CAPÍTULO 12
—Te veo tan inquieto, hijo, ¿qué ocurre? ¿Es por Milagros? —Felicitas se había dado cuenta de que desde la partida de la joven, Peter andaba nervioso y desorientado.
—Sí, madre. Se ha ido allá, donde está Lorenzo.
—Si no confiás en ella, no deberías seguir con esta relación. A fin de cuentas, ellos son familia y pasarán la vida cruzándose.
—Me cuesta aceptarlo.
—Deberías ir a buscarla —propuso Felicitas con convicción.
—¿Le parece? No quiero que lo tome como una impertinencia.
—Hijo, ninguna mujer enamorada tomaría como una impertinencia la llegada de su prometido. Además, te servirá para evaluar si vale la pena o no continuar alentando estos sentimientos.
—Tengo miedo de que me rechace.
—Sería muy tonta al rechazarte. A Lorenzo le tengo mucho aprecio, pero no tiene nada para competir contigo.
—Pero ella lo quiere.
—Si lo quiere, te sacás a esa muchacha de la cabeza. No naciste para ser el segundón de nadie.
Se quedó un momento pensativo, y finalmente decidió:
—Tiene razón, madre, iré a buscarla.
* * *
—Veo que estás mejor —Tomás estaba contento al ver que su hermano ya se levantaba y podía comer con ellos en la mesa.
—Sí, las manos de Regina son sanadoras —Augusto tomaba una infusión que le ayudaba a superar el dolor—. En estos días en que estuve postrado pensé en muchas cosas.
—¿En cuáles? —Tomás estaba disperso, mirando cada dos por tres por la ventana.
—En que me quiero ir de acá.
—¿Adónde? —Tomás se sorprendió.
—A la ciudad, quiero hablar con Piedad y Visitación para que me ayuden. Quiero aprender, llevar otra vida… No me gusta el campo, nunca me ha gustado.
—¿Querés irte a Corrientes?
—A Corrientes o a Córdoba, allá Piedad tiene a la otra hermana cuyo hijo estudia leyes. Tal vez…
—¿Las leyes te gustan? —Tomás seguía sin comprender a su mellizo.
—Me gusta pensar, hablar… No quiero pasármela de tropero.
—Hasta Corrientes te veo, ¿pero Córdoba? Es lejos, vas a extrañar.
—Quiero intentarlo —Augusto estaba dispuesto a enfrentar los cambios, a probarse en un sitio nuevo. La idea lo seducía.
—Voy a extrañarte…
—Venite conmigo —propuso con entusiasmo.
—No, así como vos sentís que te tira la ciudad, yo siento que éste es mi lugar. Además, hay otra cosa que me ata.
—Ah, pero ya veo, es una guaina la que te tiene atado.
Tomás sonrió.
—Sí.
—¿Y la conozco?
—La viste una vez, estuvo en el casorio.
—No me digas que es pariente de Margarita, porque ahí sí que andamos en líos. Sabés que ésos no nos quieren ni ver.
—No, no es de la familia de Margarita —se acercó a su hermano y como si le hablara en secreto, le confió—: Es la hija de don Cosme, María.
—¿La paraguaya?
—Sí. Es bonita, ¿no?
—Bonita es, pero también remilgada. No te enamorés de ésa, mira alto.
—Tan alto, tan alto no mira, porque las veces que nos hemos cruzado me ha mirado bien y yo ando por lo bajo.
—Ah… ¿Le gustás?
—No lo sé, pero el otro día don Cosme me contó que quiere quedarse más tiempo. Y hasta me pidió que estuviera atento a lo que ella necesitara.
—Cuidado, no vaya a ser que te transformes sólo en su entretenimiento.
—Con eso me basta.
—No, hermano, tenés que buscar ser más que eso. Si te gusta, llegale al corazón. Vos tenés con qué.
En ese momento entró Soledad.
—¿Qué hacen ustedes dos? Parecen mujeres chismoseando por lo bajo.
—Sos metida, ¿eh?
—Vengo a avisarte que don Cosme ha traído a la hija a tomar el té. Quiere que después la acompañes de regreso.
