CAPÍTULO 12
—¿Ir a Europa? No sé, es tan lejos, tan costoso… —a Visitación la propuesta le daba miedo.
—Es por un tiempo, quiero que te conozca mi familia y que vos los conozcas a ellos.
—Pero, ¿cómo haríamos con los campos?
—Arandú, Lorenzo o algunos de los muchachos podrían quedar a cargo. Por favor —rogó Salvador.
—Está bien.
—A Manuela le encantará la idea y a Panchito también. Además, doña Beatriz puede acompañarnos y de paso ir a visitar a Felicitas.
—Sí, sólo que pienso en Lucio…
—Lucio es un hombre de Dios. Su camino siempre va a ser paralelo al tuyo. Hay que aceptarlo, Visitación.
Ella bajó la cabeza con resignación. Era una mujer creyente, pero en el fondo sentía que Dios le había quitado una parte de su hijo.
Salvador rodeó su cintura con dulzura. Luego le sugirió algo que venía pensando hace tiempo:
—Casémonos para las fiestas. Las bodas de Regina y Milagros se van a atrasar y no hay razón para que esperemos. Aprovechemos el reencuentro con la familia y de paso celebramos nuestra unión.
—Está bien —aceptó, emocionada.
Era ya la medianoche, sus cuerpos se cubrían con una sábana liviana. Allí, en esa intimidad que solían compartir casi en secreto en el cuarto de Visitación, él volvió a poseerla. Su roce era un viento caliente transitando las llanuras de su vientre, las mesetas de sus nalgas, la espesura de sus senos.
* * *
Milagros y Lorenzo habían decidido aprovechar el calor de la siesta y se habían escapado a la laguna. Se habían metido en el agua y jugueteaban, escabulléndose y salpicándose. Ella, con una enagua de lino y con el corazoncito de madera colgado del cuello, y él con el torso al aire y sólo cubierto con unos pantalones livianos.
—¿Qué te dijo Peter? —a Milagros le generaba mucha curiosidad lo que había ocurrido en ese encuentro, más allá del ataque de Onofre.
—Que te cuidara, que te protegiera… También me dijo que me habías defendido cuando él me trató de bruto.
Milagros recordó esa escena y sonrió con emoción. Él se enamoró una vez más de esa boca, de esos ojos verdes, de ese cuerpo pequeño y armónico, de esa tez oscura que resplandecía bajo el sol y la humedad.
Como un autómata la llevó hasta una roca, donde el agua les llegaba hasta la cintura y empezó a lamerle el cuello, los pechos, los hombros. Ella gimió envuelta en el paroxismo. Quedaron desnudos, y se amaron de pie, impregnados por la laguna, como si fuera la primera vez.
* * *
—¿Y? ¿Qué respondió don Cosme? —Regina estaba ansiosa.
—Que en enero ya puedo empezar a trabajar con él, la paga va a ser buena. Además parece ser que Salvador y Visitación se quieren ir un tiempo a Europa, así que tal vez los ayude con algunas cosas en Yapeyú. Vamos a estar bien, mi panambí… Los tres —agregó aquello acariciándole el vientre que ya sobresalía.
—Piedad me dijo que podemos acondicionar el rancho que está cerca de la casa para vivir ahí los tres, tranquilos.
—Yo voy a pagarle…
—No, es un regalo que me hace. Mejor ocupá esas monedas para adecuarla un poco, el verano va a pasar rápido y este niño ya va a andar naciendo.
—Niña, va a ser niña —vaticinó Arandú.
Era demasiada la dicha, él que poco y nada tenía en la vida, ahora tenía una mujer hermosa, un trabajo, un rancho, una familia… Estaba tendido sobre las piernas de Regina y ella acariciaba su cabello oscuro y lacio con dulzura. No pudo evitar la tentación de besarle a panza, de rodear con fuerza su cintura.
—¿Cómo una mujer tan bonita pudo enamorarse de un hombre como yo? —preguntó al aire, más para sí que para Regina.
—Porque las mujeres bonitas se enamoran de los hombres cuya hermosura va mucho más allá de lo que se ve. Me enamoré de cada parte de tu cuerpo, pero también de tus maneras, de tus pensamientos, de tu nobleza… Me enamoré de vos, Arandú, por primera vez y para siempre.
—Siempre vamos a estar juntos, nada va a separarnos.
—Nada —afirmó ella.
La respuesta sonó a profecía.