CAPÍTULO 1
Visitación había ido a visitar a Felicitas a una pequeña casa que habían rentado a unas pocas cuadras de la suya. Estaban tomando el té, hablando de nimiedades, hasta que su cuñada le consultó sobre algo que la tenía bastante preocupada.
—¿Cómo ves a tu sobrina? ¿Te parece que está contenta con el compromiso?
—Yo creo que sí, lo que pasa es que esa niña siempre ha sido un poco callada, inexpresiva te diría.
—Tan distinta de su madre, ¿no?
—Bueno, su vida no ha sido fácil. Creció sin el padre, Lucía murió tan joven… Pero es una buena chica, va a ser una gran esposa para Peter —dijo eso para tranquilizar a la otra, aunque en los últimos días había visto a su sobrina muy apagada, y temía que la relación no llegara a buen puerto. Sin embargo, evitó esos comentarios por cariño y por respeto.
—Yo la veía bastante animada hasta el día del compromiso —Felicitas era demasiado perspicaz para que ciertas cosas le pasaran inadvertidas.
—Se habrá asustado un poco… —Visitación intuía que estaban entrando en un terreno ríspido.
—Eso no era susto, era otra cosa —Felicitas remarcó aquello con intención.
Visitación se puso en guardia:
—¿Qué querés decir?
—Que desde que apareció Lorenzo en la fiesta a ella le cambió el rostro —Ambas se miraban fijamente—. Yo sé que son tus sobrinos y les tengo un gran aprecio, pero quiero que hables con ella, Visitación, no voy a permitir que lastime a mi hijo. Él es muy noble, muy leal, y no se merece algo así.
—No te entiendo —Visitación no sabía si molestarse o hacerse la desentendida.
—Está claro como el agua. ¿Qué relación los une con Lorenzo? Porque no se miraban ni como familia, ni como primos, ni como nada parecido. Allí había otra cosa.
—Está bien, voy a hablar con ella —optó por ser sincera—. Pero si decide seguir con el compromiso y la boda, te pido que no dudes de Milagros. Es una buena muchacha.
—Yo también era buena, y me entregué a los brazos de un hombre que todavía estaba casado con otra. Buenos o malos, las tentaciones son peligrosas para todos. No quiero ofenderte, pero es así.
—Sí, algo de razón tenés. Prometo hablarlo con ella.
—Gracias —Felicitas se levantó a buscar unas galletas, al regresar cambió bruscamente de tema y le preguntó—: ¿No vas a contarme nada?
—¿De qué? —Visitación intuía por dónde iba la consulta.
—¿Cómo de qué…? No soy fácil de engañar. ¿Qué pasa con el tal Azcuénaga, bah, el que ahora me dijo mi madre que es Baltazares?
—¿Te contó algo Beatriz?
—Algo… No mucho. Y me dolió que ella lo supiera antes que yo.
—Es que me avergüenza.
—A mí, en cambio, me alegra. No quiero que te quedes sola, sos todavía una mujer joven.
Las dos se miraron con cariño fraternal, y Visitación comenzó con las confidencias.
* * *
Caminaban por la plaza principal, era una mañana soleada y cálida. Hasta el momento sólo habían hablado de cosas menores, hasta que Peter sacó el tema que lo tenía inquieto.
—Desde la noche del compromiso estás como ausente de todo.
Milagros no sabía qué responder. La verdad podía ser dura, pero la mentira era peor.
—No te voy a negar que en la noche del compromiso la llegada de Lorenzo me desconcertó un poco.
—¡Sabía que era eso!
—No ocurrió nada entre nosotros, si es lo que te preocupa.
—No, lo que me preocupa es que te veo desinteresada, desconcertada. La pregunta es simple: ¿seguimos adelante o no?
Milagros sentía que estaba frente a dos caminos posibles y debía elegir. En uno había estabilidad, amor, paz. En el otro… ¡tantas cosas!
—La pregunta es simple; por ende, la respuesta también —Peter estaba nervioso.
—Sí —No supo si aquel sí era un peso que sumaba o un peso que se quitaba.
—No estás convencida…
—Sí lo estoy.