—Claro —respondió Tomás. Los hermanos se miraron con complicidad.
* * *
A los pocos días, Piedad ya estaba enterada de la decisión de Augusto. Ella insistía en que se fuera a Corrientes, pero de todas maneras le escribió a su hermana Desolación. Le preguntaba si estaba en condiciones de recibirlo en Córdoba y si Rogelio, su hijo, podía conseguirle algún trabajo.
Si bien entre ellas no había una relación muy estrecha, Piedad era la única que mantenía correspondencia con Desolación. La mayor le había hecho mucho daño a Lucía en el pasado, y eso las había enfrentado. De hecho, Visitación ni siquiera había hecho el esfuerzo de sostener el vínculo cuando Desolación se marchó. Pero Piedad era de perdonar, y por eso cada tanto le escribía.
Le costaba aceptarlo, pero lo cierto es que siempre había intuido que Augusto no era para el campo. Se expresaba tan bien, le gustaba pensar, discutía, tenía ideas propias… Sus sentimientos estaban encontrados: por un lado, quería que su hijo alcanzara sus sueños, y por el otro, le dolía pensar en su partida.
—Los hijos, más tarde o más temprano, se van —escuchó decir a Soledad, quien conocía los pesares de Piedad.
* * *
La casa era un desconcierto. Lorenzo andaba de pésimo humor. A Regina se la veía nerviosa y en roces permanentes con Milagros, y ésta a su vez estaba alterada, de mal talante. Los mellizos se mantenían absortos en sus cosas: Tomás instalado casi en forma permanente en lo de don Cosme, y Augusto tratando de ordenar las ideas y reencauzar sus planes.
—¿Qué nos está pasando? Andamos todos como locos —comentó Piedad a Sole, que estaba preparando unas verduras en la cocina.
—Es que los muchachos crecen, y crecer siempre trae estas cosas. Tengo la sensación de que a esto ya lo viví, así andaban ustedes cuando jovencitas. Pobre Rosa María, no sabía qué hacer.
—¿Pobre? Sí supo qué hacer: nos encerró, nos castigó, nos llenó de miedos y maldiciones… Y mejor no recordar lo que le hizo a Lucía, angá mi hermana. La confinó a ese lugar horrible, nos hizo creer que estaba muerta, y encima le quitó a Mili… No me compares, que me vas a poner de mal humor.
—No comparo, sólo digo que cuando los hijos crecen, las cosas se complican —La morena no quería pelear. Ella siempre había respetado a Rosa María, la madre de las Rojas, y si bien era verdad que había cometido errores grandes con sus hijas, también era cierto que las había criado sola y les había dado de todo… menos amor, de todo.
Se sorprendieron al escuchar el sonido de la campana. Estaban alertas esperando la visita de Onofre; más tarde o más temprano, el comandante aparecería a pedir explicaciones.
Sin embargo, Ignacia llegó con un anuncio inesperado:
—Está el jovencito Peter, el hijo de doña Feli, el que tiene cara de corsario.
Las mujeres se rieron al escuchar el comentario, Piedad ni siquiera se detuvo a reprenderla, y le pidió que lo hiciera pasar.
—Sole, yo voy a recibirlo y vos andá a buscar a Mili.
—Un problema más —La morena sabía que si Lorenzo y Peter se encontraban, el conflicto estallaría. Eran dos muchachos de carácter.
Milagros quedó estupefacta con la noticia. No se detuvo ni siquiera a arreglarse, y se presentó con el mismo atuendo que había usado para dar de comer a las gallinas.
Él no reparó en ese detalle, la saludó con afecto.
Cuando se sentaron en la sala, Piedad comentó:
—¡Qué sorpresa! No lo esperábamos por acá.
—Bueno, supongo que Milagros ya le habrá dicho que queremos comprometernos.
—Sí, claro. Me parece muy bien, sólo que lo correcto habría sido que me pidiera su mano a mí.
—Disculpe, como estaba bajo el cuidado de Visitación, mis padres hablaron previamente con ella —mintió, porque si bien ésa había sido la intención, fue él quien directamente había encarado a la muchacha con el tema.
