XVIII
Media hora después, mientras la comida llega y el vino es probado en una parrilla del centro, en la Clínica Ferro un enfermero entra en la habitación de Javier Vanussi y cambia la bolsa del suero que aún está por la mitad. La orden de Rasseri fue la de suspender algunas de las drogas que se le estaban administrando. El hombre hace mucho que trabaja en la clínica y tiene la experiencia necesaria con psicofármacos como para saber que, sin esas drogas, Javier va a despertar en cualquier momento. No entiende el porqué de esa orden, menos a esa hora de la noche y dada por teléfono, pero él no está para cuestionar a los médicos sino para cumplir sus indicaciones.
No lejos de allí, Paula da vueltas en la cama y se pregunta si el licenciado Rouviot aceptará o no el encargo que le ha hecho. No está segura de haber hecho bien al involucrarlo en esta historia, pero la idea de que Javier pudiera ir a parar a un lugar lleno de asesinos, ladrones y violadores era demasiado angustiante para ella.
Mientras tanto, en otra cama, otra mujer, rubia y hermosa piensa en el inesperado día que ha vivido. Sus pensamientos la llevan al recuerdo de esa tarde y le parece sentir aún dentro de sí los movimientos del hombre con el que tuvo sexo.
Con la luz apagada, toma a tientas los lentes que descansan en la mesa de luz y se los coloca con una sonrisa. Cierra los ojos y, casi involuntariamente, su mano desciende hasta la entrepierna. Segundos después empieza a jadear suavemente y sus caderas comienzan a moverse. Se pregunta si volverá a estar con él otra vez, pero este pensamiento dura apenas un segundo, luego el deseo se apodera de ella y ya no piensa en el después. Sólo están ella, su pasión y el hombre que la recorre en su fantasía.
A kilómetros de allí, Bermúdez fuma un cigarrillo en la mesa solitaria de su casa. Su mujer se fue a dormir hace rato y su hijo tal vez no vuelva esta noche. La chica de veintiséis años violada y asesinada le pide, desde algún lugar, que no la olvide. ¿Tendrá razón el psicólogo… habrá una mujer detrás de este asunto? Su mirada se pierde en una mancha que hay en la pared y, sin darse cuenta, enciende un nuevo cigarrillo aún antes de apagar el otro. Está fumando demasiado, es cierto. Pero esta noche no importa —piensa mientras se dirige al cuarto a acostarse—. Hoy ha sido un día difícil.
En su casa, Fernando cierra el libro que en vano ha intentado leer y acaricia el pelo de Helena mientras ella descansa ajena a las tensiones de su esposo. Pablo lo ha mezclado en una historia con la cual no quiere saber nada, y algo le dice que esta implicancia no va a ser sin consecuencias. Vuelve a mirar a su mujer. Verla dormir, invariablemente le produce una profunda sensación de paz, pero no esta vez. Siempre hay excepciones.
Entretanto, en un oscuro rincón de la morgue, el cuerpo carcomido y descompuesto de Roberto Vanussi intenta decir algo. Algo que nadie parece querer escuchar.
En ese mismo momento, apenas iluminada por la luz tenue de la luna que se filtra a través de la ventana de su cuarto, una nena duerme plácidamente. Su cara denota una profunda calma. En su estudio, a unos metros de allí, un violín descansa sobre su escritorio y en el atril el concierto en Mi menor de Mendelssohn la está esperando.
Una hora después, en el restaurante, los amigos vacían el contenido de la segunda botella de vino en sus copas. Ahora están más relajados y José siente que ha llegado el momento de hacer algunas preguntas.