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A casi doscientos cincuenta kilómetros de distancia, a Clara Hsu estaban a punto de darle arcadas. Estaba rodeada de cuerpos, cadáveres exangües y abandonados como muñecas de trapo rotas. Las mujeres fallecidas que la rodeaban estaban entre los treinta y cinco y los cincuenta años, aunque en muchos casos no resultaba nada fácil determinarlo, pues tenían los brazos y las gargantas desgarradas de manera salvaje, destrozadas por los implacables colmillos de un vampiro que necesitaba la sangre y al que no le importaba el dolor que provocara para conseguirla.
Al notar que algo le subía por la garganta, Clara supo que tenía que hacer algo y rápido. El olor y los colores (¡Dios, qué colores!) eran insoportables. Por suerte, tenía una forma de enfrentarse a ellos. Clara sacó la cámara digital de la funda que le colgaba del cuello y empezó a tomar fotografías para documentar la escena del crimen.
Anteriormente, Clara había sido tan sólo fotógrafa de la policía. Hacía apenas un año, ésa era su única atribución profesional. Trabajaba para la oficina del sheriff de un condado rural y se dedicaba a documentar incautaciones de metanfetaminas y accidentes de tráfico. Pero entonces había cometido una estupidez. Se había enamorado de Laura Caxton, cuya vida giraba alrededor de los vampiros y nada más. Para continuar siendo parte de la vida de Caxton, Clara había accedido a volver a la escuela de criminología forense, donde había aprendido todo lo relativo a huellas dactilares latentes y a la comparación de folículos capilares, así como los pormenores de las pruebas de ADN. Había conseguido un puesto de trabajo en la USE, la Unidad de Sujetos Especiales (la Brigada Vampírica) y había visto partes de la anatomía humana cuya existencia nunca habría imaginado. Y que nunca habría querido conocer.
Hacía ya años que había aprendido el truco de utilizar el visor de su cámara para protegerse de lo que veía y, por suerte, el truco seguía funcionando. Enfocabas un jirón de piel que colgaba encima de una yugular destrozada, pero te concentrabas en la composición de la foto, en la iluminación y en conseguir unos colores realistas. Así, de repente, lo que veías se convertía tan sólo en una imagen, algo creado y carente de realidad.
Era la única forma que tenía de enfrentarse a aquel horror.
—Estaban celebrando una reunión de Tupperware —dijo el agente especial Glauer, que se puso en cuclillas junto a ella. Aunque se hubiera sentado en el suelo, habría seguido siendo más alto que Clara. Era un tipo alto y musculoso, y llevaba el típico bigote que Clara asociaba invariablemente con los policías. Cuando había conocido a Laura, Glauer no era más que un agente de la policía local de Gettysburg, un buen oficial de la ley de una ciudad donde podían pasar varios años sin que sucediera un solo homicidio. Ahora él y Clara eran socios y trabajaban en la misma misión: localizar y acabar con el último vampiro conocido de Pensilvania.
Aquella tarea les venía grande a los dos.
—La anfitriona está ahí… o lo que queda de ella —añadió Glauer señalando un cuerpo parcialmente cubierto con una sábana—. Era una de las profesionales del gremio más conocidas de la ciudad.
Clara echó un vistazo a través del visor de la cámara.
—Aquí hay algo que falla —dijo.
Desde luego, nada más entrar se había dado cuenta de que no se trataba de una escena del crimen típica. Normalmente encontraban los cuerpos debajo de un puente o en el interior de edificios abandonados. El apartamento donde se encontraban ahora estaba situado en un viejo almacén, pero hacía unos años habían reformado el edificio y ahora albergaba una serie de lofts exclusivos. El edificio estaba situado en uno de los barrios más modernos de Allentown.
—No encaja con el perfil.
