CAPÍTULO 9

Onofre estaba indignado. Días atrás Lorenzo había llegado hasta el puesto, envalentonado. Fue a reclamarle sobre aquella vez que anduvo en su casa a la noche, y en tono amenazante le dijo que no quería verlo nunca más cerca de los suyos, menos aún de las mujeres de la casa. “Si tiene algo que arreglar, lo hace conmigo, como corresponde a un hombre”, le remarcó.

Ese muchacho le caía mal. Siempre estaba interfiriendo en sus planes. Y lo peor era que siempre salía victorioso. También le caía mal el amigo indio, y los hermanos, y su madre, y las dos jovencitas esas que no se amedrentaban y que tenían la osadía de contar todo lo que ocurría.

Regina le quitaba el sueño, se la imaginaba desnuda haciéndole tantas cosas… Pero la muy bandida se le escapaba. Lo rechazaba, y lo peor era que así como a él se le resistía, era toda dulzura para con el mugroso guaraní.

Sentía que esa familia se burlaba de su autoridad, le faltaba el respeto y hasta lo desafiaba.

En ese momento entró Eufrasio, un muchacho joven que trabajaba para él.

—Ya están aquí los hombres que pidió —le anunció.

—Hágalos pasar.

Eran cinco, mixtura de indio y criollo. Eran de los que iban de pueblo en pueblo buscando lo que fuera para sobrevivir. Bandoleros, asesinos, ladronzuelos, se adaptaban con facilidad a todo lo que fuera indebido pero bien pago.

“Esto es lo que estoy necesitando”, pensó Onofre.

* * *

Milagros amaneció deprimida. Visitación y Regina habían viajado a Loreto para asistir a la boda de Lorenzo. Sin ellas se sentía sola.

Con Manuela no congeniaban demasiado. La niña era imperativa, extremadamente preguntona y la hostigaba con extensos cuestionarios que no eran del todo adecuados para una muchachita de su edad. En cambio, disfrutaba de estar con Panchito, ambos eran silenciosos, de los que encubrían las penas en lo más profundo de su ser.

A medida que se acercaba “el día”, Milagros se empeñaba en mantener la cabeza ocupada haciendo múltiples actividades en la casa. Doña Beatriz la encontró esa mañana amasando unos panes.

—Imagino lo que debe estar sintiendo tu corazón —La mujer era discreta, pero ésa era su manera de decirle que conocía su pesar y que podía confiar en ella.

La sensibilidad de Milagros era tal que en cuanto escuchó la frase se dejó caer en la silla con los ojos llenos de lágrimas. No es que tuviera mucha cercanía con doña Beatriz, más bien las unía una relación formal. Pero era tanto el dolor que venía acumulando en ese destierro voluntario, que le era imperioso compartir con alguien toda esa angustia.

—No me hago a la idea de perderlo para siempre —No era necesario nombrar a Lorenzo directamente, doña Beatriz sabía muy bien a quién se refería.

—La vida tiene esas cosas, hija. Dios te pondrá un buen hombre en el camino —se sentó a su lado con la clara intención de querer decirle algo más.

—Creo que nunca podré querer a alguien como a él —era quizá la primera vez que lo exponía de manera tan clara y definitiva.

—Es probable, pero vas a aprender a querer de otra manera —Beatriz cambió de tono, para empezar a contarle—: Días atrás Felicitas y don Pedro vinieron a buscar a tu tía, querían hablar con ella. Como ya se había ido me comentaron que… —hizo una pausa incómoda. No sabía de qué manera encarar el tema, pero creía que lo mejor era ir directo al grano—: que Peter quiere cortejarte y pedir tu mano.

—¡¿Cómo?! —Milagros se sobresaltó. Peter le había dado a entender sus intenciones y hasta había tenido el coraje de besarla, pero un compromiso era algo serio.

—No es necesario que le respondas ahora. Hay tiempo para pensarlo.

—No tengo nada que pensar —resolvió Milagros.

—¿No? Mi nieto es buen mozo, joven, un gran muchacho. Además, ustedes se quieren, se nota que se llevan bien.

—Lo quiero como a un amigo —Milagros se mostró firme.

