XIV

Cuatro horas más tarde, aún despierto, Pablo intenta ordenar en su mente toda la información para ver si puede hacerse alguna idea de lo ocurrido. Ha escuchado nuevamente la sesión de Paula y acaba de ver, por segunda vez, el video de su encuentro con Javier, que estaba dentro del sobre que le envió Rasseri. Asimismo, va reconstruyendo en su mente cada una de las conversaciones que tuvo en estos días.

Las situaciones y las personas cruzan sus pensamientos de un modo desordenado. José, Paula, Francisca, Camila, Bermúdez, Javier, Rasseri… cada una de esas charlas empiezan a ocupar un lugar en su cabeza. Y, tal cual lo hace cuando piensa en un caso clínico, hace una lista de preguntas que le permitan realizar hipótesis a partir del material con el que cuenta.

¿Tenía Javier Vanussi un motivo para matar a su padre?

La respuesta es claramente afirmativa. Aunque de un modo injusto se culpara por ello, lo cierto es que Javier nunca se sintió amado por su padre:

«… me dolió saber desde siempre que, por ser así, mi papá jamás me aceptó y nunca pudo quererme».

Sin que le importara y, sin siquiera sospecharlo, con esa falta de reconocimiento, es posible que Vanussi haya empujado a su hijo hacia un camino sin retorno. Lo humilló con su indiferencia, lo lastimó físicamente y mucho más con su falta de aceptación y con la vergüenza que sentía por él. Javier había intentado salvar a un padre para sí culpándose él mismo «por ser así», pero su sentimiento de frustración, seguramente, se trocó en ansiedad y angustia.

¿Podía la estructura psíquica de Javier derivar esos afectos a reacciones tan violentas como para que lo llevaran a cometer un crimen?

Tampoco tiene dudas de que esto es así. Javier no cuenta con las herramientas necesarias para poder hacer algo mejor con su dolor que destruir a otros o a sí mismo. No tuvo la suerte de su madre o sus hermanas. En su caso, ni el arte ni el estudio vinieron en su ayuda y quedó solo e indefenso frente a tanto dolor. Su mente enferma debe haber intentado por todos los caminos posibles, pero no tenía con qué hacer algo mejor que lo que hizo: lastimarse a sí mismo y probablemente a su padre.

Su cuerpo es el campo de batalla en el cual los restos de esta lucha aparecen del modo más claro. Recuerda haberle preguntado qué era lo que más le dolía de todo lo que le había pasado en su vida. No necesita volver a ver el video para recordar cada una de las palabras de Javier:

«… En primer lugar, el cuerpo… Sentir que mi cuerpo no me obedece, mirarme a veces al espejo y no poder reconocerme o, como ahora, sentir que estoy lastimado, consumido».

Ése fue, seguramente, el primer movimiento defensivo que en su niñez intentó hacer para poner un límite a su dolor: volcar contra sí mismo toda la ira y la frustración de saberse un hijo no querido ni valorado por su padre. Un movimiento fatal que lo empujó de lleno a la locura, a ese estado en el cual todo se transformó en una tortura de alucinaciones auditivas:

«… no podía evitar los gritos… esos gritos siniestros que me lastimaban los oídos».

Gritos que marcaron su cuerpo con los signos del horror. Un horror que era un puro dolor sin sentido, hasta que un delirio vino en su auxilio para intentar quitar tanta muerte del cuerpo. Y así, esos gritos insensatos encontraron una fuente y un motivo:

«… Era la voz de mi mamá. Era ella a quien mi papá maltrataba noche tras noche».

Y entonces apareció por fin una idea para poner fin a tanta angustia: acallar esa voz que lo torturaba, seguramente desde su niñez. Tenía que silenciar a su madre, pero la madre real ya no podía ser silenciada porque estaba muerta hacía ya mucho tiempo y tenía un lugar ambivalente en el recuerdo de Javier. Por un lado su belleza y su ternura y, por el otro, su enorme desamparo:

«Mamá era hermosa… Era una persona tan dulce y a la vez tan indefensa».

Y fue esa indefensión la que, de alguna manera, convocó a Javier a hacer algo para terminar con el dolor de esa madre, no la dulce y hermosa a la que guardó en su recuerdo, sino a la otra, la indefensa, la de los gritos que lastiman. Así, es probable que la idea de matar a su padre fuera apareciendo para él como la única solución posible.

¿Es realmente Javier un psicótico, como le sugirió a Rasseri?

Como analista, Pablo no diagnostica por la presencia o ausencia de síntomas, sino por cuestiones estructurales. De modo que, la existencia de alucinaciones y delirios no le alcanzan ya que pueden en algunos casos particulares, como el duelo por ejemplo, aparecer en personas totalmente normales.

Debe encontrar algo más profundo que los síntomas visibles, algo en su manera de decir las cosas, en el uso de su lenguaje, un neologismo, una holofrase, o ese rasgo presente en toda locura: la certeza, una idea inconmovible que no deja espacio a ninguna duda.

Y es allí donde el video le devuelve la mirada fría y ausente de un Javier sin rasgo alguno de emoción. Un organismo vaciado de sentido.