—Está bien, a fin de cuentas, la que tiene que aceptarlo es Mili —al decir aquello la miró, como para que se sumara a la charla, pero la joven no pronunció palabra.
—¿Y ha venido para eso o para algo más?
—Para serles sincero, estaba preocupado. No teníamos noticias y… —para completar la frase se dirigió directamente a la muchacha—: Espero que no te moleste mi presencia.
—No, no me molesta. Me alegra que estés aquí —Milagros no sonaba del todo convencida—. Además tenía previsto regresar, así que podremos hacerlo juntos lo antes posible. Tal vez ahora…
—¡No, en ninguna circunstancia! —manifestó Piedad—. El viaje no es corto, y no harán noche en ningún lado. Es incorrecto. Descansen, hablen hoy, y mañana en todo caso se organizan para viajar…
Milagros no discutió, pero lo cierto era que quería evitar por todos los medios que Peter y Lorenzo se cruzaran. Además, tenía que hablar con Peter, sincerarse con él, contarle lo ocurrido. No sabía si eran el momento y el lugar adecuados, pero era algo que quería quitarse de encima lo antes posible.
—¿Estás bien? —la pregunta de Peter la sacó de sus cavilaciones.
—Sí, ¿querés descansar?
—No —respondió con cierto tono de preocupación.
—¿Me acompañás a los corrales? Tengo cosas que hacer y de paso hablamos un poco.
Peter aceptó la idea, y los dos salieron sin decir palabra. Soledad apareció en ese instante y sentenció:
—Allí no hay amor.
—¿Y vos cómo sabés eso?
—Porque ni las manos se tocaron. He tenido pocos hombres en mi vida, pero me he cansado de ver enamorados jóvenes entre estas paredes. Vos y Benito andaban siempre cuchicheando, él con hábito de cura y todo…
— ¡Dios mío! —se santiguó Piedad—, Benito no era cura.
—Pero estudiaba para serlo, y cambió la sotana por vos. De Visitación y Gustavo no puedo hablar mucho, pero de ustedes y de Lucía y Andresito… uf, tengo mucho visto y oído. Y te lo vuelvo a decir: ésos no se aman, al menos Mili no lo ama.
* * *
—Vine por miedo a perderte —Peter fue sincero y eso enterneció a Milagros.
Podría haberle hecho una escena atacando sus celos, diciéndole que no había confiado en ella, y cosas por el estilo. Pero la verdad era que más allá de que seguía firme con la idea del compromiso, lo había traicionado. O hablaba en ese momento, o no lo haría nunca más. Volvió a dudar.
—No me perdiste, si eso es lo que te preocupa —respondió, sin mirarlo a los ojos.
Él la abrazó con entusiasmo y Milagros supo que no era correcto callar lo vivido con Lorenzo, Peter no se lo merecía. Así que juntando coraje, empezó:
—Pero pasaron algunas cosas que necesito contarte.
A Peter se le aceleró el corazón. Estaba seguro de que la confesión de Milagros iba a herirlo.
—Éstos han sido días difíciles para todos, en especial para Lorenzo y para mí.
—Lo imagino —manifestó, ansioso por los vericuetos en los que podía terminar ese relato.
—Él no me perdona que me haya comprometido con vos…
—¿Te lastimó? —Era algo grave, pero para él sería más simple de resolver que cualquier otra cosa.
—No… bah, en realidad los dos nos lastimamos —Milagros estaba nerviosa, tenía palpitaciones—. Es muy difícil para mí decirte esto.
—Te decidiste por él —sonó descorazonado.
—No, ya te dije que no me perdiste. Quiero seguir adelante con el compromiso, pero… entre nosotros pasó algo.
“Algo” era una palabra muy amplia. Peter decidió arriesgarse por lo más banal.
—¿Se besaron?
—Más… pasó algo más.