—Ése es un buen inicio. El que sean amigos ya es algo importante para comenzar una relación. La mayoría de los matrimonios que conozco ni siquiera tienen eso.

—Amo a otro —Milagros estaba molesta, en el fondo se arrepentía de haber abierto su corazón a doña Beatriz. Ahora la mujer aprovechaba su debilidad para bregar en favor de Peter.

—Sí, pero ese otro se casa en unos días. Yo no te conozco demasiado, pero no creo que seas de las mujeres que se conforman con ser “la otra” de un hombre —Las intenciones de Beatriz eran buenas, pero de alguna manera estaba llevándola a un terreno complicado.

—Mi madre se conformó —Milagros podía ser intransigente si se lo proponía.

—Tu madre nunca fue “la otra” para Andrés, y aun así sufrió mucho. Yo no soy quién para decirte qué hacer o qué no. Pero deberías pensarlo —Beatriz consideró que se estaba metiendo más de lo debido, así que prefirió guardar silencio. Milagros tampoco dijo nada, pero se quedó meditando.

¿Tenía sentido preservar su corazón para quien ya no le pertenecería?

* * *

Milagros estaba nerviosa. Si doña Beatriz no le hubiera adelantado las intenciones de Peter, ella habría esperado su visita con entusiasmo. Pero ahora se sentía intranquila.

Él llegó a media tarde, como siempre. Ella bajó a recibirlo, como siempre. Doña Beatriz se excusó, como siempre. Y Manuela se quedó jugando cerca, como siempre.

—¿Qué te pasa?

—Nada —la inquietud la desbordaba.

—Te veo perturbada, y yo también me siento un poco así… Tengo algo para decirte —se sinceró.

Como Milagros no respondía, se atrevió a empezar a esbozar su proposición.

—Sé que tal vez no sea el momento adecuado, pero había pensado que después de compartir tanto tiempo juntos, tal vez… ¿Aceptarías ser mi…?

—No sigas —lo interrumpió. Antes de escuchar esa pregunta debía aclararle ciertas cosas—. Sé muy bien que serías el esposo perfecto, pero no quiero engañarte.

—No me diste tiempo de terminar la pregunta y ya me respondiste que no —Peter sonaba defraudado.

—Es que antes de que me lo propongas necesito que sepas que el amor que siento por Lorenzo es tan inmenso que lo ocupa todo. Sé que es imposible para mí, que está a punto de casarse con otra, que va a formar una familia, pero esto es lo que siento y no puedo cambiarlo.

—Entonces vas a quedarte a llorarlo eternamente.

—No, tampoco voy a hacer eso. Sé muy bien cómo son las cosas: las mujeres se casan, forman una familia, y más de una vez eso no tiene nada que ver con el amor.

—No es lo que yo quiero para nosotros, no es justo resignarse a una vida sin amor.

—Yo tampoco quiero eso —Milagros intentó calmarse y prosiguió—: Peter, yo te quiero, sos el único amigo que he tenido en mi vida y por eso prefiero que seamos sinceros.

—¿Me aceptas o no? —Peter no era del tipo de muchacho acostumbrado a perder.

—Vos sos quien tiene que aceptarme con esta realidad, con este amor que traigo anudado en el pecho. Yo prometo serte fiel, no faltarte nunca, pero quiero que sepas que el dolor por la boda de Lorenzo me va a acompañar seguramente por mucho tiempo —Estaba angustiada, veía en los ojos de Peter la amargura que le generaba esa verdad.

Él se refregó la cabeza, abatido. Los dos se mantuvieron callados por un rato. Finalmente, Peter consultó:

—¿Crees que algún día se te va a pasar? Digo, ¿vas a dejar de sufrir por él de esa manera?

—No lo sé. Lo que sí sé es que sufro menos cuando te tengo cerca.

—¿Al menos te gusto un poco?

—Mucho —Descubrirlo tan dispuesto a amarla por encima de todo lo volvía más encantador ante sus ojos.

—Entonces, voy a preguntártelo de una vez: ¿aceptarías ser mi prometida? 

Milagros sonrió. Ese irlandés era terco y persistente.

—Sí, acepto —Peter la abrazó, y ella quiso creer que junto a ese hombre tal vez podría empezar de nuevo.