VI

Luciana mira el sobre que tiene sobre su escritorio. Siente la tentación de abrirlo, pero sabe que no va a hacerlo. El doctor Rasseri fue muy claro.

—Esto es para el licenciado Rouviot, pero no se lo envíe. Quiero que usted se lo entregue en mano.

Es evidente que el material que contiene el sobre debe ser de gran importancia teniendo en cuenta que Rasseri no quiso arriesgarse a que se perdiera ni a que nadie más que ella, su persona de extrema confianza, mediara entre el sobre y Rouviot.

No hace falta tener demasiadas luces para deducir que lo que fuere que contenga el sobre tiene que ver con Javier Vanussi.

Levanta el teléfono y marca el número que Rasseri le dio sin saber que ella ya lo tiene agendado en su celular. Después de tres timbres, Pablo atiende.

—Hola.

—¿Licenciado Rouviot?

—Sí.

—Buenas tardes, soy Luciana Vitali, la asistente del doctor Rasseri.

Él sonríe.

—Bueno… ¿Es necesaria tanta formalidad?

—Lo que ocurre es que lo llamo cumpliendo una orden del doctor. Me pidió que le entregara un sobre en mano. No sé si usted querrá pasar por la clínica o prefiere que yo se lo acerque a algún lado.

—Luciana, supongo que esto es una broma.

—No, de hecho tengo el sobre en mi escritorio en este preciso momento.

—No me refiero a eso, sino al modo en el que me estás hablando.

Se queda unos segundos el silencio.

—Pablo, convengamos algo. Cuando yo te llame por mí, no voy a tener en cuenta toda esta etiqueta absurda, pero quiero que te quede muy claro cuando la que te llama no soy yo sino la asistente de Rasseri. Yo no entiendo nada de lo que está pasando acá y no es asunto mío, pero me parece que las cosas están demasiado mezcladas como para sumarme a esa confusión.

Las cosas están demasiado mezcladas. ¿A qué se refiere Luciana? ¿Al caso Vanussi o a sus propias emociones?

—Te informo, además, que hoy mientras estabas con Javier te dejó un mensaje su hermana, Paula. Como te fuiste sin que te viera no pude avisarte. De todos modos supongo que también ella tiene tu celular, de modo que no me preocupé porque te llegara el recado.

Supongo que también ella —léase, como yo— tiene tu celular.

Ahora comprende. Luciana está enojada, o al menos celosa.

—Está bien. Ya hablaremos de eso. Pero decime, ¿qué tiene el sobre que te dio Rasseri para mí?

—Lo ignoro, no suelo abrir la correspondencia ajena.

En ese momento, él acepta entrar en el código que Luciana propone. La entiende, pero sus celos, o su enojo, dejan de interesarle y toma conciencia de lo importante que puede ser encontrarse cuanto antes con ese sobre.

—¿Sería mucho pedir que me lo acercaras a mi casa?

—No. De hecho tengo la indicación de entregártelo cuándo y dónde me digas.

—Entonces me gustaría que vinieras cuanto antes.

—Bueno, si me das la dirección, en diez minutos salgo para allá.

Luciana toma nota y corta. Mira la dirección y se da cuenta de que no están muy lejos y que en media hora puede llegar hasta la casa de Pablo. Le pide autorización a Rasseri para retirarse y empieza a guardar sus cosas en la cartera. Antes de irse se toma unos minutos para entrar en el baño y mirarse en el espejo. Está bien, le agrada lo que ve. Ha pasado la prueba.

Hasta ahora jamás mezcló lo profesional con lo personal, pero en esta ocasión no puede evitarlo. Pablo le gusta.

Pasa nuevamente por su escritorio y toma el sobre. Se dirige al estacionamiento privado de la clínica y sube a su auto, un regalo de sus padres cuando decidió venir a vivir a Buenos Aires. Es un coche ideal para una mujer sola, le habían dicho. Chico, maniobrable, confiable y, sobre todo, fácil de estacionar.

Arranca y toma por la avenida Lacroze. De allí a Libertador y en pocos minutos a la casa de Pablo.

—No me gusta mezclar las cosas —vuelve a pensar.

Pero a veces no es tan fácil.