Capítulo

9

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Ariadna se había desahogado con su hermana contándole punto por punto todo lo sucedido desde que llegó a su trabajo por la mañana. Minerva miraba una gran oportunidad para su hermana pero el saber lo que Lucas había hecho la enfureció, rogaba no encontrárselo porque lo primero que haría sería ganarle la cara con una fuerte bofetada, tampoco iba a perdonarle lo que le hizo a su hermana, se sentía indignada, por un momento pensó que Dios no era justo y que se hubiera llevado a Lucas en vez de Leonardo pero al momento recapacitó, Dios no quería demonios sino ángeles y por eso prefirió a su Leo, además por algo le había mandado esa prueba, ella la había soportado pero no estaba segura de que Ariadna lo hiciera, en fin abrazando a su hermana dejó que llorara en su hombro y se desahogara, esperaba que sus consejos de hermana mayor le sirvieran y pusiera en práctica, el cansancio las terminó venciendo y ya pasadas las cuatro de la mañana se retiraron a sus habitaciones para intentar descansar.

Ariadna se había tomado unas pastillas para el intenso dolor de cabeza que le había bajado en la madrugada, lo que la hizo relajarse y dormir, le sirvió descansar, durmió hasta muy tarde. Por un momento creyó que todo había sido una pesadilla, en un impulso abrió los ojos asustada y miró su reloj, faltaban quince minutos para las doce del medio día, se levantó y quiso llamar a Lucas pero el verse en el espejo supo que todo había sido verdad, descartó la idea, no lo había soñado, por un momento quiso que el tiempo retrocediera y volver a la mañana del sábado aunque estuviera en el mismo dilema; no saber qué hacer.

Se metió a la ducha y lavó su desastroso cabello, lo medio secó al salir y lo sujetó con una coleta en la nuca, se vistió con una camiseta gris y un short blanco, se calzó unos tenis tipo zapatillas y luego de perfumar su piel, bajó para encontrarse con sus hermanas, se encontró junto con Minerva en los escalones que también bajaba y después de saludarse se encaminaron al comedor. Diana había cocinado una pasta con atún, acompañada con ensalada verde por lo que Ariadna hizo a un lado su molestia y se apresuró al refrigerador para sacar las sodas enlatadas que tenían. Todas la miraron desconcertadas.

—¿Qué? —preguntó ante las miradas de sus hermanas a la vez que encogía sus hombros y torcía la boca, haciendo pucheros.

Puso las latas en medio de la mesa y se sentó.

—Creí que estabas en contra de las bebidas gaseosas. —La miró Aurora desconcertada.

—¡Al diablo la dieta, el azúcar y las calorías! —contestó abriendo una lata y bebiéndose un trago largo.

En ese momento le valía un cuerno las calorías, quería disfrutar su gaseosa helada la cual le supo riquísima, hacía tanto tiempo que no se bebía una que le parecía que era la primera vez que la probaba, la saboreó y degustó como si su sabor fuera único e incomparable, al hacer un largo “Ah…” de alivio lo comparó sólo con un orgasmo y pensando eso reaccionó de su cochambrosa mente sólo para escuchar que Aurora decía algo sobre el mantecado.

—Ya lo probé —le dijo Ariadna sin remedio.

—¡Lo abriste! —Aurora puso las manos en su cintura.

—Perdón, me levanté de madrugada a la cocina y al abrir el refri fue lo primero que vi.

—Después de lo que pasó puede ser una buena excusa —dijo Minerva alcanzándose la ensalada.

Ariadna negó con la cabeza, aún no estaba lista para hablarlo abiertamente con sus hermanas, le apenaba y más con Aurora que era la encargada de todo, no estaba segura de cómo iba reaccionar al saber que todo se había cancelado. Al escuchar que querían saber qué había pasado, Ariadna puso los ojos en blanco y colocando los brazos sobre la mesa enterró su cabeza en ellos se sintió como un avestruz. Al tener sus oídos tapados parcialmente por sus brazos sólo escuchaba el bla, bla, bla que se tenían por unas llamadas de Diana, Ariadna necesitaba poner su mente en blanco, necesitaba paz y tranquilidad y la discusión no le hacía bien.