—No lo estás. Se te nota en la manera de decirlo, en tu voz, en tus ojos.
—Si vos querés romper el compromiso, estás en todo tu derecho. Yo no me voy a enojar ni mucho menos hacer un escándalo.
—Yo no voy a romper el compromiso porque no soy el que tiene dudas.
—Yo tampoco tengo dudas —Milagros fue firme.
Él apaciguó su malestar y rozó sus manos con ternura.
—Vamos a hacer algo. Tengo que viajar a Buenos Aires con mi padre. Estaré un mes fuera. Por ahora sigamos con el compromiso; a mi regreso, si todo sigue igual, pondremos la fecha para la boda.
—Pensé que nos casaríamos antes de las fiestas.
—A mí no me interesan los tiempos, lo que me interesa es que estés convencida.
—Lo estoy —replicó ella.
—Entonces, mes más o mes menos no modificarán demasiado nuestros sentimientos.
Milagros asintió con la cabeza, aunque no estaba segura de que retrasar la boda fuera la mejor de las ideas.
—Me gustaría que después de casarnos hiciéramos un viaje a Europa, así conoces mi tierra —Peter ya estaba más relajado y llevaba del brazo a Mili.
—¿A Europa? —Le pareció tan lejos… ¿Qué haría ella del otro lado del océano? Ni siquiera entendía el idioma.
—Ya vas a ver que te va a gustar y mucho.
Siguieron caminando, y mientras él hablaba de los proyectos que tenía con su padre, del viaje a Buenos Aires y de algunas otras cosas más, Milagros intuyó que la distancia representaba una prueba más que sortear.
* * *
Salvador percibía que Manuela se mostraba irritada ante su presencia. Visitación había hablado con ella sobre la relación que los unía y era evidente que ese hecho le molestaba.
Esa tarde la niña estaba con Panchito en el primer patio. Ella le explicaba cómo dibujar el limonero y él la escuchaba con atención. Los unía una linda relación, ambos se querían y les gustaba compartir el tiempo. Salvador disfrutaba de verlos juntos; de alguna manera, cada uno recuperaba en ese vínculo la ausencia del hermano perdido, uno a causa de la muerte y la otra como consecuencia de la distancia que imponía la vida religiosa.
Se acercó lentamente y en cuanto percibió que la niña se disponía a marcharse, se dirigió a ella:
—Manuela, me gustaría que habláramos.
Ella estaba por eludirlo, pero no quería faltarle el respeto; a fin de cuentas, le había salvado la vida aquella vez, durante la crecida del río.
—Creo que estás enojada conmigo por lo que te contó tu madre, ¿es así?
—No estoy enojada; además, yo debo respetar sus decisiones.
Salvador había podido conocer en ese tiempo a la muchachita. Manuela no era de las que aceptaba decisiones de otros así como así, simplemente lo decía para dejar cerrado el tema. Por eso, él obvió la respuesta y le aclaró:
—Quiero que sepas que no quiero ocupar el lugar de tu padre.
—Mi padre es irreemplazable para mí, ni falta hace que lo aclare —ya empezaba a despuntar el genio de Manuela.
—Tampoco puedo pedirte que me aprecies, si hay algo que no se puede exigir es el cariño.
Manuela no respondió a eso, lo miró fijo como confirmándole que lo de su cariño tampoco era negociable.
—Tal vez no sea tan valiente ni bueno como tu padre… pero quiero a tu madre, la quiero de verdad —viendo que aun con esos halagos hacia Gustavo ella no reaccionaba, decidió tocar una fibra más íntima—: Manuela, eres una muchachita hermosa e inteligente. En pocos años los jovencitos vendrán como moscas a pedir tu mano, y seguramente alguno llegará a tu corazón. Te vas a marchar de la casa y hasta me animo a aventurar que te irás lejos, tienes el encanto propio de esas mujeres que se lucen en los salones europeos.
—¿Cómo lo sabe? —Había dado en el lugar justo.
—Porque mi madre de joven era así, y mi hermana también se te parece. Ahora reparten su tiempo entre Portugal y España.
A Manuela tal vez no le caía Salvador como futuro marido de su madre, pero la familia de Salvador ya empezaba a agradarle.
