XVI

El movimiento involuntario de sus ojos, la respiración agitada y el temblor de su cuerpo dan cuenta de que está teniendo un sueño intranquilo.

Se ve a sí mismo recorriendo una calle oscura. La noche es de un negro casi rojizo y el viento y la lluvia lo golpean. Tiene frío y, sin saber por qué, también tiene miedo. Desde una ventana lejana una vieja grita de un modo que lo estremece. Un perro cruza la calle corriendo y a través de él, como si fuera transparente, percibe la presencia de un hombre que lo mira por debajo de un sombrero.

Está temblando. Escucha que unos pasos se acercan desde atrás, sin embargo no se da vuelta. Está paralizado. No puede verla pero sabe quién es. La mujer sigue acercándose a medida que lo llama. Reconoce esa voz. Es la voz de Paula. De golpe siente una mano que le toma el hombro con una fuerza sorprendente. Gira de golpe y la ve. Los ojos conocidos de Javier lo miran desde el rostro de Victoria.

De un salto, Pablo se incorpora en la cama. Siente el corazón acelerado y se da cuenta de que está mojado por la transpiración. Se levanta y camina hacia el baño. Abre la ducha y se mete debajo de ella sin esperar a que el agua se caliente.

El impacto del chorro frío lo despabila, lo alivia y, de a poco, la razón empieza a tomar el mando de sus pensamientos. El sueño comienza a hacerse borroso, aunque la voz de Paula, los ojos de Javier y el rostro de Victoria son demasiado fuertes como para que la represión los condene al olvido tan fácilmente.

Se queda debajo del agua media hora, luego se afeita, se viste con calma y enciende la computadora.

La psicología forense no es su especialidad y se da cuenta de que ni siquiera sabe cuál es la manera formal de escribir un informe como el que tiene que entregar, por eso opta por hacerlo de la forma que le parece más lógica. El abogado de Javier se encargará de corregir lo que haga falta.

Buenos Aires, 5 de agosto de 2009

Sr. Juez

De mi mayor consideración:

Por medio de la presente y a pedido de la familia del Sr. Javier Vanussi, cumplo en informar a usted que luego de un examen diagnóstico realizado al paciente motivo de la presente, he llegado a la conclusión de que el mismo padece de un trastorno límite de la personalidad, agravado por su estructura esquizoide con rasgos paranoicos. Como consecuencia de lo antedicho, doy fe de que la relación psíquica que posee con el mundo exterior es muy precaria y que, con frecuencia, no puede discernir entre la realidad y la fantasía.

Su debilidad psicológica, sumada a la sintomatología que padece con habitualidad (delirios, alucinaciones, sentimientos de despersonalización) determinan un comportamiento que puede oscilar entre una total pasividad, generadora de ausencias que interrumpen su posibilidad de comunicación y comportamientos agresivos desmesurados típicos de los cuadros maníacos.

Luego de revisar detenidamente su historia clínica y de ver personalmente al paciente, llego a la conclusión de que, en caso de haber sido responsable del delito que se le imputa, no es posible que Javier Vanussi haya sido consciente de la peligrosidad y las consecuencias del acto que estaba realizando y que debe ser considerado «demente en el sentido jurídico de la palabra».

Recomiendo asimismo que el joven permanezca internado en la Clínica Ferro, lugar en el que viene siendo atendido desde hace años y en el cual está totalmente bajo el control profesional sin ser peligroso ni para sí mismo ni para terceros.

Sin otro particular, quedo a su entera disposición y lo saludo atte.

Lic. Pablo Rouviot

Listo. Vuelve a leer la nota antes de imprimirla y comprueba que está llena de imprecisiones y que no pasaría la menor crítica de cualquier alumno de la facultad que ya hubiera cursado psicopatología. Ha mezclado cuadros médicos con psicológicos y sintomatologías con rasgo de carácter. Pero sabe, al menos eso recuerda de su paso por «Psicología Forense» en la Universidad de Buenos Aires, que el juez no tiene la menor idea de las estructuras psicopatológicas, que no le interesan, que lo importante es ser descriptivo, hablarle en un idioma llano que pueda comprender y que, en definitiva, lo único que quiere saber es si el acusado comprendía o no las consecuencias de sus actos al momento de cometerlos.

Pablo cree haber sido claro al respecto, de modo que coloca su sello, firma al pie de página y guarda el informe en un sobre personal. Ya está. Ahora sólo tiene que entregarlo, olvidarse de este tema y ocuparse de lo que sí va a ser de su incumbencia: Camila.

Hace un llamado que dura apenas unos segundos y arregla pasar por la casa de Paula en media hora. Antes de salir se mira en el espejo y comprueba que en estos días su imagen ha empeorado bastante.

Se ve ojeroso, cansado y con un gesto que hasta ahora le era desconocido. Recuerda las palabras de Bermúdez: «Uno jamás vuelve a ser el mismo después de haber visto esta cara de la muerte».

