31
—¡Te has vuelto loca!
Caxton meneó la cabeza.
—Mira, se trata tan sólo de un robot. No tiene percepción de la distancia y es incapaz de seguir un objetivo, especialmente si te mueves en zigzag. Si vas lo bastante rápido, no podrá dispararte.
—¡Demonios! —exclamó Gert—. ¿Y por qué quieres que haga eso? ¿Estás aburrida o qué?
Caxton cogió una de sus granadas caseras.
—Ese artilugio sólo puede seguir a un objetivo, probablemente el que se mueva más rápido. Yo saldré un segundo después de ti y entraré en la central con las granadas. En cuanto esté dentro, puedes esconderte en el lateral del edificio. Allí estarás a salvo, ¿vale?
Gert no dijo nada.
—Necesito que hagas esto por mí —dijo Caxton—. Sé que no he sido sincera contigo. Y también sé que no te importa que Clara viva o muera. Pero ahora te necesito de veras. Necesito que me seas útil ahora. Necesito poder contar contigo. Porque somos compañeras de celda, y eso es lo que hacen las compañeras de celda: protegerse las espaldas.
Gert se la quedó mirando un buen rato, resoplando a través de la nariz y mordiéndose los labios como si intentara callarse algo. Entonces, sin decir una sola palabra, abrió la puerta de la cabina y salió de un salto.
Inmediatamente el robot empezó a dispararle, puf, puf, puf. Gert chilló, giró sobre sí misma y empezó a correr con las manos en alto. Caxton no estaba segura de si le habían dado o si se limitaba a seguir instrucciones.
En cualquier caso, mientras Gert continuara moviéndose, no importaba. Caxton abrió su puerta y se bajó del camión. Las cinco latas se agitaron con un sonido acuoso cuando se agachó y empezó a avanzar hacia la central eléctrica. El cañón del robot empezó a girar hacia ella, pero Caxton se detuvo de golpe y éste volvió a apuntar a Gert.
Caminando tan rápido como pudo, Caxton logró llegar a la puerta de la central eléctrica. Estaba cerrada, naturalmente, pero la empujó varias veces con el hombro hasta que cedió. Caxton entró y se encontró en una sala en penumbra, llena de máquinas que crujían y zumbaban.
La prisión estaba unida a la red eléctrica local, pero consumía tanta energía que necesitaba su propia subestación, además de generadores de emergencia por si había un apagón. La central suministraba electricidad a todo el centro. Si lograba acabar con ella, inutilizaría todos los sistemas eléctricos de la prisión. Sabía que los sistemas de respaldo y los siervos lograrían sacar electricidad de algún lado, pero eso le proporcionaría a ella algo de tiempo para llevar a cabo la siguiente parte de su plan, un tiempo que necesitaba desesperadamente.
Los grandes generadores de turbina y los transformadores se encontraban protegidos por unos armazones con gruesas barras metálicas. De todos modos, Caxton tampoco creía que sus granadas fueran a hacerles mucho daño. Pero encontró la conexión principal que derivaba toda la electricidad a través de una serie de gruesos cables que se perdían bajo el suelo. Ahí los cables se dividían y formaban una red tan compleja como las raíces de un roble viejo, pero en la central eléctrica todos esos cables quedaban recogidos dentro de una gruesa tubería aislante. Caxton colocó las granadas alrededor de la tubería, donde podían hacer más daño.
La parte más difícil del plan era lograr que prendieran. Caxton no disponía ni del material ni de los conocimientos necesarios para construir un detonador con temporizador, por lo que iba a tener que recurrir a un sistema de ignición muy elemental y simple: un cóctel molotov.
Había encontrado una botella de refresco en una papelera del muelle de carga, la había llenado con ciento cincuenta mililitros de gasolina y, a continuación, había introducido un trozo de trapo empapado de gasolina.
