58
—Laura, los federales van a…
Caxton no oyó el resto de lo que Clara le dijo a través de los altavoces. Las mujeres del Pabellón C hacían tanto ruido que sus palabras se perdieron. Se abrió paso entre la muchedumbre como pudo y, finalmente, llegó junto al carrito sanitario donde estaba Gert, manteniendo el equilibrio a duras penas.
La multitud había empezado a disiparse ligeramente. La mayor parte de las mujeres habían abandonado ya el pabellón por la salida de emergencia y las que aún seguían allí estaban amontonadas encima de la vampira medio desnuda. Caxton tan sólo acertaba a ver muy de vez en cuando un destello de carne blanquecina debajo de la montaña de prisioneras.
—En marcha —dijo Caxton, y Gert asintió con entusiasmo.
Avanzaron lentamente hasta la puerta que conducía al hub. Había un nutrido grupo de presas alrededor del cuerpo de la directora. Al parecer, no pocas de las internas tenían cuentas pendientes con Augie Bellows, hasta el punto de desear profanar su cuerpo. A Caxton esa simple idea le parecía repugnante, pero sabía que no tenía forma de detener a tantas mujeres, por no decir que tenía cosas más importantes que hacer.
—¿Has visto marcharse a Malvern? —le preguntó a Gert—. ¿Sabes por dónde ha salido?
Pero Gert meneó la cabeza.
—Estaba demasiado ocupada procurando que no me mataran.
Caxton soltó un suspiro y señaló el techo.
—Clara ha intentado decirme algo pero no la he oído. Vayamos a algún lugar más tranquilo para que pueda volver a intentarlo.
Las dos mujeres siguieron caminando. En el pasillo había grupos de internas, pero no estaban organizadas ni eran peligrosas. Algunas de ellas incluso parecían estar pasándoselo en grande.
Entonces Caxton vio las llamas y comprendió que estaba metiéndose en problemas. En el hub, alguien había arrastrado unos archivadores hasta el centro de la sala. Caxton no tenía ni idea de qué podían contener esos archivadores, pero sabía que cualquier centro como el correccional estatal de Marcy gestionaba toneladas de papeleo. Las reclusas iban sacando carpetas y les prendían fuego, tal vez con la intención de incendiar la prisión, o a lo mejor tan sólo porque querían verlos arder. De hecho, ya habían conseguido encender dos hogueras considerables. Caxton alargó el cuello para ver a través de las presas allí concentradas y vio que grupos de mujeres entraban y salían del arsenal. Debían de haberse llevado una decepción al ver que habían destruido todas las armas de fuego, pero en cualquier caso estaban armándose con porras, sprays de pimienta y pistolas eléctricas. Al hub llegaban sin parar mujeres procedentes de los otros pabellones y, a pesar del humo de las hogueras, el espacio se estaba llenando rápidamente. Pronto iba a ser poco menos que imposible cruzarla.
—Vámonos de aquí —le dijo Caxton a Gert—. Lo intentaremos por otro lado.
Entonces se volvió… y se detuvo de golpe. Había una interna, una mujer grandullona con peinado de marimacho, que la miraba fijamente. Era una de sus antiguas compañeras de celda.
—Eh, yo a ti te conozco. Eres la ex poli —dijo la mujer, aunque sus palabras no sonaron particularmente hostiles.
Ella y Caxton nunca se habían prestado mucha atención. Caxton asintió con la cabeza, intentó dedicarle una sonrisa agradable y siguió avanzando.
Sin embargo, no se sorprendió cuando el ruido de la muchedumbre se fue silenciando y cuando algunas de las mujeres que había en el pasillo empezaron a avanzar hacia ella con total naturalidad, sin ningún tipo de intención violenta.
No había en toda la prisión una sola mujer que no tuviera algún motivo para odiar a la policía (al fin y al cabo, a todas las había arrestado un policía), y una parte considerable de las internas estaban dispuestas a hacer algo al respecto.
—¡Corre! —le gritó a Gert.
Entonces, cuando se disponía a seguir su propio consejo, unos brazos gruesos la inmovilizaron por la espalda. Caxton logró zafarse, incluso con un brazo inutilizado, pero alguien le puso la zancadilla y una tercera reclusa le cogió el brazo herido y se lo retorció con saña.
