15
La guardia del labio leporino corrió de nuevo hacia la torre de guardia y golpeó el botón rojo con la palma, pero la puerta no se detuvo. Caxton la vio maldecir dentro de la garita, de la que regresó corriendo con la porra a punto.
—Irán armados con cuchillos —le dijo Caxton al ver la porra—. Y nos superarán en número. Tenemos que volver a cerrar la puerta. ¿Qué está pasando?
La del labio leporino frunció el ceño.
—Todas las puertas de la prisión pueden abrirse y cerrarse por control remoto. En caso de disturbios, es posible sellar una unidad o un ala desde el puesto central de mando. Alguien, uno de esos engendros, debe de haber accedido al tablero de mandos y enviado la señal de evacuación de emergencia, que hace que se abran todas las puertas de esta ala.
—¿Y no puede anular esa señal desde aquí? —preguntó Caxton.
—Si las presas tomaran el control de la UAE, la central aún estaría en situación de sellar la unidad o de abrir las puertas si fuera necesario. O sea que no, no puedo anular la señal desde aquí.
Caxton miró fijamente la puerta, que continuaba abriéndose, mientras intentaba pensar en algo.
—Antes, cuando ha entrado el siervo, han abierto todas las celdas por control remoto.
La del labio leporino asintió.
—Eso es. Y me han dejado encerrada dentro de la garita de guardia. Por eso no he podido salvar a las prisioneras que el engendro ha matado.
—Pero… de algún modo ha logrado salir —dijo Caxton.
La guarda asintió de nuevo.
—He arrancado los cables que conectan esa puerta con la central, le he dado al botón y ¡bingo!, ha funcionado. —Entonces miró a Caxton como si las piezas acabaran de encajar dentro de su cabeza—. Podría arrancar el cable que controla la puerta principal, anular el control de la central y cerrarla desde aquí.
—Vale la pena intentarlo —dijo Caxton, con el corazón a cien por hora.
—Tardaré un minuto. Los cables van metidos en un tubo de PVC que pasa por debajo del panel de control. Tendré que romperlo para tener acceso a los cables. Para cuando lo haya logrado, la puerta ya se habrá abierto.
—Yo me encargaré de los siervos mientras lo hace, sólo tiene que darme un arma —dijo Caxton.
La del labio leporino le lanzó una mirada iracunda.
—Lo dices de broma, ¿no?
—¡No! Mire, tenemos que hacer algo o van a echarnos encima a todos los engendros de los que dispongan. ¿Aún no lo entiende? Vienen a por mí. Estamos perdiendo el tiempo, ¡deme una pistola!
—Espera —dijo la guardia, como si la puerta no estuviera abriéndose mientras hablaban. Uno de los siervos había metido ya un pie y parte de la cadera a través de la abertura. Lo único que le impedía entrar era el chaleco antipunzón, pero en cualquier momento iba a abrirse paso hasta la UAE, donde Caxton aguardaba completamente indefensa—. ¿Me estás diciendo que si te capturan nos dejarán a los demás en paz?
A Caxton le dio un vuelco el corazón.
—Usted es funcionaria de prisiones —dijo finalmente.
—Pues sí —respondió la del labio leporino.
—Así pues, su trabajo consiste en proteger a las internas y a no permitir que nadie les haga daño.
—Ajá —dijo la mujer.
Caxton sacudió la cabeza. No tenían tiempo de discutir aquello.
—Usted impida que entren y yo me encargo de arrancar el cable —propuso Caxton y salió corriendo hacia el puesto de mando.
Por lo menos en esta ocasión la guardia no discutió; se acercó a la puerta y le partió el cráneo a un siervo que pretendía entrar. Un puño armado con un cuchillo se acercó peligrosamente hacia su cara y la mujer dio un salto hacia atrás.
Dentro de la garita, Caxton se agachó debajo del panel de mando y vio el tubo de PVC que la funcionaria había mencionado: salía de la parte inferior de dicho panel y se perdía bajo el suelo. Le pegó un tirón y el tubo se movió un poco, pero no se soltó. Podía intentar partirlo de una patada, pero sin zapatos lo más probable era que se rompiera el pie. Necesitaba algo con que hacer palanca y partirlo.
Perdió una fracción de segundo y echó un vistazo hacia la puerta blindada: se había abierto treinta centímetros, espacio más que suficiente para que un siervo pudiera colarse. La funcionaria del labio leporino blandió su porra al tiempo que esquivaba los cuchillos e intentaba mantener a los siervos a raya. Caxton tenía que cerrar la puerta de inmediato.
La silla que había en la garita de guardia era de madera. La levantó y la estrelló contra el muro de Lexan de la garita. La silla quedó hecha añicos. Entonces agarró una pata de la silla, se agachó bajo el panel de control una vez más y colocó la pata detrás del tubo. Si el punto de apoyo aguantaba y lograba inclinar la pata hasta el ángulo correcto…
El tubo se partió en dos y del interior aparecieron una docena de cables recubiertos de plástico aislante. Hasta donde Caxton era capaz de decir, tenían todos el mismo aspecto. No había forma de saber cuál tenía que arrancar. Si tiraba del cable equivocado, podía anular la alimentación eléctrica de la garita y entonces nunca lograría cerrar la puerta.
Pero no tenía otra opción. Junto a la puerta, la guardia de la prisión tenía que emplearse cada vez más a fondo, y ya tenía un corte en una oreja y el chaleco antipunzón desgarrado por un costado. Aún la protegería de ataques frontales, pero con el tiempo los siervos acabarían por destrozarlo y entonces se quedaría sin ningún tipo de protección. Caxton cogió un cable al azar y tiró de él. Se soltó fácilmente, pero no se produjo ningún efecto visible. Entonces golpeó el botón rojo de la consola con la palma de la mano.
No pasó nada.
—Vale —suspiró Caxton, que arrancó otro cable y presionó el botón de nuevo.
Nada.
—¡Oh, vamos! —chilló. Acto seguido arrancó tres cables de golpe y presionó el botón.
Sonó la alarma y la puerta dejó de abrirse. Entonces, despacio, muy despacio, empezó a cerrarse de nuevo.
Caxton fue corriendo hacia la puerta y le faltó poco para caer noqueada por la porra desbocada de la funcionaria de prisiones. A través de la puerta, un siervo logró agarrar a la guardia del labio leporino por la correa del chaleco. Caxton le cogió el brazo a aquel hijo de puta y se lo dobló hacia atrás. El brazo se rompió con un ruido seco, y el siervo chilló de dolor.
Otro intentó meter un pie en la abertura de la puerta, un pie enorme enfundado en una bota gruesa, con punta de hierro. Caxton lo agarró por el tobillo y tiró con fuerza. El siervo perdió el equilibrio y cayó al suelo.
La funcionaria descargó su porra contra la cabeza de otro engendro, cuyo cráneo se partió como un melón maduro. Y entonces…
…los siervos se apartaron de la puerta. Ya habían visto qué sucedía cuando ésta se cerraba y eran lo bastante listos para no permitirse más bajas.
Cuando la puerta se cerró por completo, Caxton se reclinó contra la pared y durante un instante se concentró tan sólo en recuperar el aliento. Cerró los ojos y no pensó en nada. En cuanto volviera a abrirlos iba a tener que enfrentarse con la realidad, iba a tener que plantearse por qué los vampiros estaban atacando la prisión y qué iba a hacer al respecto. Pero durante un segundo, por lo menos, podía simplemente cerrar los ojos y sentirse segura.
Pero justo en aquel momento notó una pistola eléctrica en los riñones.