III

La voz de Míguez no suena tan firme como él hubiera querido. El miedo suele ser un compañero que no disimula su presencia.

—Paula, no podemos volver atrás con todo lo que presentamos y cambiar la estrategia a esta altura de los acontecimientos. Si Rouviot no quiere firmar, que no firme. Conseguiremos otro que lo haga. —Hace una pausa, pero ante el silencio de Paula vuelve a la carga—. Vamos, vos sabés que hasta el más inútil de los peritos podría demostrar que Javier es inimputable. En cambio, si nos movemos de esa estrategia y queremos demostrar la inocencia de tu hermano y nos sale mal, corremos el riesgo de que termine en una cárcel común. ¿Vos sabés cómo vive la gente allí? ¿Sos consciente del infierno al que podés condenar a Javier si seguís los consejos de ese tipo? —Otro silencio—. Yo entiendo tu admiración por él, y no voy a negar que su firma en nuestra presentación sería todo un respaldo. Pero no lo necesitamos. Yo puedo conseguir que el juez deje a Javier en la Clínica Ferro, te lo aseguro. Es más, si lo hacemos a mi manera, si en algún momento los médicos consideran que está en condiciones de volver al mundo, podemos lograr salidas programadas para que haga una adaptación paulatina y en un par de años lo tenés de vuelta en tu casa. Pero tenés que seguir mi consejo. Ningún abogado en su sano juicio correría el riesgo que me estás pidiendo. De modo que te pido que lo pienses bien. Si decidís seguir adelante con esta locura, vas a tener que hacerlo sin mí.

El silencio de Paula le hace perder el control.

—El caso está ganado, carajo… y no voy a convertirme en el boludo que se come este gol con el arco libre por seguir las intuiciones de un psicólogo que se cree detective.

Una agria tensión los separa hasta que Paula decide hablar.

—Alberto, creeme que te entiendo. ¿Qué te puedo decir? Dejámelo pensar hasta mañana y te contesto.

Esta vez la voz de Míguez suena enojada.

—¿Pero qué es lo que tenés que pensar?

—Entendeme vos a mí, también. Yo fui a buscar a Rouviot y le pedí que fuera el perito de parte en este juicio y, desde ese momento, no se ha dedicado a ninguna otra cosa que no sea el caso de mi hermano. Por una cuestión de respeto no voy a tomar ninguna decisión antes de hablar con él.

—Como quieras. Espero hasta mañana, entonces. Paula, hace muchos años que soy el abogado de tu familia y confío en que entiendas que sólo busco lo mejor para ustedes, y estoy convencido de que Rouviot también. Por eso no tengo dudas de que va a aceptar mi opinión profesional.

Hay algo en el modo en el que Míguez dice la última frase que a Paula no le gusta. Pero, seguramente, no hubo mala intención. Ella también está un poco alterada por todo esto y tiene que calmarse si no quiere empezar a ver fantasmas donde no los hay.