El grupo de mujeres que la rodeaban empezaron a sacar todo tipo de armas blancas o simplemente a cerrar los puños, preparadas para propinarle una buena paliza. Caxton intentó escapar, pero el brazo le dolía tanto que apenas podía moverse. Ya sólo notaba el olor a sudor y cada vez había menos luz.
Pero de pronto se oyó un sonido sibilante y un golpe sordo. Gert empezó a avanzar entre la multitud, arrancando gritos de dolor. Su spray de pimienta roció una decena de ojos, al tiempo que su porra golpeaba puños y muñecas; los cuchillos improvisados cayeron al suelo. Gert colocó el hombro bajo el brazo bueno de Caxton y la ayudó a levantarse.
—Atrás, si no queréis probar los treinta y un sabores de esta mierda —gruñó Gert con voz grave y cargada de ira. Incluso Caxton se acojonó al oírla.
—Sólo queremos pasarlo bien —dijo una mujer de la multitud.
Gert le soltó un chorro de spray en los ojos. La mujer chilló y se marchó corriendo. La multitud empezó a abrirse, pues nadie quería ser la siguiente víctima de Gert. Caxton pensó que no debían haberla reconocido. Ser una ex poli en una cárcel sin supervisión era fatal, pero Gert era una asesina de bebés y todas la odiaban. La habían colocado en custodia de protección desde el día en que había llegado.
Pero es que ya no era Gertrude Stimson. Ahora era la compañera de celda de Caxton. Era su zorra. Y, misteriosamente, eso la había transformado de una adicta a las anfetas a una diosa guerrera vikinga. Nadie, absolutamente nadie, intentó detenerla mientras se llevaba a Caxton a través del Pabellón C hacia la salida de emergencia.
Una vez fuera, al abrigo de la oscuridad, dejó a Caxton sobre el césped.
—Gracias —le dijo ésta—. Has estado muy bien.
—Yo te cubro las espaldas, tú tranquila —respondió Gert, que se quedó un momento mirando a Caxton—. Oye —dijo finalmente—, ¿puedo hacerte una pregunta?
Caxton asintió con la cabeza.
—No vamos a escaparnos, ¿verdad? Ya sé que antes ya has dicho que no, pero es que aún tenía alguna esperanza… No vas a dejar que me pire, ¿verdad?
Caxton miró a Gert. En el fondo, se dijo, la chica merecía saber la verdad. Podía mentirle y decirle que esperaba poder sobrevivir a aquella noche, o que pensaba sacarla de la prisión, de una forma u otra. Sabía que, si le decía eso, su compañera de celda se sentiría mejor y estaría más dispuesta a ayudarla.
Pero no era posible. Gert había matado a un guardia en la UAE. Peor aún, había matado a sus bebés. A lo mejor la cárcel no era el mejor sitio para ella: se trataba de un lugar degradante, que consumía el alma de quienes vivían allí y donde nadie fingía siquiera pretender rehabilitar a las internas. Pero tampoco podían dejarla suelta por la calle.
—Supongo que… lo único que puedo decir es que seguiré siendo tu compañera de celda si sobrevivimos.
—¿Y nos llevaremos bien? Nos ayudaremos mutuamente, ¿no? Y si hablo demasiado no me mandarás callar, y esas cosas, ¿no?
Caxton sonrió.
—Trato hecho.
Gert parecía satisfecha con esa respuesta.
—Chachi. ¿Y ahora qué?
Caxton levantó la cabeza y vio las estrellas en el cielo. La mitad de la bóveda celeste quedaba oculta tras el altísimo muro de la prisión. Varios grupos de prisioneras se dedicaban a saquear los edificios anexos. Vio a una decena de mujeres en la parte trasera de la enfermería, por donde ella y Gert habían entrado en la prisión después de abandonar la central eléctrica. Pensó en todas las drogas que había almacenadas ahí dentro. Aquella noche iban a dar una fiesta en el penal de Marcy, se dijo, y…
Levantó otra vez la vista hacia lo alto del muro. Medía ocho metros de alto y cada treinta metros había una torre de guardia con un foco y un nido de ametralladoras. Las torres estaban todas oscuras y desguarnecidas.
A excepción, tal vez, de un par de vampiras. Por lo menos, ése era el lugar al que Caxton habría ido para huir del motín. Si lograbas llegar a lo alto del muro y meterte en una de esas torres, podías verlo todo. Además, desde allí (si eras una vampira) podías huir fácilmente saltando al otro lado del muro.
