CAPÍTULO 17
—Visitación dice que te prepares, que en un rato van a ir a la modista para ver lo del vestido de compromiso —Regina estaba más seria que de costumbre, se la veía preocupada.
—Visitación consiguió unas telas del Paraguay, así que todo está casi listo —Milagros se había propuesto emprender todo aquello con entusiasmo, aunque más de una vez, en la soledad de su cuarto, la invadía la incertidumbre.
—Se te ve contenta, parece que la decisión te conforma —Regina no terminaba de entenderla del todo. Tanto había sufrido por Lorenzo y ahora se adaptaba a esta nueva relación sin resistencia.
—Creo que ha sido una buena decisión.
—Hasta que aparezca Lorenzo de nuevo.
En ese momento a Regina la asaltó un vahído. Se sentó sobre la cama, tomándose con una mano la cabeza y con la otra el vientre.
—¿Estás bien? —Milagros se preocupó al verla así, Regina era una mujer fuerte, nunca la había visto enferma ni decaída.
La muchacha le indicó que se sentara a su lado y, medio dubitativa, le confió:
—Creo que estoy esperando un hijo de Arandú.
Milagros se tapó la boca, sorprendida.
—No digas nada —le pidió Regina—. Le he pedido a Augusto que cuando busque a Lorenzo le diga a Arandú que venga a verme, seguro que andan juntos.
—¿Qué vas a decirle a Piedad? —Milagros todavía no podía superar el asombro.
—Por ahora nada, necesito saber qué vamos a hacer con Arandú. Resuelto eso, ya le diré.
—Ay, Regina, pero qué cabeza hueca —Milagros sonaba preocupada.
—Bueno, a fin de cuentas, yo me iba a ir con él de todas formas.
—No, lo que le habían dicho a Piedad era que se casarían.
—Pero si nos vamos a casar, esto sólo altera el orden de las cosas, nada más.
—A Piedad no le va a caer bien, no dejamos de traerle problemas.
—Parecés una vieja sermoneadora hablando así. Prometé que no le vas a decir a nadie.
Haciendo una cruz sobre sus labios, Milagros afirmó:
—Prometido.
Se miraron con complicidad.
—Mirá lo que me mandó, me lo dio don Salvador —Regina le mostró un collar hecho de semillas.
—Mi padre una vez me regaló uno parecido, cuando era muy pequeña —A Milagros le dio ternura rozar esa simpleza con sus manos; allí no había lujos, pero sí amor. A medida que se hilaban las semillas, seguramente los sentimientos también se iban trenzando.
De pronto, una idea la asaltó:
—Corro el riesgo de que si Arandú se viene para acá, Lorenzo también lo haga.
—Lorenzo tiene que venir sí o sí, ¿no lo sabías?
—No —a Milagros se le borró la calma.
—Don Pedro Ferré quiere verlo.
—¿Por qué nadie me lo dijo?
—Porque… no queríamos que eso te pusiera mal, sabemos que estás concentrada en el compromiso con Peter.
—Seguramente empezará a perseguirme en cuanto llegue.
—O no, a lo mejor conoció a alguien entre los guaraníes y ya deja de perseguirte.
Milagros empalideció al escuchar eso. Regina rápidamente le aclaró:
—Es una broma. Lorenzo te ama demasiado para cambiarte tan pronto. Pero vas a tener que hacerte a la idea, porque cuando el tiempo pase, si vos estás casada con otro, él seguramente va a encontrar una guaina para rehacer su vida.
No lo había pensado así. Ella sabía que a Lorenzo lo tenía allí, siempre pendiente de sus movimientos, siempre amándola a su manera. No se imaginaba la vida sin su amor. Podía saberlo lejos, podía tal vez no verlo nunca más (lo que incluso sería beneficioso para su relación con Peter), pero que él se enamorara de otra era algo que la hería, y mucho.
Terminó de recogerse el cabello largo y renegrido y salió para encontrarse con Visitación. Necesitaba despejarse.
* * *
Augusto no entendía cómo su hermano se podía adaptar con tanta facilidad a un sitio así. Bella Unión intentaba ser un pueblo, pero las condiciones no terminaban de favorecerlo. De todas maneras, se alegró de verlo bien. Estaba más sosegado, y eso era fundamental para que no cometiera errores en la entrevista con Ferré.
