V
El teléfono la despierta. Manotea a oscuras el reloj y ve que son las dos de la mañana. Se sobresalta y mira hacia un costado. Por suerte, Fernando duerme a su lado. No lo escuchó regresar, pero allí está. Respira aliviada.
—¿Quién podrá ser entonces? —se pregunta.
Atiende tratando de no levantar demasiado la voz para no despertar a su marido.
—Hola.
—Helena, disculpá que te moleste a esta hora, pero es importante.
Aún entredormida reconoce la voz.
—¿Rubio, sos vos?
—Sí.
—¿Qué pasa? —se incorpora nerviosamente en la cama—. Para que me llames a esta hora debe tratarse de algo urgente. Decime que estás bien, por favor.
—Sí, tranquila. No es nada grave, pero sí importante.
—¿Seguro que no te pasó nada, no?
—Seguro. Es por otra cosa que te llamo.
—Bueno, te escucho.
Deja pasar unos segundos antes de hacer la pregunta. Supone, y no se equivoca, que su amiga no le va a encontrar ningún sentido, menos aún a esta hora.
—¿Tenemos algún contacto en la Clínica Ferro? Tiene que ser un contacto importante.
—¿Te referís a la clínica psiquiátrica del barrio de Belgrano?
—Sí, a esa misma.
—Pablo —balbucea Helena mientras va despabilándose—. ¿Pasó algo que yo debería saber? ¿Alguno de tus pacientes tuvo un problema?
—No, nada de eso. Y no quiero molestarte más de la cuenta. Simplemente decime si tenemos o no un contacto de peso allí.
Helena hace un breve silencio.
—Obvio que tenés un contacto importante allí.
—¿Quién es?
—El doctor Rubén Ferro en persona, el dueño del psiquiátrico.
Pablo piensa unos segundos.
—No sabía que tuviéramos alguna relación con él.
—No me extraña, ya que no te dignaste siquiera a atender sus llamadas —dice en tono de reproche—. Él te invitó más de una vez a dar alguna charla para su personal. Es una persona mayor, muy amable y, sobre todo, muy interesado en tu trabajo, y vos siempre le dijiste que no.
—¿Y cómo lo tomó?
—Digamos que no es un hombre acostumbrado a los rechazos, pero sabe ser diplomático y, viniendo de vos, fingió una gran comprensión y quedó a tu entera disposición para lo que necesitaras.
Pablo piensa un instante y suspira.
—Bueno, ahora lo necesito.
—¿Puedo saber de qué se trata?
—Preciso que lo contactes ya mismo —continúa como si no hubiera escuchado la pregunta de Helena—. Necesito que me permita acceder a toda la información que tenga acerca de uno de sus pacientes. Ah, y tengo mucho interés en tener una charla personal con el médico que lleva adelante ese caso.
—¿Nada más? —comenta irónicamente—. ¿Puedo saber al menos de quién se trata? Si no me va a ser muy difícil arreglarte lo que me pedís.
—Sí, por supuesto. El nombre del paciente es Javier Vanussi.
Helena piensa un instante.
—¿Vanussi? Pero… ¿Ése no es el apellido del tipo que apareció muerto hace unos días?
—Sí.
—Rubio, ¿en qué quilombo te metiste?
—Ah, no… No te hagas la inocente que fuiste vos quien me arregló la entrevista con la hija. —Breve silencio—. Paula, la que tenía un temita urgente.
Pausa.
—No sabía que era la hija de ese hombre.
—Bueno, ahora lo sabés. Así que si hay algún problema, vos y el Gitano vienen conmigo.
—¿José? ¿Y qué tiene él que ver con todo esto?
—Es largo de explicar, y ya es muy tarde. Después, en el consultorio te cuento.
—Bueno, está bien. Pero decime ¿para cuándo querés que te arregle el encuentro?
—Para hoy a primera hora.
Helena está acostumbrada a los pedidos urgentes de Pablo, pero esto le parece demasiado. Involuntariamente vuelve a mirar el reloj que está en su mesa de luz.
—Pablo, son las dos y cuarto de la mañana. Con suerte podré ubicar a Ferro a las diez u once y no creo que un hombre como él tenga la agenda en blanco esperando un llamado tuyo, por muy importante que te creas.
—Pero yo no necesito verlo a él —dice haciendo caso omiso del comentario—. Es más, mejor si puedo evitarlo, si no me va a cobrar el favor y voy a terminar comprometido a hacer algo que no tengo ganas. Sólo quiero que le diga a quien sea que lleve el caso del pibe que me reciba.
—De todas maneras —suspira pacientemente—, eso implica que primero debo hablar con él, ser amable, comentarle tu interés y esperar que ubique al médico que buscás. Todo esto llevará al menos un par de horas, supongo. Y no creo que pretendas que despierte al doctor Ferro a esta hora de la madrugada. —Silencio—. ¿O sí?
Pablo sonríe del otro lado.
—Eso es lo que más me gusta de vos, la rapidez con la que entendés todo lo que te pido. ¿Será por eso que te quiero tanto? —Nueva pausa—. Me quedo despierto tomando un café, vos avisame ni bien tengas todo resuelto.
—Pero… —Helena intenta una protesta que ya sabe inútil.
—Dale, arreglalo rápido así seguís durmiendo.
Pablo corta el teléfono. Sabe que en ese mismo instante Helena se está preguntando por qué sigue trabajando con él. Pero sabe también que, mientras lo piensa, está llamando al doctor Ferro.