—Podemos comer en paz por favor. —Sugirió la chica quien tenía enterrada la cabeza entre sus brazos todavía.

—Oh sí… —le contestó Aurora—. Ya que resucitaste y estás disponible y ya que supongo que estás bien por haberte comido parte del mantecado cuéntanos, ¿Qué diablos te pasó ayer? Gracias a Dios no le pasó nada a Lucas, ya hubiera sido el colmo, así que si sólo fue una pelea entre pareja más te vale que dejes de armar tanto alboroto, nos asustaste de verdad, llama a Lucas o ve a buscarlo, arreglen sus diferencias y tan tan, todos felices comiendo perdices. Ya te dije que no quiero carreras con tu boda, aquí la que da la cara en todo este asunto soy yo y la que tiene que preocuparse y estar pendiente soy yo, así que…

“Aurora va a matarme”—pensaba Ariadna sin hallar una solución al asunto.

Minerva sujetó la mano de Aurora y la miró. Se calló.

—Intentemos comer por favor —dijo Minerva sentada a la cabeza de la mesa como hermana mayor—. Luego habrá tiempo para hablar.

—Bien —dijo Aurora exhalando—. Lo haremos en el jardín, quiero arreglar unas plantas y quiero que me ayuden.

Las tres hermanas la miraron y evitando poner los ojos en blanco negaron con la cabeza. Cada quien se sirvió su almuerzo.

—Y sin excusas —concluyó.

Las chicas almorzaron en paz.

Durante el almuerzo o mejor dicho durante el postre Ariadna por fin tomó valor para decir a sus hermanas lo que le había pasado, como era de esperarse a Aurora casi de le da un infarto ya que los esposos Farrell le habían dado un cheque con una jugosa cantidad meses atrás para que se hiciera cargo de todo sin escatimar nada y habiendo gastado parte del dinero tenía que buscar la manera de reponerlo y hacer el reembolso, estaba tan entusiasmada con los preparativos que también quiso llorar, era la segunda vez que le pasaba y no sabía qué sentir, pero como buena hermana era su deber apoyar a su gemela y también deseó patear el trasero de Lucas. Diana no podía creerlo y también lo detestó, lo que él había hecho no podía perdonarse tan fácilmente, para colmo ya había mandado a confeccionar su vestido ya que desfilaría hacia el altar llevando el lazo nupcial pero igual negó con la cabeza decepcionada. Después de levantar la mesa y arreglar un poco la cocina, las chicas se encaminaron al jardín, la casa era una bellísima propiedad modelo de los 70’s, la grama verde era regada con una manguera por Ariadna así intentaba distraerse, mientras que Diana limpiaba los maceteros colgantes, Minerva le quitaba el polvo con un paño húmedo a las enormes hojas de corazón de las plantas más grandes y Aurora podaba, limpiaba y regaba también las plantas y flores que estaban en las jardineras alrededor de la entrada principal.

—Creo que debemos pensar en pagar un jardinero —dijo Minerva haciendo pucheros.

—¿No te agrada tu parte? —preguntó Aurora abonando la tierra.

—No es eso, pero siento que es mucho trabajo aunque se divida.

—Creo que tienes razón —dijo Diana—. El jardín es enorme, no nos damos a basto para limpiarlo en su totalidad, durante la semana estamos muy ocupadas.

—Bueno creo que podemos esforzarnos un poco más, ¿No creen? —insistió Aurora.

—Ay no inventes ni seas tacaña —le dijo Diana—. Estamos fuera todo el santo día y llegamos cansadas, en lo personal yo sólo quiero ver mi cama cuando llego.

—Diana tiene razón —secundo Minerva—. Creo que todas llegamos muy cansadas de nuestras labores, será necesario que al menos alguien venga una vez a la semana.

—¿Y quién lo va a atender? —inquirió Aurora—. Les recuerdo que la casa está sola durante el día y no podemos darle entrada a un extraño, nos puede robar.

—Pero debemos hallar una solución —insistió Minerva—. Al menos los árboles más grandes, la fuente y la hiedra los necesita, además los senderos de piedra también necesitan lavarse más a menudo.

