XX

Seis de la mañana. En la penumbra de su cuarto sus ojos intentan abrirse sin lograrlo y su mente aún embotada por la somnolencia cae en un trance en el que se entremezclan el sueño y el recuerdo.

Tiene que deshacerse del cadáver lo antes posible. Puede embolsarlo y llamar a Hipólito, el casero, para que ayude a meterlo en el baúl del auto, pero eso sería muy arriesgado. Es cierto que el pobre no tiene dos dedos de frente y está un poco loco, pero no es tan estúpido como para confundir un cuerpo con restos de basura. No. Debe hacerlo sin ayuda. Y sin que nadie perciba sus movimientos.

No es difícil porque a esta hora no queda nadie en la casa, con excepción de Hipólito y su mujer. En cuanto a ella, debe estar dormida, ya que jamás permanece despierta más allá de las diez de la noche, y en lo referente a él… él no va a darse cuenta de nada. Después de todo no es más que un borracho perdido que a esa hora no debe recordar ni cómo se llama.