Capítulo

3

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Ariadna se paró a escasos centímetros de la puerta de la oficina de Frank y la tocó.

—Adelante —contestó con voz ronca al otro lado.

Al entrar lo primero que se escuchaba suavemente era el aria de una ópera, “La reina de la noche” de “La Flauta Mágica” de Mozart envolvía la oficina, Ariadna levantó una ceja y rozó con sus dedos su frente, se quedó parada en la puerta después de cerrarla. Frank era fanático de las óperas y aunque ella conocía algunas piezas tanto por Minerva como por su profesión, era “el género de la música” que menos le gustaba, soportaba las sesiones musicales de Diana y su danza y prefería mil veces el ballet que la ópera, era el tipo de música que “la drogaba” según ella y le hacía bajar el más espantoso sueño, tanta era la sugestión que llevándose una mano a la boca para disimular evitó frente a su jefe bostezar.

—Buenos días señor Sutherland —saludó—. Me dijo Miriam que quería verme.

—Oh sí —levantó la cabeza de los papeles que miraba en su escritorio y de reojo la observó intentando disimular, el atuendo de falda-blusa-chaqueta que la chica usaba lo excitaba porque su figura resaltaba y esas curvas peligrosas aceleraba su ritmo cardíaco, no podía evitar que sus pensamientos se desviaran cada vez que la tenía en frente o se acercaba a ella—. Pasa adelante y siéntate por favor, te estaba esperando.

—¿Sucede algo? —la chica se acercó y se sentó.

El hombre musitaba la música extasiado fingiendo estar atento a sus papeles.

—¿Conoces el temible fa sobreagudo?

La chica lo miró sin entender.

—Escucha —insistió él levantando el índice, junto a la música para la chica era como un gesto inquisidor, frunció el ceño.

La chica escuchó atentamente como quiso, escuchar la más aguda voz femenina imitando una flauta hizo que inconscientemente se llevara una mano al cuello, le dolía la garganta con sólo escuchar.

—Es la segunda nota más aguda —continuó sintiendo que le daba lecciones de música a su asistente—. Un reto del gran Mozart a la capacidad humana, sólo él podía hacerlo, nunca me cansaré de alabar su genialidad.

—Es interesante, gracias por la instrucción —dijo la chica intentando no impresionarse—. Sin duda requiere mucho estudio y esfuerzo, bravo por los cantantes de ópera, tienen un talento impresionante.

El hombre sonrió al escucharla.

—Perdón señor Sutherland pero no creo que me haya llamado para darme clases de música o admirar la magnificencia de Mozart, ¿Pasa algo?

—No sé cómo lo vayas a tomar pero en lo personal es una noticia fantástica —el hombre estaba afanado frente a su monitor o al menos eso hacía creer.

—Usted dirá.

Frank la miró fijamente por encima de sus lentes lo cuales quitó para verla mejor como el lobo de la caperucita.

—Ariadna, te he dicho muchas veces que no me llames ni señor ni me trates de usted, un poco más de confianza de tu parte no estaría mal, no voy a comerte, además te noto un semblante que no sabría describir, creo que no es un buen día para ti.

—Gracias por su consideración señor Sutherland pero es mejor tratarnos con profesionalismo, además no puedo tutear a mi jefe porque se darían malas interpretaciones del asunto y recuerde que… tengo una relación que dentro de poco concretaré.

Frank torció la boca y levantó una ceja, la distancia que Ariadna le imponía no le hacía gracia, él trataba de ser lo más cortés posible pero su encanto era indiferente para la chica, eso lo fastidiaba, lo atormentaba y a la vez encendía más su capricho por ella, desde que la conoció Ariadna se convirtió en su fantasía de pelo rojo y no iba a descansar hasta hacer de sus fantasías una realidad.

—Como quieras pero debemos hacer algo al respecto —volvió su vista al monitor seriamente—. Acaba de llegarme un correo electrónico en donde el museo está entre los invitados a una serie de eventos de exposición sobre pintura y escultura que se llevara a cabo… el domingo de la próxima semana.

—Suena bien, ¿Y de qué se trata?

—De lo que trata es lo de menos, eso es pan comido, en donde se llevará a cabo es lo importante.

—¿Y donde es?

—Francia e Italia, casi un mes en esos preciosos destinos.

—Wow, es una magnífica oportunidad —la chica creyó respirar alivio durante ese tiempo—. Muy tentadora, ¿Y quiénes van a representarnos?

Frank se volvió a ella y la miró muy sonriente, Ariadna en cambio tensó la mandíbula, no quería saber la respuesta, su corazón comenzaba a latir rápidamente instalándosele en la garganta adivinando la respuesta.

—Señor Sutherland… —lo miró con desconfianza.

—Así es Ariadna, tú eres la indicada para representar al museo.

La chica abrió los ojos y la boca sin poder disimular su asombro y molestia, la noticia del viaje no le hizo ninguna gracia y le cayó como agua fría.

—No, no por favor —se levantó de la silla y se paró detrás de ella no sin antes permitir que Frank admirara su trasero ceñido por la falda.

—Es una magnífica oportunidad ya lo dijiste, ¿Por qué te contradices ahora?

—No para mí —se llevó las manos a la cara y trató de asimilar todo—. Señor Sutherland… no puedo aceptar, debo declinar, estoy en planes de boda, es más yo quería comenzar a solicitar permisos de medio día al menos dos días a la semana, a cuenta de vacaciones claro, pero no puedo viajar, por favor busque a alguien más.

