24
Caxton había conseguido algo de tiempo extra, pero necesitaba más. Se montó en la carretilla elevadora y empezó a amontonar cajas ante la puerta. Se trataba de un proceso de una lentitud exasperante, pero era la mejor forma de construir una barricada. Los siervos de la cocina seguían empujando y aporreando la puerta, aunque no conseguían nada. Con la puerta bloqueada con media tonelada de productos enlatados, no había mucho que pudieran hacer. Al cabo de un rato dejaron de intentarlo.
Caxton frunció el ceño.
—Se han rendido —dijo.
Gert se rió.
—¡Eso es una buena noticia! Pero ¿qué te ocurre a ti? Cada vez que pasa algo bueno, es como si alguien te hubiera cambiado el tampón por una guindilla.
—Porque soy realista —respondió Caxton—. Los engendros nunca renuncian a matarte. Es posible que intenten atacarnos por otro lado. Comprueba esa entrada, anda —dijo, señalando dos puertas correderas que daban a la cocina.
Gert echó un vistazo, se agachó para comprobar el cerrojo y sacudió la cabeza.
—Están cerradas.
Caxton se frotó la mejilla con gesto pensativo. Aún era posible que los siervos dieran toda la vuelta y las sorprendieran por el portalón del muelle de carga, que estaba abierto de par en par. A lo mejor podía hacer algo al respecto…
El muelle de carga tenía su propia garita de guardia. La puerta estaba cerrada, pero Caxton seguía con el subidón de adrenalina tras enfrentarse a los engendros en la cocina. Se lanzó contra la puerta con el hombro, procurando impactar con ésta justo por encima del cerrojo. La puerta no cedió, pero Caxton oyó que algo pequeño y metálico salía despedido y caía al suelo. Cogió algo de carrerilla y le pegó una patada a la puerta, procurando golpear la madera con la planta del pie. El cerrojo se rompió y la puerta se abrió con un traqueteo de bisagras.
Dentro había una silla giratoria ante un panel de control. Un par de monitores colgaban del techo, inclinados hacia abajo para que quienquiera que estuviera sentado en la silla pudiera echarles un vistazo sin esfuerzo. Caxton estudió el panel de control. Esperaba encontrar un pulsador rojo. No se llevó una decepción. Al diseñar los sistemas de control de la prisión, los arquitectos habían tenido en cuenta que podía producirse una situación en la que alguien necesitara bloquear el muelle de carga sin tener que perder tiempo estudiando el funcionamiento de los controles. Presionó el pulsador con la palma de la mano, sonó una alarma y una puerta corredera de tela metálica empezó a cerrar el acceso principal al muelle de carga. Unas extrañas sombras fueron cubriendo el rostro de Gert a medida que la puerta iba bloqueando la luz. Caxton se agachó bajo el panel de control y encontró el cable que permitía al control central anular el control de la puerta. Tiró de él, esperando que la puerta volviera a abrirse porque se había equivocado de cable.
Pero no fue así.
—Ahora estamos a salvo, ¿no? —preguntó Gert.
—En esta situación, no hay mucha diferencia entre estar a salvo y estar atrapadas. Pero tenemos tiempo para pensar, que es lo que andaba buscando.
En la garita de mando encontró varias cosas útiles. Había un chaleco antipunzón colgando de un gancho, el chaleco estándar que todos los guardias de la prisión debían llevar siempre que estuvieran en compañía de una interna. Estaba hecho de un tejido fibroso muy tupido, capaz de detener un punzón para romper hielo, pero no una bala, y mucho menos los dientes de un vampiro. Se lo colocó encima del mono y se lo abrochó bien. No encontró ningunas botas, pero sí otra caja de balas de goma.
—Aquí tendría que haber un par de escopetas más —dijo Caxton tocando los cargadores.
—A lo mejor, cuando los siervos han tomado la prisión, los guardias de aquí han cogido las escopetas y han intentado defenderse.
—Es posible… Sólo que… dos escopetas, y aquí sólo hay una silla… —dijo Caxton, que se encogió de hombros—. A lo mejor el guardia se las ha llevado las dos, ¿quién sabe? Y entonces ha cerrado la puerta con llave antes de enfrentarse a los engendros. Es posible que haya decidido abandonar una posición fácilmente defendible para adentrarse, solo y a pie, en una situación peligrosa. —Caxton sacudió la cabeza—. No, creo que fue uno de los siervos de Malvern quien se llevó esas escopetas. Este lugar estaba preparado para nuestra llegada.
—¿Cómo? ¿Quieres decir que sabían que vendríamos?
Caxton inclinó la cabeza, primero hacia un lado y luego hacia el otro.
—Las puertas que necesitamos están siempre abiertas o se abren de una patada. No paramos de encontramos con grupos de siervos, pero nunca van debidamente armados. Malvern debe de conocer exactamente nuestra posición —dijo Caxton, que señaló la cámara que había en el techo—, pero ha decidido no mandar a un pelotón de siervos con cuchillos afilados. Es como si dejara que nos moviéramos por la prisión… o por lo menos por una parte, la parte donde quiere que nos quedemos. —Caxton entrecerró los ojos—. Estoy empezando a pensar que no hacemos más que correr por un laberinto como dos ratas. Y que Malvern quería que termináramos ni más ni menos que aquí.
