V

El cuarto de Paula se le parece, es bello y delicado. Un enorme sommier ocupa gran parte de la habitación frente a una pared espejada. Unos almohadones andaluces de colores brillantes se esparcen encima de la cama de un modo armoniosamente casual. Sobre la única mesa de luz hay una lámpara de hierro con vidrios partidos de distintos colores que, al ser encendida, genera el mismo efecto de un vitraux. Pablo se detiene y la observa con detenimiento. Es de un extraño atractivo.

—La traje de Marruecos.

Debajo del ventanal un escritorio y una lámpara de pie de hierro negro generan un espacio de estudio. Seguramente —piensa—, Paula pasa aquí la mayor parte de su tiempo.

En el cuarto no hay televisor pero sí un equipo de música y una biblioteca Thompson. Pablo reconoce sus libros a la izquierda del estante superior, un lugar de privilegio. Sobre el ángulo que forma la unión de la pared lateral con la del fondo, apoyado en el piso, está el cuadro. Paula enciende una luz suave, estratégicamente dirigida para iluminarlo.

Lo primero que lo impacta al mirarlo es la sensación de estar ante una tela totalmente pintada de rojo, pero al observarlo con detenimiento ve que no es así. De a poco va percibiendo las figuras que van tomando forma a medida que le presta atención.

Comprende que lo que le generó la impresión inicial, es en realidad un tapial de fondo que está pintado con gamas más fuertes y más suaves de color rojo. Un círculo plateado se destaca a media altura del centro hacia la izquierda entre unas líneas verticales. Una mujer está sentada en el suelo, apoyada en el tapial. Sus piernas están juntas y estiradas. Sus manos caen apoyadas sobre las piernas. A la derecha se ve la figura de una persona que dobla la esquina. Apenas se está asomando y de ella se perciben una pierna, una parte de su cuerpo y un brazo. El resto del cuerpo está oculto tras el tapial. Nada más. Es un cuadro que tiene muy pocos elementos, sin embargo resulta impactante y está trabajado con gran habilidad.

Se queda unos minutos observándolo. Al cabo de un rato gira y mira a Paula. Está sentada sobre la cama, observándolo.

—¿Y?

—Sencillamente extraordinario.

—Me alegro de que te gusten.

Se quedan un rato en silencio como si, por unos minutos, ninguno de los dos tuviera nada que decir. Hasta que se escucha la voz de Paula.

—Yo te debo una respuesta.

Sorprendido la interroga con la mirada.

—Anoche, antes de despedirnos, me preguntaste dónde estaba yo el día en el que mataron a mi padre y yo te dije que no podía responderte a esa pregunta.

—¿Y bien?

Lo mira.

—Pablo, vos desconfiás de mí, ¿no?

—¿Qué te hace pensar eso?

—Que tu pregunta en realidad fue una trampa.

La mira sin responder. Paula es, evidentemente, mucho más lúcida de lo que él piensa.

—¿Por qué lo decís?

—Porque si yo hubiera respondido a tu pregunta habría reconocido saber en qué momento exacto mataron a mi padre. Y, supuestamente, sólo podría tener ese dato si hubiera tenido que ver con el crimen. Porque para mí, él estaba en Europa y por eso no denuncié su desaparición y recién me enteré de su muerte cuando el cuerpo fue hallado en la laguna.

Él la mira sin hacer un solo gesto.

—Pero como yo no tuve nada que ver con su homicidio, no puedo responderte qué estaba haciendo el día en el que lo mataron por el simple hecho de que ignoro cuál fue ese día. —Pablo asiente. Ella hace un gesto de contrariedad—. ¿Qué pasa?

—Pasa que es muy difícil esto de ir recorriendo este camino juntos sabiendo que no confiás en mí. Pero bueno, supongo que no te queda otra opción.

Esta afirmación es en realidad una pregunta encubierta. Y él no quiere mentirle.

—Efectivamente, no me queda otra opción. En esta historia todo puede ser posible. De hecho, si pudo haberlo matado su hijo, ¿por qué no su hija? No puedo descartar a nadie. En mi cabeza todos son potencialmente culpables, y eso no me gusta. Estoy pensando como un paranoico. Mucho más después de lo de ayer.

Paula lo mira extrañada.

—¿Qué pasó ayer?

—Dos tipos vinieron a apretarme.

La mira con atención. Su sorpresa parece auténtica.

—¿Te lastimaron?

—No, no venían a eso. Simplemente querían asustarme. Y lo consiguieron. Con mucha educación me dieron a entender que si me sigo metiendo en esta historia mi vida no vale nada. Y hay algo que no puedo dejar de preguntarme desde que esto ocurrió.