Ariadna escuchaba pero no participaba, estaba muy callada, se concentraba en ver el césped mojado, le agradaba ver las gotas sobre las pequeñas hojas que agradecían beber agua, pero la idea por un momento tomó otro giró en su mente y levantó una ceja, al tener fija la mirada en la alfombra verde le sirvió para visualizar algo y desconectarse por un momento, de pronto imaginó al “jardinero” en mención pero a su manera, extremadamente guapísimo, con el cabello oscuro más abajo de los hombros, con su musculoso torso desnudo tipo Lorenzo Lamas, Christopher Lambert o su fantasía de libros Fabio Lanzoni, todos en sus buenos tiempos. Lo imaginaba bronceado, con un pantalón jean roto, usando guantes de jardinería, con unas tijeras podadoras en una mano y en su hombro contrario llevando una manguera enrollada, un rastrillo y una pala, el peso de las herramientas le resaltaban los músculos y al verlo Ariadna se mordió el labio, lo imaginaba coqueteándole y caminando lentamente como felino, provocativo, misterioso y condenadamente sexy, el jean le marcaba muy bien la forma de las piernas, del trasero y de algo más. Ariadna llevó su índice a su boca y lo mordió, se excitaba al verlo y su corazón comenzaba a brincar más cuando se acercó a ella y le habló con voz ronca;

—Disculpe señorita, ¿Le daría un poco de agua a este pobre sediento?

“Te doy lo que quieras muñeco” —pensó evitando abrir la boca.

Ariadna tragó en seco al notar la humedad en su pecho, estaba sudado, cansado y le agradaba sentirse la buena samaritana que lo complaciera.

—Sí claro, beba hasta saciarse —en un hilo de voz la chica le contestó a la vez que le daba la manguera.

Su escultura viviente la miró pícaramente y le sonrió, levantó una ceja y lentamente se deshizo de sus herramientas, se quitó los guantes y sujetando la manguera se inclinó para beber, quedó a la altura del sexo de Ariadna y ella comenzaba a excitarse más imaginándolo en medio de sus piernas, cuando el hombre bebió gimió placenteramente, Ariadna ya estaba mojada y no precisamente por el agua que salía de la manguera.

—¿Le importaría que me mojara todo? —insistió haciendo conversación—. Hace demasiado calor y me gustaría refrescarme.

Ariadna ya no sabía en qué momento había abierto la boca, sabía que él buscaba provocarla así que encogiendo los hombros le dio a entender que le daba igual.

—Adelante —le dijo para gozar más del panorama.

Se separó de él un momento y se reclinó en un árbol cerca de ella, el hombre llevó la manguera a la altura de su cabeza, levantó la cara, cerró los ojos y el agua comenzó a caer sobre él, Ariadna no paraba de tragar en seco al ver el agua recorrer su perfecto pectoral, el hombre disfrutaba mojarse y tocar su pecho al mismo tiempo, el cabello mojado lo hacía verse más guapo, notó el agua aferrarse al jean y a su vez apreció la erección que él le regalaba. Ariadna estaba haciendo malabares para controlarse, su excitación ya estaba al límite, llevó sutilmente una mano a su cuello, luego a su pecho, bajó por su abdomen y se detuvo en el cierre de su short, deseaba tocarse y ver a ese hombre al mismo tiempo. Cuando él terminó sacudió su cabello y se acercó a ella para devolverle la manguera, Ariadna había transpirado con la escena y deseaba refrescarse también.

—Muchas gracias señorita —dijo el hombre de manera seductora muy cerca de ella—. Me siento vivo de nuevo, aquí está su manquera.

“Papacito si supieras que quiero otra manguera” —pensó mordiéndose el labio de nuevo.

—Me alegra que se sienta mejor —dijo desinteresadamente, intentó disimular su excitación.

Sujetó la manguera y al hacerlo rozaron sus manos, él tomó la de ella y Ariadna se estremeció, estaba vulnerable y él lo notó, sin que se diera cuenta y como si hubiera estado hipnotizada tragando en seco se dejó llevar.

—¿Tiene calor? —preguntó él.

—Sí, mucho.

