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—Siento tener que hacer esto, Gert —dijo Caxton.
—¿Hacer qué? —preguntó Gert. Se tambaleaba tanto que iba a caerse en cualquier momento. Tenía un bajón de los buenos.
Caxton tiró con fuerza de los cierres del chaleco antipunzón de Gert y se lo quitó. Entonces bajó la cremallera de plástico del mono de su compañera de celda y la desnudó hasta la cintura. Oculta entre los pechos de Gert había una cajita de cartón blanca que cayó al suelo. Caxton recogió la cajita, volvió a cerrarle la cremallera del mono de su compañera de celda, la llevó hasta el escritorio de la directora e hizo que se sentara en la silla.
En la caja había un frasco de pastillas. El sello del frasco estaba roto y al sacar la tapa Caxton vio que la lámina que cerraba la abertura también estaba hundida. Vertió varias píldoras en la palma de la mano y les echó un vistazo. Eran pastillas normales, de color blanco. No las reconoció. La habían entrenado para identificar drogas callejeras ilícitas, no medicamentos legales.
—Metilfenidato 20 mg —dijo, leyendo el lateral de la caja—. ¿Qué son?
—Vitamina R —dijo Gert, arrastrando las palabras. El cuchillo de cazar cayó al suelo con un sonido metálico.
—¿Te refieres a… Rubifén? ¿Has tomado Rubifén? Entonces, ¿también tienes hiperactividad?
—Fatiga crónica —dijo Gert—. ¡Ya te lo he dicho! Sólo quería un empujoncito para no perder el ritmo…
—¿Cuántas te has tomado?
Gert no respondió. Caxton se dirigió hacia el otro lado de la mesa y le cogió la barbilla. La chica intentó arrebatarle el frasco, pero Caxton no se lo permitió.
—Mantente despierta un segundo más y te prometo que luego podrás dormir tanto rato como quieras —dijo Caxton—. ¿Cuántas te has tomado?
—Cinco o seis.
Caxton sacudió la cabeza con consternación. En la caja ponía que la dosis máxima era de dos píldoras al día. En el lateral había una advertencia sobre qué hacer en caso de sobredosis accidental: llamar inmediatamente al centro de intoxicación farmacológica.
En un gesto de frustración, Caxton se pasó la mano por el pelo. No era médico y en aquel momento tampoco podía solicitar asistencia médica. Gert podía estar en una situación mortal y ella no podía hacer nada al respecto.
Era posible que bastara con dejar que Gert durmiera un buen rato; que tras una siesta se encontrara mejor. «Sí, tú ve diciendo a ver si te convences», pensó Caxton. Le tomó el pulso a Gert: el corazón le latía a cien por hora y, sin embargo, parecía que la chica no iba a aguantar despierta ni un minuto más. Eso tenía que ser una mala señal, ¿no?
Lo único que se le ocurría a Caxton era obligar a Gert a vomitar. Si aún tenía alguna de las pastillas en el estómago, por lo menos eso impediría que el problema empeorase. Naturalmente, sabía que lo peor que podías hacer en determinados casos de intoxicación era obligar a la persona a vomitar, pero no se le ocurrió ninguna otra idea. Intentó agarrar a Gert por la cintura y apretarle el estómago, pero Gert se la quitó de encima con una fuerza sorprendente teniendo en cuenta lo agotada que parecía estar. Caxton soltó un suspiro y decidió intentarlo de otra forma: le abrió la boca a Gert y le metió el dedo índice hasta la garganta.
Gert abrió mucho los ojos y por un momento Caxton temió que cerrara los dientes y le arrancara el dedo de cuajo. Lo que hizo, sin embargo, fue sacudirse convulsivamente y vomitar encima del escritorio, el suelo y su propia ropa. Entonces tosió, volvió a tener arcadas y escupió unos largos hilillos de baba. Caxton la tendió en el suelo, bien lejos del charco de vómito, e hizo que se volviera de lado. Sabía que si alguien vomita y se desmaya al mismo tiempo, hay que tenderlo de lado para que no se asfixie en su propio vómito. Entonces Caxton se limpió el dedo con la tela de su mono y se sentó en cuclillas, deseando que se le ocurriera alguna idea sobre qué debía hacer.
Había otras vidas que dependían de ella, no podía quedarse allí con Gert hasta que la muchacha se sintiera mejor. Por aquel entonces Clara estaría muerta, lo mismo que el resto de las internas de la prisión. El crepúsculo iba a llegar a las seis. En cuanto el sol se pusiera, Malvern despertaría de nuevo, lista para otra noche de maldades.
