CAPÍTULO 2
A los pocos días Visitación viajó rumbo a Yapeyú. Debía organizar algunas cuestiones que habían quedado a medias a causa de la partida de Salvador. Se fue sola, necesitaba tomar distancia de todos para pensar, decidir e incluso para llorar en paz.
Al llegar, don Cristóbal la recibió con un rosario de demandas. Ella sentía que no podría con todo. ¿Cómo habían hecho antes de Salvador? No lo sabía.
Finalmente, una mañana, al verla tan desbordada, el viejo le sugirió:
—Mire, doña Visitación, hasta que don Azcuénaga vuelva, yo puedo traer a un sobrino mío para que me ayude. El hombre necesita el dinero y sabe de campos.
Al principio dudó. En primer lugar, porque no quería contratar a más gente y, además, porque buscar un reemplazo para Salvador era como aceptar su ausencia, su lejanía.
Sin embargo, a fines de esa semana tuvo que pedirle a don Cristóbal que le presentara al sobrino. Había que trasladar unas cabezas de ganado y se venía el tiempo de la cosecha. Era necesario alguien más al mando.
A la mañana siguiente, Cristóbal apareció con el hombre. Tenía unos treinta años, con mirada torva y la tez oscura. Se llamaba Esteban Garay. Aunque a Visitación le dio un poco de miedo su presencia, no tenía opción.
—Le aclaro, señor Garay, que esto es temporario. Mi capataz ha tenido que viajar por razones familiares, pero en cuanto vuelva, usted deberá dejar la hacienda —explicó con firmeza.
Garay asintió y, tras algunas explicaciones de rigor, se marchó al campo. Don Cristóbal, consciente de que a ella no le había gustado su sobrino, intentó defenderlo.
—Es buen trabajador, ha tenido algunos problemas de faldas y de bebida, pero no más que eso.
—No quiero ni esos ni otros problemas en mi tierra, hágaselo saber —a veces se volvía autoritaria. En esos momentos debía admitir que se parecía mucho a su madre, Rosa María. Ella había crecido y vivido temiéndole, pero debía admitir que la mujer había sabido manejar como pocas campos, hombres y peones.
* * *
Cada jornada la dejaba molida. Esa noche, y antes de su partida, una de las empleadas le había preparado la tina. Necesitaba relajarse, habían sido diez días intensos.
El trabajo era una buena distracción para no pensar todo el tiempo en Salvador. Sin embargo, cuando la tarde caía se encerraba a llorar. Sufría por haber abierto su corazón a un hombre que escondía un lado tan oscuro y perturbador. Además, no le correspondía del todo, sus sentimientos seguían aún prendidos al alma de la difunta. Eso también le dolía.
Se quitó la bata y se quedó con una sencilla camisola de lino.
Bajo la luz titilante de la vela, y con su desnudez reflejada en la transparencia de esa tela clara y suave, se metió en el agua tibia y aromática. Necesitaba ese baño, necesitaba dormitar, necesitaba apaciguar su espíritu.
Por momentos jugueteaba con la fantasía de que a su regreso Salvador estuviera ya en Corrientes. Soñaba con que él le dijera que había desistido de sus propósitos por amor a ella. Se dejaba llevar por sensaciones candorosas maceradas en el recuerdo de la intimidad compartida.
Enjabonó su cuerpo con delicadeza y eso le produjo un estremecimiento que la obligó a repetir varias veces, con la voz entrecortada, “Portugués”.
* * *
Se había colado a la casa sólo para verla. Le gustaba esa mujer y, además, tenía tierras y dinero. ¿Y si la conquistaba? Sería una audacia de su parte, pero días atrás había logrado emborrachar un poco a Cristóbal, quien le confesó que creía que la señora andaba en amores con el otro ayudante de capataz. Si ya había caído en manos de uno, ¿por qué no caería en las suyas?
Él había conquistado a varias mujeres como ella y buenos réditos económicos había obtenido. No reparaba si eran bonitas o feas, jóvenes o viejas, sólo si podía sacarles algún provecho. De todas maneras, llevar a la cama a Visitación no sería un sacrificio. Pese a sus años, aún tenía la tez tersa y una buena silueta. La avistaba desde el resquicio de la puerta. La excitación lo azotó a medida que recorría con ojos hambrientos las redondeces de su cuerpo. De pronto la escuchó decir con voz estremecida “Portugués”. ¿Quién sería…? No le interesaba. Le bastaba con saber que ese cuerpo bramaba por un hombre ausente. El lugar que éste dejaba, bien lo podría ocupar él. Tretas y astucia no le faltaban.
Unos pasos en el pasillo lo alertaron. Se escabulló de la casa con la certeza de que ya encontraría el momento de tentarla. A la mañana siguiente se dio con la noticia de que ella regresaba a la ciudad, pero eso no lo acobardó. Mejor que se fuera, ya volvería y él podría avanzar en sus planes. Además, con Visitación alejada de la estancia sería más fácil robarle algo de ganado y sacar un dinerito extra.
Él tenía ahora el poder en esas tierras, su tío estaba demasiado viejo y achacoso para descubrirlo.
Escudriñó la partida de la patrona; en sus ojos afloraba la malicia.