—¿Qué cosa?

—¿Quién está al tanto de que yo estoy haciendo averiguaciones acerca de la muerte de tu padre? Porque es evidente que alguien avisó a no sé quién de esto.

—¿Desconfiás de alguien?

—Ya te lo dije, de todos y de ninguno. Repasé todas las personas que pudieran haberlo hecho y sólo logro confundirme aún más. Rasseri, vos, alguien de la Clínica Ferro, Bermúdez…

—¿Bermúdez?

—Sí. Es un subcomisario que…

—Sé perfectamente quién es. Estuvo al frente de la investigación y hablé con él en varias ocasiones. Pero vos, ¿cómo llegaste a él?

—Eso no importa.

—Sí que importa.

—¿Por qué lo decís?

—Porque la persona que te hizo el enlace con Bermúdez también está al tanto de tus averiguaciones y, por ende, eso la convierte en un potencial informante de la gente que te fue a apretar, ¿no te parece?

Pablo palidece. Esa idea ni siquiera se le había cruzado por la cabeza. ¿Acaso debe sumar a su lista de sospechosos a Fernando, Helena o José? De sólo pensarlo se estremece.

Intenta sacar esta idea de su cabeza, pero la verdad es que Paula tiene razón. Por eso se queda en silencio y se sienta a su lado en la cama. Ella comprende que está conmovido y lo abraza. Lo mira muy de cerca y quedan a la distancia de un beso. Ella lo desea, pero él la aparta con suavidad.

—El café se debe haber enfriado, y la verdad es que necesito tomar uno.

—Como quieras.

Lo dice sin enojo.

—Gracias.

Paula se retira y él se queda en el cuarto. Vuelve a mirar el cuadro y siente que el muro rojo lo atrapa. Cree percibir algo, pero no puede discernir qué. Después de unos segundos se pone de pie, va hacia el living y se sienta en el sillón. Al rato ella aparece trayéndole el café y lo mira antes de hablar.

—Pablo, en el mensaje que te dejé te decía que necesitaba hablar con vos.

—Supongo que tiene que ver con mi charla con Javier.

—No. Tiene que ver con Camila.

—¿Qué pasa con ella?

—Me preguntó por vos.

—¿Qué te preguntó exactamente?

—Quería saber cuándo ibas a volver a la casa. Es obvio que quiere hablar con vos. Tenías razón. Me parece que ella va a lograr uno de mis sueños. —Él la mira interrogante—. Va a ser tu paciente.

Sonríe.

—No lo sé, los niños no son mi especialidad.

—Camila no es una niña. Técnicamente hablando es una preadolescente y, por lo que he leído de vos, tenés experiencia en este tipo de tratamientos. Además, si juzgamos su coeficiente intelectual, vas a vértelas con una de las personas más inteligentes con la que hayas trabajado en tu vida.

Silencio. Pablo está intentando salir del estado anterior para poder hablar este tema con Paula. Ella continúa totalmente ajena a su confusión interna.

—Vos me pediste autorización para hablar con ella y ahora ella me pregunta cuándo vas a ir a la casa, léase, cuándo vas a ir a hablar con ella. No puedo no escuchar su pedido, de modo que dejo la decisión en tus manos. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué le digo? ¿Vas a ir a verla o no?

Él le responde sin pensarlo siquiera.

—Mañana. ¿Al mediodía te parece bien?

—Perfecto. A esa hora ella descansa de su primer turno de estudio.

Pablo se pone de pie.

—Quedamos así, entonces.

—Falta arreglar algo. —Lo mira—. Tus honorarios. Supongo que deben de ser elevados, pero lo único que nos dejó mi padre es dinero, así que no va a haber problemas con eso.

—Correcto. Pero antes me gustaría tener algunas charlas con ella. Después vemos, ¿te parece?

Paula sonríe.

—Cierto. Tus famosas entrevistas preliminares antes de tomar un paciente.

—Así es.

—Sólo una cosa más. —Su mirada cambia—. Tené mucho cuidado con ella, por favor. Camila es una chica de una enorme inteligencia, pero aunque no lo parezca, es extremadamente sensible.

Mientras baja se queda pensando en las palabras de Paula. Al salir del edificio se da cuenta de que ella no le preguntó nada acerca de su entrevista con Javier. Seguramente no lo necesita. Supone que Rasseri debe haberle contado todo, quizás hasta le permitió ver el video. Tampoco lo sabe, pero no está en condiciones de pensar ahora en eso.