Si de un beso se pasaba a algo más, era evidente de qué se trataba. Peter se sintió abatido. Milagros se había entregado a Lorenzo, y él no estaba seguro de poder tolerarlo. Se tomó la cabeza casi con desesperación. Ella intentó abrazarlo, pero él la rechazó.
—No fue importante, no significó nada —en algo debía mentir para apaciguar el orgullo herido del irlandés.
—¡¿No?! ¿Cómo pudiste entregarte a él? ¡¿Cómo?! —estaba indignado.
—Fue debilidad, sólo eso. Perdón —Milagros rogaba.
—No se trata de perdonar, se trata de que si él es tu debilidad lo va a ser siempre. Y entonces, ¿qué diablos hago yo metiéndome en sus vidas?
—Quiero estar con vos, no con él. Lo decidí antes y lo reafirmo ahora —Milagros no sabía cómo mitigar el daño—. ¿Hubieras preferido que no te lo dijera nunca?
—Tal vez sí —Peter se alejó y Milagros ni siquiera se atrevió a replicar.
* * *
A los problemas que ya afectaban a la familia se les sumó el de Peter, que había desaparecido y aún pasada la tarde no regresaba. Milagros se había encerrado en el cuarto, y Regina, haciendo una tregua, decidió acercarse a su amiga para ver qué había ocurrido realmente.
—¿Se puede saber qué pasó? —Milagros se limpió el rostro, era evidente que había llorado, pero no quería que nadie la viera sí.
—¿Para qué preguntás? Hace unos cuantos días que no me hablás, me tratás como si yo fuera culpable de todo lo que le pasa a Lorenzo, ¿y ahora venís a interesarte por mí? Estoy cansada; aquí siempre creen que los que sufren son los otros, ¿y yo? Él fue quien se desgració con Margarita antes, ¿tengo que recordártelo?
—Tenés razón. Pero es que yo los quiero a los dos, y me parece que vos podrías terminar con la tristeza de ambos si rompieras ese compromiso y aceptaras a Lorenzo.
—No así, no en estos términos. Tengo mis razones.
—¿Y por qué Peter se enojó? Digo, a fin de cuentas, es evidente que lo elegiste a él.
—Estuve con Lorenzo.
Regina tardó en mensurar la magnitud de la declaración.
—¿Te entregaste íntimamente a él? —preguntó dubitativa.
Milagros asintió. Regina, lejos de escandalizarse, esbozó una sonrisa leve.
—Pero fue todo un desastre —aclaró Milagros.
—¿No te gustó? Mirá que la primera vez no se disfruta tanto, pero después…
—No es eso. Me sentí estafada. Me envolvió de tal manera que no pude resistirme, y lo hizo más de posesivo que de enamorado.
—¿Y vos le contaste eso a Peter? —ahora Regina ya no sonreía, estaba seria.
—Sí, se lo tenía que decir.
—¿Para qué? Vas a traer la desgracia a esta casa, los dos son muy locos. Se van a matar, se van retar a duelo… ¡Qué ocurrencia!
—No me digas eso —Milagros no había barajado esa posibilidad.
Se quedaron pensativas hasta que Regina concluyó:
—Esperemos que no pase nada —y tratando de poner paños fríos, agregó—: Tranquila, nuestras familias se respetan, no van a llegar a matarse.
* * *
A Peter la idea del duelo se le había cruzado por la cabeza. Pero cualquiera que fuera el final, Piedad y Felicitas terminarían destrozadas. Igual, él no iba a quedarse sin hacer nada. Así que después de darle vueltas al asunto, decidió buscar a Lorenzo. Finalmente lo encontró en unos campos de don Cosme. El otro lo avizoró a la distancia. Sintió algo de satisfacción al saber que finalmente se enfrentarían sin mujeres ni testigos de por medio.
Peter bajó del caballo y sin siquiera saludar le advirtió:
—No vuelvas a acercarte a Milagros. Hay que aprender a perder, y ella me eligió a mí.
—Hoy te eligió a vos, si se lo hubieses preguntado algunas noches atrás… tal vez… —Lorenzo quería llevarlo a un terreno sinuoso.
—No es de caballero lo que estás haciendo.
