atento.
—Me llevó en retroceso a una habitación cercana que estaba oscura y estando adentro me amenazó.
—¿Reconoció la voz? —preguntó el guardia a la vez que Jean traducía, la chica negó.
—No, no la conozco pero no me habló en francés.
—¿Le sintió un acento extraño? Los franceses tenemos nuestro propio acento al hablar otros idiomas.
La chica negó de nuevo cuando Jean le tradujo, eso no lo había pensado, su mente comenzaba a aclararse.
—Si no tenía un acento francés es porque lógicamente no es francés —dedujo el guardia, todos se quedaron callados y mirándose entre sí.
—¿Entonces qué? —preguntó Charles—. Si no es francés ¿de dónde diablos es?
—O eso quiere hacer creer —arremetió Frank sintiendo que la sangre le hervía.
—¿Qué está insinuando? —preguntó el guardia.
—Alto, alto —se metió el director del museo—. Dejemos que la chica siga dando su declaración, luego se podrán sacar conclusiones, no queremos tener problemas diplomáticos que afecten nuestros lazos fraternos con Norteamérica.
—Señorita, ¿Le sintió un olor fuera de lo normal al hombre? Me refiero a algún perfume, algo que pudiera distinguirlo —insistió el guardia.
Ariadna frunció el ceño cuando escuchó la traducción y se concentraba en recordar.
—Creo que sí, la mano que sujetaba mi boca olía a algún tipo de desinfectante, a un gel líquido, no lo sé.
—¿Reconocería el aroma?
—No lo sé, es un olor neutral.
—Creo que es suficiente —dijo Frank intentando tocarla—. Mi asistente está aturdida todavía, es mejor que hable cuando esté más tranquila.
—¡No me toques! —exclamó reconociendo el peculiar olor del que hablaba en las manos de Frank, Ariadna se puso de pie asustada y se quejó por el dolor en su rodilla.
—Ariadna no entiendo…
—Tus manos huelen al gel que acabo de mencionar —lo miraba asustada conteniendo la respiración.
—Ariadna por Dios es natural que las manos me huelan a gel, vengo del baño —se defendió.
La chica lo miraba sin parpadear y Jean también le clavó los ojos, si él había sido iba a romperle la cara sin importarle su posición.
—Entonces es a gel del baño de caballeros —dijo el guardia traducido por Jean—. Eso significa que el individuo pudo haberla seguido, se metió al baño a lavarse las manos y luego salió a esperarla para atacarla.
—Ariadna por Dios no me mires así, me ofendes —insistía Frank—. Yo vengo llegando del baño.
—¿Habían más caballeros en el baño contigo Frank? —preguntó Charles.
—No, la verdad no lo sé, creo que estaba solo, entré al baño, luego salí para lavarme las manos y no había nadie más, al menos yo me sentí solo.
—No pudo haberse escondido en el baño, sería ilógico —dijo el guardia—. Señorita es necesario algún indicio de la apariencia del hombre, su estatura, peso, vestimenta.
—La habitación estaba oscura —dijo intentando calmarse—. El hombre de voz ronca se limitaba a amenazarme y hacerme ver sus deseos, me obligó a hacer lo que me decía porque si no me mataría, dijo que tenía un arma que no iba a dudar en usar si oponía resistencia, me dijo que viva o muerta… me iba a tener.
Stephanía la abrazó y Ariadna agradeció el gesto porque lloró de nuevo, Catherine también estaba cerca de ella.
—Eso es imposible —dijo el director del museo—. Nadie puede entrar al museo armado excepto los guardias.
—Es extraño —dijo Jean—. Lo que dice el director es cierto, ningún turista o ciudadano civil puede entrar al museo armado, aunque mienta y esconda el arma sería detectado por las alarmas contra armas.
—Entonces debió haber sido uno de los guardias —dijo Frank cambiando de colores, el guardia al escuchar lo que dijo abrió los ojos incrédulo.
—Todos los guardias son franceses —arremetió molesto—. Y según la señorita no tenía acento francés.
—Esto es un tremendo embrollo, será mejor dar parte a las autoridades correspondientes —dijo Charles.
—Yo me quiero ir, me duele la rodilla —dijo Ariadna—. Voy a regresar al hotel y a no salir hasta que nos vayamos de aquí.
—Yo voy contigo, deberá verte un médico —le dijo Frank, Ariadna lo miró asustada—. Por Dios mujer no te voy a dejar sola después de lo que pasó y en cuanto se sepa quién es yo mismo le voy a hacer pagar, su intento de violación a una ciudadana extranjera no se va a quedar impune.
—Hasta que este asunto no se aclare no podrán salir de la ciudad —dijo el guardia.
Toda la delegación lo miró sin procesar lo dicho, no podían quedarse en Rouen más tiempo, necesitaban continuar hacia Lyon.
—Lo siento pero eso es el colmo —dijo Richard—. Somos una delegación norteamericana y tenemos itinerario laboral que cumplir, no nos pueden obligar a quedarnos, mañana por la tarde debemos salir rumbo a Lyon.
—Eso dependerá de la señorita aquí presente —dijo el guardia—. ¿O se inicia la investigación o se retiran los cargos contra el fantasma que la atacó? esas son las opciones.
Ariadna lo miró enfurecida cuando escuchó la traducción, quería explotar en su enojo.
