XII
A veces su mente le juega esas malas pasadas: se va por un rato y al volver es incapaz de recordar nada. Como si el tiempo no hubiera pasado. Pero esta vez no puede permitir que eso le ocurra.
Mira el bulto desprolijo a sus pies y decide que ya es suficiente. Busca el coche y lo acerca lo más que puede, casi hasta el lugar en el que comienza el pequeño bosque de pinos. El muy turro se fue arrastrando hasta ahí, y esto complica aún más las cosas. Pero bueno… es la última molestia que le causa en la vida.
Mira una vez más alrededor para asegurarse de que nadie esté husmeando, lo arrastra y lo deja caer con dificultad en el baúl. Cierra la tapa y se sube al auto.
Ya está. Ahora necesita tirarlo en alguna de las lagunas que hay entre los juncos, al costado de la ruta. Para cuando puedan encontrarlo —si es que lo hacen—, los bichos habrán borrado cualquier prueba.
Maldice tener que ser la persona encargada de hacer esto, pero sabe que en cuanto termine va a sentir alivio. No soportaba más lo que pasaba. Roberto siempre había sido un perverso, un hombre violento al que nadie jamás le había importado nada. Toda su vida la había dedicado a hacer plata y a joder a los demás y era más que seguro que algún día alguien iba a hacer justicia. Pero nadie había venido en su auxilio y por eso le toca estar acá. Si pudiera suprimiría también toda huella de su paso por la tierra, de todas maneras nadie va a soltar una sola lágrima por su muerte. Y es justo que así sea.
No siente ninguna culpa por lo que está haciendo, sin embargo, no puede dejar de temblar. Las imágenes y las emociones se mezclan nublando aún más su mente de por sí inestable.
Cuando Roberto dijo que había decidido suspender el viaje, algo se había quebrado en su interior. El equilibrio que había venido sosteniendo con tanta dificultad se desmoronó de golpe. Pensaba que le esperaban seis meses de paz y de distancia. Pero no. Él decidió cambiar de idea a último momento y no viajar. Ojalá no lo hubiese hecho. Hubiera bastado con que tomara ese avión de mierda y se hubiera ido. De haber sido así, ahora estaría disfrutando en París de una cena de bienvenida, saliendo con sus amigos o revolcándose con alguna puta. Era una lástima, piensa mientras detiene el auto. Con esfuerzo, pero ya sin tanto cuidado, saca como puede el cuerpo del baúl, se acerca a la banquina y lo empuja haciéndolo rodar hacia la laguna.
Por un momento su mente queda en blanco mientras observa cómo el agua va cubriendo el cuerpo hasta hacerlo desaparecer.