Fijaron su mirada el uno y en el otro, él sutil y lentamente llevó la manguera hacia los pechos de la chica, el agua fresca la hizo brincar y en el reflejo ella separó las piernas, él aprovechó para acercarse más y estar en medio de ella, apretó su erección en su pelvis y ella gimió, el agua dejaba moldear sus pechos y él pudo apreciarlos, con la otra mano libre la metió por debajo de la camiseta y la tocó libremente, la masajeó y Ariadna no dejaba de jadear.

—¿Le gusta? —preguntó él.

—Sí…

La tomó de la mano y llevó la misma a su miembro, Ariadna dedujo el tamaño, lo apretó, se saboreó, sentía que ya no podía más.

—Puede pedirme lo que quiera —dijo él. Ella lo miró oscuramente, el deseo ya la había transformado.

—Digo lo mismo —se limitó a decir.

Soltando la manguera del agua, él asaltó su boca con fuerza, Ariadna rogaba por más, apretaba uno de sus pechos por debajo de la camiseta y con la otra mano le levantó una pierna a la altura de su cadera, la apretó y acarició, lentamente, la subió hasta tocar el sexo de la chica por debajo del short, hizo círculos encima de su panty, acarició sus labios íntimos y luego metió un dedo, Ariadna estaba extremadamente lubricada y eso lo excitó más a él, metió otro dedo y comenzó a hacer su labor de vibrador, adentro y afuera, adentro y afuera, a la vez que con el pulgar estimulaba su clítoris.

—Oh sí más… —la chica logró liberar su boca y buscó aliento.

Él, con la otra mano levantó también la otra pierna de ella e hizo lo mismo, metió sus dedos, Ariadna estaba abierta y dispuesta para él, con ambas manos en su trasero, los dedos en su interior y haciendo la labor de pene poco le faltaba a la chica llegar a su orgasmo.

—Más, más… —le rogaba—. Quiero más…

—¿Ariadna verdad? Te llamas Ariadna —jadeó él besando su cuello.

—Sí, sí…

—Eres una delicia de mujer, quiero todo de ti, te quiero desnuda, quiero deleitarme en mirar tu cuerpo, tu paraíso, quiero embestirte con fuerza y hacerte gemir de placer.

—Sí, sí… —Ariadna ya no podía más, ya no podía detenerse.

—Ven a mí bella Ariadna, déjate llevar.

—Sí… —la chica mordía sus labios con fuerza.

—¡Ariadna! —el grito al unísono de sus hermanas la desconcentró de su fantasía, haciéndola brincar en su lugar, mojándose a sí misma y regresando a su realidad.

—¡¿Qué?! —contestó frunciendo el ceño, odiaba que le interrumpieran una fantasía y quedarse a medias, para colmo se mojó igual que sus pensamientos pero de manera brusca.

—¿No te das cuenta que estás parada en tremendo charco de agua? —le dijo Aurora.

Ariadna miró el suelo y era un desastre, había excedido a la hierba de agua y sus tenis estaban empapados, estaba parada en su propio charco y ya no tenía caso lamentarse. Se apresuró a cerrar el grifo y se sintió mal con el planeta.

—Vaya ayuda… —exhaló Aurora.

—Bueno entiende que su mente no está aquí —le dijo Minerva.

—De verdad que Ari es única. —Diana se reía sin evitarlo.

—Lo siento, no sé que me pasó —se encontró con sus hermanas para disculparse.

—Tranquila —la abrazó Diana—. Míralo de este modo, al menos la hierba no necesitará agua hasta el domingo próximo.

Las hermanas se rieron y ella intentó hacerlo también.

—Será mejor que vayas a quitarte esos tenis —le sugirió Aurora—. Te puede dar un pequeño resfriado.

—Además ya es suficiente —dijo Minerva—. Después de todo, ya disfrutamos de una emocionante aventura en el jardín.

Ariadna asentó y entró a la casa, necesitaba ir al baño no sólo debía lavar sus pies sino que también atender a la urgencia que se le había presentado, estaba excitada y mojada, pero no iba a usar a vibro, solamente iba a asearse y eliminar la evidencia de su fantasía.