CAPÍTULO 7
A Piedad le dio ternura verlos llegar. Esa pareja, caminando con esfuerzo por el barro ñahú que había dejado las lluvias, era un símbolo de la resistencia y el amor.
Regina bajó de la carreta que los traía con la alegría impresa en la mirada. Por fin en su casa, en su tierra, en ese lugar tan suyo donde siempre se sentía en paz y protegida. Piedad la esperó y en cuanto la tuvo al frente, no le dio tiempo a que se inclinara a saludarla, besó su vientre con devoción.
Arandú se quedó atrás, conmovido ante la escena. Era evidente que su mujer había extrañado; sin embargo, jamás se había quejado ni sugerido volver.
—Me alegro de que estén aquí —manifestó Piedad. Detrás salió Sole haciendo toda clase de aspavientos, entusiasmada con el retorno de la muchacha.
Al ingresar a la casa, Arandú tomó la palabra.
—La he traído de regreso porque Bella Unión ha dejado de ser un sitio seguro. Quiero preservarlos a ella y al niño de cualquier peligro.
—Me parece bien, Arandú —asintió Piedad.
—De todas maneras, quiero que sepa que yo me haré cargo de mantenerla, ahora he traído un dinero…
—Tranquilo, muchacho, no se preocupe por eso, más vale dedíquese a resolver lo del trabajo con don Cosme. Cuéntele lo de la situación en Bella Unión, lo del hijo que espera y es probable que él pueda conchabarlo algo antes —sugirió la mujer.
—Sí, de seguro será así, pero yo tengo que regresar a Bella Unión unos días, quiero ver qué hago con mi familia de allá.
—¿Y para cuándo el casorio? —preguntó Soledad con tono imperativo.
—Yo sé que no van a estar del todo de acuerdo, pero prefiero que se arreglen los problemas en Bella Unión, que Arandú pueda instalarse acá y después nos casamos —explicó Regina.
—Es decir que el gurí ya va a andar correteando cuando reciban el santo sacramento —Sole ya empezaba a regañarlos.
—Para mí, es lo mejor. Estoy casi de cinco meses, tengo un buen embarazo y de seguro tendré un buen parto y un niño fuerte. Además, hay que ver cuándo pasa un cura por estos lados…
—A eso último lo podríamos solucionar, está la posibilidad de pedirle al fray de Mandisoví que venga —rebatió Piedad.
—En esta familia todos han hecho las cosas al revés, así que mejor ni me meto, pero sólo voy a decirles que no estoy de acuerdo.
—Pero, Sole, no cambia nada… —replicó Regina.
—No, señorita, sí cambia —objetó con vehemencia.
—Basta ya —se impuso Piedad—. Yo estoy más del lado de Soledad, pero en vista de que Milagros va a casarse muy pronto y estamos todos con eso, tal vez no sea mala idea esperar.
—Bué… Otro tema el de la Milagros. Yo no digo nada, pero así como van las cosas esa otra tampoco se va a casar.
—“Yo no digo esto”, “yo no digo aquello”, pero desde que hemos empezado esta charla no has parado de decir —dijo Piedad burlándose.
—Quiero que sepan que mi promesa está intacta —manifestó Arandú.
—Bueno, siendo así no hay más que decir. Usted vaya a buscarse un sitio en las afueras de la casa, no está bien que convivan bajo el mismo techo.
—Claro, muy oportuno venir ahora con lo que está bien y lo que no… Como si nadie notara la sandía que lleva por panza esta otra —Soledad movía la cabeza de un lado a otro en señal de desaprobación.
Todos se rieron de las ocurrencias de la morena, hasta Arandú esbozó una sonrisa. Finalmente, Piedad le dijo a Regina:
—Vos andá a tu cuarto, preparate un buen baño y descansá. El cuerpo te ha respondido hasta ahora, pero no es cuestión de abusar.
Cuando la pareja dejó la sala, Piedad consultó a Sole:
—No te gusta la situación de Regina.