—¿A qué viene todo eso? —consultó la niña.
—A que tu madre ha vivido para vos y para tu hermano. Él está decidido a tomar los votos, y vos en unos años seguramente vas a casarte. ¿Quieres de verdad que se quede sola, sin nadie que la quiera, que la cuide?
Ella no había pensado en eso. Se mantuvo callada y seria, y tras unos minutos de mutismo expresó:
—Lo único que le pido es que no le haga daño, ni la engañe. Mi madre es una mujer de poco carácter.
—En eso estás equivocada. Ella es fuerte y sabe elegir bien.
Manuela hizo un gesto de duda. Dio por finalizada la charla y se dispuso a regresar junto a Panchito.
Salvador le dijo:
—Gracias por ser tan buena con él.
—Lo quiero, siempre quise tener un hermano pequeño.
Los dos sonrieron.
Cuando regresó junto al niño, éste le consultó:
—¿Qué quería mi papá?
—Quería contarme que va a casarse con mi mamá.
—Ah, sí. Ya me lo había dicho. ¿Te molesta? —el pequeño era avispado.
—Un poco, me da miedo que mi mamá se olvide de mi papá.
—Eso no va a ocurrir. Yo siento que vos sos como mi hermana, y no por eso me olvido de Manolo.
Manuela acarició la cabeza del pequeño con dulzura.
* * *
—Venía a despedirme, mañana a primera hora regreso al Paraguay —María se sentía un poco intimidada. No era común que una señorita de buena familia buscara a un simple peón para despedirse.
Tomás, que andaba como alma en pena desde el día en que se había enterado de que ella regresaba con su madre, no pudo ocultar su pesar al verla allí, tan bella, tan tierna, diciendo un adiós con el que estaba convencido de que la perdería.
—Que tenga un buen regreso, señorita… y ojalá nos veamos pronto —No quería que se le notara el calor que le producía ese encuentro.
—Me gustaría quedarme más tiempo, pero mi madre insiste en que vuelva. A ella no le gusta el campo.
—¿Y a usted? —La pregunta estaba cargada de intención. No se atrevieron a mirarse. Ella con la vista en el horizonte, él con los ojos puestos en sus labores.
—Me gusta y mucho, pero tengo allá compromisos sociales que cumplir.
—Imagino que los jóvenes asunceños la estarán esperando para deleitarse con su belleza.
Ella sonrió, y él le correspondió de igual manera.
—¿Qué quiere saber? ¿Si tengo algún prometido?
—No me corresponde preguntar eso —Tomás ya había empezado a perder la vergüenza.
—Bueno, le corresponda o no, se lo respondo: no estoy comprometida y además no me gustan los señoritos copetudos, con ínfulas y esas cosas. Prefiero a los hombres como mi padre, más rudos, de trabajo… —María era directa, en eso también se parecía a don Cosme.
La respuesta de María lo alentó, así que tomó coraje, se acercó más de lo necesario y prometió con firmeza:
—Prometo esperarla. Si después de disfrutar de los encantos de Asunción, siente que el campo y los hombres criados entre ganado y cosecha siguen siendo de su interés, ya sabe dónde buscarme —Quiso besarla pero no tuvo el coraje para tanto. Simplemente tomó sus manos, las rozó con dulzura, y le recalcó—: Deseo que vuelva pronto.
Se alejó antes de que ella agregara algo más.
* * *
Visitación había ido al convento a visitar a Lucio. Juntando coraje y venciendo el pudor, le contó lo de Salvador. Su hijo, aunque al principio se sorprendió, luego se mostró comprensivo con su madre. Eso la tranquilizó, necesitaba la aceptación de Lucio.
Durante el regreso se sintió una mujer nueva, diferente. En esas calles en las que alguna vez había transitado del brazo de Gustavo, hoy caminaba otra Visitación. Una que volvía a amar, que volvía a entregarse, que volvía a sentir… No experimentó nostalgia por lo perdido, sino que la invadió un gozo muy profundo por lo que le deparaba el destino. “El destino”, suspiró. Ese que tantas veces le había negado la felicidad completa y que ahora, en la madurez de la vida, se la entregaba sin pedir nada a cambio.