VIII
Helena deja las dos tazas de café sobre su escritorio. Del otro lado, José la mira preocupado.
—Vamos a tener que pararlo. No pude seguir metiendo la cuchara en este asunto.
Ella asiente.
—Yo intenté hablar con él, pero no me escuchó. Parece obsesionado con este tema de Vanussi. Creo que no fue una buena idea involucrarlo.
—Tenés razón, pero jamás pensé que iba a dispararse como lo hizo. Sólo tenía que llenar una carilla con datos y poner su firma para convencer al juez de que no enviara a Javier a una cárcel común. Sólo eso —se interrumpe—. ¿Por qué mierda tuvo que meterse a investigar cuál era la verdad de la historia?
—Me extraña tu sorpresa. Vos lo conocés y sabés cómo es cuando algo se le mete en la cabeza.
—Helena —le clava la mirada—, ahora, con el diario del lunes, es fácil echarme la culpa. Pero sabés muy bien que nadie accede a Pablo sin pasar antes por vos, y Paula no fue la excepción. De modo que en esta cagada estamos juntos. Por eso mismo, ¿por qué en vez de culparnos uno al otro no vemos cómo podemos terminar con esto cuánto antes?
—¿Se te ocurre algo?
—No. ¿Hablaste con Fernando?
—No me pareció necesario.
—A mí sí. Perdón por la obviedad, pero tres cabezas piensan más que dos. Además, él también tiene su parte en todo esto, ¿no?
Helena no dice nada, pero sabe que José tiene razón. Algo van a tener que hacer. Y pronto, si no quieren que sea demasiado tarde.