—A veces —dijo Gert, muy despacio—, cuando estaba colocada, me daba por pensar que Dios intentaba decir algo. Escúchame, escúchame un segundo, ¿vale? A lo mejor había tenido un mal día, los niños no dejaban de llorar, la zorra del supermercado no me quería vender cigarrillos a cambio de cupones, me encontraba en el buzón un montón de facturas de mierdas que ni siquiera recordaba haber comprado, y entonces, cuando entraba en mi habitación y cerraba la puerta, me daba cuenta de que mi madre había hecho la limpieza y había tirado toda mi droga. Nunca me decía nada, ni siquiera me dirigía una mala mirada, pero si encontraba la coca, la echaba al retrete como si fuera otra mierda que hubiera dejado tirada por ahí. En días como ésos, a veces oía una vocecita que me hablaba y me decía que hiciera cosas malas. Que me cortara, por ejemplo, o tal vez que quemara unas cartas o unas fotografías que había estado guardando durante años.
—Ajá —dijo Caxton.
—Quiero que te concentres —dijo Gert— y que decidas si esa sospecha se parece en algo a la voz que oía en mi cabeza.
Caxton se mordió la lengua.
—Porque yo me di cuenta de que, en general —añadió Gert—, hacer lo que me decía esa voz no solía ser una buena idea.
Caxton comprendió que su compañera de celda tenía razón. No servía de nada preocuparse por la gran guerra si no podía ganar la siguiente batalla. Encima del panel de control había un diagrama donde podía verse el patio de la prisión al completo, con todas las estructuras y características del espacio que se extendía entre la puerta y el edificio en sí. El diagrama recogía con mucho detalle los diversos sistemas defensivos dispuestos entre el muelle de carga y la puerta principal. Gert había hecho un trabajo bastante bueno describiendo las puertas y la hilera de púas que los camiones debían atravesar para llegar hasta la cocina, aunque se había dejado algunas cosas. Los camiones debían realizar tres giros cerrados antes de llegar a la puerta principal, todos ellos custodiados por una torre defendida por una metralleta. Y finalmente estaba la puerta principal en sí. Caxton la había visto al ingresar en la prisión. Se trataba de un grueso bloque metálico lo bastante ancho como para resistir el ataque directo de un tanque. Si esa puerta estaba cerrada, no había camión en el mundo capaz de derribarla.
Y, sin embargo, la salida estaba ahí mismo, a apenas doscientos metros de distancia. En la zona de carga había tres camiones que habían sido abandonados cuando la prisión había caído bajo el control de los siervos. Era la mejor oportunidad que iba a tener de escapar, llegar a lugar seguro, conseguir ayuda, y no volverse loca…
Aún estaba considerando su plan de fuga cuando los monitores de seguridad que había sobre su cabeza se encendieron. En la oscura garita de guardia, su estridente luz blanca resultaba casi dolorosa para la vista, y en un primer momento Caxton no supo identificar qué aparecía en el monitor. Se trataba de una imagen en color, aunque a decir verdad el color era más bien escaso, una mancha roja en una de las esquinas de la pantalla, y una mancha completamente blanca.
Entonces el campo de visión se amplió un poco y Caxton se dio cuenta de que la mancha roja era el brillo apagado de la pupila de un vampiro. La perspectiva se abrió más aún y vio toda la cara de Malvern, horriblemente asolada por el paso del tiempo. Sin embargo, detectó algo igualmente horrible: la vampira no tenía tan mal aspecto como debería. Tenía la piel intacta y de un blanco níveo. Aunque la vampira estuviera francamente arrugada, aunque tuviera unas marcadas bolsas oscuras bajo los ojos y sus orejas no fueran capaces de mantenerse erguidas, su rostro era el de algo vivo, y muy peligroso.
Caxton recordaba tan sólo un momento en el que Caxton hubiera tenido tan buen aspecto, y eso había sido en los recuerdos de la propia vampira, que le habían sido transmitidos a través de un vínculo mental que ya se había desintegrado. En el mundo real que conocía Caxton, el cuerpo de Malvern nunca había tenido un aspecto tan sano, vital e íntegro.
La cámara siguió abriendo el plano. Pronto Caxton pudo ver todo el cuerpo superior de Malvern y lo que parecía el brazo de alguien que estaba de pie, junto a ella. Malvern cogía a esa otra persona por el brazo, con gesto casi delicado. Sin embargo, Caxton sabía que la menor presión muscular por parte de Malvern podía partirle un hueso.
La imagen no tenía sonido y apenas movimiento; de vez en cuando, Malvern parpadeaba. Entonces dijo algo que Caxton no logró identificar (los dientes de la vampira dificultaban enormemente la tarea de leerle los labios), y la cámara se volvió hacia un lado. La imagen se tambaleó, pero cuando terminó de moverse, en las pantallas había dos figuras visibles. Malvern y Clara.
Alguien al otro lado de la cámara le tendió un trozo de papel a Clara. Escrito en letras mayúsculas podía leerse:
23 HORAS