Glauer asintió con la cabeza. Estaban siguiendo el rastro de la última vampira viviente, Justinia Malvern, de carnicería en carnicería. Los vampiros necesitaban sangre para alimentar su nefanda existencia. Y cuanto más viejo era el vampiro, más sangre necesitaba cada noche si no quería debilitarse. Si no se alimentaba, con el tiempo, podía quedarse sin fuerzas para salir de su ataúd, y verse condenado a yacer eternamente en un cuerpo inmortal. Justinia Malvern era la vampira más vieja jamás registrada, con un historial que se remontaba a cuatro siglos. Había pasado la mayor parte de ese tiempo atrapada en su ataúd, demasiado débil siquiera para alimentarse. Pero eso había cambiado hacía poco y en los últimos tiempos había estado comiendo copiosamente. La policía había encontrado cuerpos repartidos por toda Pensilvania. Sin embargo, hasta entonces siempre habían sido mujeres sin hogar o inmigrantes ilegales, temporeros o amas de casa, el tipo de personas cuya desaparición no se denunciaba si un buen día no acudían al trabajo. Malvern era lista. Cuando tenía un mal día, Clara estaba convencida de que Malvern era más lista que ella. La vampira sabía que la policía andaba tras ella y que lo mejor que podía hacer si quería continuar cazando era no llamar demasiado la atención.
Y de pronto se descolgaba con aquello.
—Si está dispuesta a arriesgarse así —dijo Clara— puede ser por dos motivos. O bien necesitaba la sangre desesperadamente y no tenía tiempo de encontrar a unas víctimas que no la dejaran tan expuesta, o bien…
—O bien —añadió Glauer— ha dejado de considerarnos una amenaza. Hace tiempo que la seguimos y no hacemos más que limpiar los restos de sus carnicerías. Desde que arrestaron a Caxton, no le hemos dado ni un solo motivo de preocupación. En fin… —Se levantó lentamente y le crujieron las rótulas—. No la asustamos lo suficiente para que crea que debe seguir escondiéndose.
De pronto, ambos se quedaron petrificados. Habían recibido entrenamiento por parte de Laura Caxton y sabían que no debían dar un respingo aunque una sombra se les acercara por la espalda.
—Una teoría interesante —dijo su jefe. El marshal Fetlock, era un hombre enjuto con el pelo de color azabache y las sienes cubiertas de canas. Algunos días a Clara le parecía que las canas le daban un aire elegante y otros pensaba que tenía aspecto de mofeta—. Redacte un informe al respecto y mándemelo por correo electrónico.
Clara apretaba los dientes.
—Sí, señor.
El marshal había entrado por la puerta principal del loft y había pisado la única mancha de sangre que había en toda la vivienda. Como de costumbre, Malvern había procurado no derramar una sola gota de sangre, pero al irrumpir en el piso debía de haber atacado a la persona que le había abierto la puerta. A buen seguro que había sido un combate breve. Clara estaba segura al cien por cien de que el grupo sanguíneo iba a encajar tan sólo con uno de los cadáveres que habían encontrado. Aun en el caso de que un ser humano desarmado pudiera herirla de alguna forma, el cuerpo de Malvern no tenía sangre que pudiera derramar, por lo que las muestras de sangre resultarían inútiles casi con toda seguridad. Aun así, un especialista forense jamás podría soportar la visión de un investigador pisoteando una prueba sin dar un respingo.
—Un cambio en su modus operandi —dijo Fetlock, que se llevó las manos a las caderas; estaba orgulloso de sí mismo—. Eso podría ser una buena noticia; podría ser la oportunidad que hemos estado esperando.
Laura Caxton había logrado derrotar a numerosos vampiros porque actuaba de una forma que la mayoría de las personas considerarían suicida. Entraba en sus guaridas de noche, caía voluntariamente en sus trampas para ver qué sucedía… En cualquier caso, quien había sobrevivido había sido ella y no los vampiros, porque era una guerrera, una luchadora de la época en que los cazadores de vampiros perseguían a sus víctimas con arcos y espadas. Fetlock, en cambio, era un burócrata moderno. Creía que un buen agente de la ley debía actuar siguiendo las normas, lo que implicaba aplicar medidas disciplinarias a cualquiera que no siguiera los protocolos.