Sale a la calle y agradece el viento frío. Para un taxi y le indica la dirección de Paula. Está convencido de hacer lo correcto, sin embargo está intranquilo. Siente que lo mejor hubiera sido no haberse visto envuelto jamás en esta historia.

El teléfono que suena interrumpe sus pensamientos.

—Hola.

—Hola, Rubio.

—Helena. ¿Cómo estás?

—Bien… Bah, es una manera de decir. Preocupada por vos.

—Quedate tranquila. En un rato termino con todo esto.

Silencio.

—Contame.

Pablo suspira antes de hablar, como si necesitara tomar fuerza.

—Ya hice el informe y en este mismo instante se lo estoy llevando a Paula a su casa.

—Ay, Rubio, no sabés lo tranquila que me dejás. Dale, entregá eso y vení para el consultorio. Me parece que nos merecemos unos mates, ¿no?

—¿Y vos por qué? —bromea Pablo.

—¿Cómo por qué? Por todas estas noches en las que no pude dormir pensando en vos, ¿o te parece poco?

—Está bien, entonces. En un rato nos vemos.

—Hecho, te espero. Un beso.

—Otro… Ah, Helena.

—¿Si?

—Gracias.

—De nada. Apenas si te debo un poco menos que hace unos días.

Corta con una sonrisa. Desde la radio del taxi le llega la voz de Víctor Hugo Morales. Cierra los ojos y se deja llevar por el relato. Está haciendo un comentario acerca de una función de Madame Butterfly, la ópera de Puccini, la preferida de Pablo.

El arte muestra de un modo descarnado aquello que en la vida intentamos ocultar: que sólo hay dos cosas importantes, la sexualidad y la muerte. Para bien o para mal.

El aria principal suena en la voz de María Callas como fondo del relato cuando algo vuelve a su memoria y lo sobresalta. Se incorpora en el asiento y busca en la agenda de su teléfono. Marca.

—Consultorio.

—Buenos días. ¿Podría hablar con el doctor Carlos D’Ángelo, por favor?

—En este momento se encuentra ocupado. ¿Quién le habla?

—El licenciado Rouviot.

Al escuchar el nombre, la mujer duda.

—Licenciado, es un gusto poder saludarlo.

—Lo mismo digo.

—A ver… aguárdeme un instante que voy a ver si el doctor lo puede atender.

—Es usted muy amable.

Segundos después, vuelve a escuchar la voz.

—Le paso, licenciado.

—Muchas gracias.

—Hola.

—Carlos, disculpá que te interrumpa en horario de atención.

—No te preocupes. No tendría el consultorio tan concurrido si no fuera, en gran parte, por tus derivaciones, así que te ganaste el derecho a interrumpir. Decime en qué puedo ayudarte.

—Necesito saber el efecto de tres medicamentos.

—¿Cuáles?

—Mirethol 200 mgs., Alcorex 4 mgs. y Epafenol 3000.

—A la mierda. No sé de quién se trata pero no me gustaría estar en el lugar del paciente que toma ese combo.

—¿Me explicás?

—Mirá, el Mirethol es un antipsicótico de última generación que se utiliza para frenar un brote grave. Se usa poco porque es carísimo, pero además porque tiene efectos secundarios muy nocivos, pero para lo suyo es incomparable. Detiene los delirios de manera casi inmediata, sobre todo si se lo usa en forma sublingual.

—Comprendo.

—El Alcorex es un ansiolítico que en dosis más pequeñas se utiliza mucho, pero 4 mgs. es el límite máximo aconsejable. En cuanto al Epafenol es un antidepresivo. También la dosis es la más alta. —Se interrumpe—. Realmente el psiquiatra que recomendó este cóctel tiene que verlo muy mal y tenerlo bajo un control estricto, casi diario te diría. ¿Quién recomendó semejante combinación?

—Esto queda entre nosotros.

—Por supuesto.

—El doctor Rasseri.

—¿El jefe médico de la Clínica Ferro?

—El mismo.

—Entonces debe estar bien. Yo lo tuve como profesor de psicofarmacología en la facultad. El tipo es un genio.

—De todas maneras, la combinación de un antipsicótico con un ansiolítico y un antidepresivo es bastante común, ¿o no?

—Sí, pero no esos medicamentos ni en esas dosis. Hablamos de un caso muy extremo.

—¿Y cuáles son los efectos secundarios?

—Muchos. Pero decime exactamente qué es lo que querés saber.

Pablo piensa un segundo. Sabe que D’Ángelo va a sorprenderse por su pregunta, pero en este caso, él es como el juez. Necesita que le expliquen de un modo claro para poder comprender. De modo que hace la pregunta de la manera más directa posible.

Cuando termina de formularla se produce un instante de silencio y se da cuenta de que el taxista lo observa por el espejo retrovisor. En ese momento, por obra de la casualidad, incluso la voz de Víctor Hugo Morales se ha callado.