Lo recibieron con alegría. Luego, Augusto, Lorenzo y Arandú se instalaron a la vera del río y empezaron a correr las novedades.
—Don Pedro Ferré quiere verte.
—¿Para qué? —Lorenzo prefería esa vida clandestina a pasarlo encerrado en un calabozo.
—El hombre está bien predispuesto para con la familia. Obviamente que Onofre le había dado su versión de los hechos, pero yo le di la otra. Creo que va a liberarte de toda culpa.
—No voy a arriesgarme, Augusto. Si el hombre no me indulta, voy a ir preso. Puede ser una trampa.
—No, Ferré no es un hombre que necesite de artilugios para atrapar a nadie.
—Lo defendés mucho…
—Deberías conocerlo.
—Ya lo conocimos en San Roquito —agregó Arandú con ironía.
—Eso era otra cosa —consideró Augusto.
—Será otra cosa, pero él es el mismo —manifestó Arandú.
—Por el momento, es la única esperanza que tenemos. Y una muestra de su buena disposición es que antes de venir para estos lados pasé por Loreto y allí don Cosme me contó que estuvieron haciendo averiguaciones sobre vos y que él obviamente te defendió. Además, Tomás me dijo que se rumorea que están por alejar a Onofre de su puesto, al menos por un tiempo…
—De todas maneras, es riesgoso ir a Corrientes. Es como meterse en la boca del lobo.
—Es tu última oportunidad. O te venís ahora conmigo, o vas a vivir siempre como un delincuente. ¿Eso es lo que querés, Lorenzo? Vamos, hermano, vos estás para mucho más que eso.
Las palabras de Augusto le recordaron el vaticinio de Kavure’i. Debía tomar ese riesgo, debía comportarse como alguien que se hace cargo de sus actos. Lo haría por él, por su familia, pero por sobre todo lo haría por Milagros.
—Está bien, voy a volver —Ambos se dieron la mano, era un pacto fraterno.
Antes de ponerse a organizar la partida, Augusto recalcó a Arandú:
—Vos también deberías venirte con nosotros. No sé qué diablos le andás prometiendo a mi hermana, pero ella me mandó a decir que necesita verte.
—¿Está bien? —Arandú sonó preocupado.
—Sí, pero quiere hablar con vos.
—Tal vez conoció a un señorito de la ciudad… —Ése era el gran temor de Arandú, que ella se diera cuenta de lo poco que él era y eligiera un mejor candidato.
—No lo creo. A Regina no le gustan esas cosas —aclaró Augusto.
—Eso nunca se sabe, mirá a Milagros si no. Al final, el irlandés la atrapó con coqueterías y lujo —Lorenzo sonaba resentido.
—No la conquistó por los lujos, a la Milagros le bastó con que no andara siempre en líos —Augusto fue directo al decir eso.
—Se conforma con poco, entonces —concluyó Lorenzo con tristeza.
Muy temprano emprendieron el viaje. Antes de salir, Kavure’i pronunció una especie de oración antigua en su lengua. Luego le dio a cada uno un elemento de la naturaleza como símbolo de buenos augurios.
—Arandú, para vos esta rosa pequeña, la de la nueva vida. Algo bello te espera.
Él bajó la cabeza como un niño y se dejó bendecir por su abuela.
—Para usté, muchacho, el laurel. Su lengua y su cabeza harán grandes cosas. Ya le llegará la hora de partir como las golondrinas, pero ahora su lugar está acá, con los suyos —Pese a que Augusto no solía darles demasiada importancia a esas cuestiones, el gesto lo conmocionó.
—Ay, mi querido Lorenzo, deberá dejar de ser un niño. Ese niño la ha enamorado, pero para tenerla deberá surgir el hombre.
—¿No hay una planta para mí? —consultó él con ternura.
—No, para usté son estas semillas. Sólo las buenas raíces dan buenos árboles.
No terminó de comprender lo que quería decirle, pero supo que era el momento de cruzar las llanuras, los senderos y las aguas para recuperar lo perdido.