VI
Rasseri entra en la habitación. Está ansioso y no puede ocultar su preocupación. Después del pedido de Pablo no había podido pensar en otra cosa y, si bien casi de inmediato tomó la decisión de quitar las medicaciones que mantenían dormido a Javier, no pegó un ojo en toda la noche. No está del todo convencido de haber hecho lo correcto. ¿Cuál será la reacción de Javier al volver a tomar contacto con la realidad? Además, mientras estuviera en ese estado podía mantenerlo dentro de la clínica y protegerlo. Es cierto que no puede dejarlo dormido toda la vida, pero ¿qué pasará cuando despierte?
Le preocupa pensar que el fiscal pueda pedir su reclusión en una cárcel común hasta que el juicio termine. No puede permitir que eso ocurra. Y no va a hacerlo. Por eso habló con Pablo y le hizo prometer que nadie va a enterarse del cambio en el estado de su paciente. Sería un secreto entre ellos, de otra manera, no le permitirá hablar con él.
Guardaba cierta esperanza en que Paula se negara a dar su autorización. Eso le habría ahorrado tener que ser el que tomara la decisión final. Pero la joven, después de haberlo pensado apenas unos minutos, había dado su consentimiento. Es evidente que confía mucho en Pablo y, le guste o no, es la tutora de Javier. De todos modos, ella le había dejado bien en claro que no haría nada que él considerara perjudicial para su hermano. Por eso, lo que más lo atormentó durante sus horas de insomnio fue buscar el motivo por el cual aceptó la propuesta.
«El licenciado Rouviot quiere llegar a la verdad. Los analistas y su puta costumbre de ir detrás de la verdad», piensa el psiquiatra. Como si eso fuera posible. Como si hubiera una única verdad.
Pero lo cierto es que Pablo le cae bien. Cualquier otro podría haberse aprovechado de la situación de estos chicos millonarios en problemas, demostrar fácilmente que Javier no podía estar en una prisión común y haberse llevado una buena cantidad de dinero al bolsillo. Pero Pablo actuó de manera muy distinta, y eso a él no le resulta indiferente.
Rasseri conoce a la familia hace muchísimo tiempo y sabe que no han sido muchas las personas que se acercaron a ellos con la intención sincera de ayudarlos. El rechazo, cuando no el miedo que generaba Roberto Vanussi, había expulsado a todo aquel que hubiera querido entrar en contacto con Victoria, su esposa, o con sus hijos.
Victoria Peña. Jamás entendió cómo alguien como ella se había involucrado con un tipo como Vanussi. Era una mujer dulce y hermosa. De hecho, todo lo bueno que sus hijos tienen, desde la belleza y los talentos a los valores, provienen de ella. No tiene ninguna duda de eso.
Victoria era dueña de una gran sensibilidad artística y una enorme firmeza para ocuparse de sus hijos, educarlos y protegerlos lo más que pudo del entorno siniestro de su padre. Hasta que las fuerzas la abandonaron. Él recuerda aquella época. Su mirada fue perdiendo poco a poco el brillo que tenía y su belleza, aunque nunca la abandonó por completo, empezó a marchitarse ante la aparición de los signos de un cáncer que la consumiría en pocos meses.
Debido al contacto profesional permanente, había llegado a convertirse en su amigo o, al menos, en una persona en la cual confiaba plenamente. Por eso, la última vez que se vieron, Victoria le pidió que no abandonara a sus hijos. Sabía que le quedaba poco tiempo y la aterraba pensar que Paula, Javier y Camila, que era apenas una nena, quedaran al cuidado absoluto de Roberto.
Él tomó ese pedido como un compromiso y siempre intentó cuidar de esos chicos en la medida en la que le fue posible. No ha sido una tarea fácil. Y no porque Vanussi se hubiera opuesto, ya que él ni siquiera se enteraba demasiado de lo que ocurría con sus hijos, sino porque cada uno se refugió en un mundo. Las mujeres en la pasión por el arte y el estudio que heredaron de su madre, y Javier… Javier no había tenido tanta suerte y, en cambio, había inventado una realidad alternativa en la cual se escondía cada tanto. Una realidad construida con delirios y alucinaciones.
Y ha pagado un precio enorme por esta manera enferma de protegerse. Pero, para algunas personas, la locura resulta ser el único refugio posible.
Inmerso en estos pensamientos se acerca a la cama y se dirige al médico de guardia.
—¿Cómo ha pasado la noche?
—Bastante bien, doctor. Por momentos, incluso, pareció recobrar un poco la conciencia. Pero sólo fueron ráfagas. Enseguida volvió a dormirse. —Rasseri asiente—. Doctor, ¿puedo preguntar por qué decidió esta variación en el tratamiento?
—No, no puede.
—Disculpe, no quise parecer insolente.
—Tranquilícese, no lo fue. Déjeme solo con él, por favor.
—Como usted diga, doctor. Con permiso.
El médico se retira maldiciendo el momento en el que se le ocurrió hacer esa pregunta. Rasseri acerca una silla y se sienta al lado de Javier. Intenta actuar de manera profesional, pero advierte que está conmocionado.
Sabe que a Javier la realidad va a caerle encima en cualquier momento. No va a ser algo agradable y quiere estar cerca. Después de todo ha sido su decisión.
Siente el impulso de darle un abrazo, de protegerlo, pero todo lo que ocurre en esa habitación está siendo filmado y no le interesa en lo más mínimo que sus emociones privadas se vuelvan algo público.
Toma la carpeta en la que se registran con intervalos de una hora los cambios que los aparatos van registrando en el paciente. Por lo que ve, no falta mucho para que abra los ojos y deba enfrentar la realidad. Al pensar en eso lo invade una oleada de angustia. ¿Habrá tomado la decisión correcta?
No está seguro. Pero ya hace tiempo que ha aprendido a convivir con el hecho de que no puede estar seguro de todo.
Lo mira una vez más y le toma la mano a modo de íntimo saludo y un escalofrío lo recorre. No puede haber error. Los dedos de Javier se han cerrado en torno a los suyos. Mira sus ojos y comprueba el movimiento reflejo que da cuenta de que las drogas han dejado de actuar. Ya falta muy poco para que despierte.
—¿Qué hice? —se pregunta con pesar.
Como respuesta a esa pregunta, Javier presiona un poco más su mano.
—Bienvenido, Javier —susurra casi para sí mismo—. Bienvenido otra vez a este mundo de mierda.