También significaba evitar que alguno de sus subalternos se expusiera a cualquier situación de riesgo. Clara trabajaba para él y no podía por menos que apreciar esa actitud, hasta cierto punto. Sin embargo, no le había pasado por alto que en el tiempo que Fetlock llevaba persiguiendo a Malvern habían muerto muchos inocentes, muchos más de los que Caxton habría estado dispuesta a aceptar.
—Me gusta más la primera teoría: la de la desesperación. Malvern se está asustando. Sabe que estamos cerca —dijo Fetlock, que se agachó junto a una de las víctimas y le cerró los ojos con dos dedos. Clara volvió a estremecerse: ahora tocaba unos cuerpos que aún no habían documentado debidamente—. Lo único que necesitamos es una buena pista, un error por su parte, un golpe de suerte.
—Lo que necesitamos —dijo Glauer, cruzando los brazos encima del pecho— es que Caxton regrese al equipo.
Fetlock ni siquiera miró al policía grandullón.
—Pero no puede ser. Está en la cárcel. Punto final.
Aunque le costó, Clara se mordió la lengua. Sabía que lo que dijera no serviría de nada. Al fin y al cabo, era Fetlock quien se había encargado personalmente de arrestar a Laura. Peor aún, durante el juicio, Laura había confesado voluntariamente su crimen y no había aducido nada en su defensa. Se había declarado culpable y había dejado que su abogado se encargara del resto de los procedimientos legales. Antes de anunciar el veredicto, el juez había preguntado si alguien tenía alguna opinión sobre cuál debía ser la sentencia. Entonces Fetlock se había levantado y había solicitado la pena máxima que contemplaba la ley. Al fin y al cabo, había argumentado, en el momento de cometer el crimen Caxton era policía y conocía mejor que nadie las consecuencias de sus actos. Tenía la obligación no sólo de respetar la ley, había dicho Fetlock, sino de personificarla. Aquel día Clara había empezado a odiarlo aunque, al mismo tiempo (y muy a su pesar), el tipo le merecía respeto. Sabía que si quien se hubiera sentado en el banquillo de los acusados hubiera sido él, habría solicitado igualmente la pena máxima para sí mismo. Fetlock era un burócrata de tomo y lomo, pero por lo menos creía a pies juntillas en sus principios.
Si ahora Clara hubiera abierto la boca, habría sido para suplicar con vehemencia que permitieran a Laura reincorporarse al equipo. Y sabía que el primer argumento de Fetlock en contra de su petición habría sido recordarle a Clara que, en su día, había mantenido una relación amorosa con Laura. Y que eso le impedía ser objetiva. Por lo tanto no tenía sentido que dijera nada, aunque…
…Glauer tenía razón. Y ella lo sabía. Sabía a ciencia cierta que la única persona en todo el mundo capaz de cazar a Malvern era Laura Caxton.
—Podríamos recurrir a su asesoramiento en tanto que civil —insistió Glauer para que no tuviera que ser Clara quien lo dijera—. Podría aportarnos informaciones vitales que dieran un vuelco al caso y…
Fetlock frunció el ceño.
—No es posible establecer esa relación, por lo menos mientras esté encerrada en el correccional estatal de Marcy.
Clara no pudo resistirse más.
—Podría solicitar al juez que la trasladara al penal de Cambridge Springs —dijo—. Se trata de una cárcel de baja seguridad, donde los internos pueden realizar llamadas telefónicas al exterior. Podríamos establecer algún tipo de protocolo para hablar regularmente con ella y que nos dijera en qué nos estamos equivocando.
—Laura Caxton es una criminal —gruñó Fetlock en un tono que sugería que la conversación estaba a punto de terminar—. ¿Debo recordarles lo que hizo? Secuestró y torturó a un prisionero federal.
Clara soltó un suspiro.
—Ese tío era un psicópata, había asesinado a toda su familia tan sólo para impresionar a un vampiro. Sabía dónde se encontraba la guarida del vampiro y ésa era la única forma que tenía Laura de conseguir la información.
