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La escucha jadear como si la voz viniera desde muy lejos. Entreabre los ojos y la mira. En la penumbra del cuarto Luciana es aún más hermosa. Desnuda y arrodillada sobre él, se mueve suavemente. Pablo le presiona apenas las caderas con sus manos. Ella gime. Se acerca a su oído y le susurra de un modo imperativo.
—Mirame.
Él obedece. De cerca, sus ojos grises parecen aún más grises. Su pelo, rubio y largo, cae por los costados rozándole el cuerpo. Pablo se lo aprieta a la altura de la nuca. Ella deja escapar un gemido y acelera sus movimientos.
Hace un momento, cuando ella estaba con la boca entre sus piernas, le corrió el pelo de la cara para poder verla mejor mientras lo besaba y todo pareció detenerse por un instante. Luego la dio vuelta lentamente y la penetró con suavidad, jugando a descubrirla sin apuro, disfrutando cada momento, hablando, tocando, sintiendo.
Ahora ella está sobre él y no va a detenerse.
—No dejes de mirarme, por favor.
Sabe de su belleza. Y también sabe que lo ha conmovido. Se dio cuenta con esa inteligencia inconsciente que tienen algunas mujeres.
Poco a poco sus movimientos se van volviendo más compulsivos y su voz se eleva en busca de un grito que amenaza con llegar. Pablo está acostumbrado a controlarlo todo, incluso momentos como éste. Pero esta vez no quiere, o no puede, que para el caso es lo mismo.
—¿Y por qué no? —se pregunta—. Después de tanto tiempo sin sentir algo así.
También él empieza a moverse con más fuerza y, casi de inmediato, sus ritmos se acoplan de un modo natural. Siente que su corazón se acelera, entonces la atrae con fuerza y la besa. Siente la lengua de Luciana que recorre cada rincón de su boca con una inocente maestría. Él disfruta del beso, del olor, de los gemidos, de la belleza y de sentir que no quiere estar en ningún otro lugar en el mundo que no sea dentro de ella.
El jadeo que parecía llegar desde lejos se va acercando cada vez más y Pablo decide entregarse. El grito de Luciana llega de repente. Lo emociona y hace que desaparezca todo resto de control. Él cierra los ojos, la aprieta contra su cuerpo, siente sus espasmos finales y una sensación pasada, perdida y casi olvidada se abre paso hasta que el grito que escucha ya no es el de Luciana.
Ella lo muerde suavemente y después de unos segundos se quedan en silencio. Abrazados. Extrañamente emocionados. Pablo siente que una lágrima le moja la cara. Luciana está llorando. O tal vez no sea ella.