—No me gusta que haya elegido al indio. Bonita como es podría haber tenido todo, hasta un hombre rico.
—Tiene lo que quiere, lo que ama, y Arandú es un buen hombre.
—Sí, pero también pobre y lleno de problemas —resignada resopló—. Bah…, para qué seguir dándole vueltas al tema, si éstos ya van a tener un crío.
—Vamos, Sole, no seas dura. Ellos se aman.
—Ojalá que el amor sea suficiente para evitarle todo mal a mi Reginita.
* * *
Poco y nada hablaron en el camino de regreso. Milagros le pidió a Lorenzo discreción, no quería que entre ellos se hicieran visibles los gestos amorosos hasta que se lo comunicara a Peter, consideraba que debía respetarlo hasta que el compromiso se rompiera. Lorenzo, de mal modo, lo aceptó. De todas maneras, como Visitación y Salvador sabían lo que habían resuelto, cada tanto se permitían una caricia, una mirada cómplice.
Al arribar a Loreto se encontraron con Regina y Arandú, y el reencuentro generó un clima eufórico. Los hombres hablando de sus proyectos y las mujeres de la casa embriagadas por el regocijo que se respiraba en todos lados.
Visitación y Salvador habían programado el retorno a Corrientes para el día siguiente. Milagros no había encontrado el coraje ni el momento de contarle a Piedad sus futuros planes; por eso, aprovechando que esa tarde ella estaba en la cocina pelando unas gallinas con Soledad, se dispuso a hablar.
—Ya que las dos están aquí, quiero que sepan que he decidido romper el compromiso con Peter.
Soledad tiró el animal descogotado sobre la mesada, mientras que su tía la miró sin decir una palabra.
—Ya lo había predicho yo, eso no anduvo nunca… —a Soledad la noticia no la sorprendía.
—¿Qué te ha llevado a tomar una decisión así? —consultó Piedad, quien necesitaba entender qué más había detrás de esa ruptura.
—Amo a otro —confesó Milagros con las mejillas ruborizadas y la vista clavada en el piso.
—Ahora entiendo la alegría de Lorenzo, hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento —Piedad no necesitaba preguntar de quién se trataba.
Luego extendió sus manos a su sobrina, ésta se las tomó esperando que su tía le dijera algo tranquilizador.
—Milagros, creo que has decidido correctamente, no voy a negarte que al principio tenía ciertas reservas con respecto a esta relación: crecieron como hermanos, bajo el mismo techo… Pero sé que nadie en el mundo te va a amar y cuidar como él. Lo hizo desde que era un niño, y tengo la certeza de que tus padres, desde el cielo, bendicen este vínculo.
—Gracias, tía.
—¿Y vos no vas a decir nada? —consultó Milagros a Sole.
—Yo siempre estuve del lado de este amor, así que venga un abrazo, mi niña. Van a ser muy felices siempre y cuando lo tengas cortito a ese loco del Lorenzo —la morena estrujó a la muchacha entre sonrisas.
Tomando conciencia de la situación, Piedad no tardó en ordenar:
—Vas a viajar a Corrientes y a enfrentar a Peter para explicarle todo personalmente.
—No sabía si viajar o simplemente enviarle una carta con Visitación —expresó Milagros, dubitativa.
—Claro que no, vas a decírselo en la cara. Es lo que corresponde, él no se merece un desaire así.
—No sé cómo le va a caer a Lorenzo la idea…
—Que se deje de niñerías, ¿le quita la novia al otro y encima se pone en antojadizo? Cualquier cosa, lo mandás a hablar conmigo.
* * *
—¿Por qué tenés que viajar a Corrientes y encontrarte con él a solas? —Lorenzo no preguntaba, gritaba colérico.
—¡Ya te lo expliqué mil veces! Me lo pidió Piedad.
—Con una carta estaría bien, ¿o es que ya te arrepentiste?
