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Se oyó un agudo pitido y una serie de estallidos metálicos a medida que las luces se iban encendiendo una a una. El sistema de ventilación se puso en marcha un segundo más tarde y soltó una ráfaga de aire caliente sobre la nuca de Caxton.
Guilty Jen levantó la mirada, aunque no soltó el cuello de Caxton. Entonces Caxton notó una presión insoportable en la tráquea.
—¿Jen? Jen, ¿qué ha pasado? —preguntó una voz cerca del oído de Caxton. Sonaba como un teléfono móvil en modo manos libres—. ¿Jen? ¿Has matado ya a Caxton?
Caxton intentó levantar la porra, que seguía sujetando con la mano buena. Sin embargo, sin darle tiempo para hacer acopio de la fuerza necesaria para moverla, Jen giró la pierna y con un rodillazo se la quitó de la mano.
—¿Me oyes, Jen?
Guilty Jen puso los ojos en blanco y miró a Caxton.
—Un segundo —dijo.
—¿Cómo dices? Jen, escucha, hay algo que debes saber, el…
—¡He dicho que te esperes, joder! —exclamó Guilty Jen, que soltó la garganta de Caxton con un gruñido de frustración. Caxton intentó levantarse, pero Jen le pegó una patada en la cara que la tumbó.
Jen se bajó la cremallera del mono, se metió una mano en las bragas y sacó una BlackBerry de aspecto caro.
—Eres de lo más oportuna, Featherwood. Dime, ¿qué coño puede suceder que sea tan importante? Tengo a Caxton bajo control, pero necesito treinta segundos para rematarla, ¿vale? No creo que sea pedir mucho, ¿no?
—Perdona, Jen, pero es que se acaba de poner el sol. Me ha parecido que querrías saberlo. Fuera está ya bastante oscuro, o sea, que los vampiros van a despertar en cualquier momento. Aún no los he visto en ninguno de los monitores, pero he pensado que… Oye, ¿quieres que matemos a la novia ya?
Guilty Jen abrió la boca para responder.
En el suelo, en aquel preciso instante, Caxton estaba contemplando el tobillo de la líder de la banda. Guilty Jen llevaba zapatillas de presa, que le dejaban los tobillos al descubierto. Caxton le veía la piel.
En un momento Jen iba a dar la orden para que sus chicas mataran a Clara. Aquélla era la última oportunidad de Caxton. Jen ya le había arrebatado el cuchillo y la porra. Su escopeta seguía tirada en el suelo, algo lejos. No iba a tener tiempo de recogerla y volverla a cargar.
Pero por suerte para Caxton aún le quedaba un arma: la pistola eléctrica. Atacando como una serpiente, consciente de que la vida de Clara dependía de ello, la sacó del interior del mono y soltó una descarga en el tobillo de Guilty Jen.
La pandillera soltó la BlackBerry y empezó a temblar de pies a cabeza. Se le pusieron los ojos en blanco y empezó a tambalearse hacia delante y hacia atrás mientras porfiaba por no desplomarse. Caxton soltó el gatillo de la pistola, se levantó como buenamente pudo y se volvió hacia las escaleras antes de levantarse del todo.
A sus espaldas, Guilty Jen la agarró por el chaleco antipunzón.
«No me jodas», pensó Caxton, pero no tenía tiempo para procesar lo que sucedía. Llegó a las escaleras y empezó a subirlas de dos en dos.
Caxton se dijo que no debía de haberle soltado una descarga completa. O a lo mejor era tan sólo que Guilty Jen era así de dura. Caxton había oído que algunos ciclistas eran capaces de soportar una descarga sin dejar de pedalear, pero siempre se trataba de tipos grandullones y con mucha grasa corporal que, además, solían estar borrachos o drogados en el momento de recibir la descarga. Guilty Jen no podía pesar más de sesenta quilos, pero parecía que la pistola eléctrica tan sólo la había fastidiado un poco.
Caxton cruzó el rellano del segundo piso sin aminorar la marcha. No se tomó la molestia de echar un vistazo en la sala de las jaulas de reflexión, donde había dejado a Gert durmiendo. No tenía tiempo. De un puntapié apagó la vela que seguía ardiendo en el rellano y empezó a subir el último tramo de escalera que conducía al centro de mando.
La mujer que había llamado a Guilty Jen había dicho que veía los monitores de seguridad. Eso sólo podía significar que la mujer (y también Clara) estaba en lo alto de la torre central. Y las chicas de Jen nunca se atreverían a hacerle daño a Clara hasta saber si ésta había matado a Caxton o no. Seguirían sus órdenes al pie de la letra por miedo a sufrir las violentas consecuencias. Caxton estaba segura de ello.
No podía permitirse no estarlo: a Clara no le quedaba ninguna otra posibilidad de sobrevivir.
La puerta del centro de mando estaba ante ella. Sólo tenía que alargar la mano y coger el pomo. Las chicas de la banda de Jen se llevarían una sorpresa al verla, las atacaría antes de que tuvieran tiempo a reaccionar y entonces…
Entonces tropezó. Guilty Jen la había agarrado por un pie y había tirado de él. Caxton salió volando y cayó por las escaleras. Su brazo roto chocó contra la pared y Caxton soltó un alarido de dolor al tiempo que se estrellaba contra el rellano y los dientes se le clavaban en el suelo de hormigón.
Guilty Jen la estaba observando desde lo alto de las escaleras. Respiraba algo más rápido de lo normal, una gota de sudor le recorría la mejilla y tenía sangre en una mano, donde Caxton la había cortado, pero aparte de eso estaba ilesa. La puerta del centro de control estaba justo a sus espaldas. Finalmente, Caxton no iba a poder abrirla; ni iba a salvar a Clara, ni a sí misma. En unos segundos estaría muerta y todo lo que le importaba, incluida la única mujer a la que había amado en toda su vida, quedaría destruido. Todo había terminado. Se encontraba ante el momento que llevaba años esperando: el momento en el que su suerte la abandonaría.
—Debo admitir —dijo Guilty Jen— que eres dura de pelar. Bueno, ha sido divertido.
La mujer dio un paso hacia Caxton. Y luego otro.
Caxton no habría podido derrotar ni a un gato. El dolor, el cansancio y la desolación se habían apoderado de ella. Sabía que estaba acabada.
Detrás de Guilty Jen se abrió la puerta del centro de mando.
La mujer sólo tuvo tiempo de poner ojos de sorpresa antes de que una mano le rodeara la cara y la hiciera desaparecer del campo visual de Caxton.
Se oyó un grito apagado seguido por el inconfundible sonido de un cuello humano que se partía, las vértebras estallando como si fueran palomitas de maíz. Y entonces Caxton oyó algo que le resultaba mucho más familiar de lo que hubiera querido: el sonido que hacía la sangre humana al ser chupada a través de una herida.
Pues sí: los vampiros habían despertado.