Caxton buscó la cámara más cercana y la encontró en el ángulo que formaban el Pabellón C y la pared del hub. Agitó los brazos hasta que a través de un altavoz montado en un poste oyó la voz de Clara.
—Te veo, pero no sé dónde se ha metido Malvern. No aparece en ninguna de mis pantallas.
Caxton sacudió la cabeza y señaló una de las torres de control. No poder hablar con Clara era un auténtico fastidio. Soltó un suspiro y señaló con énfasis redoblado.
—¿Qué sucede en la torre? —preguntó Clara. Entonces guardó silencio durante un momento, pero el altavoz soltó un crujido y Caxton supo que el canal seguía abierto—. ¡Espera! ¡Sí, sí, están ahí! Se han escondido en las sombras, pero un pie de Forbin ha quedado bajo la luz. A ver si encuentro una forma para que puedas llegar hasta allí.
Se oyó una explosión amortiguada en el extremo más alejado del patio. Caxton recorrió el lateral del Pabellón C y vio unas nubecitas blancas flotando sobre los edificios anexos. Entonces se oyó otra explosión, más cercana esta vez, y un grupo de reclusas salió corriendo de una nube de humo, tosiendo y frotándose los ojos.
—¡Mierda! —gritó Caxton—. ¡Fetlock!
Gert la agarró por el brazo sano.
—¿Qué pasa?
—La poli —le explicó Caxton—. Ya están aquí y están usando gas lacrimógeno. Como nos pillen, se acabó.
—Sólo tienes que contarles quién eres y qué haces. A lo mejor incluso nos proporcionan pistolas.
Pero Caxton meneó la cabeza.
—No van a hacer preguntas, simplemente nos cazarán y nos volverán a encerrar. ¡Rápido, Clara! ¡Tienes que encontrar algo!
El altavoz soltó un zumbido.
—Hay una forma de subir a lo alto del muro —dijo Clara, como si hubiera oído a Caxton—. El acceso es a través de un túnel subterráneo. La entrada está en el lateral del ala de administración. Tenéis que ir… a la izquierda, unos trescientos metros.
Caxton y Gert siguieron las instrucciones de Clara. Cada vez que pasaban junto a un altavoz, oían la voz de Clara con nuevas órdenes.
—No podéis seguir en línea recta, u os toparéis con un grupo del SWAT —les advirtió Clara, que las guió alrededor de un campo de béisbol. Cuando finalmente llegaron a la puerta que buscaban, la encontraron abierta.
Tras la puerta había un tramo de escaleras que descendían bajo tierra y que conectaban con un largo túnel con el techo cubierto de cables y tuberías que goteaban.
—Al llegar al próximo cruce, girad a la izquierda. Encontraréis unas escaleras que suben y que os llevarán a lo alto de la torre.
Cuando llegaron a las escaleras, el altavoz ya estaba crujiendo.
—Escucha… —dijo Clara, pero de pronto pareció quedarse sin palabras.
Caxton encontró una cámara montada encima de la puerta y la observó con paciencia. Aunque cada vez le quedaba menos.
—No tienes por qué hacer esto. Fetlock tiene la cárcel rodeada, Malvern no puede escapar. Ya sé que crees que es tu responsabilidad, pero…
Caxton asintió con la cabeza enérgicamente. No tenía forma de decirle a Clara lo que pensaba: que Malvern era un monstruo muy astuto, y que por muy bueno que fuera el perímetro de seguridad de Fetlock, ésta siempre encontraría la forma de huir. Caxton sabía que si esperaba a que Fetlock peinara la cárcel, nunca cazarían a Malvern. Y entonces todo volvería a empezar: las pesadillas, las noches de insomnio, la duda acuciante de quién iba a morir a continuación. Y la sangre. Porque siempre habría más sangre.
Clara se quedó un momento en silencio.
—Yo sólo, sólo… Sólo quiero decirte que tengas cuidado. Pero supongo que eso no entra en tus planes, ¿no? Bueno, haz lo que tengas que hacer, lo mejor que sepas hacerlo.
Caxton no sabía cómo responder. ¿Debía mandarle un beso a la cámara? ¿Saludar? Al final, se llevó una mano al corazón y señaló el objetivo. Clara lo entendería.
Y entonces se dirigió hacia las escaleras, con Gert pisándole los talones.