Milagros estaba a punto de responderle, pero en ese momento Piedad apareció en la sala y le solicitó que los dejara solos. Cuando Milagros se fue, ella le preguntó con tono firme:
—¿Para eso querés casarte con ella? ¿Para desconfiar? ¿Para obligarla a que haga lo que vos deseás? —le consultó de mal modo.
—Ahora es mi prometida, y no quiero que se encuentre con ese irlandés a solas.
—No, querido mío. De momento, el irlandés es su prometido.
—Estás de su lado.
—No. Estás muy equivocado —Piedad quería reprenderlo, pero prefirió hablarle con cariño—. Hijo, no podés comportarte de esa manera. Milagros te ha amado siempre, pero esa actitud impulsiva e imperativa que tenés fue lo que la alejó de vos. A veces creo que te tiene miedo… ¿Sabés que vas a lograr con esas reacciones? Que empiece a mentirte, a ocultarte cosas para que no te enojes.
—En Bella Unión la abuela de Arandú me dijo algo parecido… —Lorenzo sonó compungido.
—Entonces, escuchá la voz de los viejos, de los sabios, de los que te queremos bien. Ella tiene que decirle a Peter la verdad personalmente, él se lo merece.
—Me carcomen los celos.
—No seas tonto, te eligió a vos y no sólo ahora, sino siempre. ¿Sabés cuándo ella aceptó a Peter? Cuando vos estabas por casarte con otra. Vamos, hijo, ya es hora de que te comportes como un hombre.
—Tenés razón, madre —bajó la cabeza, como un niño avergonzado.
—Andá a hablar con Mili. Se ha quedado mal, la pobre.
* * *
Caía la tarde y la encontró sentada bajo el árbol, pensativa, mirando la nada.
Se ubicó a su lado, y viendo que ella no estaba dispuesta a hablar, empezó a hacerlo él.
—Perdón, Ñasaindy, son los celos.
—Tonto, como si se me pasara por la cabeza pensar en algún otro —ella le sonrió con la intención de pacificar la situación.
—Soy un tonto, eso es verdad.
—No te pongas mal, en parte te entiendo.
—Tenés que viajar a Corrientes, yo no puedo acompañarte porque…
—No, mejor. Prefiero hacerlo sola, y además no quiero más peleas entre ustedes.
Se quedaron en silencio percibiendo el aroma a tierra húmeda y a flores. De fondo se escuchaban las cigarras. Anochecía.
—Me parece mentira que al final vamos a poder amarnos en paz —dijo Lorenzo con emoción.
—Amar nos amamos siempre —Milagros recostó su cabeza en el hombro de Lorenzo—. ¿Será que ya estaba escrito así en las estrellas?
—Yo digo que sí… Todavía me acuerdo de cuando estaba en el convento y las monjas nos dijeron que te ibas a quedar con nosotros.
—¿Te acordás de eso? —consultó ella, incrédula.
—Sí. Me acuerdo de todo cuando era chico.
—¿Y de qué más te acordás? ¿Cómo era yo?
—De tus ojos me acuerdo… Los vi y me llenaron el corazón. Yo que siempre me sentí solo, de pronto no sentí más eso porque estabas vos. Supe que siempre ibas a estar a mi lado.
Ella le sonrió con dulzura.
—¿Y vos? ¿Qué es lo primero que recordás de mí? —consultó Lorenzo.
—No sé, se me mezclan las cosas. Pero hay algo que me quedó marcado, cuando esa vez en Santo Tomé se me apareció el yaguareté… Yo quedé aterrada. No sé en qué momento llegaste con un palo y lo espantaste. Ahí supe que teniéndote cerca ya no debía temer a nada ni a nadie.
—Entonces sí es verdad, Ñasaindy, estaba escrito en las estrellas.
Se quedaron juntos, en silencio.
La noche los encontró abrazados, como cuando pequeños, venciendo con su profundo amor la orfandad y el miedo.