—No hay nadie más capacitada que tú —se reclinó en su silla y se cruzó de brazos—. Además no irás sola, yo voy contigo.

—¡¿Qué?! —Ariadna sintió que el mundo le cayó encima—. No, no, eso no…

—¿No te agrada mi compañía? —Frank fingió indignación.

—No, no, no es eso. —Ariadna no sabía que decir, la cabeza le daba vueltas.

—Ariadna el alto mando ya lo decidió y las órdenes no se discuten sólo se acatan, así que no se puede hacer nada, en eso he estado lo que lleva de la mañana, sé de tu boda pero también comprende que es tu trabajo, una excelente oportunidad que eleva tu currículum laboral, deberías de sentirte halagada, muchos matarían por estar en tu lugar.

—A quien van a matar es mí —pensó en voz alta sin darse cuenta.

—¿Disculpa?

—Señor Sutherland por favor…

Se inclinó en el escritorio frente a él sin pensarlo, el apoyar sus manos hizo que sus pechos resaltaran a la vista de Frank, el hombre no pudo evitar enfocar su mirada en ellos, tragó en seco, observó detenidamente las colinas que lo tentaban, se desvió un momento a las caderas de la chica, la posición le subía un poco la falda y deseaba con todos sus fuerzas colocarse detrás de ella y tocarla libremente, sus

pensamientos hicieron que su cuerpo respondiera, aún estaba de buen ver y se sentía un completo semental capaz de satisfacer a cualquier mujer, deseaba con todas sus fuerzas hacerle ver a Ariadna el hombre que él era y la potencia con la que podía complacerla, no descansaría hasta cumplir su fantasía. Ese viaje sería su oportunidad y por ningún motivo lo iba a desaprovechar.

—Ariadna lo siento —se levantó de su silla y le dio la espalda intentando disimular su erección, se acercó a la ventaba para distraerse—. De verdad lo siento pero es un evento muy importante para el museo, la ciudad de Ontario se llenará de orgullo y nuestro deber es primero, nos sentimos halagados de ser partícipes entre otros museos de la nación que también fueron seleccionados así que no podemos ni debemos quedar mal, tú y yo somos la imagen del “Museum of History and Art” de Ontario, California y debemos representarlo con orgullo ante el mundo, visitaremos varias ciudades de Francia e Italia como Rouen, Lyon, Florencia, Milán, será fascinante.

Se giró para ver a la chica que había bajado la cabeza y su mirada estaba clavada en el escritorio, levantó una ceja, tomó aire, se encaminó como quiso hasta colocarse detrás de ella y tener un mejor ángulo, la estudió de pies a cabeza, deseaba a esa mujer con todas sus fuerzas, el tono de su cabello lo atraía y excitaba, Ariadna seguía un poco inclinada y el verla así hizo que Frank humedeciera sus labios, deseaba acercarse más, acariciarla, tocarla libremente, inspirar su perfume, deseaba sentir lo que tenía debajo de la falda y el imaginarlo hizo que inconscientemente se tocara intentando acomodar su erección, deseaba besarla apasionadamente, levantarla sobre el escritorio y tomarla ahí, Ariadna se convirtió en su fantasía desde que la conoció y se había jurado tenerla, por las buenas o por la malas esa escultural mujer de roja cabellera iba a ser suya en todos los sentidos que fuera capaz de imaginar.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó la chica temiendo la respuesta.

—Doce días en Francia y doce más en Italia, creo que menos, aún no está decidido el itinerario en cada ciudad —contestó reaccionando.

Ariadna exhaló.

—¿Ni siquiera puedo pensarlo? —la chica se giró al sentir la ardiente mirada del hombre sobre ella.

—Ya está decidido.

—Iré a ver a Sharon —se encaminó a la puerta—. Ella es la directora de mi departamento, voy a pedirle que asignen a alguien más, simplemente no puedo viajar.

Sharon era casi contemporánea de Frank, de estatura promedio, piel canela, cabello oscuro y un tanto rellenita, era la directora general del departamento de arte renacentista.

—Sharon no está y aunque hables con ella poco podrá hacer, no fue ella que lo decidió, además agradece esta oportunidad, tu novio lo entenderá, sólo es cuestión de aplazar sus planes nada más.

—Buscaré la manera —abrió la puerta y lo miró seriamente—. Amo mi trabajo pero también a mi novio, no puedo poner en segundo lugar a mi futuro.

—Piensa que tu futuro, que tu brillante futuro es lo que no quieres tomar, ya está decidido Ariadna Warren, habla con tu novio y aplacen lo planes un poco más, si él te ama te esperará, sólo te pido que por tu profesión, por tu pasión y por tu carrera no dejes pasar esta oportunidad, será una estrella dorada en tu currículum.

Ariadna no dijo nada más y salió. Seriamente y con un nudo en la garganta se dirigió de nuevo a su oficina, sentía que todo estaba en su contra y conociendo a Lucas el asunto no acabaría bien, un viaje inesperado y su boda en puerta eran la peor combinación para que sus planes de amor se desbarataran y cayeran como si se tratara de un castillo de naipes. Estaba nerviosa, estaba asustada, enfrentarse a su novio y a una oportunidad única comenzaron a estresarla más, por primera vez no sabía qué hacer con su vida, por primera vez no sabía qué lado de la balanza pesaba más.