—¿Y eso le parece una excusa válida? —preguntó Fetlock, que se acercó hasta donde estaba Clara, esquivando los restos de la carnicería—. Somos agentes de la ley, hemos jurado respetar la ley, poner toda nuestra fe en ella.
Clara se mordió el labio. Laura había hecho ese juramento, desde luego, pero también había prometido que protegería a los inocentes. ¿Cuántas vidas había salvado aquella noche, vidas que el vampiro habría segado si ella no hubiera acabado antes con él? Clara sabía que si Laura hubiera tenido que matar a aquel cabrón para conseguir la información, no habría dudado ni un instante. A pesar de los intentos de Fetlock para que todo el peso de la ley cayera sobre Laura, el juez había considerado todas las circunstancias y, antes de emitir sentencia, había desestimado casi todas las acusaciones. Al final, la habían declarado culpable de secuestro y la habían condenado a cinco años de cárcel, el mínimo para ese tipo de crimen en Pensilvania. Aunque la soltaran antes por buena actitud, aún tardaría años en volver a pisar la calle.
¿A cuántas personas iba a matar Malvern antes de que llegara ese día?
—Sé que esto es difícil para usted, agente especial Hsu —dijo Fetlock con voz más suave, casi amable—, especialmente teniendo en cuenta la relación que había entre ustedes dos. Pero debe aceptar los hechos: está en la cárcel porque infringió la ley.
—No es justo —protestó Clara, consciente de que había perdido—. Laura merece algo mejor. Por todas las personas que salvó y por todo el bien que hizo, merece algo más que pudrirse en una celda durante todo este tiempo. ¡La Unidad de Sujetos Especiales ni siquiera existiría si no fuera por ella!
Fetlock le dirigió una sonrisa cálida.
—Y poco faltó para que la anularan precisamente por culpa suya. Caminamos siempre por la cuerda floja, Hsu, y eso es algo que no podemos permitirnos olvidar. Tenemos poderes especiales para ejecutar a los vampiros en el acto y nunca nadie ha cuestionado la legalidad o la validez constitucional de dichos poderes. Pero si alguien lo hiciera, los perderíamos en el acto. Entonces nuestra labor dejaría de ser difícil y se volvería imposible. Los tres debemos estar siempre por encima de cualquier sospecha. Y la simple colaboración con una delincuente confesa significaría poner en peligro esta unidad.
No le faltaba razón, desde luego. La USE se había creado como un grupo ad hoc dentro del cuerpo de los Marshals, pero ningún oficial de alto rango se había tomado la molestia de redactar un estatuto para la unidad o de asignarle categoría legal. De momento nadie había formulado ninguna queja, pues la mayoría de la población prefería no tener que admitir públicamente que los vampiros suponían una amenaza real. Pero si alguna vez metían la pata de verdad, si, por ejemplo, disparaban por error contra un ser vivo, la prensa, los grupos que ejercían como perros guardianes del gobierno y la comisión de asuntos internos se les echarían encima como buitres y la USE desaparecería de un plumazo.
—Vale, vale —dijo Clara, que levantó las manos en gesto de rendición y se alejó sin ni siquiera mirar a Fetlock a los ojos. Éste se volvió hacia Glauer, quien se encogió de hombros con gesto cordial.
De pronto Clara no quería estar cerca de ellos. Así pues, fue hasta el rincón opuesto de la sala y fingió estar inspeccionando unas marcas de la pared. Estaba lo bastante lejos como para que Fetlock creyera que no los oía.
El agente federal se acercó a Glauer para mantener con él una conversación de hombre a hombre. Pronto iban a empezar a darse codazos en las costillas.
—En fin, está en la cárcel —susurró Fetlock, y Clara se dio cuenta por su tono de voz de que estaba a punto de soltar una bromita. Lo hacía de vez en cuando y en cada ocasión Clara sentía vergüenza ajena—. No es un mal castigo, ¿no? Quiero decir, es lesbiana. Para ella será como ir a un campamento de verano.
Glauer se ganó algo más de respeto por parte de Clara porque no se rió.