—¿Cómo se atreve a decir que me atacó un fantasma? —inquirió furiosa—. Ese malnacido me amenazó a muerte, me manoseó a su antojo, exigió orgasmos y complacencia de mi parte, estaba tan excitado que me llevó a un sofá y me hizo caer encima de él, me penetró con sus sucios dedos y al enterrarle yo mis uñas me soltó lanzándome molesto al suelo donde me lastimé la rodilla, luego me levantó y me llevó a un escritorio obligándome a inclinarme para seguir tocándome plenamente, me levantó el vestido y me hizo sentir su pene, ¡se lo sacó! Lo paseó por todo mi trasero y lo empujó en la entrada de mi sexo haciéndome sentir su próximo paso, estuvo a punto de penetrarme con él ¡¿Y a ese pervertido le llama fantasma?!
Todos los presentes estaban con la boca abierta y más de alguno quiso estar un momento en el lugar del afortunado que había hecho todo eso con ella. Jean estaba más rojo que un tomate y Frank también estaba de todos los colores, los demás buscaban darse un poco de aire ante el bochorno con la atención prestada a las palabras de la chica.
—Eh… bueno… ella dice… —Jean estaba en shock ahora, no sabía o no tenía las palabras o la actitud para traducir lo dicho por ella, se sentía apenado para traducir.
—Tranquilo muchacho, yo lo haré —le dijo Stephanía al notarlo, él chico asentó aliviado.
Al escuchar todo el guardia abrió los ojos asombrado e intentando aflojarse un poco la corbata para tragar en seco, procedió a anotar todo ante el bullicio que los asistentes franceses que murmuraban al escuchar la traducción.
—Bueno señorita… —dijo el guardia un poco acalorado después que ella tradujo todo—. Es obvio que el susodicho no pudo haber tenido un arma, lo dijo para someterla y aprovecharse de usted y entonces como último punto podría decir ¿cómo se escapó de su atacante?
Stephanía le tradujo.
—Me aproveché de su debilidad —contestó—. Estaba tan excitado que seguramente perdió las defensas por un momento, flexioné mi pierna izquierda hacia atrás y apuntándole con el tacón lo di un punta pie en… su miembro.
Cuando Stephanía terminó de traducir los presentes no pudieron evitar musitar al famoso “¡uy¡” frunciendo el ceño y haciendo que más de alguno se sujetara los testículos imaginando el golpe.
—Golpe bajo, bien hecho —le dijo Jean—. Cuando yo sepa quién es, se lo arranco.
—En ese momento obviamente cayó hincado y yo aproveché para darle otro punta pie en el pecho, al caer al suelo definitivamente yo corrí como pude hacia la puerta y así fue como escapé.
—Bueno hay algo con lo que el idiota no contó —dijo Charles—. Y son las cámaras de seguridad, el ataque debió haber quedado registrado.
—Vamos a poner toda la evidencia en manos de la policía y la señorita deberá declarar todo tal y como lo ha dicho aquí —dijo el director del museo—. Por lo pronto ya se tomaron las medidas y no sé puede hacer nada más por ahora más que terminar la velada, lastimosamente hay periodistas en el salón y ésta será noticia para mañana, no lo podemos evitar sólo dar la cara.
—Yo me voy para el hotel —dijo Ariadna.
—Y yo contigo —le dijo Frank—. Si ese tipo te conoce, puede seguirte pero mientras estés conmigo no intentará acercarse a ti.
Ariadna lo miró y tragó en seco, estaba aturdida y no sabía qué pensar.
—El resto de nosotros debemos quedarnos y terminar el evento —le dijo Charles a Frank—. Cuando terminemos y lleguemos al hotel pasaremos a ver cómo sigue nuestra querida Ariadna.
—Entiendo, disfruten la cena —asentó Frank.
—Hay una camioneta disponible en el museo, el chofer los llevará a una clínica privada primero —dijo en director del museo.
—Gracias —dijo Frank, la chica sólo asintió en silencio mientras se abrazaba sola.
Poco a poco todos se esparcieron y volvieron a sus lugares, Ariadna se encaminó a la mesa y se puso su abrigo de nuevo, Frank y Jean la acompañaban pero no cabían en su espacio, los hombres comenzaban a chocar.
—Merci madame —la chica se despidió de Stephanía antes de salir—. Le agradezco mucho su ayuda, no sabía qué hacer después de lo que me pasó.
—De rien, no tienes nada que agradecer, toma —le entregó una pequeña tarjeta—. Cuando necesites algo más no dudes en llamarme, espero que olvides este trago amargo y esta mala experiencia, a pesar de todo Francia es una maravilla.
—Lo intentaré, gracias. —Ariadna le daba la mano pero la mujer la abrazó y le dio besos en ambas mejillas.
—Gracias por todo. —Frank también le agradeció asintiendo con la cabeza.
—Ariadna… —Jean no encontraba las palabras.
—Ahora no Jean, gracias, nos vemos después —la chica se despidió de la manera más fría, no se sentía bien, comenzaba a desconfiar de todo el mundo.
Cuando se alejaban en compañía del director del museo y Frank colocaba su mano en la parte baja de la espalda de la chica, tanto el Charles como Richard, notaron algo, Frank cojeaba pero intentaba caminar normal y erguido.
—¿Qué le sucede a Frank? —preguntó Charles.
—Ni idea, pero no estaba cojeando —contestó Richard.
Ambos hombres se miraron y no sabían qué conclusiones sacar, todo ese asunto con lo sucedido a Ariadna estaba de lo más extraño.