—No soy un caballero, sólo digo lo que es cierto: se entregó a mí —gozó al confesarle aquello.
—Ya lo sé, fue ella misma quien me lo dijo —Peter era ahora el que miraba desafiante. Lorenzo no pudo ocultar la impotencia.
—La debés querer mucho para aceptar que le entregue su virginidad a otro pese a estar comprometida con vos.
—La enredaste, te aprovechaste de ella.
—¿Eso te dijo?
—No, eso lo digo yo. Ha crecido admirándote, pero la admiración no siempre es amor. La sabías débil y la embaucaste.
—Se entregó con ganas, porque quiso. Fue mía antes que tuya.
—Ahora va a ser mía cada noche. Porque me sigue eligiendo a pesar de todo —Peter se acercó, retador—. Te lo voy a decir una sola vez: no vuelvas a buscarla con malas intenciones, porque voy a olvidarme del cariño y los lazos que unen a nuestras familias. Si perdiste, mala suerte. No me provoques ni la provoques.
Dio media vuelta y Lorenzo, bravucón como era, no le permitió quedarse con la última palabra.
—Quiero que sepas que cuando la penetres es probable que al cerrar los ojos me imagine a mí. Quiero que sepas que al pasar los años, si la ves con la vista triste y perdida, es que piensa en mí. Quiero que sepas que si más de una vez te parece que no te ama lo suficiente, es porque sigue amándome a mí.
Peter se volvió hecho una furia y le dio una trompada violenta. Lorenzo podía haber respondido con igual arrebato, pero no lo hizo. Simplemente, con aire pendenciero, le remarcó:
—Yo soy la raíz de ese árbol, y vos sólo el clavel del aire que lo habita por un tiempo. Puede que parezcas una flor, pero vas a terminar quitándole toda su savia. ¿Qué vas a hacer cuando la veas secarse cada día?
Peter se fue altivo, pero con la cabeza abrumada. Tuvo miedo de que esas palabras cargadas de resentimiento escondieran algo de verdad.
Llegó la hora de la cena y se sumó a la mesa con aire circunspecto. Estaban todos, menos Lorenzo.
Nadie hizo referencia a su ausencia, ni tampoco a las horas en que Peter había desaparecido.
Promediando la comida, éste se dirigió a Milagros:
—Prepará tus cosas, mañana a primera hora nos vamos, hay mucho que hacer para el compromiso —Ella le sonrió aliviada, pero él no le correspondió. Seguía dolido.
Esa noche, Milagros escuchó unos pasos en su puerta. Supo que era Lorenzo, pero estaba decidida a no abrirle. Sin embargo, él no golpeó. Deslizó un papel y se marchó. Ella lo abrió y leyó: “Este bruto que sólo sirve para arrear vacas te va a amar por siempre”. Estrechó la nota en su corazón y sintió una honda amargura.
* * *
Piedad prometió que en cuanto pudiera viajaría a Corrientes. Augusto y Tomás abrazaron con cariño a su prima, y con Regina se quedaron largo rato tomadas de la mano con los ojos llorosos. Antes de irse, le pidió al oído: “Cuidá de Lorenzo”.
Cuando la diligencia que los llevaría a Corrientes empezó el traqueteo, Milagros le consultó a Peter:
—¿Estás enojado todavía?
—No, sólo dolido.
—¿Se te va a pasar?
—Sí, ya va a pasar —esbozó una sonrisa leve y ella le correspondió el gesto. Peter rozó su cabeza, y Milagros volvió a sentirse en paz.
Ese corazón loco que tenía. Podía querer de dos maneras tan distintas a la vez. Cerca de Lorenzo, todo su ser bramaba y no había sitio para nadie más. Pero con Peter, y lejos de Loreto y su familia, ¡podía abrigar una sensación tan tranquilizadora! A su lado las preocupaciones y los miedos no existían… ¿De cuál de todas esas sensaciones estaría hecho el amor?
Esa duda la abrumaba mientras avanzaban hacia Corrientes. Intentó no pensar en nada y se concentró en el vuelo de las aves que cruzaban a su paso.