Y, sin embargo, si se marchaba y dejaba a Gert allí, gimiendo y resollando en el suelo, ¿en qué era eso distinto a permitir que la directora se pegara un tiro sin hacer nada por evitarlo?
Mientras intentaba decidir qué hacía, Gert empezó a tener convulsiones. Caxton creía que se trataba de un ataque, pero entonces se dio cuenta de que la muchacha estaba sollozando, que de sus ojos le caían lagrimones.
—No es justo —gimió—. No es justo. ¡Fue un accidente!
—Shh —dijo Caxton, acariciando el hombro de su compañera de celda—. Shh, intenta descansar.
—Yo no quería hacerlo. ¡Nadie querría hacer una cosa así! ¿Cómo pueden encerrarte por algo que ni siquiera querías hacer, por algo que casi ni recuerdas haber hecho?
La mano de Caxton dejó de moverse.
Nunca le había preguntado a Gert qué había hecho para terminar en la cárcel, ni por qué se encontraba bajo custodia preventiva en la UAE. En un primer momento, cuando la habían encerrado con ella, se había dicho que prefería no saberlo; que si se lo preguntaba, le estaría dando carta blanca para hablar cuando, en realidad, lo único que quería en aquel momento era que su compañera de celda se callara. Más tarde no había tenido tiempo.
De hecho, aún no estaba segura de querer saberlo. La directora parecía creer que era algo malo, algo que haría que Caxton se arrepintiera de haber elegido a Gert como socia, aunque la alternativa fuera marcharse a solas.
—No dejaban de llorar —dijo Gert, que se limpió los mocos con la manga del mono—. Yo no podía hacer nada para calmarlos. Joder, me pasaba el día dándoles de comer y cambiándoles los pañales, pero ellos no se callaban nunca, nunca. Entonces mi madre dijo que era mejor que me marchara. Yo estaba haciendo las maletas, pero ellos seguían llorando.
—Gert, ya basta —dijo Caxton—. Por favor, no digas nada más.
—La pequeña Charity estaba enferma, tenía un cólico que la volvía loca, y Blaine, su hermano, era oírla y ponerse a llorar como ella; era incapaz de volverse a dormir. Yo sólo quería que Charity se callara un rato, tan sólo un rato, y que me dejara pensar. Yo aún no sabía adónde ir, pero ella no se callaba… No había forma de hacerla callar. Yo soy una buena persona. Sé que hice algo horrible, pero en mi corazón, donde realmente importa, sigo siendo una buena persona.
—¡Ya basta! —dijo Caxton.
No quería saber nada de todo aquello. No quería pensar en cuál sería el siguiente capítulo de aquella sórdida historia. No quería recordar de qué le había sonado el nombre de Gert la primera vez que lo había oído. Ni por qué Gert había dicho que también ella era un poco famosa o por qué le había dicho a Caxton que no tenía por qué creer todo lo que oía.
La mitad de las mujeres de la cárcel eran madres, madres de hijos a los que veían, a lo sumo, una hora a la semana. Hijos con los que no podían jugar, a los que no podían ayudar a hacer los deberes, ni dar de comer, ni acostar. Hijos a los que criaban otras personas. Esas reclusas harían lo que fuera para demostrar que no eran malas madres. Y, para determinado tipo de personas, para personas con tendencias violentas y poco acostumbradas a pensar antes de actuar, demostrar que eras una buena madre significaba, por ejemplo, hacerle daño a alguien que había demostrado ser el peor tipo de madre imaginable.
Una asesina de niños.
A Gert la habían encerrado en la UAE por su propia seguridad. Porque la mitad de las internas de la cárcel querían verla muerta.
—Ya basta —repitió Caxton—. No me importa —le dijo a Gert—. Me da igual lo que hicieras, no tiene ninguna importancia. Es decir, la tiene, claro que la tiene, pero… me has ayudado y has estado ahí cuando te he necesitado. Tal vez no siempre de la forma en que yo habría querido, pero…
Entonces Gert empezó a roncar.
Caxton cerró los ojos. Y en su cabeza vio a Clara, la vio tan nítidamente como si la tuviera delante en aquel momento. De pronto supo lo que tenía que hacer.
Dejó a Gert durmiendo y se dirigió hacia las escaleras que conducían al hub.
Pero antes se llevó el cuchillo de caza. Y también los zapatos de Gert.