Un cóctel molotov, por sí solo, no podía causar demasiados daños dentro de la central. El funcionamiento de esa arma arrojadiza era muy simple: encendías el trapo y lanzabas la botella contra tu objetivo. La botella debía estallar con el impacto, de modo que la gasolina del interior saliera dispersada y prendiera fuego por el contacto con el trapo encendido. Eso creaba una nube de combustible en llamas que duraba unos pocos segundos antes de extinguirse. El arma era tal vez efectiva contra la policía antidisturbios o contra cualquier persona que le tuviera pánico al fuego. Sin embargo, dentro de la central eléctrica aquellas llamas tendrían un efecto muy poco espectacular y apenas lograrían fundir parte del aislante que cubría los cables.
Lo que sí harían, sin embargo, era hacer aumentar la temperatura de sus granadas caseras unos cien grados durante una fracción de segundo. Caxton esperaba que con eso bastara para que la gasolina del interior se expandiera e hiciera estallar las latas, de modo que los clavos salieran volando a gran velocidad en todas direcciones. Tal vez así lograría destruir los cables y cortar el suministro de electricidad de la prisión.
Su plan dependía de una combinación de probabilidades y esperanzas, pero si quería sacar a Clara de la cárcel con vida, Caxton necesitaba primero inutilizar la central eléctrica. En definitiva, no tenía más remedio que confiar en su suerte.
Se dirigió a la puerta de la central. Encima de su cabeza, la escopeta robótica seguía disparando balas de pimienta a gran velocidad. No podía hacer nada para detenerlo. Le mandó a Gert todos los pensamientos positivos que logró reunir: era lo único que podía hacer por ella. Entonces se colocó de tal forma que la mayor parte de su cuerpo estuviera ya en el exterior del edificio, cogió el cóctel molotov con una mano y la pistola eléctrica con la otra.
«Por favor, que funcione —pensó—. Por favor». No se trataba tanto de una plegaria como de la voz de su desesperación. Debía concentrarse y no cometer ningún error.
Colocó el extremo de la pistola eléctrica contra el trapo empapado y apretó el gatillo. Se formó un brillante arco voltaico entre los dos terminales de la pistola. Deseó, y no por primera vez, que la cárcel no tuviera unas normas tan estrictas en lo tocante al tabaco: en aquel momento, un mechero o incluso una caja de cerillas le habría hecho la vida mucho más fácil.
El trapo se negó a prender tras la primera descarga de la pistola eléctrica, y también tras la segunda. A la tercera, sin embargo, una pequeña brasa anaranjada apareció en el extremo del trapo, que se dobló y se enroscó, pero se negó a extenderse hasta la parte impregnada de gasolina. Caxton se guardó la pistola eléctrica dentro del mono y sopló la brasa, la abanicó con la mano que tenía libre en un intento porque ésta creciera y se expandiera.
De pronto surgió una llamita y, de manera instantánea, el trapo echó a arder. Cayeron varias chispas de fuego que, sin embargo, se extinguieron antes siquiera de llegar al suelo. Caxton arrojó la botella contra sus granadas y, al mismo tiempo, rodó hasta encontrarse fuera de la central eléctrica.
Se oyó un ruido parecido al que hace una barbacoa al prender y luego le siguió un crujido metálico en expansión, acompañado de unos ruiditos agudos, como agujas que cayeran al suelo. Entonces una explosión con su correspondiente onda expansiva le golpeó la cabeza mientras aún rodaba hacia un lado. Por la puerta de la central salió un denso humo negro y a través de las ventanas se vislumbró el brillo anaranjado de las llamas.
Encima de su cabeza, la escopeta robótica bajó de repente y la cámara apuntó al suelo. Caxton se levantó cautelosamente, insegura de si había logrado cortar el suministro eléctrico. Al ver que la escopeta no seguía sus movimientos, soltó un grito victorioso.
Entonces miró hacia donde estaba Gert y la vio tumbada en el suelo a cinco metros de ella, inmóvil. El polvo blanco le cubría la mayor parte del mono y toda la cara, convertido en una densa pasta mezclada con lágrimas y mocos alrededor de los ojos y de la nariz.