El cuerpo de un humano es mucho más que un puro cuerpo. Por el contrario, es un cuerpo recubierto de palabras y deseos. Basta mirar un cadáver para entender que allí ya no hay un sujeto, porque ese cuerpo se ha quedado sin palabras. Y he allí el cuerpo de Javier, resistiendo la muerte subjetiva y hablando con un decir que apenas está atravesado por la certeza:

«Vos no me creés. Pensás que estoy inventando, o que estoy loco. Pero ni invento ni estoy loco… Sé muy bien lo que digo y lo que hice. Yo maté a mi papá».

Ahora bien, más allá de las cuestiones psicológicas, desde lo fáctico, ¿pudo Javier haber matado a su padre?

Según sus propias palabras, la respuesta es sí.

«Yo estoy enfermo y lo sé. Mi cabeza no funciona como debería y suelo tener reacciones que no puedo contener o, incluso, hacer cosas que después ni siquiera soy capaz de recordar».

También Rasseri parece compartir esta idea al darle un diagnóstico de Trastorno límite de la Personalidad. Todo profesional, al diagnosticar, dice algo de alguien y, en este caso, Rasseri dice que, según él, Javier es capaz de actos de violencia, de ira incontrolable, de estados de despersonalización en los que no le es posible medir las consecuencias de sus actos.

Recuerda además lo que le dijo Camila:

«… Paula siempre hizo lo que pudo y Javier nunca pudo nada… Excepto esa noche».

—Excepto esa noche —repite Pablo. ¿Pero qué es lo que realmente pudo hacer Javier esa noche y a qué noche se refirió Camila? Podría ser perfectamente la noche del asesinato de su padre, esa que Javier le contó con todo detalle.

Y la pregunta final.

¿Hay pruebas suficientes para aseverar que Javier ha sido el asesino?

No. No las hay y lo sabe. Por eso tiene dudas, pero eso es inevitable. En un mundo sin locura no es posible estar convencido de todo. Es muy probable que, como lo sugirió José, el asesino sea algún mafioso con algunas cuentas pendientes con Vanussi. Tampoco lo sabe. Lo que sí sabe es que Javier está mucho más tranquilo desde que su padre murió y Pablo cree, como su amigo, que Vanussi merece estar muerto y que sus hijos tienen derecho a un poco de paz.

No tiene datos que confirmen la culpabilidad de Javier, es cierto, pero tampoco que la desestimen, y la duda es suficiente como para que pueda apoyar su defensa psicológica. Porque eso es lo único que hará. No va a dar cuenta de que Javier es el asesino, sino de algo acerca de lo cual sí, no tiene dudas. Si Javier Vanussi mató a su padre, no es penalmente imputable por ese crimen. Sus condiciones psicológicas, sus delirios, sus alucinaciones, su grado de despersonalización, sus estados de confusión y su labilidad afectiva son tan claras que nadie podría creer que ese chico es capaz, en un estado de emoción violenta, de comprender la peligrosidad de sus actos.

Y, en este mismo instante, toma una importante decisión. En su informe va a solicitarle al juez que no traslade a Javier a ningún otro lugar, ya que lo mejor para su salud es permanecer internado en la Clínica Ferro hasta que alguna auditoría médica dé cuenta de que está en condiciones de volver a su casa, si es que ese momento llega algún día.

Rasseri va a garantizar que tiene los medios necesarios como para mantenerlo bajo control y asunto cerrado. Javier cuidado, Paula tranquila, Camila avanzando en su carrera de violinista y ahora, además, en análisis con él. Y Vanussi… pudriéndose como la basura que era.

Suspira, saca un inductor de sueño de la mesa de luz y se lo toma. Hace tiempo que lo necesita para poder dormir. Desde que Alejandra se fue. Se levanta y toma el teléfono. El timbre suena dos, tres veces, antes de que la mujer atienda.

—Hola.

—Hola, soy Pablo. Disculpá la hora.

—No te preocupes, de todas maneras no me podía dormir.

—Te entiendo. Quería decirte que voy a hacer el informe que me pediste.

Se produce una pausa hasta que, del otro lado, la voz aliviada de Paula le responde.

—Gracias. No sabés lo importante que es esto para mí.

—Lo imagino. —Se hace un silencio prolongado. No hay mucho más de qué hablar—. Bueno, si te parece, mañana combinamos y te lo llevo.

—Como gustes. También puedo pasar a buscarlo yo.

—Vemos.

—Dale, gracias.

Corta y el cansancio se le viene encima. La medicación va haciendo su trabajo y siente muchas ganas de dormir. Lo necesita. Pero no quiere entrar en el sueño con estas ideas en la mente. Siente que merece algo mejor. Se acuesta, entonces, y abre el sobre de Luciana esperando encontrar una nota personal, alguna frase afectuosa o, por qué no, erótica. Ya sabe que ella es capaz de permitirse esas cosas.

Con los ojos casi cerrándosele saca los papeles del sobre y lo que encuentra lo impacta. No son palabras de amor sino anotaciones pertenecientes a una historia clínica. Hace un esfuerzo enorme por leer lo que dice en esas hojas, pero el sueño se le impone de un modo inevitable. De todos modos, algunas palabras quedan dando vueltas en su mente: Mirethol 200 mgs. Alcorex 4 mgs. Epafenol 3000 y… Y la oscuridad se apodera de él.